jueves, 6 de enero de 2022

Más sentiencias y sentires (y II)

Internet: Cada vez más uno se siente no ya como un pez que nadaba libre, alegre- e irresponsablemente en la mar salada del ciberespacio, sino vigilado, controlado, censurado, como un pescado capturado en la Red, como un insecto atrapado en la enorme maraña reticulada de una telaraña. 
 
 
Conduce con cuidado: Dice la Dirección General de Tráfico a los conductores de automóviles que tengan cuidado con los ciclistas y que no los atropellen, que son una especie vulnerable en vías de extinción. Y es verdad, pero la susodicha DGT debería decir lo mismo de los peatones, a los que habría que defender de los que van en coche como antaño de los que iban a caballo o en carruaje o carroza. Defendamos a los que van a pie, a los peatones, a los peones. No los atropellemos. Pero yo también soy un peatón, y un ciclista, y, ay, un conductor de automóviles, esos ataúdes rodantes, por lo que debería defenderme de mí mismo, mi peor enemigo después de la Dirección General de Tráfico, procurando no atropellar al peatón ni al ciclista que llevo dentro, y dejar de conducir coches fúnebres: todos los automóviles lo son. 
 
¿Qué vendrá después? Eso no es cosa nuestra, después vendrá lo que venga, que ya se verá llegado el momento, si se ve, y,  si no se ve,  es porque es invisible o porque nosotros somos ciegos. Pero ya se verá, después se verá. Es decir, no ahora. Ahora no. 
 
Ganarse la vida: Antes se añadía la coletilla “decentemente”. Ahora ya ni eso, lo que da una idea de la indecencia de los tiempos que corren. Lo que importa es ganarse la vida como sea, a cualquier precio, al precio que sea. De eso se trata, de que la vida tiene un precio. Lo importante es ganarse el sustento. No es que el dinero no compre la felicidad, que no la compra, es que compra la desdicha. Nada de lo que puede comprarse con dinero vale lo que cuesta,  vale la pena. Pues bien, si nos ganamos la vida, como suele decirse, no vivimos la vida que nos ganamos, no disfrutamos de ella, no nos sabe a pan el pan de cada día, las migas, la corteza, que le pedimos al Señor que nos dé hoy, olvidando que no sólo de pan vive el hombre. Ocupados como estamos en el trabajo asalariado de la ganancia, no nos damos cuenta de la pérdida irreparable de vida que supone ese empeño en el que se nos van el tiempo y las energías, y que se  nos va de las manos como si estuvieran agujereadas. 
 
 La incredulidad de Santo Tomás, Caravaggio (1602)
 
Provocaciones varias: hay que meter el dedo en la llaga y removerla, que es donde duele, como el incrédulo del apóstol Tomás, porque dudamos no sólo de la resurrección del Señor, sino también de su propia muerte y de su nacimiento previo a la muerte. 
 
A Nathan Mayer Rothschild, miembro de la dinastía europea de banqueros más poderosa, se le recuerda por una cita que reza: “Dejarme emitir y controlar la creación del dinero de una nación y me dará igual quién haga las leyes (o quién gobierne, diría yo, para incluir, además del poder legislativo al que se refería Rothschild, el ejecutivo y, y ya puestos, el judicial también, apéndice de aquel, y el cuarto poder, que es la prensa, creadora de la opinión pública que lo sustenta todo con su inquebrantable fe en el sistema)”. El dinero es una herramienta con la que los poderes financieros se apropian de todos los recursos naturales y humanos del planeta: todo es susceptible de compraventa. Los bancos crean dinero en forma de deuda que hay que devolverles con intereses. Crean dinero de la nada, sin contar ni siquiera con reservas de oro, nos lo prestan y nos cobran los intereses; encima de putas, como decía despechada la otra, tenemos que poner la cama. No hay derecho.

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