Rafel
Sánchez Ferlosio, en una entrevista concedida al diario El Periódico y publicada el 1 de enero de 2017 le confesaba al
periodista Juan Fernández que la “cultura
es un instrumento de control social. Hoy, sus máximas expresiones son el
deporte, el cine y la novela. El fútbol y las novelas son las formas de control
social más eficaces que tiene ahora mismo el sistema.” Al
fútbol y las novelas que cita el entrañable nonagenario habría que añadir las teleseries,
fenómeno de rabiosa actualidad que está creando auténtica adicción entre los
telespectadores que permanecen, cómo no, fieles y atentos a sus pantallas horas
y horas.
El nuevo trending topic o tema de conversación superficial de moda es “¿Qué serie estás viendo tú?” “Y tú ¿por qué temporada vas ya?” La epidemia televisiva del siglo XXI ya tiene nombre en la lengua del Imperio: binge watching o, con alusión clásica a la larga carrera de Filípides de Maratón a Atenas para gritar el νενικήκαμεν o “hemos ganado”, marathon watching: atracón o atiborramiento maratoniano de varios capítulos de la misma serie de televisión de forma continua en formato digital, particularmente grave, pero no sólo, entre los mileniales que consumen hasta cinco horas seguidas al día de su tiempo en estos bodrios culturales estupefacientes gracias al fenómeno del streaming o retransmisión de un flujo de corriente continua que fluye sin interrupción difundiendo contenidos audiovisuales para la diversión del aburrimiento.
El nuevo trending topic o tema de conversación superficial de moda es “¿Qué serie estás viendo tú?” “Y tú ¿por qué temporada vas ya?” La epidemia televisiva del siglo XXI ya tiene nombre en la lengua del Imperio: binge watching o, con alusión clásica a la larga carrera de Filípides de Maratón a Atenas para gritar el νενικήκαμεν o “hemos ganado”, marathon watching: atracón o atiborramiento maratoniano de varios capítulos de la misma serie de televisión de forma continua en formato digital, particularmente grave, pero no sólo, entre los mileniales que consumen hasta cinco horas seguidas al día de su tiempo en estos bodrios culturales estupefacientes gracias al fenómeno del streaming o retransmisión de un flujo de corriente continua que fluye sin interrupción difundiendo contenidos audiovisuales para la diversión del aburrimiento.
Parece
que no se puede hacer nada para cambiar la realidad, sólo acaso tratar de evadirnos
de ella, refugiarnos en la burbuja del jardín de literatura y delicias, en la
torre de marfil de la cultura: ir a un concierto, leer un libro, ver una
película de cine, ir a una exposición y un muy largo etcétera dada la generosa oferta cultural del mercado que
responde a la variopinta demanda de todo tipo de gustos individuales y
preferencias personales de todos los públicos.
Pero ¿qué
es la cultura? No soy quién para responder a eso directamente. Sólo quiero contraponer
esta palabra a otra que rima con ella, que es natura. Buen par de vocablos de
latina raigambre: cultura y natura: Natura es lo que nace de por sí,
libremente, sin necesidad de que nadie lo plante, la naturaleza salvaje,
actualmente en vías de extinción, como muy bien saben los ecologistas; mientras
que cultura es lo que se planta y cultiva para que nazca, de ahí la
agricultura, que está acabando con la natura, por cierto, si no ha acabado con
ella ya. ¿Qué es pues lo que se cultiva hoy? ¿Qué sembramos hoy en el campo de
la música, la literatura, la pintura y demás artes?
La
respuesta es infinidad y diversidad de productos de toda índole, subvencionados
generalmente por el mecenazgo estatal o el capital privado de fundaciones y
demás, que respondiendo a los gustos particulares siembran la resignación y el
conformismo por doquier. Hay, en efecto, tal inflación del sector cultural que
a cualquier cosa se llama cultura.
Ilustración de Pawel Kuczynski
Esta
cultura que se nos vende como tal no conlleva una emancipación social o
liberación personal del individuo masificado posmoderno, porque su consumo nos
obliga a adoptar el papel pasivo y receptor de público. No nos libera de la
dualidad “actor” “espectador”, sino todo lo contrario. La cultura que se
consume y se potencia desde el Poder –no en vano hay un Ministerio de Cultura y
un presupuesto bastante elevado del Estado destinado a subvencionarlo- más que
hacernos actores, artistas, nos vuelve espectadores, consumidores pasivos de
esos productos. Más que afinar nuestra sensibilidad, nos anestesia, nos
embota.
