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jueves, 28 de marzo de 2024

Culto al cuerpo (body building)

    Una de las características más patéticas de estos beligerantes tiempos que corren es la proliferación de gimnasios donde se rinde un culto fetichista al cuerpo mediante todo tipo de entrenamientos, ejercicios, sacrificios y tormentos físicos fundamentados en la fe fervorosa en la salud. Las dependencias de estos establecimientos parecen salas de tortura de la Inquisición, llenas como están de aparatos que provocan estiramientos y encogimientos. Se da la paradoja de que al gimnasio suelen acudir sus fieles clientes en automóvil para una vez allí montar durante largas horas en una bicicleta estática o caminar o hacer running sobre una cinta móvil sin moverse del mismo sitio en el que están.

    Los gimnasios son los templos donde se rinde culto al cuerpo practicando lo que en la lengua del Imperio se llama body building:  la construcción del cuerpo, como si uno fuera su propio arquitecto y al mismo tiempo su obra escultórica, como si el cuerpo nos perteneciera -¿a quién?- y fuéramos sus dueños y responsables de su mantenimiento;  poseedores y poseídos a la vez, diseñadores y diseños al mismo tiempo. Algo de eso sugiere ese horrible palabro que es "culturismo", derivado de "cultura" es decir de cultivo, que da a entender que uno mismo es el cultor y el campo que cultiva, sin olvidar la connotación religiosa que conlleva la palabra "culto" y la fe ciega y fervorosa que subyace detrás de todo ello y por debajo.
 


    La fiebre de los gimnasios no es sino un síntoma de lo que en la lengua del Imperio se llama fitness, que es el sustantivo derivado del adjetivo fit ('sano, saludable'): la obsesión por la salud del cuerpo y lo saludable, que va irremediablemente unida a la mal llamada educación física, que es  una contradictio in terminis ya que físico quiere decir 'natural' y la educación no es natural, sino lo más antinatural y más social que puede haber.



    Algunos filósofos antiguos opinaban que ocuparse continuamente del cuerpo constituía un síntoma de pobreza espiritual. No vamos a lamentar aquí que el culto al cuerpo haya desplazado al del alma, más propio de épocas pretéritas, y que los ejercicios corporales hayan desbancado a los espirituales, y lo físico a lo psíquico como si fueran dos cosas radicalmente distintas. A fin de cuentas cuerpo y alma no son sino una y la misma cosa, dos caras de la misma moneda: el alma no es más que la conciencia del propio cuerpo, por lo que ambos cultos son en esencia la misma religión: el culto al ego, egolatría, egoísmo,  o yoísmo,  que dicen ahora los que han olvidado el latín.


    Este culto al cuerpo, que está intrínsecamente unido a la exaltación de la juventud y el consiguiente menosprecio hacia las personas mayores y la senectud, tiene algo, y no es poco, de fascista. No en vano Giovinezza, esto es, juventud en italiano, era el himno de la Italia de Mussolini. 

 


    La escritora Anaïs Nin escribió en sus diario, recién llegada a Nueva York en la década de los años 40 del pasado siglo: La tragedia es que cuando precisamente estábamos a punto de disfrutar de la madurez en Europa, que ama y valora la madurez, fuimos todos desarraigados y colocados en un país que sólo ama la juventud y la inmadurez. Se refiere evidentemente a los Estados Unidos de América, de donde nos llegan igual que Santa Claus, Jálogüin, los Viernes Negros, las fiestas y hasta ceremonias y bailes ahora también de graduación en los institutos, el culto a la juventud y a la falta de madurez, relacionado todo como está con el body building.


    El entusiasmo que despiertan los profesionales del deporte es otro de los síntomas que denota que los ídolos de nuestra sociedad y época no son como en otros tiempos los héroes épicos y legendarios que nos liberaban de los monstruos más perniciosos, sino unos mentecatos que baten récords, ganan competiciones, acumulan medallas, triunfan en la vida, llenan estadios y se forran de dinero a costa de unos idiotas como nosotros, reducidos a la condición de meros telespectadores de sus gestas. Muchas veces se ha dicho, y hoy es siempre todavía como cantó Machado, que esto se parece mucho a la antigua Roma del pan y circo, y que hoy los gladiadores son los futbolistas u otros deportistas profesionales cuya máxima aspiración son las olimpiadas... pero eso es poco.
 
 
 El deporte, Claude Serre (1977)

    Si relacionamos esto con la tesis de Ortega y Gasset sobre el origen deportivo del Estado, es decir, que el deporte es la fuerza que dio origen a la organización social que padecemos, estaremos de acuerdo con Rafael Sánchez Ferlosio, que es uno de nuestros escritores que más ha despotricado contra el deporte con toda la razón del mundo, en que "el deporte es desde siempre lo que más cabalmente cumple la función primaria de toda cultura como instrumento de control social".

martes, 22 de agosto de 2023

Cultura vs. natura

    Rafel Sánchez Ferlosio, en una entrevista concedida al diario El Periódico y publicada el 1 de enero de 2017 le confesaba al periodista Juan Fernández que la “cultura es un instrumento de control social. Hoy, sus máximas expresiones son el deporte, el cine y la novela. El fútbol y las novelas son las formas de control social más eficaces que tiene ahora mismo el sistema.” Al fútbol y las novelas que cita el entrañable nonagenario habría que añadir las teleseries, fenómeno de rabiosa actualidad que está creando auténtica adicción entre los telespectadores que permanecen, cómo no, fieles y atentos a sus pantallas horas y horas. 


