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viernes, 24 de marzo de 2023

Gobernar es mentir (I)

    La primera formulación que conozco del descubrimiento de que gobernar es mentir pertenece al aristócrata,  escritor,  político nacionalista francés y uno de los primeros periodistas de su tiempo Henri Rochefort (1831-1913), marqués de Rochefort-Luçay, que durante el caso Dreyfus que sacudió a Francia tomó partido contra el capitán Dreyfus y su acérrimo defensor Émile Zola, y sentenció algo que a mí enseguida se me ha revelado como de sentido común y no por ello poco incisivo:  “Gouverner, c'est mentir”.

    Antes que él, Maquiavelo había escrito en 1532 en El Príncipe,  algo más tímidamente, un aforismo que parece escrito ayer mismo:  que gobernar era hacer creer (governare è far credere).    

    Otro autor francés, Émile-Auguste Chartier, apodado Alain, afirmaba en Les propos d'un Normand (1908): “Gobernar es mentir”, esta es una máxima raramente formulada, casi siempre practicada, y que ha matado más hombres en el mundo que lo que han podido hacer los asesinos”. 

    El también escritor francés Jean Giono, por su parte, escribía años después: «Cuando se es jefe del gobierno no se puede decir la verdad; nunca se ha dicho. Gobernar es mentir». (Jean Giono Précisions, 1939, Récits et Essais, Gallimard 1988).

     Hay un juego de palabras en francés que sugiere lo que afirmaron Rochefort, Alain y Giono: Gobierno se dice en la lengua de Molière “gouvernement”; si dividimos la palabra en dos, obtenemos “gouverne-ment”, un sustantivo que puede reinterpretarse como dos verbos en tercera persona del singular del presente de indicativo: “gobierna-miente”, de donde ya tenemos la sugerencia del aforismo de que quien gobierna miente (celui qui gouverne ment).

     Más recientemente (2019), se ha publicado un ensayo prepandémico de Rémy Prud'homme titulado precisamente “Gouverner c'est mentir” (gobernar es mentir), subtitulado “doce mentiras públicas”, donde se analizan doce artículos de fe, por así llamarlos, que utiliza el gobierno francés para administrar a sus súbditos. 

    Circunscrito al ámbito galo, escribe Prud'homme que los franceses ya no creen en lo que les dice el Estado o sus representantes bien directamente o bien por mediación de los medios informativos. Y se refiere a 1984 la novela de Órgüel que describe la vida en un país totalitario -pero todos lo son- y en un año 1984 que muy bien podría ser este mismo de 2023, un país que se basa en la mentira sistemática, simbolizada en que dos más dos son cinco (2+2=5).

     Venía Órgüel a decirnos que en ese país y en ese año, es decir, aquí y ahora mismo sin ir más lejos,  “la mentira es verdad”, lo que ejemplificaba con la triple divisa de que la guerra es la paz (war is peace), la libertad es esclavitud (freedom is slavery), y la ignorancia es la fuerza (ignorance is strength), a lo que podríamos añadir un cuarto lema después de lo que hemos vivido estos últimos tres años de la pandemia, que el ensayo de Prud'homme, publicado como está en 2019, no recoge: la salud -recuérdese el oximoro de 'enfermos asintomáticos'- es la enfermedad.

    Después de analizar las mentiras públicas, señala el autor en el apartado de las conclusiones certeramente que el Estado es consciente de la proliferación de dichos bulos o mentiras públicas y pretende luchar contra la desinformación o mala información. ¿Qué propone el Estado? Más Estado. Una lucha contra las fake-news, en la lengua del Imperio, pero hay una contradicción grave ahí: la lucha contra las mentiras de los políticos no puede consistir en aumentar el poder de los políticos sobre los medios de comunicación tanto públicos como privados. Si los políticos son el problema, porque mienten sistemáticamente -y no solo en campaña electoral-, no pueden por eso mismo ser la solución. Los medios informativos -formadores de ese monstruo falaz que se llama 'opinión pública'-  repiten los engaños de políticos y administraciones. Los medios no son la fuente de dichas mentiras, pero son su hilo conductor.

     A nuestros políticos, a diferencia del Pinocho de Collodi, no les crece la nariz cuando mienten, -cuando no mienten totalmente sólo dicen medias verdades, lo que viene a ser lo mismo-,  por lo que sus mentiras no resultan visibles a simple vista, sino que se descubren tarde, en el futuro.

