martes, 14 de enero de 2020

A vueltas con las armas

Los defensores de las armas hacen hincapié en que son instrumentos neutros, es decir ni buenos ni malos per se, sino todo lo contrario. Insisten en que puede hacerse un uso mejor o peor de ellas, según la intención del que las maneje. Pueden emplearse como disuasorias o defensivas para protegerse de una agresión, justificando así su uso, o como ofensivas, a fin de perpetrarla. 
 

En contra de eso, cita Ferlosio en su Campo de retamas el refrán "puestos a reñir, el cuchillo es el que manda" y añade sutilmente: "pero lo que vengo yo preguntándome hace tiempo es si no podría ser, en cambio, que fuese el cuchillo el que mandase ponerse a reñir". Y aduce en su apoyo el verso de Homero: El hierro por sí solo atrae al hombre. 
 

Homero, en efecto, transmite ese refrán o proverbio un par de veces en la Odisea (canto XVI, verso 294 y canto XIX, verso 13): αὐτὸς γὰρ ἐφέλκεται ἄνδρα σίδηρος, lo que tradujo al latín Andrea Divo como ipsum enim atrahit uirum ferrum, y Samuel Clarke como ipsum enim allicit uirum ferrum.
El hierro (σίδηρος en Homero, ferrum en latín) es aquí metonimia de las armas en general, como en nuestro dicho "el que a hierro mata, a hierro muere", y el verbo homérico ἐφέλκεται, o sus traducciones latinas atrahit y allicit, implica que las armas ejercen una fascinación en los seres humanos que es el aliciente, derivado de allicit precisamente, que los empuja a manejarlas: el hierro de por sí arrastra al hombre a la guerra, independientemente del empleo bueno o perverso que quiera hacerse de él. 

No es el hombre el que tira del hierro, sino al revés: Es el hierro quien tira del hombre, como tradujo acertadamente don José Manuel Pabón al castellano el refrán homérico, lo que contradice el único argumento de los defensores del uso de las armas: no las usamos los hombres, nos usan ellas a nosotros. 

No somos, pues, los hombres los que hacemos un uso bueno o malo de las armas; el único uso bueno que cabe hacer de ellas es no usarlas; son las armas las que nos usan a nosotros, y ya se sabe para qué sirven, para nada bueno. Una pistola lleva escrito en sí misma el fin para el que ha sido fabricada. El gatillo llama al dedo urgentemente para que lo apriete. 

Las armas no sólo las carga el diablo, como dice el refrán, sino que además el diablo las fabrica, trafica con ellas y justifica su empleo. Hay algo de perversamente diabólico, además, en la lógica del mercado de este sistema capitalista que padecemos que prohíbe las drogas duras porque matan -olvidando que también sirven para otras cosas- y no prohíbe las armas, que sólo sirven para cometer un crimen

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