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miércoles, 8 de enero de 2025

Como perro sin dueño

Diógenes, Jean-Léon Gerôme (1860)

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En la red de los siglos ciegos como el diamante, / antes de que arrojara Cristo sobre el planeta / su vastísima y larga sombra de luz radiante / proyectando su cruz, triste y anacoreta,

vino un día, según crónicas, ya lejano / otro hombre de carne y hueso a la luz del mundo, / en Sinope, ciudad de Asia Menor, no en vano / griega: griego será Diógenes vagabundo.

- 2 -

Como todos los hombres, una vez en su vida / siendo niño sintió que era ser hombre, triste, / su destino fatal. Pronto se abrió la herida. / Muerto el niño, es el hombre lo único ya que existe.

 De Sinope su patria fue desterrado en nombre / de unos altos principios. Poco se sabe a ciencia / cierta, pero al exilio tuve que irse el hombre. / No hay constancia de culpa suya ni de inocencia.

Sentenció él a los jueces, sin que pararan mientes, / a pudrirse en Sinope: los condenó a quedarse. / Y partió, como el héroe trágico en pos de fuentes / que saciaran su sed, aunque lloró al marcharse.

  - 3 -

Acuñó una palabra nueva como respuesta / a una vieja pregunta:  Patria? Sin duda alguna, / ciudadano del mundo. Esta será su apuesta. / ¿Nación? Cosmopolita. Quiso decir: ninguna.

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Con el manto raído y sucio, la alforja al hombro / y el bastón, ese báculo fiel de los peregrinos / anda por infrecuentes sendas y causa asombro / en las gentes vagando solo por los caminos.

Ciudadano del mundo, sin esperanza vaga. / Toma cuanto la vida, pródiga, le regala: / el ocaso, la aurora y ese licor que embriaga / de aguardiente, y la flor, cuya fragancia inhala,

 los olivos, el mirto donde la luz derrama / sus racimos, las múltiples islas diseminadas / en el mar y la línea del horizonte. Y ama / todo cuanto a su paso sale: las ensenadas,

 la marisma, las cabras, la soledad de un barco, / los albatros, la noche densa, el laurel, el vino, / la sonrisa fugaz de una muchacha, el charco / donde el cielo se mira, limpio, junto al camino.

Desterrado y en todas partes al fin meteco, / busca el rastro invisible y huella del hombre en vano. / Se dirigen sus pasos rumbo a la luz y el eco, / hacia Atenas espléndida, ávidos de algo humano.

Lo verán a menudo con un candil en mano / por el día: buscaba hombres y no la máscara, / la verdad, no la sombra vana del ser humano. / Si algo halló, sólo fue sola la mera cáscara.

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Mucha gente le arroja piedras desaprensivas / y lo insultan: Meteco, chucho de mal pellejo. / A pedradas las carnes le abren, heridas vivas. / Les responde ladrando, ya malherido y viejo.

Asumió él el insulto, befa vulgar e hiriente, / chucho, sí, escarnecido siempre e incomprendido, / pero perro sin dueño, libre absolutamente, / como nadie será, como ninguno ha sido.

Rico en medio de tanta, tanta pobreza, ha dado / su metáfora al mundo, imprescindible tanto / como auténtica. Ahora, se echa al sol, al lado / de un arroyo y se duerme sobre el gastado manto.

 Corazón palpitante, Diógenes rememora, / joven, a una mujer. Se le ofreció desnuda / una noche de luna llena conmovedora. / Nunca supo que viva era Afrodita muda.

 - 6 -

Ya el sabiondo Aristóteles forja sus silogismos, / herraduras de lógica pura, para Alejandro, / su discípulo. El príncipe sueña con espejismos / de batallas: las aguas rojas del Escamandro,

el fulgor de su espada regia que empuña y blande / contra el rey enemigo. Sueña combates, gloria / duradera, conquistas donde el valor se expande, / gestas propias que un día recordará la historia.

Ve que rompe el gordiano nudo que le abrirá /Asia, sierva a sus pies, como caída hoja, / toda bajo su férula. Sueña. Recorrerá / cabalgando a Bucéfalo, viento, la estepa roja.

 Le deslumbran sus sueños. Siente que es inmortal. / Pero ignora que escrita toda la historia estaba, / que sería el actor de una función trivial, / títere de tragedia que en su papel soñaba.

Una vez que Alejandro, ya amo del mundo todo, / quiso oír la palabra del peregrino griego / perro viejo, que halló sobre el inmundo lodo / dormitando desnudo bajo el ardor del fuego,

conmovido el monarca, como sin duda estaba, / bajo el sol veraniego de oro y de luz tejido, / Pídeme lo que quieras dijo, y su voz temblaba. / No me quites el sol, rey, nada más te pido.

Eso, cuentan, ladró grave la voz del perro. / Alejandro se aparta y, avergonzado, huye, / teme que las palabras, más que el agudo hierro, / lo traspasen. Y el quieto río del tiempo fluye.   

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En la crónica léese, si hemos de darle crédito, / que compuso tratados: uno contra el Estado / y otro contra la Muerte misma en un libro inédito. / Fue su vida su única obra que se ha salvado.

