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martes, 2 de abril de 2024

Por la desconexión total

    Internet es tan importante que si alguien o algo no está en la WWW o Wide World Web, lo que viene a ser el "entramado a lo largo del ancho mundo”, es, sencillamente, que no existe, no es nadie ni es nada, por lo que ha venido a ocupar el privilegiado lugar que tenía antes la televisión, que daba entidad a las personas, transformándolas en personajes, y a las cosas, convirtiéndolas en objetos de consumo, tal es el poder de la publicidad entre los medios de formación, distracción y entretenimiento de masas, con un carácter más individualista por supuesto que la pequeña pantalla, que, situada casi siempre en el salón o corazón del hogar, acaparaba con sus imágenes la atención de toda la familia en torno suyo como si fuese la llama del fuego de la chimenea.

 

    ¿Qué quiere decir internet? Hay dos interpretaciones no muy diferentes entre sí sobre el engendro de la palabra. Ambas coinciden en dividirla así: inter-net. La segunda parte está clara: net es la abreviación de network, o sea, red o trama en la lengua del Imperio. Sobre el prefijo latino inter- que entra en la composición del palabro hay dos interpretaciones: para unos es la abreviatura de international, y para otros la de interconnected. En cualquier caso se trata de una red internacional e interconectada, lo que viene a ser casi lo mismo.

    La palabra web que interviene en el acrónimo WWW remonta al protoindoeuropeo *webh- con el significado de tejer (to weave, en la lengua del Imperio), y hoy en día es el nombre de la telaraña y, por abreviación, de la propia RIU Red Informática Universal. En alemán tenemos weben “tejer”, pronunciado ['ve:bǝn].


    En inglés antiguo net es "malla, red que se usa para pescar, telaraña," también figurativamente, "lazo, trampa moral o mental," y esta palabra está emparentada con el alemán Netz “red, redecilla, rejilla”, ambas remontan del protogermánico *natjan que recubría la idea originalmente de “algo que está anudado o atado, entramado”, y esta a su vez remonta a la raíz protoindoeuropea *ned- que significaría "unir, atar, ligar”.

    Esta raíz que nos ocupa *ned- la tenemos en latín con vocalismo /o/ en NODVS, que significa “nudo, vínculo”, y en su diminutivo NODVLVS. De ahí vienen nuestras palabras nodo, nódulo, nudo, y sus derivados y compuestos.

    Con sufijo /T/ la raíz *ned- aparece en el prolífico verbo NECTO “ligar, atar, unir, entrelazar”. La palabra nexo viene, precisamente,  de NEXVM,  que es el participio de perfecto de ese verbo.

 

    De ANNEXVM, participio del verbo ANNECTO, tenemos en castellano el cultismo anexo y la palabra patrimonial anejo; también los verbos anexar y anejar, y en francés annexer, en italiano annettere, y en alemán annektieren. Del verbo CONNECTO con el prefijo instrumental CON- tenemos en castellano conexión y conectar, (inglés to connect, francés connecter, italiano connettere), por lo que la idea de "entramado en forma de red" ya está implícita etimológicamente en la palabra conexión, y en la desconexión o acción de  desconectar, más aconsejable para nuestra salud mental, aunque no nos adviertan de ello las autoridades sanitarias.

     Precisamente la desconexión es lo que se impone contra la idiocia imperante, y no una desconexión ocasional en período vacacional o de fin de semana, para recargar la batería a fin de poder seguir funcionando con toda impunidad como si no pasara nada, sino en plena semana laboral a ser posible siempre. Es más lo que se gana que lo que se pierde.

viernes, 14 de julio de 2023

Una etimología discutida: religión.

    Se ha repetido y se repite hasta la saciedad que la etimología de religión es la acción de religare, religar, reunirse, volverse a unir (con la divinidad). Esta teoría, que es la más difundida en la actualidad, estaba representada por los autores cristianos Lactancio y Tertuliano en la antigüedad, que derivaban el término de 'ligare' (ligar, atar, unir), intensificado con el prefijo 're-'. Lactancio, por ejemplo,  defiende que la religión es un vínculo de piedad que nos religa a la divinidad: uinculo pietatis obstricti et religati sumus: con el vínculo de la piedad estamos sujetos y religados

 

    Pero el término religio es anterior al cristianismo y es, por lo tanto, pagano y, a la vez, latino en el sentido de que no tiene correspondencia exacta en ninguna de las otras lenguas indoeuropeas hermanas. 

    Si examinamos, como hace Benveniste, los usos antiguos del término “religio” y su adjetivo “religiosus”, vemos que el primero significa 'escrúpulo' y su adjetivo, por lo tanto, 'escrupuloso'.

    La acción de re-ligare es en latín re-ligatio (no re-ligio), paralelamente a como la acción de ob-ligare, que es otro compuesto del mismo verbo, es ob-ligatio, términos que hemos heredado ambos en castellano: religación y obligación.

    La etimología del término “religión” se discute desde la antigüedad. Los antiguos no se ponían de acuerdo, y los modernos seguimos estando divididos. En lo único que se ponen de acuerdo ambas explicaciones es en que el prefijo re- sirve para intensificar la acción del verbo en ambos casos. 

    Un romano culto como Cicerón nunca relacionó el término religio con ligare, sino con legere (recoger, de donde nos viene a nosotros 'leer' como cosecha de letras). Este es el texto de Cicerón (De natura deorum, 28, 72): "Por otra parte, a quienes volvían a tratar con diligencia (diligenter) y -por así decirlo- 'releían' (relegerent) todo lo referente al culto de los dioses, se les llamó 'religiosos' (religiosi), de 'releer' (relegendo) (como 'elegantes' de 'elegir', 'diligentes' de 'mostrar diligencia', porque en todas esas palabras se alberga el mismo sentido de 'recoger' que se halla presente en 'religioso' "(qui autem omnia quae ad cultum deorum pertinerent diligenter retractarent et tamquam relegerent, i sunt dicti religiosi ex relegendo, tamquam elegantes ex eligendo, tamquam ex diligendo diligentes, ex intellegendo intellegentes; his enim in uerbis omnibus inest uis legendi eadem quae in religioso).

miércoles, 14 de junio de 2023

Del júbilo al jubileo y a la jubilación

    Hay en latín antiguo un verbo iubilare atestiguado por el gramático Varrón en De lingua Latina VI, 68, que cita como sinónimo de quiritare, especificando que este último era vocablo propio del registro urbano, mientras que el primero lo era del rústico: ut quiritare urbanorum, sic iubilare rusticorum


    Tanto quiritare como su variante iubilare significarían “llamar a gritos, gritar pidiendo ayuda, llamar en auxilio, es decir: vocear”. El término quiritare se redujo a critare en latín vulgar, y es el origen del italiano “gridare”, del catalán “cridar” y del francés “crier”, y también del castellano y portugués “gritar”, que presentan la conservación irregular de la -t- intervocálica no sonorizada en -d-, lo que podría deberse quizá a una geminación de carácter expresivo. 

