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domingo, 8 de enero de 2023

Institución de la monarquía o Las ranas pidiendo rey.

    En el Libro del profeta Samuel (I, 8-10) del Antiguo Testamento se lee cómo se estableció la monarquía entre los hebreos. Los ancianos de Israel, descontentos con los jueces que tenían, acudieron al profeta Samuel, ya anciano, y le pidieron que les pusiera como gobernante un rey en condiciones, no profetas o jueces como hasta entonces habían tenido. La institución de la monarquía formaba parte de las ilusiones de los hebreos, que querían tener un sistema de gobierno homologado con el de los pueblos vecinos para no ser menos que ellos.
 
    Dios, Jehová o Yavé, aunque de mala gana, consintió que el pueblo hebreo se rigiera por reyes.  Samuel, haciendo uso de sus dotes proféticas, les advirtió a los ancianos de lo mal que les iría con el futuro rey. Puede apreciarse en sus palabras un dejo de amargura y una clara corriente antimonárquica, revelándoles lo que les infligirá la futura monarquía: Tomará a vuestros hijos y (...)  les hará labrar sus campos, recolectar sus mieses, fabricar sus armas de guerra y el atalaje de sus carros. Tomará a vuestras hijas para perfumeras, cocineras y panaderas. Tomará vuestros mejores campos, viñas y olivares, y se los dará a sus servidores. Diezmará vuestras cosechas y vuestros vinos para sus eunucos y servidores. Tomará vuestros siervos y vuestras siervas, vuestros mejores bueyes y asnos para emplearlos en sus obras. Diezmará vuestros rebaños y vosotros mismos seréis esclavos suyos. Y aquel día clamaréis a causa del rey que vosotros elegisteis, pero entonces Yavé no os responderá”. 
 
 
  Unción de Saúl, Marc Chagall (1958)
 
    La profecía de Samuel refleja, en realidad, no tanto el futuro como los abusos salomónicos que el pueblo de Israel había sufrido en el pasado. El pueblo hebreo, sin embargo, desoyó las advertencias del clarividente Samuel, y siguieron reclamando que hubiera sobre ellos un Rey, como las ranas de la vieja fábula grecolatina, que le piden un monarca a Júpiter para que las gobierne. 
 
    Samuel, el vidente, tuvo una visión divina: debía ungir rey a Saúl, un buen mozo que descollaba por su estatura, y lo hizo a regañadientes pues, como queda dicho, no era partidario de la monarquía. Reunió al pueblo de Israel y habló en nombre de Yavé: “...Yo hice subir a Israel de Egipto, yo os he liberado de la mano de los egipcios y de la de cuantos reyes os oprimieron; y vosotros hoy rechazáis a vuestro Dios, que os ha librado de vuestros males y de vuestras aflicciones, y le decís: ¡No, pon sobre nosotros un rey!”... “Aquí tenéis al elegido de Yavé. No hay entre todos otro como él”. Y el pueblo se puso a gritar: “¡Viva el Rey!”. Saúl, pues, fue coronado como primer rey de Israel, al que le sucedería David.
 

 David y Saúl,  Ernst Josephson (1878)
 
   La lectura de este episodio bíblico nos trae a la memoria la fábula de Fedro de las ranas pidiendo rey y el viejo y fecundo debate: ¿Es necesario que haya gobierno? Las ranas de una charca, hartas del desgobierno en el que vivían, pidieron a Júpiter un monarca. El dios, indignado, les mandó un tablón del que se rieron las ranas, y reivindicaron un monarca en condiciones. Júpiter, el dios supremo, decidió enviarles una hidra que se las zampó una tras otra a todas y cada una de las ranas.  
 
