No está muy claro el
origen de la palabra tertulia, si fue antes la tertulia o lo fueron
los tertulianos. Lo que sí parece claro es que sería el nombre
propio de Tertuliano, el Padre de la Iglesia que vivió a caballo
entre el siglo II y III de nuestra era, el que, sin querer, presta su nombre propio a los nombres comunes tertulia, contertulio y
tertuliano, que aparecieron en el siglo XVII y enriquecieron el idioma
de Cervantes, y que ahora acaparan los platós televisivos y las emisoras de radio sustituyendo a los antiguos intelectuales. Resulta curioso que la palabra sólo exista en
castellano, donde parece que se originó, extendiéndose posteriormente a gallego,
catalán y portugués, que la tomaron prestada.
En castellano tertulia
era el nombre de una parte del teatro, concretamente la parte alta
del corral de comedias, y tertulianos serían los que se acomodaban
en dichos palcos. En el corral de comedias de Almagro, por ejemplo,
corresponde al desván, a los aposentos más altos, debajo del
tejado, reservados casi siempre a eclesiásticos y críticos
literarios alejados del pueblo, por encima de él como correspondía
a su elevada condición sociocultural. El público general estaba en el patio
casi siempre de pie.
En las tertulias discutían los clérigos sobre la moralidad de la obra representada y los críticos literarios sobre las infracciones a las reglas de las poéticas renacentistas al uso, por lo que parece que entre el variopinto público que acudía a las representaciones teatrales de Lope de Vega o de Calderón del siglo XVII, además del pueblo llano, los tertulianos, situados cómodamente en la parte superior, serían los entendidos, los modernos 'expertos'. De aquí vendría que, andando el tiempo, se denominaran tertulias a los cenáculos más o menos eruditos que se organizaban en salones privados, casinos o cafés, fuera ya de teatros y corrales de comedias populares.
En las tertulias discutían los clérigos sobre la moralidad de la obra representada y los críticos literarios sobre las infracciones a las reglas de las poéticas renacentistas al uso, por lo que parece que entre el variopinto público que acudía a las representaciones teatrales de Lope de Vega o de Calderón del siglo XVII, además del pueblo llano, los tertulianos, situados cómodamente en la parte superior, serían los entendidos, los modernos 'expertos'. De aquí vendría que, andando el tiempo, se denominaran tertulias a los cenáculos más o menos eruditos que se organizaban en salones privados, casinos o cafés, fuera ya de teatros y corrales de comedias populares.
Tertuliano, representación del siglo XVI
Para san Jerónimo,
Tertuliano era la “biblioteca (o la cultura, si se prefiere) universal de su siglo” (cunta
saeculi disciplina). Tanto las ciencias, como la gramática, la
retórica, la lógica, la medicina, la ética, la historia, la
filosofía, la jurisprudencia, la teología encontraban sostén en la
figura de este padre de la Iglesia.
Según la inevitable
Güiquipedia, el rey Felipe II en su lucha contra el protestantismo y
la herejía sintió auténtica devoción por las obras del autor
cristiano Quinto Septimio Tertuliano, considerado como terrible
martillo de herejes y acérrimo defensor del cristianismo, por lo que
cortesanos y académicos discutirían con el rey sobre sus textos y,
supongo yo, sobre la Trinidad, una de las principales aportaciones
del Padre de la Iglesia a la dogmática cristiana; de ahí que
tertulia sería sinónimo también de discusión.
Lo más curioso de todo es que al final de su vida, el propio Tertuliano, según Antonio Piñero, gran conocedor de la historia del cristianismo, “abandonó la Iglesia católica y se pasó a la secta montanista, que no tenía en su época jerarquía, sino que era gobernada por el Espíritu; una secta que era asamblearia, y ante todo pobre, en extremo ascética, y tendiente a aproximarse en lo posible al mensaje primitivo de Jesús”.
Lo más curioso de todo es que al final de su vida, el propio Tertuliano, según Antonio Piñero, gran conocedor de la historia del cristianismo, “abandonó la Iglesia católica y se pasó a la secta montanista, que no tenía en su época jerarquía, sino que era gobernada por el Espíritu; una secta que era asamblearia, y ante todo pobre, en extremo ascética, y tendiente a aproximarse en lo posible al mensaje primitivo de Jesús”.
Pero a esas alturas Tertuliano había influido decisivamente ya en la
Iglesia impregnándola de juridicismo y de términos procedentes del
derecho como “ley, norma, decreto prescripción, cumplimiento o
incumplimiento, disciplina, mérito, formalidad, condena, pena,
regla, así como orden, canon, jurisdicción, constitución, tribunal
y un larguísimo etcétera”. Esta influencia explicaría que para
la Iglesia hayan primado más los argumentos jurídicos que los
filosóficos a la hora de abordar los grandes problemas del ser
humano.
