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miércoles, 24 de julio de 2024

Pareceres LIV

261.- El espectro de Napoleón. El fantasma de Napoleón derrotado en Waterloo se aparece en sueños simultáneamente a dos jefes de Estado modernos. Tanto sus nombres propios como el de sus estados respectivos son indiferentes, porque los nombres propios poco importan, son, en verdad, mutatis mutandis, el mismo jefe de Estado: los nombres propios no dejan de ser pseudónimos con que se denomina al mismo hombre. El uno le reprocha lo siguiente: -Si yo hubiese tenido tu arsenal de armas de destrucción masiva, jamás habría perdido la batalla de Waterloo. Y el otro, que es el mismo, por su parte, le reprocha: -Si yo hubiese tenido tu aparato de prensa y tus medios de distracción masiva, nadie se habría enterado de la derrota de Waterloo. Lo que le sugieren al fantasma de Napoleón ambos jefes de estado, que son el mismo, como el Jano bifronte de los romanos, y a través de ellos la razón de estado, es decir, la voz del propio Maquiavelo que habla por su boca, es que tuvo dos fracasos: uno el militar y otro el mediático. Y quizá el último sea el más imperdonable, porque la prensa, como cuarto poder que es, puede convertir al primero en un éxito o en una derrota, haciendo lo mismo que los sofistas griegos: haciendo que lo blanco sea negro y que lo negro blanco, lo que debería servir para revelarnos que no hay nada que sea blanco o negro de por sí, y que nada es, por lo tanto, verdad ni mentira, sino que depende del color del cristal con que se mira...
 
262.- La paradoja de la dualidad: El número dos es el número de la pareja, el de los dos bueyes uncidos al mismo yugo, cónyuges por lo tanto, y el número de la duda también. Dudamos entre dos posibilidades. Cuando llegamos a la bifurcación del camino, nos asalta la pregunta: ¿qué camino seguir, el de la izquierda o el de la derecha? Esta duda también se nos presenta cuando nos miramos en el espejo, y descubrimos que no somos uno, sino que somos dos: mi reflejo o espejismo y yo mismo. Y dudamos entonces también sobre quién es más real, y quién es más verdadero, y quién soy yo: el que está de este lado del espejo o el que está del otro. Uno de los descubrimientos más importantes que hacemos en esta vida es que uno no es uno, sino por lo menos dos: uno y su sombra, mi sobra y yo. Y entonces descubro que uno no es ninguno, que yo soy igual que tú y que tú eres igual que yo, que somos como dos gotas de agua, y que dos es uno: es decir que la unidad surge de la dualidad, y que los dos nos hacemos uno, nos unimos, nos unificamos, y nos fundimos con los astros y el universo. 
 
263.- Lo que no se ha perdido. ¿Cómo vamos a encontrar algo que no se nos ha perdido? Es imposible encontrar lo que no se ha perdido. La carta robada de Poe es la más difícil de encontrar porque no ha sido escondida concienzudamente, porque no está oculta, sino a la vista de todo el mundo en casa del ministro, y precisamente por eso no es capaz de encontrarla el prefecto de la policía de París con toda su argucia y pericia escotlandyardesca. Eso mismo sucede con la verdad, no la encontraremos nunca porque no la hemos perdido, la llevamos desde siempre con nosotros, dentro de nuestro corazón. No hace falta morir como prometen las religiones para ascender al cielo, para volver al paraíso. Ya estamos en el cielo, pero la observación del vuelo de los pájaros y de los fenómenos atmosféricos no nos deja ver el cielo, nos lo oculta: el árbol no nos deja ver el bosque. No digas que no sabes si lo verás alguna vez: ahora mismo, fíjate bien en lo que te digo, lo tienes delante de tus narices y no lo ves: abre bien los ojos: míralo. 
 
264.- Viajeros y turistas. Dice la publicidad de una agencia de viajes: "Todo viajero sabe que quien llega primero disfruta más." ¡Mentira! -Digo yo. Lo que sabe cualquier viajero es que las denominadas agencias de viaje organizan los traslados a los aeropuertos y a los hoteles para desplazarte y que no vayas de ese modo a ninguna parte, para que seas un turista y no un viajero que se encuentra con lo desconocido, para que antes de llegar sepas las fotos que vas a sacar, la comida que vas a comer, los sitios que vas a visitar, la gente que vas a conocer, para que, en definitiva, no disfrutes del viaje. Te venden la ilusión, pero te secuestran el viaje: te llevan a hoteles que son iguales en cualquier parte del mundo, ciudades que son las mismas, lugares de interés que no tienen ningún interés porque no son más que puntos turísticos de los que no vas a disfrutar, todo ello en cómodos paquetes de excursiones facultativas. Todo viajero sabe que lo importante no es el destino, sino el camino. Todo viajero sabe que el viaje organizado por las agencias del gremio ha dejado de existir y se ha convertido en la gran plaga del siglo XXI, que es el turismo, ida y vuelta a ninguna parte. Se ha dicho aquí  ya más de una vez: Viajero de verdad no sabe a dónde va. Y si lo sabe es que el viaje no es tal viaje, sino un destino turístico que no merece la pena.
 