    Traduzco la versión de Fedro en senarios yámbicos prolongados en medio pie con rima asonante. Esopo entonces les contó esta vieja fabla: / Viviendo en unas pozas libres unas ranas / pidieron rey a Júpiter con gran bullanga, / que reprimiera a fondo, torpes, sus usanzas. / El padre de los dioses rió y les echó una tranca / no grande, que, arrojada de repente al agua, / del golpe y ruido asustó a la especie timorata. / Yaciendo largo tiempo hundidas en la lama, / saca una el morro sin ruido un día de la charca / y, visto el rey, convoca a todas sus hermanas. / Ellas, perdido el miedo, ya a porfía nadan, / y salta sobre el tronco la tropa descarada. / Habiéndolo ultrajado con total jarana, / mandaron otro a pedir a Júpiter monarca, / que el concedido no valía para nada. / Entonces les mandó un endriago(1), que a dentelladas / comenzó a atacarlas una a una. En vano, escapan / de la muerte inermes; el miedo ahoga su garganta. / En secreto a Júpiter por Mercurio así le mandan / que socorra a las infelices. Pero el dios proclama / entonces: “Si no quisisteis soportar bonanza, / la pena sufrid.”  (2)  "Ciudadanos, dijo, soportadla / también vosotros, no otra mayor encima os caiga".

(1) Con “endriago” (monstruo fabuloso, con facciones humanas y miembros de varias fieras) traduzco el “hydrum”, una hidra en el original de Fedro. El Arcipreste sustituye la hidra por una cigüeña “manzillera” (matadora, carnicera) que se comía a las ranas de dos en dos porque era ventenera, es decir, probablemente “venternera”, de vientre:  glotona y tragona:  Enbióles por rey çigüeña manzillera:/ çercava todo el lago, ansí faz' la ribera,/ andando picoabierta; como era ventenera,/ de dos en dos las ranas comía bien ligera. 

(2) La moraleja del Arcipreste no tiene pérdida: el que no tenga gobierno (premia dice él, o sea, opresión, sujeción, cadena), no quiera ser gobernado:  Quien tiene lo que l' cunple, con ello sea pagado,/ quien puede seer suyo, non sea enajenado;/ el que non toviere premia, non quiera ser apremiado:/ libertat e soltura non es por oro conprado.

miércoles, 29 de septiembre de 2021

La lámpara de Diógenes

    Diógenes Laercio narrando la vida de su tocayo Diógenes de Sinope le dedica una frase memorable en el libro sexto, parágrafo 41, de sus “Vidas y opiniones de los filósofos ilustres”, consagrado a Antístenes y a la escuela cínica: (Diógenes) Se paseaba en pleno día con una lámpara encendida, diciendo: “Estoy buscando un hombre” (Διογένης) λύχνον μεθ᾽ ἡμέραν ἅψας περιῄει λέγων "ἄνθρωπον ζητῶ." 

Diógenes con su lámpara buscando al hombre en Atenas, J.H.W. Tischbein (1751-1829)
 

    Diógenes porta un candil durante el día buscando a un hombre, es decir, a alguien que responda a la idea de 'ser humano', ἄνθρωπος (ánthropos) en griego clásico, que no encuentra ni a la luz del sol a pleno día ni con la ayuda de la linterna, ni encontraría nunca tampoco aunque se mirara en un espejo porque nada ni nadie, ninguna cosa ni persona como caso eximio entre las cosas de este mundo, responde cabalmente, verdaderamente, a la idea que se tiene de ella. Esta interpretación es un ataque a las Ideas platónicas. Diógenes va en busca del concepto de 'ser humano' pero no encuentra más que personas de carne y hueso, individuos concretos. 

    Se ha querido ver en esta anécdota desde muy antiguo, sin embargo, un significado moral en el sentido de que Diógenes va buscando personas 'auténticas, honradas, virtuosas, buenas' que no encuentra en su deambular por las calles de Atenas. ¿Por qué no encuentra hombres de verdad? Podría tratarse de un problema personal de ceguera o de poca visión, por eso lleva la linterna de día, para ayudarse con la luz del fuego, dado que con la luz natural no le basta para encontrarlos.

