Hace seis años leíamos un artículo en Público sobre las prisiones de Inglaterra y Gales en el Reino Unido en el que se decía que iban a decir adiós a los barrotes de las ventanas de las celdas, sustituyéndolos por vidrio templado -pero no nos engañemos, las ventanas de vidrio reforzado son mucho más efectivas desde el punto de vista de la seguridad de lo que pueden parecer. Iban a humanizar las cárceles facilitándoles la vida a los reclusos y permitiéndoles, por ejemplo, bajo cierto control, el uso de móviles y portátiles.
Se producía además una curiosa metonimia: los reclusos o presidiarios pasarían a denominarse simplemente “hombres” y sus celdas “habitaciones”, quedando obsoletas las denominaciones tradicionales, que no iban a formar parte ya del vocabulario de los funcionarios de prisiones. Pero con esta medida se corría el peligro inverso y no poco revelador de la paradoja: que los seres humanos podríamos considerarnos reclusos y nuestros habitáculos cárceles como sucedió durante el confinamiento. En todo caso, no por eso, claro está, iban a dejar de existir las realidades paralelas y subyacentes, los presos y las cárceles, como espejos en los que reflejarnos.
Se trataba con estas y otras medidas por el estilo de humanizar la privación de la libertad para hacerla más tolerable y llevadera. No olvidemos que la función esencial de las prisiones, se llamen como quieran llamarse, es hacernos creer a los que estamos provisionalmente fuera de ellas que somos libres por contraposición a los que están dentro. Con esta humanización, se avanza en ese sentido, equiparándonos a los unos y a los otros.
La ronda de los presos, Vincent Van Gogh (1890)
Muy oportunamente Vincent Van Gogh, recreando un grabado de Gustave Doré, Newgate, el patio de ejercicio, pintó el lienzo de la prisión de Newgate, La ronda de los presos, en la que se incluyó el pintor. Es la figura central, que mira al espectador. Se sentía sin duda Van Gogh, el loco del pelo rojo, como esos reclusos, prisionero de sí mismo, en primer término, y
prisionero en segunda y última instancia del mundo, en definitiva, dando vueltas interminables en
círculos como los prisioneros en el patio del penal de la estampa de Doré.
Pero ha llamado mi atención ahora, a propósito de todo esto, la propuesta del Colegio de Abogados de Inglaterra y de Gales leída el otro día en The Guardian de que el sistema penitenciario actual "no funcionaba", dado que el número de personas en prisión aumentaba constante- y considerablemente, pero la tasa de criminalidad no descendía, y la reincidencia además se disparaba. Tanto en Inglaterra como en Gales las cárceles existentes no dan abasto, y si se quiere restringir la libertad de las personas y castigarlas -es decir, llevarlas por el buen y casto camino -castum agere, en latín, origen de castigare-, hay que innovar y ser más creativo, es decir, hay que buscar nuevos sistemas punitivos para los malhechores.
La expresión que utiliza el ilustre Colegio de Abogados es 'uso creativo del castigo' (creative use of punishment). Están pensando en medidas de arresto domiciliario mejoradas para delincuentes no violentos, “prisiones de tiempo parcial” y toques de queda de veinte horas como alternativas directas a la detención. En definitiva propone el ilustre Colegio, y esto es lo que llamaba poderosamente mi atención, introducir “restricciones similares a las impuestas durante los confinamientos relacionados con el Covid como medidas punitivas”.
Aquellas restricciones draconianas que todos recordamos y padecimos habían venido para quedarse, como sospechábamos algunos. Sirvieron, en efecto, para aumentar el control de la población y no para lo que pretendían, que era luchar contra un virus que no era tan peligroso como nos lo pintaban -no es tan fiero el león como lo pintan- y que campó por sus fueros, pero fueron un experimento de control que ahora quiere ponerse en práctica para aplicárselo a los delincuentes menos peligrosos que no tienen cabida en las cárceles por el colapso producido.

Según el Ministerio de Justicia británico la población carcelaria de Inglaterra y Gales se ha duplicado en los últimos treinta años, lo que ha dado lugar a la tasa de encarcelamiento más alta de todos los países de Europa occidental. De ahí surge la preocupación de tener que liberar presos antes de tiempo para meter en las celdas a las nuevas hornadas de delincuentes peligrosos.
Ya existen leyes, de hecho, que prohíben a los infractores el acceso a pubs, campos deportivos y eventos sociales, lo que constituye una privación significativa pero no total de libertad como la cárcel. Se plantea la posibilidad ahora de una forma de prisión a tiempo parcial para delincuentes de bajo riesgo que no hayan cometido delitos graves, que les permita trabajar, capacitarse y mantener vínculos familiares de cara a su reinserción.
Si siguen las cosas como están a este paso, aunque se construyan las nuevas prisiones proyectadas en el Reino Unido, los planes son “insuficientes para satisfacer la demanda futura proyectada”. Los expertos en el tema, que de todo hay en la viña del Señor, pronostican una escasez de 12.400 plazas exactamente en prisiones para finales de 2027 tanto en el país de Gales como en Inglaterra.
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