lunes, 3 de enero de 2022

Algunas paradojas (I)

      Héroes monstruosos.- Hay héroes que a fuerza de luchar contra los mostros para liberarnos de su maléfico influjo acaban pareciéndose a los propios endriagos contra los que combatían. Así pues, los legendarios caballeros andantes acaban convirtiéndose en los fabulosos dragones y basiliscos de los romances antiguos de los libros de caballerías contra los que lidiaban, como si se reencarnaran en los mostros que ellos mismos crearon a fin de combatirlos.

    El sonido del silencio.- Podemos oír el sonido estremecedor de un trueno, la melodía de una flauta que suena desgranada en la lejanía como el viento, el latido de nuestro propio corazón, el canto armonioso de un pájaro al amanecer. ¿Es posible, sin embargo, que en medio de tanto ruido como hacen las máquinas y tamaño alboroto como vivimos podamos oír y escuchar siquiera una sola vez las notas musicales del silencio que nos arrebata con el suave susurro de su dulce y casi imperceptible melopea y nos aporta, como diría el poeta Manuel G. Prada, “la anestesia del olvido"? Un sonido preñado de profundo silencio sería la canción inaudita del universo entero. ¿Podemos prestar oído y atención a ese sonido hondo del silencio, ajenos al despertador que nos levanta del lecho a toque de diana todas las madrugadas, y movernos al compás de las tácitas ondas de su sintonía?

Las Aguas del Leteo por las llanuras del Elisio, John Roddan Spencer Stanhope (1880)

    El mal menor.- Elegir entre dos males el mal menor no es, digan lo que digan, un buen negocio. Entre dos males no hay que elegir ninguno: esa es la mejor elección.

    Consumo ergo sum.- Modifiquemos el “Cogito, ergo sum” o “Pienso, luego existo” de Descartes, por un: Consumo, ergo sum: consumo, por lo tanto, me consumo, lo que significa que existo. Soy un consumidor de existencias, de mi propia existencia en primer lugar. Dicho de otro modo: Sufro, luego existo. El dolor te hace sentirte vivo, te hace existir, porque la existencia es sufrimiento puro, auténtico dolor, como un diamante incandescente en estado bruto.

    El otro jueves.- Este mundo no es nada del otro jueves, del jueves inexistente que no forma parte de la semana. Este mundo no es nada, valga la redundancia, del otro mundo, que es el que todos llevamos en nuestros corazones, el que todos llevamos dentro. Llevamos un mundo nuevo dentro de nuestros corazones, como dicen que dijo el anarquista Buenaventura Durruti, un mundo que se rebela contra este.

    Cosas que me encantan. -Me encanta callejear, caminar sin rumbo fijo en una ciudad desconocida, es decir, en mi ciudad, la ciudad que creo conocer y en realidad desconozco, pasear sin ningún objetivo concreto ni prisa, sin plano ni guía turística; es la única forma que conozco de conocer, valga la redundancia, una ciudad desconocida como la que conozco como mía: pateándola, descubriéndola a cada paso.

Detalle de 'Las Aguas del Leteo por las llanuras del Elisio'.

    Puntualidad.- Me encanta no llevar reloj. Y, paradójicamente, me gusta ser puntual. Siempre llego a mis citas antes de tiempo. Prefiero esperar a que me esperen. Odio la dictadura del reloj en la que vivimos en este mundo moderno. Si debo subordinarme a él es por razones laborales; en cuanto puedo me libro de él, me libero del trabajo. De todas formas el peor reloj que hay no es el de pulsera, sino el despertador: ese es el que más odio, el que nos despierta a toque de diana como en el cuartel. Me encanta despertar con el canto de los pájaros y los rayos del sol entrando por la ventana o las rendijas de la puerta, no que me despierte el despertador.

   Sumisión a las autoridades. ¿Cómo es posible que los galenos estén tan sometidos a los mandatos gubernamentales de las llamadas autoridades sanitarias como para perder el más mínimo espíritu crítico y negarse a admitir que estamos asistiendo al fracaso de la vacunación? ¿Quién puede dejar de ver, a no ser que sea un lacayo del gobierno o un mozo de botica a sueldo de los laboratorios farmacéuticos, que una inyección que hay que repetir cada tres meses no es una vacuna sino un producto que estimula el virus, sobre todo cuando ni evita ni el contagio ni la transmisión de la enfermedad?.

     Odio libre.- Más que predicar el amor libre, vamos a propugnar aquí el odio libre hacia todas las instituciones, pero no hacia las personas de carne y hueso, pobrecitas ellas; casi ninguna se merece nuestra aversión, sólo las que tienen mucha personalidad, una personalidad arrebatadora que nos arrolla a los demás avasallándonos. Odio libre, liberación del odio, pues, a muerte a todas las instituciones. Gracias al odio a las instituciones, dejo de ser el que soy, es decir, el sustentador de la institución que más odio, la primera de todas: el último reducto de Dios: yo mismo.


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