    En relación con eso cuenta Diógenes Laercio también, en el parágrafo 40: "Al salir del baño, alguien le preguntó si había mucha gente bañándose, y dijo que no; pero cuando otro le preguntó si había mucha gentuza, contestó que sí". Y más adelante, parágrafo 60, leemos otra anécdota similar: cuando regresaba de los Juegos Olímpicos a los que había asistido como espectador, alguien le preguntó si había mucho gentío y él le respondió: “Mucho gentío, sí, pero pocos hombres” ("πολὺς μέν," εἶπεν, "ὁ ὄχλος, ὀλίγοι δ᾽ οἱ ἄνθρωποι"). Se contraponen aquí los términos gentío ὄχλος (óchlos), de donde deriva oclocracia, el gobierno de la muchedumbre o de la plebe, con hombres ἄνθρωποι (ánthropoi), y la cuestión se plantea en términos cuantitativos el gentío es mucho, los hombres que hay pocos. 

Diógenes busca a un hombre de verdad, Caesar van Everdingen (1652)
 

    En el parágrafo 32 de la obra citada se recoge una anécdota que contaba Hecatón en sus Dichos -una colección de frases ingeniosas y donaires- sobre Diógenes: Una vez daba voces gritando: “¡A mí los hombres!”; y a los que acudieron, los apaleó con el bastón diciendo: “A hombres llamé, no a desechos” φωνήσας ποτέ, "ἰὼ ἄνθρωποι," [καὶ] συνελθόντων, καθίκετο τῇ βακτηρίᾳ, εἰπών, "ἀνθρώπους ἐκάλεσα, οὐ καθάρματα,". Se contraponen aquí los hombres con desechos, en la traducción de Bredlow que cito, en concreto con los objetos que se rechazaban como impuros en la ceremonia de las lustraciones, que en sentido figurado puede ser “piltrafas humanas”.

    Fedro, el fabulista latino, nos cuenta la anécdota de la lámpara de Diógenes atribuyéndosela a Esopo en la fábula núm. 19 del libro III, que cito en traducción rítmica propia: Cuando era Esopo el único siervo de su señor, / se le ordenó la cena muy pronto preparar. / Así que lumbre casa por casa fue a buscar, / y al fin halló dónde el candil poder prender. / El largo entonces recorrido que fuera al ir / hizo más corto; que por la plaza se metió / mayor de vuelta. Y de la chusma un charlatán: / “¿Qué haces, Esopo, a pleno día con un farol?” / “Busco, le dijo, a un hombre.” Y a casa se marchó. / Si esto el pesado en su fuero interno caviló, / vio que al viejo Esopo un hombre no le pareció / al bromear sin ton ni son con su quehacer.

    Ambas interpretaciones del ἄνθρωπον ζητῶ/hominem quaero/busco al hombre, la antiplatónica y la moral no tienen por qué ser excluyentes, y pueden de hecho complementarse. Diógenes con su búsqueda del hombre está criticando las ideas platónicas y, al mismo tiempo, la falsía de las personas que encuentra.  

miércoles, 3 de junio de 2020

Ridiculus mus, o el parto de los montes

MVS significaba “ratón” en latín, palabra emparentada con “mouse”, que es como se dice en inglés “ratón” y con Maus en alemán,  ya nos refiramos a un ratón cualquiera, como Micky Mouse, el ratón parlante de Walt Disney, ese gran corruptor de menores que ha maleducado a tantas generaciones de niños causándoles un trauma infantil insuperable al inculcarles que hay malos malísimos y buenos buenísimos y que entre el blanco y el negro no hay grises, o ya nos refiramos al del ordenador, que sólo por comparación formal se llama así.