    Varrón, buscándole una razón etimológica y los tres pies al gato a este verbo, lo relaciona con los quírites, por lo que quiritare sería, según él, apelar a los quírites o ciudadanos romanos. Pero parece que es una falsa etimología, una simple coincidencia. Quiritare podría tener un origen expresivo u onomatopéyico simplemente. 

    Frente a este término del sermo urbanus, se encuentra iubilare, propio del sermo rusticus, que significaría “gritar de alegría (un campesino)”. Y ahí Varrón cita para corroborarlo un verso de una atelana de un tal Aprisio que, imitando el habla pueblerina, dice en latín: Io bucco! Quis me iubilat? -Vicinus tuus antiquus. ¡Eh, bocazas! ¿Quién me llama a gritos? -Tu viejo vecino

    Según el diccionario indoeuropeo de Pokorny el latín iūbilō 'lanzar gritos de júbilo, cantar' podría derivar de *i̯ūd-dhǝ-lō con el significado onomatopéyico de 'hacer yū', algo parecido, podríamos decir nosotros, a nuestro “yupi”, que es, según el diccionario de la RAE, una interjección utilizada para expresar alegría o sorpresa de origen onomatopéyico. Sería, por lo tanto, iubilare una onomatopeya similar a sibilare, cuya formación estaría relacionada con el griego ἰύζω “proferir un grito agudo”.

    Disponemos también en latín de la palabra iubilum, que es un derivado regresivo del verbo iubilare, y que terminó por significar alegría, gozo o alabanza, y es el origen de nuestro "júbilo" y "jubiloso". 

    Frente a estos  términos antiguos se tomó en época más reciente el préstamo iōbēlēus, adaptación del griego ἰωβηλαῖος, derivado del hebrero yōbēl (“cuerno de morueco que se utilizaba como instrumento musical similar a una trompeta”, con el que se anunciaba la gran solemnidad de los judíos del año santo que se celebraba cada cincuenta años), vocablo que, por metonimia, acabaría sirviendo para dar nombre al año santo. Según el DLE de la RAE, jubileo procede del hebreo šĕnat hayyōbēl; literalmente 'el año del ciervo'.



    Dicho préstamo se vio influido y contaminado enseguida por el verbo latino “iubilare”, por lo que pasó a denominarse “iubilaeus”, de donde procede nuestro “jubileo” y “año jubilar”. El jubileo o Año Santo es una celebración que tiene lugar en distintas iglesias cristianas históricas, particularmente la católica y la ortodoxa, que hunde sus raíces en el judaísmo. 

    Según la Biblia, en efecto, Levítico 25, 10-12, que cito por la traducción española que manejo de Nácar-Colunga, Yavé habló a Moisés en el monte Sinaí, estableciendo en primer lugar el año sabático: al cabo de seis años de sembrar el campo y vendimiar la viña, la tierra descansará al séptimo año en honor de Yavé, que también descansó al séptimo día tras sus trabajos de creación del mundo imponiendo así la semana laboral y el descanso sabático que los cristianos cambiaron de día y lo pasaron al domingo, descanso dominical o del Señor; y en segundo lugar estableció para los hijos de Israel un año particular cada medio siglo: "Santificaréis el año cincuenta, y pregonaréis la libertad por toda la tierra para todos los habitantes de ella (…) El año cincuenta será para vosotros jubileo; no sembraréis, ni recogeréis lo que de sí diere la tierra, ni vendimiaréis la viña no podada; porque es el jubileo que será sagrado para vosotros”. 

    Y de ahí llegamos a la jubilación, que nuestra Real Academia Española de la Lengua define como "acción y efecto de jubilar o jubilarse", así como "pensión que recibe quien se ha jubilado", lo que es indicio etimológico de la tradición de nuestra herencia judeocristiana, que nos remonta al Génesis de la Biblia en cuanto a la condena al trabajo ("con el sudor de tu rostro comerás el pan") y al  Levítico, en cuanto consagración del período de descanso del año sabático y del jubilar como complemento indispensable de una vida dedicada a la servidumbre del trabajo asalariado, pero también ofrece el significado pagano y poco usado ya, de raigambre latina, de "viva alegría, júbilo". Pese al desusado significado latino, no podemos evitar la asociación de las palabras y la relación del júbilo primitivo con la llegada del sabático jubileo y la merecida y jubilosa jubilación.

sábado, 15 de abril de 2023

Pensar, a pesar de todos los pesares

    'Pensar' no se decía en latín pensare como podría parecer a primera vista, sino putare, de lo que nos quedan testimonios en los cultismos -palabras que han sufrido pocos cambios en su evolución debido a la imposición y al conservadurismo de la lengua escrita o culta-: computar, diputado y diputación, disputar, imputar, putativo, reputar y reputación... La evolución del término putare según la evolución vulgar de la lengua hablada nos lleva hasta podar. Los cambios sufridos son, aparte de la apócope de la -e final, la sonorización de la consonante oclusiva dental sorda intervocálica -t-, que evoluciona a -d-, y el paso de la -u- breve átona a -o-. Lo curioso de esta evolución es que restituye en nuestra lengua el significado original latino de putare, que era precisamente limpiar, podar, cortar las ramas inútiles de la vid o del olivar, de lo que nos queda recuerdo en nuestro término culto amputar ('cortar y separar enteramente del cuerpo un miembro o una porción de él', según recoge la docta Academia).

El pensador, de Rodin, a las puertas del infierno.