    El nuevo trending topic o tema de conversación superficial de moda es “¿Qué serie estás viendo tú?” “Y tú ¿por qué temporada vas ya?” La epidemia televisiva del siglo XXI ya tiene nombre en la lengua del Imperio: binge watching o, con alusión clásica a la larga carrera de Filípides de Maratón a Atenas para gritar el νενικήκαμεν o  “hemos ganado”, marathon watching: atracón o atiborramiento maratoniano de varios capítulos de la misma serie de televisión de forma continua en formato digital, particularmente grave, pero no sólo, entre los mileniales que consumen hasta cinco horas seguidas al día de su tiempo en estos bodrios culturales estupefacientes gracias al fenómeno del streaming o retransmisión de un flujo de corriente continua que fluye sin interrupción difundiendo contenidos audiovisuales para la diversión del aburrimiento. 

    Parece que no se puede hacer nada para cambiar la realidad, sólo acaso tratar de evadirnos de ella, refugiarnos en la burbuja del jardín de literatura y delicias, en la torre de marfil de la cultura: ir a un concierto, leer un libro, ver una película de cine, ir a una exposición y un muy largo etcétera dada  la generosa oferta cultural del mercado que responde a la variopinta demanda de todo tipo de gustos individuales y preferencias personales de todos los públicos. 



    Pero ¿qué es la cultura? No soy quién para responder a eso directamente. Sólo quiero contraponer esta palabra a otra que rima con ella, que es natura. Buen par de vocablos de latina raigambre: cultura y natura: Natura es lo que nace de por sí, libremente, sin necesidad de que nadie lo plante, la naturaleza salvaje, actualmente en vías de extinción, como muy bien saben los ecologistas; mientras que cultura es lo que se planta y cultiva para que nazca, de ahí la agricultura, que está acabando con la natura, por cierto, si no ha acabado con ella ya. ¿Qué es pues lo que se cultiva hoy? ¿Qué sembramos hoy en el campo de la música, la literatura, la pintura y demás artes?

    La respuesta es infinidad y diversidad de productos de toda índole, subvencionados generalmente por el mecenazgo estatal o el capital privado de fundaciones y demás, que respondiendo a los gustos particulares siembran la resignación y el conformismo por doquier. Hay, en efecto, tal inflación del sector cultural que a cualquier cosa se llama cultura. 

 Ilustración de Pawel Kuczynski

    Esta cultura que se nos vende como tal no conlleva una emancipación social o liberación personal del individuo masificado posmoderno, porque su consumo nos obliga a adoptar el papel pasivo y receptor de público. No nos libera de la dualidad “actor” “espectador”, sino todo lo contrario. La cultura que se consume y se potencia desde el Poder –no en vano hay un Ministerio de Cultura y un presupuesto bastante elevado del Estado destinado a subvencionarlo- más que hacernos actores, artistas, nos vuelve espectadores, consumidores pasivos de esos productos. Más que afinar nuestra sensibilidad, nos anestesia, nos embota. 

    Además, cualquier cosa entra ya dentro del ámbito de la cultura y de las realidades “multiculturales” e “interculturales”, como si no hubiera una sola y verdadera cultura, desde los vinos de Rioja hasta los lienzos de la pinacoteca de El Prado, desde las series populares de televisión hasta los partidos de balompié, los cruceros por el Mediterráneo, las corridas de toros - dicen que la tauromaquia o, mejor dicho, el taurobolio o tauroctonía* carpetovetónica  es un arte- la gastronomía mexicana -léase mejicana, por favor-, el camino de Santiago o los cursos de Pilates y de bailes por parejas a lo agarrado: un saco o cajón de sastre donde, sospechosamente, todo cabe, donde todo entra, donde todo vale y donde en definitiva nada vale para nada,  donde coexisten lo clásico y lo rabiosamente moderno y aun posmoderno.

*Al dios Mitra se le aplicó el epíteto de tauróctono -matador de toros-, a imagen y semejanza de sauróctono -matador de lagartos-, epíteto aplicado a Apolo. La tauroctonía sería el nombre de ese rito, que acabó confundiéndose con el taurobolio y denominándose así, aunque el taurobolio era propiamente la caza del toro para el sacrificio ritual. 

 Ilustración de Pawel Kuczynski

    Todo se vende y todo se compra bajo la prestigiosa etiqueta de la industria cultural, que se ha convertido en la mayor productora de artículos de consumo y que abarca a casi todo. Sin embargo ¿quién se para a distinguir las voces de los ecos, como diría el poeta, es decir, la cultura de verdad de sus muchos y demasiados sucedáneos culturales y embelecos? 