    Lo que propone finalmente el Rémy Prud'homme en su ensayo es una ración de duda cartesiana, o dicho más clara y sencillamente, de escepticismo popular que invita a desconfiar de las ideas recibidas, de los dogmas dominantes, de las proclamas oficiales y a hacer uso de la duda sistemática.

jueves, 17 de junio de 2021

Presuntos delincuentes

    Algunos se han rasgado las vestiduras por la promulgación en el BOE de la Ley Orgánica 7/2021, de 26 de mayo de 2021, de “protección de datos personales tratados para fines de prevención, detección, investigación y enjuiciamiento de infracciones penales y de ejecución de sanciones penales”, cuya tramitación, sin embargo, no ha tenido demasiada repercusión en los medios, ocupados como están en otros asuntos de máximo calado.

    El escándalo viene porque en el apartado a) del Artículo 9 de la ley se permite haces distinciones -perfiles, dice la ley- sobre “personas respecto de las cuales existan motivos fundados para presumir que hayan cometido, puedan cometer o colaborar en la comisión de una infracción penal”. El Boletín Oficial del Estado presupone, así, que algunos de sus súbditos son presuntos delincuentes que pueden cometer un delito.

    Más adelante, en el artículo 15 se dice que la “captación, reproducción y tratamiento de datos personales por las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad en los términos previstos en esta Ley Orgánica, así como las actividades preparatorias, no se considerarán intromisiones ilegítimas en el derecho al honor, a la intimidad personal y familiar y a la propia imagen“. (Los subrayados son míos).

    Algunos han señalado que esta ley establece de esta forma el concepto de justicia preventiva de sentencia previa como en la película “Minority Report” de Steven Spielberg (2002), basada en un relato corto del visionario K. S. Dick, donde la unidad de élite de la policía, llamada Precrimen perseguía a los presuntos asesinos antes de que, pasando de la potencia aristotélica al acto, hubieran cometido el crimen. Para ello se basaban en unas "precogniciones" infalibles. 

 

Fotograma de "Minority Report", Steven Spielberb (2002)
 

    Pero esta Ley Orgánica no implanta un escenario futuroide de ficción científica, sino algo que ya practican las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado y los tribunales de Justicia. Estos últimos no tienen empacho en adoptar medidas cautelares de decretar prisión preventiva. 

    La susodicha ley no es más que una transposición de una directiva aprobada por el Parlamento Europeo en 2016, que España no había aplicado todavía, por lo que se ha tramitado ahora y acatado democráticamente con carácter de urgencia. Quizá esto sea tan escandaloso como el contenido de dicha Ley Orgánica que proclama nuestro Boletín Oficial del Estado.

    No se trata de legislar algo que no suceda ya: la policía trata nuestros datos. No va a condenar a nadie por la mera sospecha de que vaya a cometer un delito, pero sí, como ya hace, a investigar a los sospechosos sobre los que tienen motivos más o menos fundados de que puedan cometer un delito. De hecho, el trabajo policial no sólo consiste en investigar y perseguir los delitos ya cometidos, por ejemplo atentados terroristas, sino también en prevenir y evitar que se cometan otros. 

Retrato de Nicolás Maquiavelo, Santi di Tito (mediados del siglo XVI)

    Bien saben los príncipes de nuestros gobiernos de la vieja Europa, a poco que hayan leído a Maquiavelo, que, como éste escribe en sus Discursos sobre la primera década de Tito Livio I.3.1: “Es necesario a quien dispone una república y ordena sus leyes presuponer que todos los hombres son malos, y que tengan siempre que poner en práctica la malignidad de su espíritu cada vez que tengan la ocasión de hacerlo libremente.” El Estado presupone que sus súbditos somos malos (tutti gli uomini essere cattivi, que dice el italiano) y que a poco que se nos presente la más mínima oportunidad vamos a poner en práctica tal perversidad. Pero es una mentira perversa considerar malos a los seres humanos cuando es el Estado, el más frío de todos los monstruos, según Nietzsche, el que miente, "y ésta es la mentira que se desliza de su boca: Yo, el Estado, soy el pueblo."

lunes, 21 de diciembre de 2020

De la razón sin razón de Estado

Maquiavelo, escritor italiano del siglo XVI, nunca empleó el término “razón” de Estado sino “arte”:  arte dello Stato, arte o artimaña del Estado es la expresión que utilizó. Pero aunque la acuñación del término es posterior, definió el concepto impecablemente para referirse a las medidas excepcionales que ejerce un gobernante a fin de salvaguardar la esencia del Estado, bajo el supuesto de que su supervivencia está por encima de los derechos de sus súbditos.

