miércoles, 22 de enero de 2020

De la mejor forma de gobierno (y II)

Las arquías y los arcados me producen la misma animadversión que las cracias.  Las palabras acabadas en -arquía y en -arcado, que proceden del griego ἀρχή (que se lee arjé), gobierno, pero en primer lugar significaba comienzo, origen, principio, como vemos en algunos helenismos como arcaico, arcaísmo o arqueología, y del verbo ἄρχω (arjo), ser el primero, de donde derivaron los significados de mandar y mando respectivamente, son prácticamente lo mismo que las acabas en -cracia

Podemos catalogar y definir estos helenismos castellanos relacionados con el poder y la gobernanza. 

-Comenzamos por las arquíaspoliarquía,  gobierno de muchos, frente a oligarquía de unos pocos; y si metemos en juego algunos numerales: monarquía, gobierno generalmente hereditario, aunque hubo algunas electivas como en el caso de los papas, de una testa coronada; diarquía, cuando la jefatura del Estado recae sobre dos personas, como sucedió en la antigua Esparta y de algún modo también en la república romana gobernada por dos cónsules colegiados; tetrarquía,  cuando se dividió el imperio romano entre cuatro emperadores; pentarquía, como la que se produjo en el siglo V de la era cristiana cuando cinco arzobispos o patriarcas de la iglesia católica de Roma, Alejandría, Constantinopla, Antioquía y Jerusalén se repartían el pastel; y heptarquía, como la anglosajona de los siete reinos que acabaron fusionándose en el reino de Inglaterra. 

-Y continuamos con los -arcados: el patriarcado, sociológicamente hablando es la organización de la sociedad en que la autoridad es ejercida por un varón que es el jefe de familia, el llamado patriarca; y el matriarcado, donde la autoridad recae en la figura de la mujer en cuanto madre, o, en sentido más general  predominio femenino en la sociedad o en un grupo. No hace falta decir que la sociedad actual es patriarcal, y que el matriarcado se atribuye históricamente a algunos pueblos primitivos.

En todo caso detrás de todos estos términos subyace una jerarquía o justificación religiosa del poder, que implica una gradación de personas, valores o dignidades de rango inferior subordinadas a otras de rango superior,  gobierno que se presenta así como la imposición de un orden divino, sagrado o sacrosanto al que es menester acomodarse por la cuenta que nos trae, pero algo por lo bajo nos dice que, como proclama a veces la voz del pueblo rebelándose contra el principio de autoridad: Nadie es más que nadie

No hace falta decir que considero que la mejor de estas formas cuantitativas y cualitativas de gobierno, la mejor de las arquías  es la anarquía. Esto que digo no es una boutade con la que pretendo impresionar al lector. Plantearse cuál es la mejor forma de gobierno es dar por sentado que el gobierno per se es algo bueno, o no muy malo, que depende en todo caso de la forma mejor o peor con que se ejerza, sin cuestionar si su existencia es natural o necesaria. En la palabra anarquía, el prefijo negativo an- (variante contextual de a- que aparece ante palabras que empieza por vocal) indica la ausencia de poder público, que la RAE define torticeramente como “desconcierto, incoherencia, barullo” (sic), cuando lo cierto es que el único caos apabullante que conocemos es el (des)orden establecido por el gobierno y no la anarquía, que, definida negativamente, sería la máxima expresión de la harmonía.

El mejor faraón del alto y el bajo Egipto: Nadie.

Se oye a veces a algunos bocachanclas decir resignadamente “por lo menos tenemos gobierno”, y “por lo menos tenemos trabajo”, como si el gobierno y el trabajo fueran cosas positivas y necesarias cuya posesión nos hace inmensamente felices, y no lo que son: dos maldiciones veterotestamentarias.

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