    La cultura de verdad, la que podría hacer algo para cambiar el estado de las cosas o al menos para denunciar y revelar su mentira, no se compra ni se vende: se rebela contra las modas y contra el mercado, contra lo que se vende como cultura y la prostitución posmoderna. La cultura de verdad denuncia la falsía de la realidad, y no potencia la evasión o la distracción, sino todo lo contrario, por lo que sólo puede ser contracultura, contracorriente. Pero la cultura de verdad está neutralizada por el enorme aluvión de productos pseudoculturales que persiguen el entretenimiento para que no hagamos nada mientras nos llega la muerte.

    De lo que se trata es de distraernos -la distracción del aburrimiento que fomenta el aburrimiento de la distracción- con un mero pasatiempo, una fruslería inofensiva que no hace daño a nadie y que queda muy bien, dado su prestigio. La cultura no es lo que resiste a la distracción, sino que se ha convertido en fábrica de distracción masiva, entretenimiento de individuos socialmente manipulados: la cultura, tal y como la conocemos, es el último refugio de los imbéciles. Volviendo al imprescindible Ferlosio: La cultura, ese invento del gobierno. 



    ¡Qué razón tenía aquel personaje nacionalsocialista que dijo: “Cuando oigo “cultura”… le quito el seguro a mi Browning”! Unos dicen que lo patentó Göring, otros que Goebbels. Es dudosa la atribución a ambos. Sin embargo, la ocurrencia aparece en el drama teatral nazi 'Schlageter' de Hanns Johst: 'Wenn ich Kultur höre... entsichere ich meinen Browning'. Parafraseándolo: Cada vez que oigo la palabra cultura a alguien, desenfundo el revólver, le quito el seguro, aprieto el gatillo y: ¡pum! Lo malo, como decía el llorado Umberto Eco, es que los que sacan la pistola ignoran habitualmente el origen docto de la cita, porque no suelen leer, porque ya no lee ni Dios.

jueves, 20 de julio de 2023

Riestra de breve mensajería

El contrato laboral fijo-discontinuo encubre un concepto contradictorio que sirve tanto para el trabajador como para el parado temporales y oculta el desempleo.

 Han cargado intencionadamente el término 'progresista' de valor positivo, como si todo lo que progresa fuese bueno o como si fuese bueno que todo progresara.

 La candidata de Caminando Juntos inicia la campaña electoral en un burdel granadino, lugar habitual para políticos, fomentando el empoderamiento de las putas.

 

 Hay gente tan influenciable que se pone a sudar la gota gorda con solo oír la mención de la ola de calor infernal que nos achicharra, como pasaba con el virus.

 Dada la emergencia climática, la situación está fuera de control. Hoy más calor que ayer y menos que mañana. Si quieres salvar el pellejo, quédate en tu casa.

 Para mantener su hegemonía mundial, el tío Sam utiliza un instrumento que tiene un alcance global: crea crisis económicas, sanitarias, militares, ambientales... 

 

 Inventarán más crisis como la del 11S contra el Medio Oriente y el terrorismo, la financiera de 2008, la sanitaria de 2019 y ahora la guerra contra Rusia.

 El Amo de las Barras y Estrellas, una vez declarada la emergencia de las crisis, se presenta como el único actor capaz de salvarnos ofreciéndonos su solución.

 Lo más sospechoso de las soluciones, escribió Ferlosio, es que se las encuentra siempre que se quiere, a veces, digo yo, antes que se planteen los problemas.

 

 La crisis ambiental del calentamiento global del planeta producida por el cambio climático se encuentra actualmente en la agenda de cualquier país occidental.

 Dos fantasmas recorren el viejo continente: el fascismo y el comunismo; mientras los europeos luchan inútilmente contra uno y otro, triunfa allí el capitalismo.

 USA nos usa a los europeos de la Unión en general y a los españoles en particular para luchar con la ayuda a Ucrania en su particular guerra santa contra Rusia.

 

 Sin sacar una crisis de la manga por arte de magia o fabricarla adrede no puede declararse una emergencia, y sin emergencia no puede imponerse ninguna solución.

 Funcionó con la pandemia, está funcionando con la guerra de Rusia y funcionará con el cambio climático creado para la transición energética mediante propaganda.

 Teóricos de la conspiración son los que organizan y llevan a cabo -o implementan, como les gusta decir- conspiraciones, no aquellos que tratan de alertarnos.

 

 Los turistas se autorretratan sonriendo ante el Coliseo, el Cañón del Colorado, las pirámides de Egipto... para documentar que están allí con prueba fehaciente.

 Pocos quieren la libertad, escribió Salustio, la mayoría sólo quiere jefes justos (humanitarios, diríamos, que hagan humana y humanicen la inhumana esclavitud).

 Algunos tienen la piel que recubre su cuerpo tatuada como los frescos que decoran el techo de la capilla sixtina, son pinturas andantes con tintes coloridos.

 

lunes, 8 de mayo de 2023

Lecciones de economía: 10. -El dinero es crédito y el crédito pura deuda.

    La paulatina evanescencia del dinero físico y su sustitución por el electrónico o plástico, lejos de ser una metamorfosis del dinero, pone en evidencia no una nueva forma, sino su forma verdadera, lo que era y es la esencia misma del dinero: deuda contraída. 

