Si la fe tiene un poder tan
grande que, según dicen las sagradas escrituras
(Mateo 11, 23), sagradas para los creyentes, claro está, puede hacer que una montaña se quite de repente del medio de
donde está y se meta en el mar sólo con que tengamos fe en ello y no lo dudemos
ni un solo momento en nuestro corazón, la duda no es menos poderosa y también
puede obrar milagros. No soy yo el que lo dice, cuidado, sino el periódico
independiente de la mañana más leído en español, el periódico global. Así reza un titular de la sección de economía, que es la más realista, que apareció en la primera plana de un día cualquiera ya pasado: “Las dudas sobre el crecimiento global
hunden los mercados internacionales”.
Recordemos lo que cuenta Luciano de Samósata que le decía uno de sus personajes, Licino, a Hermótimo, su interlocutor y amigo, en el diálogo homónimo: "Sé sensato y acuérdate de dudar." Le decía que no era una opinión personal suya, algo de su cosecha propia, sino una sentencia de algún sabio, que aconsejaba no dar crédito así como así a las cosas, sino ponerlas todas en tela de juicio, dudar de ellas, no creer en lo que está mandado. Y está claro, volviendo al titular de periódico citado, que las dudas, unas simples dudas sobre algo tan abstracto, evanescente y difuso pero real como "el crecimiento global", unas dudas que albergamos todos en nuestro fuero interno, pueden hundir los mercados internacionales.
-No diré mío, sino de alguno de los sabios, aquello del "sé sensato y aprende a dudar".
(Luciano de Samósata, Hermótimo, 47)
Pues seamos sensatos nosotros
también y acordémonos de no fiarnos mucho de nada ni de nadie, ni siquiera de
nosotros mismos. Y no porque yo lo diga, sino porque lo dijo uno de los sabios
de la antigüedad, un tal Epicarmo según parece que es la autoridad que citaba
sin citarla Licino a su amigo Hermótimo -algunos le han atribuido la máxima al escéptico* Sexto Empírico-, un sabio
que no era sabio porque sí, sino porque todos reconocemos algo de sabiduría y
de razón común, o sea de sentido común, en lo que dijo, en lo que nos sigue
diciendo todavía, porque hoy es siempre todavía, que es lo contrario de lo que nos dicen todos los días por
todos los medios de comunicación a todas las horas los políticos y/o
economistas que nos gobiernan, lo contrario de lo que está mandado, lo
contrario de lo que Dios, que es el dinero, manda: que no le demos
crédito, que perdamos la fe que tengamos en la realidad, a fin de que se hundan
quitándose de en medio y metiéndose en el mar ella misma y todas las bolsas y
los mercados internacionales, para que se vea así la mentira podrida sobre la
que se fundamentaba y cimentaba todo.
Traigamos en auxilio de los antiguos a nuestro poeta don Antonio Machado, que en su Juan de Mairena razona así la importancia del escepticismo: "Aprende a dudar, hijo, y acabarás dudando de tu propia duda. De esta manera premia Dios al escéptico y confunde al creyente".
*Escepticismo: Para el divino Sexto Empírico los sistemas filosóficos son tres: los dogmáticos, que son aquellos que creen haber descubierto la verdad y que se creen poseedores de ella, los académicos, que son aquellos que creen que no puede ser aprehendida, y los escépticos -del griego sképthomai "investigar, mirar con detenimiento, preguntar qué es algo" y, por lo tanto, "no dar nada por establecido ni sentado"- que son los que a falta de fe en uno u otro sentido, dudan, siguen investigando y albergando numerosas dudas, como esas que han hicieron que, aunque sólo fuera por un día, se hundieran los mercados internacionales.
El escéptico es el que no cree, porque los que creen, los creyentes, ya no necesitan investigar nada, ni preguntarse por las cosas, ni mirarlas con detenimiento: se creen en posesión ortodoxa de la verdad.
A
la pregunta que Dios en la viñeta de Montt le hace al Diablo sobre qué
es lo que está haciendo en el cerebro de un ser humano, éste responde "sembrando dudas" a la vez que implanta signos de
interrogación en la materia gris que harán que esa masa encefálica se
cuestione, al aflorar la incertidumbre, todas sus supuestas certezas o
creencias, todas sus fes, esencialmente ciegas como son todas a la luz
de la razón, poniéndolas en tela de juicio.
Para
los Señores del Mundo, nunca dubitativos, la palabra "escéptico" es poco menos que un insulto,
porque ellos creen en la Ciencia, que es la nueva forma que ha
adoptado la vieja religión en nuestros días y en la que depositan
toda su cándida fe, y creen en el Progreso de la Humanidad, y en
todos los artículos de fe que se les proponga. Ellos son los que siempre dicen: "No cabe duda" e "indudablemente".
Nuestro verbo dudar procede del verbo latino "dubitare" y está relacionado etimológicamente en su
origen con el número dos ("duo"), por lo que significa "estar dividido
entre por lo menos dos posibilidades". El número dos representa la duda, el
descubrimiento de que el uno no es ninguno (y que no hay una sola y
única cosa, sino múltiples y varias) y que, por lo tanto, la unidad no
existe de por sí, sino que es fruto de la dualidad, lo que nos lleva,
mucho más lejos, al posible descubrimiento ontológico y esquizofrénico de que yo (y el
Yo) no soy uno, sino, por lo menos, dos.
Sirva como colofón esta reflexión magistral de Rafael Sánchez Ferlosio: Predicar una nueva fe entre practicantes de un viejo culto
animista, tibio y desgastado puede ser un propósito con esperanza de éxito,
pero proponer el escepticismo y el agnosticismo entre gentes entusiasmadas y
enfervorizadas con sus propios dioses patrios no sólo parece tarea desesperada,
sino también el mejor modo de atizar el fuego, ya que para la llama de la
creencia no hay mejor leña que el hostigamiento, porque permite inflamarse a
los creyentes en eso que suele llamarse santa indignación.