No me gusta mucho ninguna de las
palabras compuestas de origen griego que conozco terminadas en
-cracia, procedentes de
-κρατία (cratía),
como aristocracia,
gobierno de los considerados mejores, es decir de una clase social
noble que ha heredado sus privilegios; autocracia,
concentración del poder en una sola
persona; bancocracia, influencia
de la banca en el gobierno del Estado;
burocracia, preponderancia
asfixiante de los despachos, oficinas, escritorios y el vuelva
usted mañana;
dedocracia, designación
arbitraria para desempeñar un cargo público motivado por pura
decisión personal; democracia,
gobierno del pueblo, si no fuera una flagrante contradictio in terminis, porque el pueblo es siempre el objeto de la administración del gobierno; falocracia,
dominio,
según la RAE., del hombre sobre la mujer en la vida social, haciendo
por metonimia que la parte, el falo en este caso, es decir, el pene, represente
al todo, que es el varón; gerontocracia, dominio
ejercido por los ancianos; ginecocracia,
gobierno de las mujeres equiparadas a los hombres en empoderamiento; oclocracia,
dominio de la muchedumbre, la chusma o la plebe; plutocracia,
el régimen capitalista de los ricos; talasocracia,
dominio ejercido sobre los mares; tecnocracia, dirección
de supuestos expertos y peritos que siguen criterios económicos y no políticos o ideológicos a la hora de gobernarnos, y
teocracia, poder que se considera ejercido directamente por Dios, como el de
los hebreros antes de los reyes, o emanado directamente de Él, como reza la cara de una peseta española acuñada en 1963: Francisco Franco caudillo de España por la G(racia) de Dios.
La
única que salvaría de todas las -cracias,
porque es la única forma de gobierno justa y óptima, es la
acracia,
donde
el prefijo negativo
a-, variante contextual de an- que aparece ante palabras que empiezan por consonante como ateo, ácrata o agnóstico, rechaza
precisamente la idea y la necesidad de cualquier forma de dominio del hombre por el hombre: el mejor gobierno, ningún gobierno.
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