      Hallamos en la etimología una espléndida metáfora que demuestra cómo esta lengua de campesinos que era el latín relacionaba la actividad de la poda de las viñas, de los rosales o de los olivos con la actividad y el campo semántico del pensamiento: poner en limpio, aclarar, considerar, juzgar, opinar, razonar y racionar... Pensar era desprenderse de las ramas superfluas, de las ideas o creencias -diríamos nosotros- para que pudiera florecer y fructificar el árbol o la planta del pensamiento. Pensar es, pues, según sugiere la etimología podar, cercenar lo superfluo cortando por lo sano, como suele decirse.

    En este sentido, traigo a propósito la definición que dio el filósofo francés Alain, pseudónimo de Émile-Auguste Chartier (1868-1951), de “Penser, c'est dire non” (Pensar es decir que no), que aprovechará el joven Jacques Derrida para dar un ciclo de cuatro conferencias en la Sorbona de París durante el curso escolar 1960-1961, que se han publicado póstumamente en 2022, y que más de cincuenta años después guardan plena vigencia en una época como la actual en la que es sumamente difícil separar lo que es pensamiento propiamente dicho de creencia.

Estatua de Émile-Auguste Chartier, llamado Alain

    La negación es para Alain y para Derrida el rasgo del pensamiento auténtico. ¿A qué o a quién se dirige esa negación? En principio a todos los dogmas tanto religiosos como políticos o morales, a todas las opiniones, a los prejuicios, a las ideas recibidas en general y a las creencias en particular. Pensar es hacer tabla rasa, una auténtica poda que hará que florezca el frondoso árbol del pensamiento gracias a la duda que es, como dice en otro lugar Alain, la sal de la tierra.

    Pero, ya que estamos haciendo una pequeña investigación etimológica, veamos cuál es el origen de nuestro término “pensar”. Procede del latín pensare (que es un frecuentativo de pendere 'dejar pender los platillos de una balanza') y que significaba pesar, como demuestra la evolución vulgar del término, y que nos recuerda la operación de sopesar dos magnitudes en una romana. Del significado de pesar con la misma balanza se pasa sin mucho problema evolucionando de lo concreto a lo abstracto a juzgar con el mismo criterio

      Era el pensum el peso de lana que una esclava debía hilar diariamente. De la tarea concreta de la hilandera pasó a significar en abstracto obligación, deber, función. Y es el origen de nuestros pesos, y pesas, así como de la unidad monetaria que acabaría sirviendo como salario de esa tarea, el peso y la peseta, la antigua moneda española -y metáfora del sexo femenino- antes de que irrumpiera y la devaluara la imposición del euro.

    Aunque estamos relacionando etimológicamente el pensar con el pesar y los pesares, y lo pensado, por lo tanto, con lo pesado y la pesadez, pensar no puede ser más que todo lo contrario: desembarazarse y aliviarse del peso y del lastre de las ideas y las creencias recibidas.

martes, 12 de julio de 2022

Agilipollaos que estamos

    Publicaba el otro día El Confidencial a propósito del artista Santiago Sierra,  todo un experto en provocaciones que son celebradas y rápidamente asimiladas y digeridas por el sistema en ARCO, la feria de arte contemporáneo,  una suculenta entrevista bajo el título "Los muertos rubios de Ucrania sirven para vender armas"

     Sierra presenta en esta ocasión en la Bienal de Arte de Lanzarote un vídeo grabado en 2002 sobre inmigrantes y refugiados que cavan su propia tumba... Preguntado por su aportación, esto es lo que dice el artista: “El Mediterráneo de este a oeste y de sur a norte hace mucho que es un enorme cementerio. (...) La solidaridad y la ayuda mutua es la civilización, no tengo ninguna duda de ello, por tanto, lo que tenemos ahora es barbarie. Las fronteras son uno de los elementos más potentes a la hora de señalar cuán lejos estamos de la civilización.”

    Veinte años después de filmado el vídeo, el panorma, independientemente de quién regente la Moncloa, no ha cambiado nada en este aspecto. “Los partidos políticos son aquí y en todo el mundo organizaciones criminales en las que trabajan los peores elementos de nuestra sociedad, los más radicalmente antisociales. (...) Son lo que los griegos llamarían kakistocracia, el gobierno de los peores. (...) Estamos bastante jodidos, sí, y nuestros hermanos africanos aún más jodidos y llorando muchas muertes. Bastante mal, y no creo que nadie al mando tenga intención de parar esto. Los matarifes de Melilla fueron felicitados desde lo más alto de la montaña de mierda que es el poder en este triste país. Moncloa es un antro, el peor antro y siempre lo ha sido.” 

 

 Santiago Sierra: 3000 huecos de 180 x 50 x 50 cm. cada uno. Dehesa de Montenmedio, Vejer de la frontera (Cádiz). Julio de 2002.

 
    Cita Santiago Sierra, hablando de cómo los medios tratan de agilipollarnos -volvernos necios y estúpidos, según la docta Academia-, al filósofo Agustín García Calvo, que definía al gilipollas como “el que hace, dice o piensa lo que le mandan desde Arriba, pero convencido de que lo hace, dice y piensa, porque le da la gana, porque le sale de sus ideas y gustos propios”. Otra formulación de aquella consideración de gilipollas es aquel que asume como propio lo que le viene impuesto. 
 
    La etimología de 'gilipollas', por cierto, remonta al vocablo gitano 'gilí', que significa 'tonto, memo, lelo'. "Gilí" está recogido en nuestra literatura en Pérez Galdós y en Valle-Inclán. La Academia no le dio entrada hasta después de 1899. Es voz más jergal que familiar aunque también puede serlo en ciertos ambientes andaluces y madrileños. En otras partes se prununcia "gili" con acentuación llana. 
 
     "Gilipollas" sería, por lo tanto, un derivado de "gilí" y del término malsonante "pollas". Hay una etimología popular y castiza, sin embargo, según leo aquí, que remonta el término a un tal don Gil Imón, un funcionario del siglo XVI, que tenía dos hijas Feliciana y Fabiana que quería casar a toda costa. El problema era que sus dos "pollas", como se denomina coloquialmente a las mujeres jóvenes, eran poco agraciadas físicamente y, aun más, francamente feas. Como siempre aparecía don Gil con sus dos hijas en todas las ocasiones, aunque no viniera a cuento, se juntó su nombre con el apelativo de ellas: Ahí está don Gil y... pollas: Gilipollas. Como dicen los italianos en estos casos: se non è vero, è ben trovato.