    El número de tarjetas de crédito es ya muy superior a las de débito, cara y cruz de la misma moneda digital. Con la de débito se efectúan operaciones siempre que hay fondos efectivos disponibles en la cuenta corriente, mientras que una tarjeta de crédito permite hacerlo aun cuando no haya dinero contante y sonante en ese momento: es un préstamo automático que concede el Banco sin necesidad de mayor justificación, que permite disponer de un efectivo que no existe todavía, que aún no se ha materializado. 
 
    En el momento de su utilización el cliente está contrayendo automáticamente con el Banco una deuda que no le será perdonada nunca porque el Señor, ay, ya no perdona nuestras deudas, como hacía antaño cuando se le rezaba el Padrenuestro como Dios manda y se le rogaba aquello en latín de dimitte nobis débita nostra sicut et nos dimíttimus debitóribus nostris (perdónanos nuestras deudas así como nosotros perdonamos a nuestros deudores).

Dinero electrónico o plástico
 
    Estas tarjetas incentivan el consumo a través del crédito, que nos otorgan y que nos endeuda. El pago puede hacerse de forma total a mes vencido o fraccionado “en cómodos plazos”, pero cuando se hace de este modo los intereses suelen ser elevados, lo que hace que se forren a costa de eso las entidades bancarias, que suelen vincular,  o fidelizar como dicen ellas,  al cliente cuando pide un préstamo de envergadura para adquirir una vivienda o el último modelo de la marca de un automóvil, obligándolo a domiciliar su nómina, sus recibos, su plan de pensiones en su caso y sus tarjetas de crédito y débito. 
 
    Los establecimientos comerciales agradecen, por su parte, también el pago con dinero plástico o electrónico que evita el engorro de dar cambios y de manejar billetes y monedas,  ofreciendo seguros en viajes que nos venden la falsa ilusión de la huida de la realidad, descuentos en gasolineras que alimentan los depósitos de los coches que nos llevan a ninguna parte, establecimientos de hostelería o espectáculos y devoluciones en las compras si no estamos satisfechos con los productos entre otras prácticas ventajas.

    El peligro de la utilización de este instrumento financiero es, aparte de las comisiones, por un lado, de emisión y mantenimiento anual que cobra el Banco,  el alto interés que, generalmente, se aplica a la hora de fraccionar las compras, que suele rondar el 25% muy cercano a la usura, que es un delito y además algo éticamente reprobable, y, sobre todo, el hacer un uso irresponsable, contra el que  los propios economistas y banqueros nos previenen,  y contraer, por ende, una deuda que no seamos capaces de afrontar, y que no va sernos perdonada.

    Quieren presentarse al cliente las tarjetas, si no como algo positivo totalmente, sí como algo neutro y aséptico, de lo que se puede hacer un uso racional y bueno, aunque también completamente irracional y malo, lo que depende del cliente, recayendo en él toda la responsabilidad. 


 
    Algunos argumentan lo mismo sobre las armas de fuego: si disponemos de una pistola podemos hacer un buen uso, no usándola, paradójicamente, o un uso irracional de ella, que es precisamente el que ella reclama y el que nos fuerza a apretar el gatillo a todo lo que se mueva. No en vano reza un proverbio japonés: "Cuando la espada (más propiamente, la catana, que es el arma y el alma, digamos, del samurai) está desenvainada, tiene que matar". Y lo mismo que sucede con las armas, que las carga el diablo, como se sabe, podemos decir del dinero y la deuda que conlleva. 

    El tinglado del sistema político y económico, que sólo sobrevive precisamente fomentando un consumo irracional y desmesurado, se ha denominado tradicionalmente "sociedad de consumo”, como se decía antes, pero según Rafael Sánchez Ferlosio en su libro "Non olet" (editorial Destino, Barcelona 2003) debería llamarse más bien "sociedad de producción", porque su principal objetivo es precisamente la producción de consumidores a cargo de la poderosísima industria publicitaria, hasta el punto de que las empresas se gastan más en publicidad que en producir el objeto de consumo.

    Analiza muy finamente Ferlosio lo que ha dado en llamar la figura del "homo emptor" u hombre comprador, que es, huelga decirlo, el último estadio de la evolución del "homo sapiens sapiens". Toma la expresión seguramente del latinajo "caueat emptor", que significa que tenga cuidado el comprador, ya que asume el riesgo de la adquisición, descartando ulteriores reclamaciones.  


    A imagen y semejanza del término "ludopatía", híbrido grecolatino de “ludus” (juego en latín) y “patheia” (enfermedad en griego), crea él "emopatía”, para calificar la patología de comprar ("emo" en latín es comprar) compulsivamente, la adicción al consumo sin ton ni son. (Otros prefieren llamarla con el helenismo "oniomanía", de "onios" mercancía y "manía" locura, según el modelo de toxicomanía). 
 
    El emópata y el ludópata se arruinarán  porque el último no puede controlarse ante los casinos, loterías y tragaperras que prometen duros a cuatro pesetas, y el  primero ante los escaparates y estanterías de las enormes superficies comerciales donde comprará cosas que no necesita en absoluto pero que le auguran la tierra prometida de la felicidad en la que como Moisés jamás se adentrará.

    Parece que la “patía” o enfermedad en ambos casos, es individual, personal, y que la responsabilidad, por así decirlo, o la culpa, recae en el individuo que la contrae, que tendrá problemas psicológicos, y se convierte así en un enfermo mental,  y no en la sociedad y sus desigualdades sociales y económicas. 
 
