domingo, 19 de enero de 2025

Sonata de la princesa desencantada

La princesa pasea en satinadas páginas 
 su tristeza infinita por la prensa ilustrada. 
 
Ha perdido el tesoro de la dicha lozana 
y ha perdido el encanto de su prístina gracia. 
 
Como el ánima en pena de afligida mirada, 
se ha quedado en los huesos descarnados del alma. 
 
 Sin querer, su amargura sale por las pantallas. 
Y en sus labios aflora la sonrisa forzada. 
 
Por su cabeza, testa que ha de ser coronada, 
pasarán tantas cosas: sabe Dios lo que pasa. 
 
Caen, gotas de lluvia silenciosas, sus lágrimas, 
melancólicas notas de una triste sonata. 
 
Heredera del trono, la futura monarca,
será Jefe de Estado y sus Fuerzas Armadas.
 
 
Bajo sus pechos late, palpitante, la infancia, 
libélulas que añoran felices cuentos de hadas,
 
y príncipes azules, carrozas y fantasmas, 
castillos en el aire, e imperatrices de Austria. 
 
 ¿Qué tendrá la princesa que se ve atrabiliaria? 
¿Un amor imposible transido de nostalgia? 
 
¿Sabrá su alteza algo? ¿Intrigas cortesanas? 
¿Un secreto de Estado? Quizá no sepa nada.
 
 ¿Ha comprendido acaso, reina desengañada, 
 que el rey está desnudo, como en la vieja fábula? 
 
¿Ha descubierto acaso, mohína y cabizbaja, 
que el vil metal y no otro es el solo monarca? 
 
 A ella, que era plebeya y hasta republicana, 
la corona le pesa como imperiosa lápida. 
 
 Sobre el trono futuro de todas las Españas 
la espada de Damocles pende desenvainada.

No hay comentarios:

Publicar un comentario