    Preguntado por Melilla y por el conflicto de Ucrania, comenta Santiago cómo hay una vara de medir distinta, el famoso doble rasero, para los ucranianos y los subsaharianos: Si me agarro un coche y voy a la frontera ucraniana a cargarlo de gente que huye de la guerra de Ucrania y la traigo a Madrid haría una buena acción. Si fuera a Melilla para cargar mi automóvil de gente que huye de la guerra de Sudán sería también una buena acción, pero la sociedad brutalmente racista en la que vivimos trataría este último caso como delincuencia y tráfico de personas, y no sé cuantas canalladas más se dirían para acallar el reparto de injusticia rutinario del estado. Al que viniese de Ucrania con refugiados sale en la tele y le ponen un monumento en su pueblo y no solo es racismo, es ante todo la gilipollez(*) impuesta por los medios de formación de masas empeñados en una campaña publicitaria con muertos reales rubios para promocionar en Europa la venta de armas del complejo militar industrial
 
(*) Gilipollez, según la Academia, es el dicho o hecho propios de un gilipollas, y es término malsonante. Soplapollas también está recogido por la Academia con el significado de 'persona tonta o estúpida', pero no recoge el término equivalente y paralelo de 'soplapollez'.

lunes, 27 de junio de 2022

Una etimología curiosa: pagar.

    El verbo pagar deriva etimológicamente del latín pacare, que significaba «apaciguar, pacificar tras haber vencido, someter», relacionado como está con el sustantivo pax pacis paz, y también «domar, vencer, someter...» como en el clásico ejemplo de César: cum (…) Caesar pacatam Galliam existimaret cuando César consideraba la Galia pacificada, es decir, sometida a la pax romana, y por lo tanto vencida y derrotada.

    En las lenguas romances pacare ha evolucionado fonéticamente a pagare en italiano, pagar en castellano, gallego-portugués y catalán, payer en francés, y del francés ha pasado al inglés (to) pay.

    Sin embargo apenas quedan restos de su significado clásico en estas lenguas, en las que se ha operado un desplazamiento semántico, ya que presentan desde el principio el sentido de «contentar», de donde se pasa a «satisfacer al acreedor», usos ambos entre nosotros ya documentados en el poema de Mío Cid, desembocando finalmente en el actual de «pagar una cantidad de dinero». 

 

    Un compuesto castellano de pagar y derivado por lo tanto indirectamente de pacare es apagar, que recoge el sentido antiguo de «satisfacer, apaciguar», y que modernamente significa «aplacar, extinguir», y que puede aplicarse por lo tanto a la sed, el hambre o el rencor, pero también al fuego y a la luz.

    En latín 'pagar' con el significado que le damos actualmente de 'satisfacer una deuda económica o moral' no se decía pacare, sino soluere, de donde derivam nuestro resolver y nuestro solvente, 'libre de deudas o capaz de satisfacer las que tiene, y por lo tanto persona digna de crédito'. Pagar una deuda, por ejemplo, se decía aes alienum soluere o argentum creditum soluere. También podía emplearse el verbo numerare, aludiendo al fenómeno de conversión de las cosas en números o ideas de sí mismas gracias al dinero, por ejemplo en la expresión stipendium militibus numerare, pagar el sueldo o soldada a los militares.

    En las lenguas romances el sentido original latino de pacare sufrió un desplazamiento semántico hasta dar en ‘satisfacer al acreedor’, ‘pagar’ y a partir de ahí desarrolló las acepciones de ‘cumplir una pena o castigo’ y ‘sufrir las consecuencias de una equivocación’ y, por comparación de la transacción comercial a la esfera personal y moral, la expresión: «Me las pagarás», «El que la hace la paga» o «Vas a pagármelas todas juntas» refiriéndose a las deudas personales u ofensas morales.

    Cuando se dice, asimismo, «pagar justos por pecadores», se da a entender que son los pecadores los que deben pagar por sus pecados, aunque en realidad, es decir, en el mundo al revés, sean los justos, es decir, los que no han cometido pecado alguno, los que acaban pagando por los pecadores.

    En este punto se nos plantea una cuestión:  ¿Son antes las deudas morales o las económicas? O ¿es la deuda económica la primaria, una vez que existe el dinero y no sólo existe sino que hace que existan las cosas y las personas, que también somos a nuestro modo cosas para el dinero, que así nos desprecia y cosifica, y hace que para que podamos disponer de ellas tengamos que pagar por ellas?

    El dicho que reza «Amor con amor se paga, y lo demás con dinero» es un refrán popular que da a entender que el amor es la única cosa que no se paga con dinero, a diferencia del sexo, por ejemplo, que se comercializa en la prostitución. Establece este dicho el principio de reciprocidad en el amor como única “moneda” de cambio digna. Pero ¿por qué para hablar de amor correspondido recurrimos a la metáfora dineraria de la moneda?

domingo, 30 de enero de 2022

El simbolismo de la urna

    La palabra urna, que es latina urna –ae, está presente en la mayoría de las lengua europeas y no sólo en las romances derivadas de la del Lacio (francés urne; italiano, portugués, catalán, gallego, castellano urna; rumano urnă), sino también en inglés urn, alemán Urne, o ruso, en alfabeto cirílico,  урна, pronunciada igual que en español.


 

    La voz está documentada por escrito en nuestra lengua desde el siglo XVI. La raíz latina sería *urc-na, presente también en urceus y orca. Suele relacionarse con el griego ὕρχη (hýrchee, que era propiamente un recipiente de tierra para la salazón del pescado).  La urna era una vasija o un cubo para sacar agua de un pozo, que servía además como medida de capacidad, y estaba dotada de unas pequeñas asas (ansulae) para cargarla según la costumbre a hombros o sobre la cabeza.

    El urceus, por su parte,  era un botijo o una jarra generalmente de barro con un asa (ansa) que se empleaba para diversos usos aunque principalmente para servir el agua. De esta palabra nos viene orzo, ya en desuso en castellano, y orza, que sigue empleándose y es según la Real Academia una “vasija vidriada de barro, alta y sin asas, que sirve por lo común para guardar conservas”. 