    Cito literalmente a Ferlosio: “La total inocencia con que el individuo se ve recompensado por hacerse morada de la enfermedad tiene el congratulable correlato de dejar a su vez garantizada la total pureza e inocuidad patológica y patógena del entorno circundante”. 

    La responsabilidad, que es el correlato laico de la vieja culpa judeocristiana, ya no es social, no recae ya en el entorno que ha provocado la necesidad de consumir, reducida a la de comprar compulsivamente, y su estudio no corresponde, por lo tanto, a la sociología, sino que sería objeto de la psicología y aun de la psiquiatría, por lo que el caso ya no es político o económico, sino clínico.  Una jugada maestra.



    Esta sociedad de producción, según Ferlosio, ya no produce para satisfacer las necesidades, que pueden ser lujos o caprichos mismamente, de los consumidores, sino que los consumidores, alentados por la publicidad, consumen para satisfacer los intereses, económicos por supuesto e irracionales, de la producción.

miércoles, 23 de febrero de 2022

Oh Canadá

    A comienzos del año 2020, Canadá modificó dos palabras de la letra de su himno nacional para hacerlo más políticamente correcto y más inclusivo sexualmente hablando, es decir, para no discriminar a las mujeres, benditas ellas que, como veremos, estaban excluidas del amor patriótico. 
 
    El himno nacional O Canada, oficial desde 1980, cuando sustituyó a God Save the Queen, contenía el siguiente pentámetro yámbico en la lengua del Imperio: “True patriot love in all thy sons command”, que tiene un valor yusivo dirigido a la patria canadiense y puede traducirse, como Infunde un verdadero amor patriótico en todos tus hijos (varones)
 
    La nueva versión, políticamente correcta, será: “True patriot love in all of us command”: Infunde un verdadero amor patriótico en todos nosotros (y todas nosotras). Se ha eliminado el posesivo arcaico “thy” y el término “sons”, opuesto en inglés a “daughters”. 
 
     El promotor del cambio razonaba su propuesta argumentando que el himno nacional no debería ignorar a las mujeres, quienes representaban un 52% de la población canadiense. El primer ministro de dicho país, el señor Justin Trudeau, y la célebre escritora Margaret Atwood celebraron dicho cambio políticamente correcto que equipara a las mujeres a los hombres y acaba con la discriminación sexual que las excluía del espíritu patriótico. 
 
    La letra de Oh Canadá fue escrita en 1908 por el juez y poeta Robert Stanley Weir. En realidad, su versión original no contaba con la frase “True patriot love in all thy sons command”, pero Weir la agregó al final de la Primera Guerra Mundial como homenaje a los soldados muertos en combate. 
 
Ocultan nombre y número de placa en el uniforme para evitar su identificación
 
     Lo que ha hecho Canadá eliminando el lenguaje sexista de su himno nacional no consigue engañarnos, porque todos los himnos, como acertó a decir Rafael Sánchez Ferlosio son declaraciones de guerra: “La verdad de la patria la cantan los himnos: todos son canciones de guerra”. 
 
    Hasta ahora las hijas de Canadá estaban excluidas de la infusión del amor patriótico, bienaventuradas ellas, como digo, que, a lo sumo, se limitaban, algunas como madres, a parir hijos varones a los que la madre patria infundiera el amor patriótico para luchar y morir por ella. Ahora también las mujeres pueden morir (y matar) por la patria. A partir de 1989 las féminas pudieron incorporarse a las CAF o Canadian Armed Forces, es decir, las Fuerzas Armadas Canadienses, exceptuando el servicio submarino, que se abrió también para ellas en 2001.  
    
La policía desaloja uno de los vehículos que se oponen al Régimen en Ottawa.

    Todos los himnos, sean o no sean sexistas, son deleznables. Igual que todas las patrias. Canadá, que ha reprimido brutalmente las protestas contra el Régimen sanitario imperante, no es ninguna excepción, pese a su maquillaje democrático, progresista y políticamente correcto. El primer ministro canadiense, el señor Trudeau, no ha tenido empacho en hacer uso de la Ley de Emergencias que le otorga poderes extraordinarios para sofocar violentamente la protesta ciudadana comenzada por los camioneros contra el Régimen que él preside, desalojando a los camiones que protestaban contra los confinamientos, cuarentenas y el pasaporte 'sanitario' que obliga a la vacunación contra el virus coronado, paralizando el tráfico de Ottawa. La policía detuvo el fin de semana pasado a dos centenares de manifestantes, una minoría de canadienses, según el señor Trudeau, "alimentada por grupos de extrema derecha" -también ha dicho que esos camioneros son racistas y misóginos, lo que esgrime para justificar la violenta represión.
 
