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sábado, 15 de abril de 2023

Pensar, a pesar de todos los pesares

    'Pensar' no se decía en latín pensare como podría parecer a primera vista, sino putare, de lo que nos quedan testimonios en los cultismos -palabras que han sufrido pocos cambios en su evolución debido a la imposición y al conservadurismo de la lengua escrita o culta-: computar, diputado y diputación, disputar, imputar, putativo, reputar y reputación... La evolución del término putare según la evolución vulgar de la lengua hablada nos lleva hasta podar. Los cambios sufridos son, aparte de la apócope de la -e final, la sonorización de la consonante oclusiva dental sorda intervocálica -t-, que evoluciona a -d-, y el paso de la -u- breve átona a -o-. Lo curioso de esta evolución es que restituye en nuestra lengua el significado original latino de putare, que era precisamente limpiar, podar, cortar las ramas inútiles de la vid o del olivar, de lo que nos queda recuerdo en nuestro término culto amputar ('cortar y separar enteramente del cuerpo un miembro o una porción de él', según recoge la docta Academia).

El pensador, de Rodin, a las puertas del infierno.

      Hallamos en la etimología una espléndida metáfora que demuestra cómo esta lengua de campesinos que era el latín relacionaba la actividad de la poda de las viñas, de los rosales o de los olivos con la actividad y el campo semántico del pensamiento: poner en limpio, aclarar, considerar, juzgar, opinar, razonar y racionar... Pensar era desprenderse de las ramas superfluas, de las ideas o creencias -diríamos nosotros- para que pudiera florecer y fructificar el árbol o la planta del pensamiento. Pensar es, pues, según sugiere la etimología podar, cercenar lo superfluo cortando por lo sano, como suele decirse.

    En este sentido, traigo a propósito la definición que dio el filósofo francés Alain, pseudónimo de Émile-Auguste Chartier (1868-1951), de “Penser, c'est dire non” (Pensar es decir que no), que aprovechará el joven Jacques Derrida para dar un ciclo de cuatro conferencias en la Sorbona de París durante el curso escolar 1960-1961, que se han publicado póstumamente en 2022, y que más de cincuenta años después guardan plena vigencia en una época como la actual en la que es sumamente difícil separar lo que es pensamiento propiamente dicho de creencia.

Estatua de Émile-Auguste Chartier, llamado Alain

    La negación es para Alain y para Derrida el rasgo del pensamiento auténtico. ¿A qué o a quién se dirige esa negación? En principio a todos los dogmas tanto religiosos como políticos o morales, a todas las opiniones, a los prejuicios, a las ideas recibidas en general y a las creencias en particular. Pensar es hacer tabla rasa, una auténtica poda que hará que florezca el frondoso árbol del pensamiento gracias a la duda que es, como dice en otro lugar Alain, la sal de la tierra.

    Pero, ya que estamos haciendo una pequeña investigación etimológica, veamos cuál es el origen de nuestro término “pensar”. Procede del latín pensare (que es un frecuentativo de pendere 'dejar pender los platillos de una balanza') y que significaba pesar, como demuestra la evolución vulgar del término, y que nos recuerda la operación de sopesar dos magnitudes en una romana. Del significado de pesar con la misma balanza se pasa sin mucho problema evolucionando de lo concreto a lo abstracto a juzgar con el mismo criterio

      Era el pensum el peso de lana que una esclava debía hilar diariamente. De la tarea concreta de la hilandera pasó a significar en abstracto obligación, deber, función. Y es el origen de nuestros pesos, y pesas, así como de la unidad monetaria que acabaría sirviendo como salario de esa tarea, el peso y la peseta, la antigua moneda española -y metáfora del sexo femenino- antes de que irrumpiera y la devaluara la imposición del euro.

    Aunque estamos relacionando etimológicamente el pensar con el pesar y los pesares, y lo pensado, por lo tanto, con lo pesado y la pesadez, pensar no puede ser más que todo lo contrario: desembarazarse y aliviarse del peso y del lastre de las ideas y las creencias recibidas.

viernes, 24 de marzo de 2023

Gobernar es mentir (I)

    La primera formulación que conozco del descubrimiento de que gobernar es mentir pertenece al aristócrata,  escritor,  político nacionalista francés y uno de los primeros periodistas de su tiempo Henri Rochefort (1831-1913), marqués de Rochefort-Luçay, que durante el caso Dreyfus que sacudió a Francia tomó partido contra el capitán Dreyfus y su acérrimo defensor Émile Zola, y sentenció algo que a mí enseguida se me ha revelado como de sentido común y no por ello poco incisivo:  “Gouverner, c'est mentir”.