 265.- Las cosas como son. “Las cosas son como son”, le dice el padre bien intencionado al hijo más o menos sumiso, más o menos rebelde, para que enterándose de que las cosas son "así", como él dice que son, vaya por el buen camino, no se pierda y descarríe por esos andurriales. Que las cosas son como son naturalmente es mentira, porque esa afirmación tautológica, esa perogrullada, no resiste la acometida irreverente de la pregunta que puede formularle cualquiera pidiéndole una explicación y que puede hacer que la realidad se ponga patas arriba y tambalee: ¿Cómo son las cosas, papá? A lo que el padre, que está bien convencido de que la realidad es todo y lo único que hay -esto es lo que hay, dice a menudo- y que no hay más cera que la que arde, no puede más que guardar silencio o encogerse de hombros, considerando que, en el fondo, lo que es, la realidad, no puede ser, no tiene la potencia o posibilidad de ser porque ya es, por eso es... imposible. 
 
 

lunes, 21 de diciembre de 2020

De la razón sin razón de Estado

Maquiavelo, escritor italiano del siglo XVI, nunca empleó el término “razón” de Estado sino “arte”:  arte dello Stato, arte o artimaña del Estado es la expresión que utilizó. Pero aunque la acuñación del término es posterior, definió el concepto impecablemente para referirse a las medidas excepcionales que ejerce un gobernante a fin de salvaguardar la esencia del Estado, bajo el supuesto de que su supervivencia está por encima de los derechos de sus súbditos.

Maquiavelo, en efecto, en sus Discursos sobre la primera década de Tito Livio, en el título del capítulo 41 del libro III, declara, independientemente del medio ignominioso o glorioso, es decir malo o bueno, que se use, la defensa a ultranza de la patria, que es otro de los nombres que ha recibido el Estado a lo largo de la historia: La patria debe ser siempre defendida, sea con ignominia, sea con gloria, porque de cualquier modo la defensa es indispensable.” La defensa de la patria, cuando está en juego su salvación, no puede supeditarse a consideraciones morales. Las medidas que se tomen serán siempre buenas porque, viene a decirnos aunque no con estas mismas palabras que se le atribuyen, el fin justifica los medios. 

Retrato de Nicolás Maquiavelo, Santi di Tito (1536-1603)
 

No se descartan, en absoluto, los procedimientos ilegales, dando pábulo así al llamado terrorismo de Estado. De hecho, predomina la connotación negativa de la expresión “razón de Estado”. Todo vale con tal de mantener el orden establecido. La razón de Estado justifica un mal menor si con él se evita un mal mayor, pero si prescindimos de los adjetivos mayor y menor, la razón de Estado justifica el mal sustantivo y sustancial.

Pero la razón de Estado no se inventó en el renacimiento italiano, sino que puede rastrearse mucho más atrás, por lo menos hasta la República de Platón, quien si no llega a justificar el crimen,  sí legitima maquiavélicamente la mentira de los gobiernos en aras del Estado. Tomo de la obra el siguiente texto (III, 389 b-c): τοῖς ἄρχουσιν δὴ τῆς πόλεως, εἴπερ τισὶν ἄλλοις, προσήκει ψεύδεσθαι ἢ πολεμίων ἢ πολιτῶν ἕνεκα ἐπ᾽ ὠφελίᾳ τῆς πόλεως, τοῖς δὲ ἄλλοις πᾶσιν οὐχ ἁπτέον τοῦ τοιούτου.

Que viene a ser algo así en nuestra lengua: “Si es adecuado que algunos hombres mientan, éstos serán los que gobiernan el Estado, y que frente a sus enemigos o a los ciudadanos mientan para beneficio del Estado; a todos los demás les estará vedado”. (Trad. de Conrado Eggers Lan).

Y lo mismo en otra traducción: “Si hay, pues, alguien a quien le sea lícito faltar a la verdad, serán los gobernantes de la ciudad, que podrán mentir con respecto a sus enemigos o conciudadanos en beneficio de la comunidad sin que ninguna otra persona esté autorizada a hacerlo.” (Trad. de Pabón y Fernández Galiano).

Las diferencias entre las dos traducciones no son muy significativas y podía haber ofrecido una sola, pero quiero que se vea que afectan sobre todo a la interpretación de la palabra πόλις (pólis), cuyo significado primordial es ciudad-Estado, ya que la ciudad era la forma de Estado o patria correspondiente a la Grecia clásica. La primera traducción se inclina por el significado actual de Estado aplicable a las modernas naciones, mientras que la segunda  conserva el término “ciudad”. 

A continuación del texto citado,  se considera una falta grave que un particular engañe a los gobernantes, lo que se compara con el enfermo que engaña al médico, y se afirma que si un gobernante sorprende a alguien mintiendo debe castigarle “por introducir una práctica tan perniciosa y subversiva en la ciudad”.

Platón defiende en la República el gobierno de los filósofos. Deben ser ellos los que detenten el poder y, por lo tanto, tengan el monopolio, por así decir, de la verdad y la mentira, pudiendo suministrar esta última por razón de Estado, en beneficio de la república. Si alguna función tiene la filosofía que profesan los amantes de la sabiduría es precisamente acallar la pregunta dándole una respuesta. La pregunta siembra la duda, y la duda es algo que las autoridades no pueden tolerar, porque en el gobierno sólo puede haber certidumbres incuestionables.

Lo que nos hace pensar y lleva a decir que el gobierno se ejerce no sin mentira y que sólo gracias al engaño se sostiene el ejercicio del poder. La principal encargada en nuestros días del sostén de la mentira es la ciencia. En el antiguo régimen fue la religión. Ahora la nueva religión, el opio del pueblo, la mentira es la ciencia, y sus artículos de fe son las publicaciones científicas revisadas por pares que avalan su carácter científico. Ahora bien, esa mentira es real, es la realidad que se nos impone. La razón común o lógica desenmascara la falsedad de las verdades científicas, al igual que las religiosas de otros tiempos, pero no puede dejar de constatar la realidad de su existencia.