 
    Sea como sea, el Estado, en este caso el canadiense, por muy liberal que se pretenda, ha mostrado una vez más su verdadera cara dura, violenta y autoritaria. Las imágenes de la contundente represión han dado la vuelta al mundo y no engañan a nadie. Hemos visto incluso a la legendaria policía montada a caballo de Canadá  en traje de faena patrullando por las nevadas calles de Ottawa, atibrorrada sin duda de ardor patriótico, atropellando y pisoteando a la ciudadanía "por el bien común de todos".

lunes, 31 de enero de 2022

El caso de Szilveszter Csollany

    El periódico británico The independent, fundado en 1986 y de ideología liberal y de centro izquierda, según lo cataloga la inevitable güiquipedia, publicó la siguiente noticia el 25 de enero del presente año: Medallista de oro olímpico antivacunas Szilveszter Csollany muere de covid a sus 51 años.

    Al parecer el gimnasta húngaro Szilveszter Csollany enfermó en diciembre, fue hospitalizado, lo entubaron y falleció el 24 de enero.

 

    Lo curioso de esta noticia es que, más allá del titular, en el tercer párrafo se dice que el seis veces medallista, a pesar de haber manifestado opiniones contrarias a la vacunación en sus redes sociales, había sido vacunado para poder continuar trabajando como entrenador de gimnasia en Austria. 

   Esta, pues, es una muestra más de periodismo terrorista, de cómo se tergiversa una noticia. De la lectura del titular se desprendía que si Szilveszter Csollany, al que se calificaba de anti-vax antivacunas, había muerto de Covid, era porque, siendo consecuente con su postura, no se habría vacunado, habría contraído la enfermedad y no la habría superado.

    ¿Cómo es posible que un deportista olímpico de 51 años  muriera de Covid, pese a estar vacunado? Como eso hay que explicarlo, se dice que “contrajo el virus poco después de recibir su vacuna y, por lo tanto, no había desarrollado suficientes niveles de anticuerpos” , lo que no está respaldado por ninguna opinión científica ni fuente médica.

 

    Lo peor de esta noticia no es el titular deliberadamente engañoso ni la falta deontológica de ética periodística, sino algo más profundo: parece que el gimnasta húngaro a pesar de estar vacunado merecía morir, porque había albergado y expresado sus dudas y porque se había sometido a la inoculación sin fe en ella, obligado por las circunstancias, como si hubiera caído sobre él una maldición divina. 

     Esto me recuerda al aviso aquel del agua supuestamente milagrosa del santuario de Lourdes que decía que la virtud del líquido elemento no residía en el agua misma, sino en la fe del que la bebía.

    Uno puede estar vacunado, pero como ha expresado dudas anteriormente sobre la seguridad y efectividad de los sueros que ha recibido, el mantra cacareado hasta la sociedad en todos los platós televisivos, no le harán ningún efecto, no le inmunizarán. Es más, como castigo divino, le inocularán el virus mortal. Las creencias -la fe en definitiva- es más importante que lo que haya hecho o dejado uno de hacer.   De todo ello se deduce que estar vacunado pero no creer en la vacuna es tan malo como haber rechazado físicamente la vacuna, o incluso peor.

 


    El pobre Szilveszter Csollany recibió el suero y murió de todos modos, quizá porque su fe no era lo suficientemente fuerte, porque en su fuero interno seguía siendo un 'antivaxxer', porque no se te juzga por lo que has hecho o dejado de hacer, sino por lo que has dicho, por las dudas que has sembrado en el fervor científico y religioso de la gente. 

   El caso del gimnasta húngaro me recuerda al lobo del bellísimo cuento de R. Sánchez Ferlosio titulado "El reincidente", incluido en su libro El Geco, Cuentos y fragmentos (2004). Cuando el lobo siente cercana su hora, y se acerca a las puertas del Cielo es rechazado porque ha sido un asesino que ha matado muchos corderos para comer. Deja de matar, y vuelve a intentarlo por segunda vez. Esta vez es rechazado por ladrón que ha robado mendrugos de pan para alimentarse. Cuando vuelve a intentarlo por tercera vez, el querubín de guardia vuelve a rechazarlo espetándole: "Bien lo sabías o lo adivinabas la primera vez; mejor lo supiste y hasta corroboraste la segunda; ¡y a despecho de todo te has empeñado en volver una tercera! ¡Sea, pues! ¡Tú lo has querido! Ahora te irás como las otras veces, pero esta vez no volverás jamás. Ya no es por asesino. Tampoco es por ladrón. Ahora es por lobo". 

    Da igual que el gimnasta estuviera vacunado, que lo estaba, o no lo estuviera, era un antivacunas, había sido visto varias veces sin la mascarilla reglamentaria, compartía imágenes y contenido en sus redes sociales donde propagaba diferentes teorías conspirativas sobre la inoculación. No podía, por lo tanto, seguir llamando a las puertas del Cielo, reservado solo a los justos y obedientes. Merecía la peor y más horrible de las muertes.

lunes, 25 de enero de 2021

La fe y las dudas ó Dios y los diablos.

Si la fe tiene un poder tan grande que, según dicen las sagradas escrituras  (Mateo 11, 23), sagradas para los creyentes, claro está, puede hacer que una montaña se quite de repente del medio de donde está y se meta en el mar sólo con que tengamos fe en ello y no lo dudemos ni un solo momento en nuestro corazón, la duda no es menos poderosa y también puede obrar milagros. No soy yo el que lo dice, cuidado, sino el periódico independiente de la mañana más leído en español, el periódico global. Así reza un titular de la sección de economía, que es la más realista, que apareció en la primera plana de un día cualquiera ya pasado:  “Las dudas sobre el crecimiento global hunden los mercados internacionales”. 

