martes, 14 de enero de 2025

Varia uariorum

Totalitarismo. -Phillip Allot, un exdiplomático británico y profesor de la Universidad de Cambridge, ha dejado dicho algo que es importante partiendo de alguien que forma parte, como él, del tinglado del status quo: La democracia y el capitalismo son sistemas más totalitarios que el nazismo o el estalinismo. Explica el profesor que tanto la democracia como el capitalismo son sistemas que contienen en sí mismos sus propios valores que pretenden imponerse a la totalidad de la población. Esto obliga a que se acepten sin la menor resistencia crítica, sin rechistar. La opinión de la mayoría no admite discusión, se impone a todos. Si lo cree la mayoría es verdad; todos debemos aceptarlo. De lo contrario, no somos demócratas. Según el exdiplomático “el totalitarismo tradicional” se caracterizaba por controlar a las personas por la fuerza y la violencia -así el nazismo y demás regímenes fascistas, así el estalinismo-, pero la gente podía pensar lo que le viniera en gana en su fuero interno, mientras que bajo el sistema democrático y capitalista de dominación vigente no tenemos libertad de pensamiento ni de actuación porque tememos ser tachados de terroristas, antidemócratas, incorrectos políticamente, fascistas de la extrema derecha, anarquistas... Se trata de un autocontrol impuesto y asumido total, totalitario, que acaba con el libre pensamiento. No hay un dictador externo: el dictador está dentro. Si no pienso como la mayoría, no soy demócrata, no soy del bando de los buenos... Hasta nuestros deseos más íntimos están determinados y condicionados por el sistema interiorizado de dominio; sólo somos capaces de desear lo que la mayoría -manipulada como está- desea que deseemos, y eso es algo increíble que no había sucedido nunca hasta ahora en la historia de la humanidad. 
 
 
Ideoclasta/Iconoclasta. -Decía don Miguel de Unamuno que de todas las tiranías, la más odiosa era la de las ideas, y que no había cracia más aborrecible, por lo tanto, que la ideocracia. Decía que uno tenía que ser dueño de sus ideas, no su esclavo. Quizá, decía, era inevitable tener ideas, como ojos y manos, pero había que conseguir no ser tenido por ellas, liberarse de la esclavitud de las ideas fijas, estereotipadas, dogmáticas. Pensar es desembarazarse y abortar las ideas que tenemos. Unamuno declara aborrecer toda etiqueta, pero acepta la de ideoclasta, la de rompedor de ideas. "¿Que cómo quiero romperlas? Como las botas, haciéndolas mías y usándolas". Hoy en pleno siglo XXI, quedan muy pocas ideas, aunque sigue habiéndolas. En lugar de ellas nos venden e imponen imágenes que atrofian la imaginación y aumentan nuestra fe en la realidad. Por eso se impone la iconoclastia. Ideoclasta, de hecho, es un neologismo creado a partir de iconoclasta: rompedor de imágenes, es decir, de íconos. Iconoclasta: El que destruye los ídolos que producen en nosotros una admiración religiosa que supone sometimiento, que nos imponen cánones, modelos de conducta, pautas. Los ídolos son estrellas de la música, políticos, actores, top-models de alto standing, o santones revolucionarios. En nuestra época todas las imágenes, hasta las más inofensivas, han alcanzado la categoría de íconos reverentes, de imágenes sagradas, de "santos" como decía una abuela mía, a las que se rinde culto y veneración. Iconoclasta o ideoclasta. Es lo mismo. Destructor de todas las imágenes o ideas recibidas, impuestas, inculcadas, reales dentro de su esencial falsedad. 
 

 
Democracia: Democracia no ha habido nunca en Occidente, pese a ser el nombre del régimen de dominio político existente, ni siquiera en la antigua Grecia, donde se inventó la contradictoria palabra: se llama democracia a una forma sofisticada de gobierno por la cual la oligarquía, es decir la minoría poderosa, impone sus deseos al pueblo que, bajo este régimen, obedece voluntariamente mejor que bajo cualquier otro yugo impuesto, porque, engañado por el trampantojo de la palabra, se considera soberano y cree que es libre y dueño de su destino. 

 
La lengua de arriba y la de abajo. La lengua no es de los que mandan, porque gratuita como es es de todos y no es de nadie, pero los que mandan, que son por otro lado los más mandados, a través de escuelas y academias, leyes y decretos, ministerios y medios de comunicación a su servicio, básicamente a través de la escritura y la cultura, se apropian de ella dictando decretos y normas ortográficas, unificando las diversas hablas, el lenguaje corriente y moliente, regulándolo e imponiéndoselo a la gente. En todos los idiomas se da esta lucha entre la lengua de arriba, que es la de la administración, y la lengua de abajo, que es el habla vernácula, materna, la lengua de verdad que habla la gente de la calle. La lengua de arriba, la lengua impuesta a través de la escritura, no deja de ser un dialecto, una jerga culta -política, económica, jurídica, burocrática, científica, filosófica, literaria- que está fabricada para subyugar a la gente y justificar a través de maestros y profesores desde la escuela primaria hasta la universidad la necesidad de la imposición y del gobierno, y está en perpetua guerra en todos los idiomas de Babel contra la lengua vulgar, la que no es necesario que nos enseñe nadie, la que se aprende sola, la que sólo sabe decir ¡no! una y otra vez, todas las que haga falta, a lo que está mandado.
 
La torre de Babel, Pieter Brueghel el Viejo (1563)

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