domingo, 19 de enero de 2025
Sonata de la princesa desencantada
miércoles, 8 de enero de 2025
Como perro sin dueño
- 1 -
En la red de los siglos ciegos como el diamante, / antes de que arrojara Cristo sobre el planeta / su vastísima y larga sombra de luz radiante / proyectando su cruz, triste y anacoreta,
vino un día, según crónicas, ya lejano / otro hombre de carne y hueso a la luz del mundo, / en Sinope, ciudad de Asia Menor, no en vano / griega: griego será Diógenes vagabundo.
- 2 -
Como todos los hombres, una vez en su vida / siendo niño sintió que era ser hombre, triste, / su destino fatal. Pronto se abrió la herida. / Muerto el niño, es el hombre lo único ya que existe.
De Sinope su patria fue desterrado en nombre / de unos altos principios. Poco se sabe a ciencia / cierta, pero al exilio tuve que irse el hombre. / No hay constancia de culpa suya ni de inocencia.
Sentenció él a los jueces, sin que pararan mientes, / a pudrirse en Sinope: los condenó a quedarse. / Y partió, como el héroe trágico en pos de fuentes / que saciaran su sed, aunque lloró al marcharse.
- 3 -
Acuñó una palabra nueva como respuesta / a una vieja pregunta: Patria? Sin duda alguna, / ciudadano del mundo. Esta será su apuesta. / ¿Nación? Cosmopolita. Quiso decir: ninguna.
- 4 -
Con el manto raído y sucio, la alforja al hombro / y el bastón, ese báculo fiel de los peregrinos / anda por infrecuentes sendas y causa asombro / en las gentes vagando solo por los caminos.
Ciudadano del mundo, sin esperanza vaga. / Toma cuanto la vida, pródiga, le regala: / el ocaso, la aurora y ese licor que embriaga / de aguardiente, y la flor, cuya fragancia inhala,
los olivos, el mirto donde la luz derrama / sus racimos, las múltiples islas diseminadas / en el mar y la línea del horizonte. Y ama / todo cuanto a su paso sale: las ensenadas,
la marisma, las cabras, la soledad de un barco, / los albatros, la noche densa, el laurel, el vino, / la sonrisa fugaz de una muchacha, el charco / donde el cielo se mira, limpio, junto al camino.
Desterrado y en todas partes al fin meteco, / busca el rastro invisible y huella del hombre en vano. / Se dirigen sus pasos rumbo a la luz y el eco, / hacia Atenas espléndida, ávidos de algo humano.
Lo verán a menudo con un candil en mano / por el día: buscaba hombres y no la máscara, / la verdad, no la sombra vana del ser humano. / Si algo halló, sólo fue sola la mera cáscara.
- 5 -
Mucha gente le arroja piedras desaprensivas / y lo insultan: Meteco, chucho de mal pellejo. / A pedradas las carnes le abren, heridas vivas. / Les responde ladrando, ya malherido y viejo.
Asumió él el insulto, befa vulgar e hiriente, / chucho, sí, escarnecido siempre e incomprendido, / pero perro sin dueño, libre absolutamente, / como nadie será, como ninguno ha sido.
Rico en medio de tanta, tanta pobreza, ha dado / su metáfora al mundo, imprescindible tanto / como auténtica. Ahora, se echa al sol, al lado / de un arroyo y se duerme sobre el gastado manto.
Corazón palpitante, Diógenes rememora, / joven, a una mujer. Se le ofreció desnuda / una noche de luna llena conmovedora. / Nunca supo que viva era Afrodita muda.
- 6 -
Ya el sabiondo Aristóteles forja sus silogismos, / herraduras de lógica pura, para Alejandro, / su discípulo. El príncipe sueña con espejismos / de batallas: las aguas rojas del Escamandro,
el fulgor de su espada regia que empuña y blande / contra el rey enemigo. Sueña combates, gloria / duradera, conquistas donde el valor se expande, / gestas propias que un día recordará la historia.
Ve que rompe el gordiano nudo que le abrirá /Asia, sierva a sus pies, como caída hoja, / toda bajo su férula. Sueña. Recorrerá / cabalgando a Bucéfalo, viento, la estepa roja.
Le deslumbran sus sueños. Siente que es inmortal. / Pero ignora que escrita toda la historia estaba, / que sería el actor de una función trivial, / títere de tragedia que en su papel soñaba.
Una vez que Alejandro, ya amo del mundo todo, / quiso oír la palabra del peregrino griego / perro viejo, que halló sobre el inmundo lodo / dormitando desnudo bajo el ardor del fuego,
conmovido el monarca, como sin duda estaba, / bajo el sol veraniego de oro y de luz tejido, / Pídeme lo que quieras dijo, y su voz temblaba. / No me quites el sol, rey, nada más te pido.
Eso, cuentan, ladró grave la voz del perro. / Alejandro se aparta y, avergonzado, huye, / teme que las palabras, más que el agudo hierro, / lo traspasen. Y el quieto río del tiempo fluye.
- 7 -
En la crónica léese, si hemos de darle crédito, / que compuso tratados: uno contra el Estado / y otro contra la Muerte misma en un libro inédito. / Fue su vida su única obra que se ha salvado.
No fue un hombre de letras él. Despreció la gloria. / Como contrapartida, ésta no lo ha querido / en su nómina. El perro, náufrago en la memoria, / no será sin embargo pasto jamás de olvido
aunque nada nos haya suyo legado escrito / (si escribió fue en el viento). Otro dejó su ejemplo, / monumento erigido contra la ley, maldito, / en un libro, y quedó, como perenne templo,
como erecta columna, desvergonzadamente / alta, impúdico símbolo, mármol desde el pasado / condenado a durar siempre y eternamente, / itifálico Príapo contra el futuro alzado.