 


    Derivado de urceus encontramos en Petronio el curioso adverbio urceatim “a cántaros” en una no menos curiosa expresión en el Satiricón 44, 18: Iouem aquam exorabant, itaque statim urceatim pluebat: Rogaban el agua a Júpiter y al punto llovía a cántaros. Hay pues equivalencia entre nuestra expresión “llover a cántaros” o jarrear y el “urceatim pluere” petroniano, cosa que no siempre sucede entre las lenguas, donde no suelen corresponderse estas expresiones o modi di dire. Los ingleses, por ejemplo, dicen cuando llueve intensamente: it is raining dogs and cats, que significa literalmente “llueven perros y gatos”, pero que,  entrando dentro de la categoría de frases y expresiones hechas, no debe traducirse nunca al pie de la letra sino que hay que buscar en la lengua a la que va a trasladarse una expresión equivalente, como esta nuestra de llueve "a cántaros" u otra por el estilo.

    Pero la urna también servía para depositar votos o para echar suertes y averiguar así el destino. Y no nos olvidemos de la urna cineraria, que es la que guarda las cenizas de los cadáveres previamente incinerados. La urna, sea electoral o funeraria, es un receptáculo que recoge las últimas voluntades del elector o las cenizas del difunto, por lo que conlleva ante todo un innegable simbolismo fúnebre y mortuorio. En ella yacen los sueños, las esperanzas y los deseos de nuestra vida, las cenizas, como si dijéramos, del niño muerto que hemos sido y las de todos los cadáveres de nuestros antepasados. La urna también nos recuerda a la hucha infantil, la alcancía donde se atesoraban los ahorros, ese dinero que se destina a adquirir en el futuro algo que se desea ahora, para lo que será preciso romperla para extraer las monedas atesoradas.

    La urna dentro del campo del simbolismo occidental es según J. E. Cirlot en su Diccionario de símbolos (Ediciones siruela, Madrid, 1998) un “símbolo de contención que, como todos los de este tipo, corresponde al mundo de objetos femenino. La urna de oro o plata, asociada a un lirio blanco, es el emblema favorito de la Virgen en la iconografía religiosa”.

    Desde un punto de vista machista, la urna electoral con su ranura es un símbolo sexual que representa la vulva femenina, donde los votos que se introducen en su útero serían símbolos fálicos.  

¿Dónde van los votos de las elecciones a ir tras el escrutinio?

    Hace unos años, precisamente,  sacaron un anuncio televisivo para las elecciones al parlamento catalán del 2003,  que presenta esta imaginería sexual y que no tiene desperdicio. Animaba a los jóvenes a votar porque, decían, era un placer similar al sexual que tenían la suerte de poder disfrutar una vez alcanzada la mayoría de edad: Votar és un plaer que tenim la sort de gaudir. El spot no tiene desperdicio: una chica, recién cumplida la mayoría accede por primera vez a las urnas... Es curioso que sea una chica y no un chico, lo que parece un guiño feminista dentro de una simbología claramente machista. Visiblemente nerviosa, llega al colegio electoral, coge una papeleta (da igual para el caso de qué partido político era), la mete en el sobre, se desmelena, se identifica presentando el DNI,  la introduce en la urna, metiendo y sacando varias veces su voto hasta depositarlo definitivamente en su interior,  y, acto seguido, acabado el meteysaca, experimenta un orgasmo poco discreto y más bien escandaloso ante el estupor de la mesa electoral, que no da crédito a lo que ven sus ojos. 
 
  
  Se vendían así las elecciones democráticas, o el derecho a decidir, como dicen ahora, como si uno supiera verdaderamente lo que quiere y lo que decide. Y se vendían como una metáfora del orgasmo, cuando este suele ser por otra parte bastante ajeno a nuestra voluntad, animando a los jóvenes a votar per ser lliures, como si la libertad consistiera en elegir una u otra papeleta llena de nombres propios, participando en la orgía democrática de los comicios.  En ningún caso representa la urna electoral la voluntad popular, porque la voluntad del pueblo no es delegable y no consiste en elegir a un individuo para que gobierne en nombre de los demás arrogándose su representación, sino que por el contrario, desea que nadie represente a nadie, que nadie sea más que nadie, y, en definitivia, que no gobierne nadie.

domingo, 23 de enero de 2022

Gasajémonos de hucia

    He aquí un villancico, en el primitivo sentido de la palabra, de Juan del Encina (1469-1529) que me he permitido “traducir” y poner en castellano actual, dado que contiene algunas palabras que han caído ya en desuso como gasajarse, gasajoso y gasajo, huzia ó hucia, descruciar, cordojo, aburrir (con el sentido de aborrecer) y pensoso.

    Las tres primeras las conservamos con a-: agasajarse, agasajoso, agasajo; proceden del germánico gasalho, compañero, que en alemán moderno da origen a  gesellen y Gesellschaft, 'acompañar' y 'sociedad', respectivamente; descruciar viene del latín ex-cruciare “atormentar con el suplicio de la cruz”, al que se le ha antepuesto el prefijo privativo de(s)-, por lo que pasa a significar todo lo contrario: "liberarse de los tormentos"; cordojo es un compuesto de cor dolio, es decir, dolor del corazón, y pensoso viene de pensum "peso de la lana que la mujer tenía que hilar en un día", de donde pasa a tener un significado más general de "tarea, trabajo, obligación".

    Y sobre hucia, hay que decir que procede de fiducia, que en latín significaba ‘confianza’. Por la vía culta la adoptó el castellano sin modificaciones y así fiducia figura todavía en el vigente DRAE, aunque con la apostilla de “anticuada”; más vivo, sin embargo, está hoy su adjetivo derivado fiduciario, término  relacionado con los mundos del derecho y las finanzas. Por la vía vernácula normal, fiducia experimentó sucesivas alteraciones fiducia> fiuzia> fuzia> hucia, hasta llegar al término que utiliza Juan del Encina y que todavía recogía el  Diccionario del ’92 definiéndolo como ‘fianza, aval, confianza’, si bien tildándolo de “anticuado”.