Maquiavelo, en efecto, en sus Discursos sobre la primera década de Tito Livio, en el título del capítulo 41 del libro III, declara, independientemente del medio ignominioso o glorioso, es decir malo o bueno, que se use, la defensa a ultranza de la patria, que es otro de los nombres que ha recibido el Estado a lo largo de la historia: La patria debe ser siempre defendida, sea con ignominia, sea con gloria, porque de cualquier modo la defensa es indispensable.” La defensa de la patria, cuando está en juego su salvación, no puede supeditarse a consideraciones morales. Las medidas que se tomen serán siempre buenas porque, viene a decirnos aunque no con estas mismas palabras que se le atribuyen, el fin justifica los medios. 

Retrato de Nicolás Maquiavelo, Santi di Tito (1536-1603)
 

No se descartan, en absoluto, los procedimientos ilegales, dando pábulo así al llamado terrorismo de Estado. De hecho, predomina la connotación negativa de la expresión “razón de Estado”. Todo vale con tal de mantener el orden establecido. La razón de Estado justifica un mal menor si con él se evita un mal mayor, pero si prescindimos de los adjetivos mayor y menor, la razón de Estado justifica el mal sustantivo y sustancial.

Pero la razón de Estado no se inventó en el renacimiento italiano, sino que puede rastrearse mucho más atrás, por lo menos hasta la República de Platón, quien si no llega a justificar el crimen,  sí legitima maquiavélicamente la mentira de los gobiernos en aras del Estado. Tomo de la obra el siguiente texto (III, 389 b-c): τοῖς ἄρχουσιν δὴ τῆς πόλεως, εἴπερ τισὶν ἄλλοις, προσήκει ψεύδεσθαι ἢ πολεμίων ἢ πολιτῶν ἕνεκα ἐπ᾽ ὠφελίᾳ τῆς πόλεως, τοῖς δὲ ἄλλοις πᾶσιν οὐχ ἁπτέον τοῦ τοιούτου.

Que viene a ser algo así en nuestra lengua: “Si es adecuado que algunos hombres mientan, éstos serán los que gobiernan el Estado, y que frente a sus enemigos o a los ciudadanos mientan para beneficio del Estado; a todos los demás les estará vedado”. (Trad. de Conrado Eggers Lan).

Y lo mismo en otra traducción: “Si hay, pues, alguien a quien le sea lícito faltar a la verdad, serán los gobernantes de la ciudad, que podrán mentir con respecto a sus enemigos o conciudadanos en beneficio de la comunidad sin que ninguna otra persona esté autorizada a hacerlo.” (Trad. de Pabón y Fernández Galiano).

Las diferencias entre las dos traducciones no son muy significativas y podía haber ofrecido una sola, pero quiero que se vea que afectan sobre todo a la interpretación de la palabra πόλις (pólis), cuyo significado primordial es ciudad-Estado, ya que la ciudad era la forma de Estado o patria correspondiente a la Grecia clásica. La primera traducción se inclina por el significado actual de Estado aplicable a las modernas naciones, mientras que la segunda  conserva el término “ciudad”. 

A continuación del texto citado,  se considera una falta grave que un particular engañe a los gobernantes, lo que se compara con el enfermo que engaña al médico, y se afirma que si un gobernante sorprende a alguien mintiendo debe castigarle “por introducir una práctica tan perniciosa y subversiva en la ciudad”.

Platón defiende en la República el gobierno de los filósofos. Deben ser ellos los que detenten el poder y, por lo tanto, tengan el monopolio, por así decir, de la verdad y la mentira, pudiendo suministrar esta última por razón de Estado, en beneficio de la república. Si alguna función tiene la filosofía que profesan los amantes de la sabiduría es precisamente acallar la pregunta dándole una respuesta. La pregunta siembra la duda, y la duda es algo que las autoridades no pueden tolerar, porque en el gobierno sólo puede haber certidumbres incuestionables.

Lo que nos hace pensar y lleva a decir que el gobierno se ejerce no sin mentira y que sólo gracias al engaño se sostiene el ejercicio del poder. La principal encargada en nuestros días del sostén de la mentira es la ciencia. En el antiguo régimen fue la religión. Ahora la nueva religión, el opio del pueblo, la mentira es la ciencia, y sus artículos de fe son las publicaciones científicas revisadas por pares que avalan su carácter científico. Ahora bien, esa mentira es real, es la realidad que se nos impone. La razón común o lógica desenmascara la falsedad de las verdades científicas, al igual que las religiosas de otros tiempos, pero no puede dejar de constatar la realidad de su existencia.