Al prestigio del nombre
de Tertuliano debió de contribuir también, como señala Corominas,
la reinterpretación, etimológicamente falsa, de su nombre propio
como derivado de un supuesto adjetivo latino *tertullius –a -um que
nunca existió en latín, pero que algunos se empeñaron en darle carta de naturaleza y darle
incluso una traducción a todas luces falsa, como veremos enseguida.
El error vendría de un texto de De la ciudad de Dios, donde Agustín de Hipona, san Agustín, refiriéndose a su admirado
Marco Tulio Cicerón, lo definía como “philosophaster Tullius”, sin que la
palabra “philosophaster” tuviera todavía el matiz despectivo que
adquiriría después su derivado filosofastro: la expresión
significaría “el aficionado a la filosofía Tulio”.
Pero los editores, más que los lectores, de san Agustín, no comprendiendo como podía referirse el santo a su reverenciado, aunque pagano, Cicerón, como “filosofastro”, con la carga de injuria poco piadosa y despectiva que adquirieron pronto los sustantivos acabados en –astro como medicastro, musicastro, poetastro, politicastro cuando se aplicaban a una profesión, corrigieron el texto del manuscrito sustituyendo la expresión original “philosophaster Tullius” por “philosophus tertullius”, como aparecía ya en algunos códices por error, y traduciéndola por “filósofo grande, bueno, excelso”, lo que no está acreditado ni documentado en latín en absoluto. Buscándole una etimología a este singular adjetivo se les ocurría a algunos que podría ser: ter–Tullius, es decir 'tres veces Tulio', o, lo que es lo mismo, 'tres-veces-Cicerón'. Un philosophus tertullius sería, por lo tanto, un reconocido o muy reputado o bien considerado filósofo. De ahí que si le añadiéramos el sufijo -anus, obtendríamos Ter-tulli-anus, el nombre propio del revernedo Padre de la Iglesia que acabó abdicando de ella, como queda apuntado.
Pero los editores, más que los lectores, de san Agustín, no comprendiendo como podía referirse el santo a su reverenciado, aunque pagano, Cicerón, como “filosofastro”, con la carga de injuria poco piadosa y despectiva que adquirieron pronto los sustantivos acabados en –astro como medicastro, musicastro, poetastro, politicastro cuando se aplicaban a una profesión, corrigieron el texto del manuscrito sustituyendo la expresión original “philosophaster Tullius” por “philosophus tertullius”, como aparecía ya en algunos códices por error, y traduciéndola por “filósofo grande, bueno, excelso”, lo que no está acreditado ni documentado en latín en absoluto. Buscándole una etimología a este singular adjetivo se les ocurría a algunos que podría ser: ter–Tullius, es decir 'tres veces Tulio', o, lo que es lo mismo, 'tres-veces-Cicerón'. Un philosophus tertullius sería, por lo tanto, un reconocido o muy reputado o bien considerado filósofo. De ahí que si le añadiéramos el sufijo -anus, obtendríamos Ter-tulli-anus, el nombre propio del revernedo Padre de la Iglesia que acabó abdicando de ella, como queda apuntado.
De
ahí nos ha venido, ni más ni menos, la plaga inmunda de tertulianos que padecemos ahora, también llamados
expertos e incluso periodistas científicos, por no hablar de los
sedicentes fact-checkers o verificadores de hechos dedicados a la ingente tarea de demostrar que la realidad, falsa como es cuando pretende ser verdad, es sin embargo verdadera, todos con grandes
conflictos de intereses, es decir, a sueldo de los medios de
formación de masas que preteden entretener al público con sus monsergas mientras le llega la hora de la muerte, y que acaparan impunemente los platós de
televisión y las emisoras de radio, y se dedican a propagar sus
opiniones personales, a ver quién lanza más gordas sus auténticas flatulencias hediondas, a troche y
moche.
No hace falta dar nombres propios. Están en la mente de todos esos opinadores profesionales que tienen sus opiniones, y que al expresarlas sin ninguna contención demuestran que lo que les falta es el sentido de la razón común. A todos ellos habría que recordarles aquellas palabras de uno de los Proverbios y Cantares de don Antonio Machado: ¿Tu verdad? No, la verdad; / y ven conmgio a buscarla; / la tuya, guárdatela.
Interesante ese origen donde designa la parte alta del corral de comedias, con sus clérigos discutiendo sobre la moralidad de la obra representada, y sus serviciales críticos sobre las infracciones a las reglas al uso, vamos que se corresponde literalmente con el corral actual de esta comedia de la democracia, boba donde las haya y saturada de corifeos, por radios y televisiones, a cual más instruido en el arte de la insistencia en la repetición de la comedia, ejerciendo de intérpretes "plurales" y alguaciles voceras de la moral y obediencia a lo instituido tal como está mandado.
ResponderEliminarBuena comparación la del corral de comedias con la comedia de la democracia y sus corifeos tertulianos.
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