    Cuando el español forma verbos a partir de sustantivos, suele aumentar la raíz de éstos con una a- inicial; así se obtiene de crédito,  acreditar. Siguiendo este procedimiento, de hucia se creó ahuciar, con la hache intercalada, que significa  "esperanzar o dar confianza, y también crédito". Confío en que se vea bien aquí la relación existente entre la fianza (económica) y la vieja fe religiosa "que mueve montañas", de ahí que ahuciar no sólo signifique tener confianza en una persona, sino también darle crédito, en el sentido económico del término.  Para expresar lo contrario sólo hay que anteponer el prefijo privativo des- y ya tenemos des-ahuciar, a imagen y semejanza de des-acreditar, por ejemplo.

    Esa es la relación que podemos establecer entre la hucia de Juan del Encina y los modernos desahucios, que no dejan de ser desconfianzas o desacreditaciones que hacen que el dueño, que suele ser una entidad bancaria,  despida al arrendatario, poniéndolo "de patitas en la calle". (Hemos explicado, de paso, el origen de la hache intercalada; hay que tener en cuenta que la grafía *deshaucio (a imagen de deshacer, por ejemplo) es incorrecta, por lo que llevamos visto, ya que es engañosa).   



    En cuanto al contenido del villancico de don Juan del Encina, presenta el tema del carpe diem horaciano, tras el que late el espíritu epicúreo y hedonista de disfrutar de los placeres de la vida porque los problemas vienen ellos solos sin que vayamos a buscarlos: ¡Busquemos siempre el placer, / que el pesar / viene sin irlo a buscar!

Gasajémonos de huzia, / qu'el pesar / viénese sin le buscar.                     

Gasajemos esta vida,  /descruziemos del trabajo;   / quien pudiere haver gasajo, / del cordojo se despida. / ¡Dele, dele despedida, / qu'el pesar / viénese sin le buscar!                             

Busquemos los gasajados, / despidamos los enojos; / los que se dan a cordojos / muy presto son debrocados. / ¡Descuidemos los cuidados,  / qu'el pesar / viénese sin le buscar!                              

De los enojos huyamos  / con todos nuestros poderes;  / andemos tras los plazeres,   / los pesares aburramos.  / ¡Tras los plazeres corramos, /   qu'el pesar  /   viénese sin le buscar!                               

Hagamos siempre por ser   / alegres y gasajosos; / cuidados tristes, pensosos, / huyamos de los tener. / ¡Busquemos siempre el plazer,  / qu'el pesar  / viénese sin le buscar! 
  
 

                           Disfrutemos bien a gusto (con confianza, sin remilgos) / que el pesar  /   viene sin irlo a buscar.

                           Disfrutemos de esta vida, /  evitemos su trabajo; / el que tenga un agasajo / de congoja se despida. / ¡Déle, déle despedida, / que el pesar / Viene sin irlo a buscar! 

                  Busquemos el agasajo, / despidamos los enojos; /        los que se dan a congojos / pronto se vienen abajo. / ¡Descuidemos los cuidados, / que el pesar / viene sin irlo a buscar!

                         De los problemas huyamos / con todos nuestros poderes; / andemos tras los placeres, / pesares aborrezcamos. /      ¡Tras los placeres corramos, / que el pesar / viene sin irlo a buscar!  

                         Hagamos siempre por ser  / alegres y cariñosos; / cuidados tristes, penosos, / evitemos padecer. / ¡Busquemos siempre el placer, / que el pesar / viene sir irlo a buscar!


    El grupo estonio Hortus Musicus canta el villancico epicúreo de Juan del Encina a partir del minuto 30,20 del video. Pero el álbum todo no tiene desperdicio: se trata de música renacentista donde se celebra el re-nacimiento del mundo clásico pagano; la Edad Media ha quedado atrás con sus luces y sus sombras. No fuera malo, como suele decirse. Ya nos advirtió Umberto Eco años atrás, en 1972, de la irrupción de una Nueva Edad Media estableciendo paralelismos entre el viejo medievo y la edad contemporánea: héla aquí llegada, habitando entre nosotros. 


sábado, 15 de enero de 2022

De tertulias y tertulianos

    No está muy claro el origen de la palabra tertulia, si fue antes la tertulia o lo fueron los tertulianos. Lo que sí parece claro es que sería el nombre propio de Tertuliano, el Padre de la Iglesia que vivió a caballo entre el siglo II y III de nuestra era, el que,  sin querer, presta su nombre propio a los nombres comunes  tertulia, contertulio y tertuliano, que aparecieron en el siglo XVII y enriquecieron el idioma de Cervantes, y que ahora acaparan los platós televisivos y las emisoras de radio sustituyendo a los antiguos intelectuales. Resulta curioso que la palabra sólo exista en castellano, donde parece que se originó, extendiéndose posteriormente a gallego, catalán y portugués, que la tomaron prestada.

    En castellano tertulia era el nombre de una parte del teatro, concretamente la parte alta del corral de comedias, y tertulianos serían los que se acomodaban en dichos palcos. En el corral de comedias de Almagro, por ejemplo, corresponde al desván, a los aposentos más altos, debajo del tejado, reservados casi siempre a eclesiásticos y críticos literarios alejados del pueblo, por encima de él como correspondía a su elevada condición sociocultural. El público general estaba en el patio casi siempre de pie.

    En las tertulias discutían los clérigos sobre la moralidad de la obra representada y los críticos literarios sobre las infracciones a las reglas de las poéticas renacentistas al uso, por lo que parece que entre el variopinto público que acudía a las representaciones teatrales de Lope de Vega o de Calderón del siglo XVII, además del pueblo llano, los tertulianos, situados cómodamente en la parte superior, serían los entendidos, los modernos 'expertos'. De aquí vendría que, andando el tiempo, se denominaran tertulias a los cenáculos más o menos eruditos que se organizaban en salones privados, casinos o cafés, fuera ya de teatros y corrales de comedias populares.

 Tertuliano, representación del siglo XVI

    Para san Jerónimo, Tertuliano era la “biblioteca (o la cultura, si se prefiere) universal de su siglo” (cunta saeculi disciplina). Tanto las ciencias, como la gramática, la retórica, la lógica, la medicina, la ética, la historia, la filosofía, la jurisprudencia, la teología encontraban sostén en la figura de este padre de la Iglesia.

    Según la inevitable Güiquipedia, el rey Felipe II en su lucha contra el protestantismo y la herejía sintió auténtica devoción por las obras del autor cristiano Quinto Septimio Tertuliano, considerado como terrible martillo de herejes y acérrimo defensor del cristianismo, por lo que cortesanos y académicos discutirían con el rey sobre sus textos y, supongo yo, sobre la Trinidad, una de las principales aportaciones del Padre de la Iglesia a la dogmática cristiana; de ahí que tertulia sería sinónimo también de discusión.