Recordemos lo que cuenta Luciano de Samósata que le decía uno de sus personajes, Licino, a Hermótimo, su interlocutor y amigo, en el diálogo homónimo:  "Sé sensato y acuérdate de dudar." Le decía que no era una opinión personal suya, algo de su cosecha propia, sino una sentencia de algún sabio, que aconsejaba no dar crédito así como así a las cosas, sino ponerlas todas en tela de juicio, dudar de ellas, no creer en lo que está mandado. Y está claro, volviendo al titular de periódico citado, que las dudas, unas simples dudas sobre algo tan abstracto, evanescente y difuso pero real como "el crecimiento global", unas dudas que albergamos todos en nuestro fuero interno,  pueden hundir los mercados internacionales. 


 -No diré mío, sino de alguno de los sabios, aquello del "sé sensato y aprende a dudar".
(Luciano de Samósata, Hermótimo, 47)
 

Pues seamos sensatos nosotros también y acordémonos de no fiarnos mucho de nada ni de nadie, ni siquiera de nosotros mismos. Y no porque yo lo diga, sino porque lo dijo uno de los sabios de la antigüedad, un tal Epicarmo según parece que es la autoridad que citaba sin citarla Licino a su amigo Hermótimo -algunos le han atribuido la máxima al escéptico* Sexto Empírico-, un sabio que no era sabio porque sí, sino porque todos reconocemos algo de sabiduría y de razón común, o sea de sentido común, en lo que dijo, en lo que nos sigue diciendo todavía, porque hoy es siempre todavía, que es lo contrario de lo que nos dicen todos los días por todos los medios de comunicación a todas las horas los políticos y/o economistas que nos gobiernan, lo contrario de lo que está mandado, lo contrario de lo que Dios, que es el dinero,  manda: que no le demos crédito, que perdamos la fe que tengamos en la realidad, a fin de que se hundan quitándose de en medio y metiéndose en el mar ella misma y todas las bolsas y los mercados internacionales, para que se vea así la mentira podrida sobre la que se fundamentaba y cimentaba todo.

Traigamos en auxilio de los antiguos a nuestro poeta don Antonio Machado, que en su Juan de Mairena razona así la importancia del escepticismo: "Aprende a dudar, hijo, y acabarás dudando de tu propia duda. De esta manera premia Dios al escéptico y confunde al creyente".

*Escepticismo: Para el divino Sexto Empírico los sistemas filosóficos son tres: los dogmáticos, que son aquellos que creen haber descubierto la verdad y que se creen poseedores de ella, los académicos, que son aquellos que creen que no puede ser aprehendida, y los escépticos -del griego sképthomai "investigar, mirar con detenimiento, preguntar qué es algo" y, por lo tanto, "no dar nada por establecido ni sentado"- que son los que a falta de fe en uno u otro sentido, dudan, siguen investigando y albergando numerosas dudas, como esas que han hicieron que, aunque sólo fuera por un día, se hundieran los mercados internacionales. 

El escéptico es el que no cree, porque los que creen, los creyentes, ya no necesitan investigar nada, ni preguntarse por las cosas, ni mirarlas con detenimiento: se creen en posesión ortodoxa de la verdad. 

A la pregunta que Dios en la viñeta de Montt le hace al Diablo sobre qué es lo que está haciendo en el cerebro de un ser humano, éste responde "sembrando dudas" a la vez que implanta signos de interrogación en la materia gris que harán que esa masa encefálica se cuestione, al aflorar la incertidumbre, todas sus supuestas certezas o creencias, todas sus fes, esencialmente ciegas como son todas a la luz de la razón, poniéndolas en tela de juicio. 
 
Para los Señores del Mundo, nunca dubitativos, la palabra "escéptico" es poco menos que un insulto, porque ellos creen en la Ciencia, que es la nueva forma que ha adoptado la vieja religión en nuestros días y en la que depositan toda su cándida fe, y creen en el Progreso de la Humanidad, y en todos los artículos de fe que se les proponga. Ellos son los que siempre dicen: "No cabe duda"  e "indudablemente". 
 
Nuestro verbo dudar procede del verbo latino "dubitare" y está relacionado etimológicamente en su origen con el número dos ("duo"), por lo que significa "estar dividido entre por lo menos dos posibilidades". El número dos representa la duda, el descubrimiento de que el uno no es ninguno (y que no hay una sola y única cosa, sino múltiples y varias) y que, por lo tanto, la unidad no existe de por sí, sino que es fruto de la dualidad, lo que nos lleva, mucho más lejos, al posible descubrimiento ontológico y esquizofrénico de que yo (y el Yo) no soy uno, sino, por lo menos, dos. 
 