    Antes que él, Maquiavelo había escrito en 1532 en El Príncipe,  algo más tímidamente, un aforismo que parece escrito ayer mismo:  que gobernar era hacer creer (governare è far credere).    

    Otro autor francés, Émile-Auguste Chartier, apodado Alain, afirmaba en Les propos d'un Normand (1908): “Gobernar es mentir”, esta es una máxima raramente formulada, casi siempre practicada, y que ha matado más hombres en el mundo que lo que han podido hacer los asesinos”. 

    El también escritor francés Jean Giono, por su parte, escribía años después: «Cuando se es jefe del gobierno no se puede decir la verdad; nunca se ha dicho. Gobernar es mentir». (Jean Giono Précisions, 1939, Récits et Essais, Gallimard 1988).

     Hay un juego de palabras en francés que sugiere lo que afirmaron Rochefort, Alain y Giono: Gobierno se dice en la lengua de Molière “gouvernement”; si dividimos la palabra en dos, obtenemos “gouverne-ment”, un sustantivo que puede reinterpretarse como dos verbos en tercera persona del singular del presente de indicativo: “gobierna-miente”, de donde ya tenemos la sugerencia del aforismo de que quien gobierna miente (celui qui gouverne ment).

     Más recientemente (2019), se ha publicado un ensayo prepandémico de Rémy Prud'homme titulado precisamente “Gouverner c'est mentir” (gobernar es mentir), subtitulado “doce mentiras públicas”, donde se analizan doce artículos de fe, por así llamarlos, que utiliza el gobierno francés para administrar a sus súbditos. 

    Circunscrito al ámbito galo, escribe Prud'homme que los franceses ya no creen en lo que les dice el Estado o sus representantes bien directamente o bien por mediación de los medios informativos. Y se refiere a 1984 la novela de Órgüel que describe la vida en un país totalitario -pero todos lo son- y en un año 1984 que muy bien podría ser este mismo de 2023, un país que se basa en la mentira sistemática, simbolizada en que dos más dos son cinco (2+2=5).

     Venía Órgüel a decirnos que en ese país y en ese año, es decir, aquí y ahora mismo sin ir más lejos,  “la mentira es verdad”, lo que ejemplificaba con la triple divisa de que la guerra es la paz (war is peace), la libertad es esclavitud (freedom is slavery), y la ignorancia es la fuerza (ignorance is strength), a lo que podríamos añadir un cuarto lema después de lo que hemos vivido estos últimos tres años de la pandemia, que el ensayo de Prud'homme, publicado como está en 2019, no recoge: la salud -recuérdese el oximoro de 'enfermos asintomáticos'- es la enfermedad.

    Después de analizar las mentiras públicas, señala el autor en el apartado de las conclusiones certeramente que el Estado es consciente de la proliferación de dichos bulos o mentiras públicas y pretende luchar contra la desinformación o mala información. ¿Qué propone el Estado? Más Estado. Una lucha contra las fake-news, en la lengua del Imperio, pero hay una contradicción grave ahí: la lucha contra las mentiras de los políticos no puede consistir en aumentar el poder de los políticos sobre los medios de comunicación tanto públicos como privados. Si los políticos son el problema, porque mienten sistemáticamente -y no solo en campaña electoral-, no pueden por eso mismo ser la solución. Los medios informativos -formadores de ese monstruo falaz que se llama 'opinión pública'-  repiten los engaños de políticos y administraciones. Los medios no son la fuente de dichas mentiras, pero son su hilo conductor.

     A nuestros políticos, a diferencia del Pinocho de Collodi, no les crece la nariz cuando mienten, -cuando no mienten totalmente sólo dicen medias verdades, lo que viene a ser lo mismo-,  por lo que sus mentiras no resultan visibles a simple vista, sino que se descubren tarde, en el futuro.

    Lo que propone finalmente el Rémy Prud'homme en su ensayo es una ración de duda cartesiana, o dicho más clara y sencillamente, de escepticismo popular que invita a desconfiar de las ideas recibidas, de los dogmas dominantes, de las proclamas oficiales y a hacer uso de la duda sistemática.