    Lo más curioso de todo es que al final de su vida, el propio Tertuliano, según Antonio Piñero, gran conocedor de la historia del cristianismo, “abandonó la Iglesia católica y se pasó a la secta montanista, que no tenía en su época jerarquía, sino que era gobernada por el Espíritu; una secta que era asamblearia, y ante todo pobre, en extremo ascética, y tendiente a aproximarse en lo posible al mensaje primitivo de Jesús”. 
 
    Pero a esas alturas Tertuliano había influido decisivamente ya en la Iglesia impregnándola de juridicismo y de términos procedentes del derecho como “ley, norma, decreto prescripción, cumplimiento o incumplimiento, disciplina, mérito, formalidad, condena, pena, regla, así como orden, canon, jurisdicción, constitución, tribunal y un larguísimo etcétera”. Esta influencia explicaría que para la Iglesia hayan primado más los argumentos jurídicos que los filosóficos a la hora de abordar los grandes problemas del ser humano.

    Al prestigio del nombre de Tertuliano debió de contribuir también, como señala Corominas, la reinterpretación, etimológicamente falsa, de su nombre propio como derivado de un supuesto adjetivo latino *tertullius –a -um que nunca existió en latín, pero que algunos se empeñaron en darle carta de naturaleza y darle incluso una traducción a todas luces falsa, como veremos enseguida. El error vendría de un texto de De la ciudad de Dios, donde Agustín de Hipona, san Agustín, refiriéndose a su admirado Marco Tulio Cicerón, lo definía como “philosophaster Tullius”, sin que la palabra “philosophaster” tuviera todavía el matiz despectivo que adquiriría después su derivado filosofastro: la expresión significaría “el aficionado a la filosofía Tulio”.


    Pero los editores, más que los lectores, de san Agustín, no comprendiendo como podía referirse el santo a su reverenciado, aunque pagano, Cicerón, como “filosofastro”, con la carga de injuria poco piadosa y despectiva que adquirieron pronto los sustantivos acabados en –astro como medicastro, musicastro, poetastro, politicastro cuando se aplicaban a una profesión, corrigieron el texto del manuscrito sustituyendo la expresión original “philosophaster Tullius” por “philosophus tertullius”, como aparecía ya en algunos códices por error, y traduciéndola por “filósofo grande, bueno, excelso”, lo que no está acreditado ni documentado en latín en absoluto. Buscándole una etimología a este singular adjetivo se les ocurría a algunos que podría ser: ter–Tullius, es decir 'tres veces Tulio', o, lo que es lo mismo, 'tres-veces-Cicerón'. Un philosophus tertullius sería, por lo tanto, un reconocido o muy reputado o bien considerado filósofo. De ahí que si le añadiéramos el sufijo -anus, obtendríamos Ter-tulli-anus, el nombre propio del revernedo Padre de la Iglesia que acabó abdicando de ella, como queda apuntado. 
 
    De ahí nos ha venido, ni más ni menos, la plaga inmunda de tertulianos que padecemos ahora, también llamados expertos e incluso periodistas científicos, por no hablar de los sedicentes fact-checkers o verificadores de hechos dedicados a la ingente tarea de demostrar que la realidad, falsa como es cuando pretende ser verdad, es sin embargo verdadera, todos con grandes conflictos de intereses, es decir, a sueldo de los medios de formación de masas que preteden entretener al público con sus monsergas mientras le llega la hora de la muerte, y que acaparan impunemente los platós de televisión y las emisoras de radio, y se dedican a propagar sus opiniones personales, a ver quién lanza más gordas sus auténticas flatulencias hediondas, a troche y moche.
 
    No hace falta dar nombres propios. Están en la mente de todos esos opinadores profesionales que tienen sus opiniones, y que al expresarlas sin ninguna contención demuestran que lo que les falta es el sentido de la razón común. A todos ellos habría que recordarles aquellas palabras de uno de los Proverbios y Cantares de don Antonio Machado: ¿Tu verdad? No, la verdad; /  y ven conmgio a buscarla; /  la tuya, guárdatela. 

domingo, 9 de enero de 2022

Mentirosas mentes

 Escribíamos en Algo in mente,  a propósito de la etimología de “mente”,  que el derivado más chocante a primera vista era el verbo mentir, que ya existía en latín MENTIRI, y que en principio significaba inventar, imaginar, derivando después a su significado actual y más conocido de no decir la verdad y, por lo tanto, engañar.



    Sobre esta curiosa relación escribía Juan Manuel de Prada en XLSemanal (núm. 1577 de 14 de enero de 2018) un artículo muy acertado titulado Mentes mentirosas, aliteración que revela el parentesco etimológico, en el que hace una interesantísima reflexión sobre la relación entre la “mente” y la “mentira”. 

 Juan Manuel de Prada
 
Dice así: “La etimología de las palabras esconde sabidurías muy hondas y provechosas. A nadie se le ocurriría pensar que “mente” y “mentira” comparten la misma etimología, pues nuestra orgullosa condición nos induce a creer que nuestra mente es más bien una incesante fábrica de verdades. Pero el genio del lenguaje nos enseña exactamente lo contrario: nos advierte (de) que lo natural de una mente es urdir mentiras, que lo propiamente mental es la mentira, que quienes se fían de lo que su propia mente les dicta estarán siempre engañados; o, todavía peor, que son embusteros redomados”. Y añade más adelante, con una expresión que el autor repite como si se tratara de un mantra: “Los fatuos hijos de Descartes (sic) urden con su mentirosa mente cualquier desvarío y piensan orgullosamente que se han hecho una idea clara y cierta de las cosas. Cuando lo cierto es que tener una “idea clara y cierta” de las cosas suele ser el primer y más delator indicio del error (negrita mía); pues sólo los imbéciles tienen ideas claras y ciertas de las cosas complejas”.

viernes, 26 de febrero de 2021

"Perdónanos nuestras deudas"

