La palabra urna, que es latina urna –ae, está
presente en la mayoría de las lengua europeas y no sólo en las romances
derivadas de la del Lacio (francés urne; italiano, portugués, catalán,
gallego, castellano urna; rumano urnă), sino también en inglés urn, alemán Urne, o ruso, en
alfabeto cirílico, урна, pronunciada igual que en español.
La voz está documentada por escrito en nuestra lengua
desde el siglo XVI. La raíz latina sería *urc-na, presente también en urceus
y orca. Suele relacionarse con el griego ὕρχη (hýrchee, que era
propiamente un recipiente de tierra para la salazón del pescado). La urna era una vasija o un cubo para sacar
agua de un pozo, que servía además como medida de capacidad, y estaba dotada de unas
pequeñas asas (ansulae) para cargarla según la costumbre a hombros o
sobre la cabeza.
El urceus, por su parte, era
un botijo o una jarra generalmente de barro con un asa (ansa) que se empleaba
para diversos usos aunque principalmente para servir el agua. De esta palabra
nos viene orzo, ya en desuso en castellano, y orza, que sigue empleándose y es
según la Real Academia una “vasija vidriada de barro, alta y sin asas, que
sirve por lo común para guardar conservas”.
Derivado de urceus encontramos en Petronio el curioso
adverbio urceatim “a cántaros” en una no menos curiosa expresión en el Satiricón
44, 18: Iouem aquam exorabant, itaque statim urceatim pluebat: Rogaban el
agua a Júpiter y al punto llovía a cántaros. Hay pues equivalencia entre
nuestra expresión “llover a cántaros” o “jarrear” y el “urceatim pluere” petroniano, cosa
que no siempre sucede entre las lenguas, donde no suelen corresponderse estas
expresiones o modi di dire. Los ingleses, por ejemplo, dicen cuando llueve intensamente: it
is raining dogs and cats, que significa literalmente “llueven perros y
gatos”, pero que, entrando
dentro de la categoría de frases y expresiones hechas, no debe traducirse nunca
al pie de la letra sino que hay que buscar en la lengua a la que va a
trasladarse una expresión equivalente, como esta nuestra de llueve "a cántaros" u otra por el estilo.
Pero la urna también servía para
depositar votos o
para echar suertes y averiguar así el destino. Y no nos olvidemos de la
urna
cineraria, que es la que guarda las cenizas de los cadáveres previamente
incinerados. La urna, sea electoral o funeraria, es un receptáculo que
recoge
las últimas voluntades del elector o las cenizas del difunto, por lo que
conlleva
ante todo un innegable simbolismo fúnebre y mortuorio. En ella yacen los
sueños, las
esperanzas y los deseos de nuestra vida, las cenizas, como si dijéramos,
del
niño muerto que hemos sido y las de todos los cadáveres de nuestros
antepasados. La urna también nos recuerda a
la hucha infantil, la alcancía donde se atesoraban los ahorros, ese
dinero que
se destina a adquirir en el futuro algo que se desea ahora, para lo que
será preciso romperla para extraer las monedas atesoradas.
La urna dentro del campo del simbolismo occidental es
según J. E. Cirlot en su Diccionario de símbolos (Ediciones siruela, Madrid, 1998) un “símbolo de
contención que, como todos los de este tipo, corresponde al mundo de objetos
femenino. La urna de oro o plata, asociada a un lirio blanco, es el emblema
favorito de la Virgen en la iconografía religiosa”.
Desde un punto de vista machista, la urna electoral con su ranura es un símbolo sexual que representa la vulva femenina, donde los votos que se introducen en su útero serían símbolos fálicos.
¿Dónde van los votos de las elecciones a ir tras el escrutinio?
Hace unos años, precisamente, sacaron un anuncio televisivo para las elecciones al parlamento catalán del 2003, que presenta esta imaginería sexual y que no tiene desperdicio. Animaba a los jóvenes a votar porque, decían, era un placer similar al sexual que tenían la suerte de poder disfrutar una vez alcanzada la mayoría de edad: Votar és un plaer que tenim la sort de gaudir. El spot no tiene desperdicio: una chica, recién cumplida la mayoría accede por primera vez a las urnas... Es curioso que sea una chica y no un chico, lo que parece un guiño feminista dentro de una simbología claramente machista. Visiblemente nerviosa, llega al colegio electoral, coge una papeleta (da igual para el caso de qué partido político era), la mete en el sobre, se desmelena, se identifica presentando el DNI, la introduce en la urna, metiendo y sacando varias veces su voto hasta depositarlo definitivamente en su interior, y, acto seguido, acabado el meteysaca, experimenta un orgasmo poco discreto y más bien escandaloso ante el estupor de la mesa electoral, que no da crédito a lo que ven sus ojos.
Se vendían así las elecciones democráticas, o el derecho
a decidir, como dicen ahora, como si uno supiera verdaderamente lo que quiere y
lo que decide. Y se vendían como una metáfora del orgasmo, cuando este suele
ser por otra parte bastante ajeno a nuestra voluntad, animando a los jóvenes a votar per ser
lliures, como si la libertad consistiera en elegir una u otra papeleta llena
de nombres propios, participando en la orgía democrática de los comicios. En
ningún caso representa la urna electoral la voluntad popular, porque la
voluntad del pueblo no es delegable y no consiste en elegir a un
individuo para que gobierne en nombre de los demás arrogándose su
representación, sino que
por el contrario, desea que nadie represente a nadie, que nadie sea más
que nadie, y, en definitivia, que no gobierne nadie.