Además,
cualquier cosa entra ya dentro del ámbito de la cultura y de las
realidades
“multiculturales” e “interculturales”, como si no hubiera una sola y
verdadera
cultura, desde los vinos de Rioja hasta los lienzos de la pinacoteca de
El
Prado, desde las series populares de televisión hasta los partidos de
balompié,
los cruceros por el Mediterráneo, las corridas de toros - dicen que la
tauromaquia o, mejor dicho, el taurobolio o tauroctonía*
carpetovetónica es un arte- la gastronomía mexicana -léase mejicana,
por
favor-, el camino de Santiago o los cursos de Pilates y de bailes por
parejas a
lo agarrado: un saco o cajón de sastre donde, sospechosamente, todo
cabe, donde
todo entra, donde todo vale y donde en definitiva nada vale para nada, donde coexisten lo clásico y lo rabiosamente
moderno y aun posmoderno.
*Al dios Mitra se le aplicó el epíteto de tauróctono -matador de toros-, a imagen y semejanza de sauróctono -matador de lagartos-, epíteto aplicado a Apolo. La tauroctonía sería el nombre de ese rito, que acabó confundiéndose con el taurobolio y denominándose así, aunque el taurobolio era propiamente la caza del toro para el sacrificio ritual.
*Al dios Mitra se le aplicó el epíteto de tauróctono -matador de toros-, a imagen y semejanza de sauróctono -matador de lagartos-, epíteto aplicado a Apolo. La tauroctonía sería el nombre de ese rito, que acabó confundiéndose con el taurobolio y denominándose así, aunque el taurobolio era propiamente la caza del toro para el sacrificio ritual.
Ilustración de Pawel Kuczynski
Todo se
vende y todo se compra bajo la prestigiosa etiqueta de la industria cultural,
que se ha convertido en la mayor productora de artículos de consumo y que
abarca a casi todo. Sin embargo ¿quién se para a distinguir las voces de los
ecos, como diría el poeta, es decir, la cultura de verdad de sus muchos y
demasiados sucedáneos culturales y embelecos?
La
cultura de verdad, la que podría hacer algo para cambiar el estado de
las cosas o al menos para denunciar y revelar su mentira, no se compra
ni se vende: se rebela contra las modas y contra el
mercado, contra lo que se vende como cultura y la prostitución
posmoderna. La cultura de verdad denuncia la falsía
de la realidad, y no potencia la evasión o la distracción, sino todo lo
contrario, por lo que sólo puede ser contracultura, contracorriente.
Pero la cultura de verdad está
neutralizada por el enorme aluvión de productos pseudoculturales que
persiguen
el entretenimiento para que no hagamos nada mientras nos llega la
muerte.
De
lo que
se trata es de distraernos -la distracción del aburrimiento que fomenta
el aburrimiento de la distracción- con un mero pasatiempo, una fruslería
inofensiva
que no hace daño a nadie y que queda muy bien, dado su prestigio. La
cultura no
es lo que resiste a la distracción, sino que se ha convertido en fábrica
de
distracción masiva, entretenimiento de individuos socialmente
manipulados: la cultura,
tal y como la conocemos, es el último refugio de los
imbéciles. Volviendo
al imprescindible Ferlosio: La cultura, ese invento del gobierno.
¡Qué razón tenía aquel personaje nacionalsocialista que dijo: “Cuando oigo “cultura”… le quito el seguro a mi Browning”! Unos dicen que lo patentó Göring, otros que Goebbels. Es dudosa la atribución a ambos. Sin embargo, la ocurrencia aparece en el drama teatral nazi 'Schlageter' de Hanns Johst: 'Wenn ich Kultur höre... entsichere ich meinen Browning'. Parafraseándolo: Cada vez que oigo la palabra cultura a alguien, desenfundo el revólver, le quito el seguro, aprieto el gatillo y: ¡pum! Lo malo, como decía el llorado Umberto Eco, es que los que sacan la pistola ignoran habitualmente el origen docto de la cita, porque no suelen leer, porque ya no lee ni Dios.
¡Qué razón tenía aquel personaje nacionalsocialista que dijo: “Cuando oigo “cultura”… le quito el seguro a mi Browning”! Unos dicen que lo patentó Göring, otros que Goebbels. Es dudosa la atribución a ambos. Sin embargo, la ocurrencia aparece en el drama teatral nazi 'Schlageter' de Hanns Johst: 'Wenn ich Kultur höre... entsichere ich meinen Browning'. Parafraseándolo: Cada vez que oigo la palabra cultura a alguien, desenfundo el revólver, le quito el seguro, aprieto el gatillo y: ¡pum! Lo malo, como decía el llorado Umberto Eco, es que los que sacan la pistola ignoran habitualmente el origen docto de la cita, porque no suelen leer, porque ya no lee ni Dios.