Todavía recuerdo que cuando aprendí el Padre nuestro de memoria, hace ya la friolera de algo más de cincuenta años,  decía hacia el final de la oración: "Perdónanos nuestras deudas así como nosotros perdonamos a nuestros deudores". Mi sopresa ha sido grande al comprobar que ya no se reza así. La letanía que se cacarea machachonamente ahora, según he oído en misa,  es: "Perdónanos nuestras ofensas así como nosotros perdonamos a los que nos ofenden". Ante este cambio significativo, me pregunto yo ¿qué dicen las divinas palabras del Maestro recogidas en las sagradas escrituras? Vayamos al texto en su versión original, que es lo que hay que hacer en estos casos, y así encontramos en el evangelio de Mateo capítulo 6, versículo 12 lo siguiente, escrito en griego, por cierto:

¿A qué se debe esta doble traducción, en primer lugar "deudas", que era la que yo recordaba,  y ahora "ofensas"? Se debe al parecer a que en griego la misma palabra ὀφειλήματα (opheilémata), que figura en el texto de Mateo,  (su forma abreviada y alternativa ὀφειλή (opheilé) sigue existiendo en griego moderno) significa ambas cosas y se puede entender de ambas maneras.

Resulta curioso que algo parecido pase en alemán. La misma palabra Schuld significa, en singular, "culpa", y Schulden en plural "deudas", con lo que en la lengua de Goethe se da a entender que quien tiene deudas es culpable, tiene la culpa, y por lo tanto tiene que pagarlas irremediablemente, lo que hace difícil, si no imposible,  el perdón, la Entschuldigung.

   

Pero esto que pasa en griego y en alemán, no sucedía en latín (y por ende en las lenguas derivadas, incluido en este caso el inglés), donde "culpa" -en el sentido de ofensa o falta- y "deuda" son dos palabras completamente distintas, por lo que había que elegir, a la hora de traducir con una sola palabra entre una u otra opción. 
 
En la primera versión que se hizo al latín de la Biblia,  la Vulgata, se optó por la palabra "débita", y de ahí vienen nuestras "deudas" y el Padre nuestro que yo recordaba, pero en la oración  que se reza en la actualidad en las iglesias españolas se ha preferido el otro significado de la palabra: no se perdonan las deudas -¡con el dinero no se juega!- sino las ofensas.  Algo muy significativo y que, en todo caso, puede explicar la política económica europea, dirigida por Alemania, en su relación con la deuda extranjera.

En latín, pues, hay dos palabras culpa y débitum para lo que en griego y en alemán sólo una. La palabra "culpa" se conserva tal cual en español, con la misma forma y significado. Cuando la misa se celebraba como Dios manda, o sea, en latín precisamente,  se entonaba aquello de "Mea culpa, mea maxima culpa...". Yo no llegué a oírlo así nunca porque, cuando yo era pequeño, la eucaristía ya no se celebraba en latín y con el sacerdote vuelto de espaldas a la congregación de los fieles, sino en román paladino. En su lugar se decía, golpeándose los feligreses el pecho: Por mi culpa, por mi grandísima culpa... Del verbo "culpare", que quería decir en principio reprochar una falta, y depués acusar,  inculpar, echar la culpa, tenemos en castellano los compuestos: in-culpar, dis-culpar y ex-culpar

La palabra débitum deuda nos lleva mucho más lejos. Si examinamos nuestros verbos "haber" y "deber" tan gratos a los economistas vemos enseguida que hay una estrecha relación entre ellos. Ambos proceden del latín habere y debere respectivamente. Hasta aquí nada de particular. Lo curioso es que debere es un compuesto del primero con el prefijo de delante. En efecto debere es etimológticamente *de-habere, lo que en términos de significado quiere decir que si habere es tener algo, debere es  tener algo que no es propio de uno, sino de otro, ajeno.

Del participio de este verbo, que es débitum viene nuestro cultismo "débito" (debt en la lengua del Imperio) y nuestra palabra patrimonial "deuda".    Débito se contrapone a crédito, como débitor -deudor-  se contraponía en la lengua del Lacio a créditor -acreedor-, lo que en términos económicos modernos significa que el deudor -aquel que tenía algo que no era suyo- había contraído una deuda porque el acreedor le había hecho un préstamo interesado, es decir, con intereses.

 El interés del Capital es que este se multiplique con el paso del  tiempo: i = c . r. t.

Debere se empleó en latín con  infinitivo para indicar la obligación de hacer algo, uso que hemos heredado en español: debeo ire > debo ir > tengo que ir.  En este sentido competía con habere, que sirvió para la creación del futuro en nuestro verbo: habeo ire > he de ir > ir hé > iré.

Volviendo a nuestro Padre nuestro que estás en los cielos...  Si la palabra ὀφειλήματα (opheilémata), como hemos visto, se traduce por "débita" en la Vulgata, ¿no deberíamos mantener, al lado de "ofensas",  la traducción "deudas" en español? ¿Por qué no lo hacemos? ¿No será porque no interesa que se perdonen las deudas en estos tiempos en los que la economía ha desplazado a la política de la faz del mundo y en los que Don Dinero no sólo es el más poderoso de todos los caballeros sino que parece que es, si no lo es de hecho ya, el único dios real y verdadero, aunque algo nos diga por lo bajo que nunca verdadero, por muy real que sea, sino más falso que Judas? ¿No deberíamos, sin embargo, perdonar cristianamente no sólo a los que nos ofenden sino también a nuestros deudores? ¿No es eso lo que Dios manda o nos mandaba?
 
Os propongo escuchar el Pater noster en latín. En primer lugar con la pronunciación eclesiástica, que es la italiana y no la latina, en este vídeo, donde se canta y acompaña de partitura gregoriana:


Y ahora me gustaría que escucháseis cómo suena con la pronunciación clásica restituida, que no se corresponde con ninguna de las pronunciaciones nacionales de las lenguas derivadas, y a la vez cómo suena ahora en cada una de esas lenguas romances: portugués, gallego, castellano, catalán, francés, italiano y rumano. (Por cierto, al llegar al "perdónanos nuestras deudas", la versión gallega es la única que presenta la nueva traducción "ofensas", preceptiva desde 1988, mientras que las demás lenguas siguen fieles en el audio a las viejas y originarias "deudas", más respetuosas con la Vulgata, esas que nadie, ni siquiera Dios según la conferencia espiscopal, está dispuesto ya a perdonar cristianamente hoy día).