No fue un hombre de letras él. Despreció la gloria. / Como contrapartida, ésta no lo ha querido / en su nómina. El perro, náufrago en la memoria, / no será sin embargo pasto jamás de olvido

 aunque nada nos haya suyo legado escrito / (si escribió fue en el viento). Otro dejó su ejemplo, / monumento erigido contra la ley, maldito, / en un libro, y quedó, como perenne templo,

como erecta columna, desvergonzadamente / alta, impúdico símbolo, mármol desde el pasado / condenado a durar siempre y eternamente, / itifálico Príapo contra el futuro alzado.

miércoles, 29 de septiembre de 2021

La lámpara de Diógenes

    Diógenes Laercio narrando la vida de su tocayo Diógenes de Sinope le dedica una frase memorable en el libro sexto, parágrafo 41, de sus “Vidas y opiniones de los filósofos ilustres”, consagrado a Antístenes y a la escuela cínica: (Diógenes) Se paseaba en pleno día con una lámpara encendida, diciendo: “Estoy buscando un hombre” (Διογένης) λύχνον μεθ᾽ ἡμέραν ἅψας περιῄει λέγων "ἄνθρωπον ζητῶ." 

Diógenes con su lámpara buscando al hombre en Atenas, J.H.W. Tischbein (1751-1829)
 

    Diógenes porta un candil durante el día buscando a un hombre, es decir, a alguien que responda a la idea de 'ser humano', ἄνθρωπος (ánthropos) en griego clásico, que no encuentra ni a la luz del sol a pleno día ni con la ayuda de la linterna, ni encontraría nunca tampoco aunque se mirara en un espejo porque nada ni nadie, ninguna cosa ni persona como caso eximio entre las cosas de este mundo, responde cabalmente, verdaderamente, a la idea que se tiene de ella. Esta interpretación es un ataque a las Ideas platónicas. Diógenes va en busca del concepto de 'ser humano' pero no encuentra más que personas de carne y hueso, individuos concretos. 

    Se ha querido ver en esta anécdota desde muy antiguo, sin embargo, un significado moral en el sentido de que Diógenes va buscando personas 'auténticas, honradas, virtuosas, buenas' que no encuentra en su deambular por las calles de Atenas. ¿Por qué no encuentra hombres de verdad? Podría tratarse de un problema personal de ceguera o de poca visión, por eso lleva la linterna de día, para ayudarse con la luz del fuego, dado que con la luz natural no le basta para encontrarlos.

    En relación con eso cuenta Diógenes Laercio también, en el parágrafo 40: "Al salir del baño, alguien le preguntó si había mucha gente bañándose, y dijo que no; pero cuando otro le preguntó si había mucha gentuza, contestó que sí". Y más adelante, parágrafo 60, leemos otra anécdota similar: cuando regresaba de los Juegos Olímpicos a los que había asistido como espectador, alguien le preguntó si había mucho gentío y él le respondió: “Mucho gentío, sí, pero pocos hombres” ("πολὺς μέν," εἶπεν, "ὁ ὄχλος, ὀλίγοι δ᾽ οἱ ἄνθρωποι"). Se contraponen aquí los términos gentío ὄχλος (óchlos), de donde deriva oclocracia, el gobierno de la muchedumbre o de la plebe, con hombres ἄνθρωποι (ánthropoi), y la cuestión se plantea en términos cuantitativos el gentío es mucho, los hombres que hay pocos. 

Diógenes busca a un hombre de verdad, Caesar van Everdingen (1652)
 

    En el parágrafo 32 de la obra citada se recoge una anécdota que contaba Hecatón en sus Dichos -una colección de frases ingeniosas y donaires- sobre Diógenes: Una vez daba voces gritando: “¡A mí los hombres!”; y a los que acudieron, los apaleó con el bastón diciendo: “A hombres llamé, no a desechos” φωνήσας ποτέ, "ἰὼ ἄνθρωποι," [καὶ] συνελθόντων, καθίκετο τῇ βακτηρίᾳ, εἰπών, "ἀνθρώπους ἐκάλεσα, οὐ καθάρματα,". Se contraponen aquí los hombres con desechos, en la traducción de Bredlow que cito, en concreto con los objetos que se rechazaban como impuros en la ceremonia de las lustraciones, que en sentido figurado puede ser “piltrafas humanas”.

    Fedro, el fabulista latino, nos cuenta la anécdota de la lámpara de Diógenes atribuyéndosela a Esopo en la fábula núm. 19 del libro III, que cito en traducción rítmica propia: Cuando era Esopo el único siervo de su señor, / se le ordenó la cena muy pronto preparar. / Así que lumbre casa por casa fue a buscar, / y al fin halló dónde el candil poder prender. / El largo entonces recorrido que fuera al ir / hizo más corto; que por la plaza se metió / mayor de vuelta. Y de la chusma un charlatán: / “¿Qué haces, Esopo, a pleno día con un farol?” / “Busco, le dijo, a un hombre.” Y a casa se marchó. / Si esto el pesado en su fuero interno caviló, / vio que al viejo Esopo un hombre no le pareció / al bromear sin ton ni son con su quehacer.

    Ambas interpretaciones del ἄνθρωπον ζητῶ/hominem quaero/busco al hombre, la antiplatónica y la moral no tienen por qué ser excluyentes, y pueden de hecho complementarse. Diógenes con su búsqueda del hombre está criticando las ideas platónicas y, al mismo tiempo, la falsía de las personas que encuentra.