Micky Mouse, el ratón parlante de Walt Disney



De “mus” viene el nombre de la musaraña, el ratón-araña, pequeño mamífero insectívoro, también llamado musgaño y murgaño, porque se creía que su mordedura era venenosa como la de la araña,  pero también se denomina así a la nubecilla que se nos pone delante de los ojos,  cuando dichas musarañas nos enturbian y distorsionan la visión de la realidad y el pensamiento.




Musaraña



De “mus” viene también la familia de los múridos, que comprende a todos estos roedores: aquí se ha producido el cambio de la consonante silbante en líquida: la ese se ha convertido en erre, ya en latín mismo, cuando iba entre vocales, fenómeno que se denomina rotacismo: pues si “mus” era el ratón en singular, los ratones eran “mures” en plural. En castellano viejo, por cierto, se llamaba mur al ratón, que es la evolución del acusativo murem, y al hecho de cazar ratones se denominaba murar.



De “mus” viene también el murciélago, metátesis de lo que antaño se llamaba murciégalo, curiosa palabra que como "ayuntamiento" contiene las cinco vocales, y que parece que quería decir: mus caecus ales: ratón ciego alado.



Murciélago



Y de “mus”, finalmente, vienen también los músculos,  pues musculus es el diminutivo de mus, ratoncillos que se estiran y se encogen, como hacen los culturistas, curiosa palabra esta que significa que cultivan sus músculos, por la semejanza de sus movimientos con los del ratón. Pero es que la propia palabra latina musculum origina un doblete, es decir, tiene dos resultados en castellano: un cultismo, que es músculo, prácticamente latín, pues la palabra no ha sufrido más que un par de cambios (la pérdida de la -m final y la apertura de la -u final en -o), y el vulgarismo o palabra patrimonial muslo, que apareció en el siglo XIII para nombar la parte alta de la pierna, musculosa y carnosa. En el sentido primitivo se tomó hacia 1730 por vía culta el término músculo, según informa Corominas.







En griego se denomina "mys, myós", de donde en unión de "cardía", corazón, nos viene ni más ni menos que el infarto de miocardio. De ahí que a la parte de la anatomía que estudia los músculos se la denomine con voz griega miología.



Es célebre la fábula de Fedro, conocida como el parto de los montes: Mons parturibat, gemitus immanes ciens, / eratque in terris maxima expectatio. / At ille murem peperit. Hoc scriptum est tibi, / qui, magna cum minaris, extricas nihil. Paría un monte, con gritos y aspavientos mil,  / y había en la tierra máxima expectación. / Pero parió un ratón. Escrito fue por ti, /  que, amenazando mucho, no haces nada más.





Horacio en su Arte poética (verso 128) se hace eco de esta fábula, consagrando la expresión de "el parto de los montes" para dar a entender que cuando se esperan acontecimientos de máxima importancia que levantan grandes expectativas suelen suceder, sin embargo, cosas de poca monta. Parturient montes, nascetur ridiculus mus. Van a parir los montes, saldrá ratón irrisorio. 

El miedo cercano al pánico que provoca la noticia inminente del parto hace de un minúsculo grano de arena, ampliado por la lente del microscopio que lo enfoca, toda una montaña, nunca mejor dicho.  

Hay una versión griega de este dicho, el proverbio: ὤδινεν ὄρος, εἶτα μῦν ἀπέτεκεν: la montaña tenía dolores de parto, en consecuencia parió un ratón.
Nuestro Samaniego recrea así la vieja fábula:
 
Con varios ademanes horrorosos
los montes de parir dieron señales; 
consintieron los hombres temerosos 
ver nacer los abortos más fatales. 
Después que con bramidos espantosos 
infundieron pavor a los mortales,
estos montes, que al mundo estremecieron, 
un ratoncillo fue lo que parieron.

Hay autores que en voces misteriosas 
estilo fanfarrón y campanudo
nos anuncian ideas portentosas;
pero suele a menudo
ser el gran parto de su pensamiento, 
después de tanto ruido sólo viento.