Sirva como colofón esta reflexión magistral de Rafael Sánchez Ferlosio: Predicar una nueva fe entre practicantes de un viejo culto animista, tibio y desgastado puede ser un propósito con esperanza de éxito, pero proponer el escepticismo y el agnosticismo entre gentes entusiasmadas y enfervorizadas con sus propios dioses patrios no sólo parece tarea desesperada, sino también el mejor modo de atizar el fuego, ya que para la llama de la creencia no hay mejor leña que el hostigamiento, porque permite inflamarse a los creyentes en eso que suele llamarse santa indignación.

martes, 14 de enero de 2020

A vueltas con las armas

Los defensores de las armas hacen hincapié en que son instrumentos neutros, es decir ni buenos ni malos per se, sino todo lo contrario. Insisten en que puede hacerse un uso mejor o peor de ellas, según la intención del que las maneje. Pueden emplearse como disuasorias o defensivas para protegerse de una agresión, justificando así su uso, o como ofensivas, a fin de perpetrarla. 
 

En contra de eso, cita Ferlosio en su Campo de retamas el refrán "puestos a reñir, el cuchillo es el que manda" y añade sutilmente: "pero lo que vengo yo preguntándome hace tiempo es si no podría ser, en cambio, que fuese el cuchillo el que mandase ponerse a reñir". Y aduce en su apoyo el verso de Homero: El hierro por sí solo atrae al hombre. 
 

Homero, en efecto, transmite ese refrán o proverbio un par de veces en la Odisea (canto XVI, verso 294 y canto XIX, verso 13): αὐτὸς γὰρ ἐφέλκεται ἄνδρα σίδηρος, lo que tradujo al latín Andrea Divo como ipsum enim atrahit uirum ferrum, y Samuel Clarke como ipsum enim allicit uirum ferrum.
El hierro (σίδηρος en Homero, ferrum en latín) es aquí metonimia de las armas en general, como en nuestro dicho "el que a hierro mata, a hierro muere", y el verbo homérico ἐφέλκεται, o sus traducciones latinas atrahit y allicit, implica que las armas ejercen una fascinación en los seres humanos que es el aliciente, derivado de allicit precisamente, que los empuja a manejarlas: el hierro de por sí arrastra al hombre a la guerra, independientemente del empleo bueno o perverso que quiera hacerse de él. 

No es el hombre el que tira del hierro, sino al revés: Es el hierro quien tira del hombre, como tradujo acertadamente don José Manuel Pabón al castellano el refrán homérico, lo que contradice el único argumento de los defensores del uso de las armas: no las usamos los hombres, nos usan ellas a nosotros. 

No somos, pues, los hombres los que hacemos un uso bueno o malo de las armas; el único uso bueno que cabe hacer de ellas es no usarlas; son las armas las que nos usan a nosotros, y ya se sabe para qué sirven, para nada bueno. Una pistola lleva escrito en sí misma el fin para el que ha sido fabricada. El gatillo llama al dedo urgentemente para que lo apriete. 

Las armas no sólo las carga el diablo, como dice el refrán, sino que además el diablo las fabrica, trafica con ellas y justifica su empleo. Hay algo de perversamente diabólico, además, en la lógica del mercado de este sistema capitalista que padecemos que prohíbe las drogas duras porque matan -olvidando que también sirven para otras cosas- y no prohíbe las armas, que sólo sirven para cometer un crimen

jueves, 9 de enero de 2020

La moral del pedo

Erasmo escribió en latín: Suus cuique crepitus bene olet. A cada cual le huele bien su propio pedo. Traducía así un refrán popular griego transmitido por Apostolio que rezaba: Ἕχαστος αὑτοῦ τὸ βδέμα μήλου γλύκιον ἡγεἶται Cada cual considera que (el olor de) su pedo es más dulce que (la fragancia de) una manzana.



Comentando el adagio de Apostolio, escribía Erasmo que no había conocido a nadie al que le olieran bien sus propios pedos, y matizaba que lo que solía suceder es que las personas sentían mayor repugnancia y aversión por los excrementos y ventosidades de los demás que por las propias, lo que cuadraría más con este otro refrán menos escatológico: suum cuique pulchrum: a cada cual le parece bello lo suyo, que utiliza por ejemplo Cicerón en Conversaciones en Túsculo, V, 63, donde lo cita y comenta añadiendo: adhuc neminem cognoui poetam (et mihi fuit cum Aquinio amicitia) qui sibi non optimus uideretur; sic se res habet: te tua, me delectant mea: aún no he conocido a ningún poeta (y tuve amistad con Aquinio) que no se creyera el mejor; así son las cosas; a ti te agrada lo tuyo, a mí lo mío.


Cada cual tiene unas bacterias peculiares en el intestino encargadas de descomponer los alimentos al hacer la digestión, y parece lógico que cada cual tenga, por eso mismo, un hedor propio, distinto al de los demás, pero ese olor no tiene por qué ser siempre el mismo, y podría depender de los alimentos que se hayan ingerido. Es decir, que las flatulencias de uno mismo no tienen por qué apestar siempre de idéntica manera y ser siempre idénticas a sí mismas y diferentes de las de los demás. Lo que sucede es que el cerebro las interpreta enseguida como propias y no ve en ellas una señal de alarma como en las que considera ajenas. 
 
Se trata en suma del narcisismo y del chovinismo del amor de lo propio y del odio de lo ajeno, que alimenta también todos los nacionalismos y paroxismos patrióticos existentes y emergentes, lo que Ferlosio denominó magistralmente "la moral del pedo": no es que huela mejor o peor, es que el ajeno ofende y el propio no.