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viernes, 7 de octubre de 2022

Fábula del hacha y el mango

“El bosque seguía muriéndose y los árboles seguían votando al hacha. Ella, mucho más astuta, los había convencido de que por tener el mango de madera era uno de ellos”.


    Celebro la ocurrencia de esta brevísima fábula del bosque que no cree que el hacha y los árboles estén hechos de la misma madera. No sé si será un proverbio turco, como a mí me ha llegado, o no. Sospecho que lo de “turco” solo sea para darle el prestigio del barniz de la sabiduría oriental, como si dijéramos “chino” o “árabe”, por aquella percepción que tenemos en Occidente de que la luz nos viene de Oriente: ex Oriente lux

    De cualquier modo, en la forma en que me ha llegado no creo que sea muy antiguo, porque se hace referencia a la moderna democracia representativa con la expresión “votando al hacha”. Hasta finales del siglo XVIII, en efecto, por 'democracia' se entendía “democracia directa” a la griega, como en la Atenas de Periclés, donde se tomaban las decisiones en asamblea. Sólo a partir de entonces, la democracia pasa a conllevar entre sus notas definitorias la noción moderna de representativa que supone votar a alguien para que tome el timón y nos gobierne. 

    Estoy convencido de que esta fábula del hacha y el mango, tal como se ha presentado, es una fábula moderna. Sin embargo, sí que creo que de alguna forma es un refrán popular porque refleja el sano escepticismo del pueblo y de la gente, que en seguida descubre la mentira con la que se pretende engañarla.

    Buen ejemplo de esto podría ser esta viñeta, que, a su modo, también es una microfábula: El lobo promete a las ovejas en un mitin electoral volverse vegetariano, y todas aclaman al líder que, como cabe esperar, incumplirá sus promesas devorándolas una tras otra, cosa que está en su naturaleza.

 

    Buscando hacia atrás un poco en la tradición clásica literaria grecolatina algún antecedente de la fábula del hacha y el mango, encuentro en el repertorio de fábulas griegas de Esopo una que podría ser el origen de la fábula moderna que he presentado. Se trata de la número 142 (Las encinas y Zeus), que dice así en la traducción de Pedro Bádenas de la Peña publicada por Gredos.

Las encinas y Zeus. Una vez las encinas, llegándose a presencia de Zeus, arriesgaron estas palabras de reproche: «Oh, Zeus, fundador de nuestra raza y padre de todas las plantas. Si íbamos a ser cortadas, ¿por qué nos creaste?» A esto Zeus, sonriendo, contestó así: «Vosotras mismas proporcionáis el instrumento que se vuelve contra vosotras. Si no hubierais engendrado todos los mangos, no habría hachas en casa de los campesinos.» 

El bosque y el leñador, Gustavo Doré (1832-1883)

    Encuentro en el fabulista francés Jean de La Fontaine, una fábula inspirada en la queja de las encinas a Zeus de Esopo, titulada El bosque y el leñador (libro XII, fábula 16, publicada originalmente en 1679), que ilustró el grabador francés G. Doré, como tantas otras suyas. En traducción castellana de don Bernardo María de Callada en octosílabos romanceados, dice así: 

Acababa un leñador / de perder de su hacha el mango. / No podía repararse / esta pérdida hasta tanto / que se dejase en el bosque / de cortar por unos años. / Suplicóle humildemente / el hombre que un solo palo / le prestase, a fin de hacer / para su hacha un nuevo mango. / Y ofreció que a emplear iría / en otra parte sus brazos / dejando en pie a las encinas / y demás árboles altos, / cuya antigüedad remota / veneraban los humanos. / Dióle el inocente bosque / otras armas (costóle harto). / Púsole el mango a su hierro, / y de él se sirvió el ingrato / para ir a su generoso / consolador despojando / de sus más bellos adornos. / Su propio don fue su estrago. / De esta manera obra el mundo, / y así lo hacen sus sectarios. / Se sirven del beneficio / los que están beneficiados / contra el mismo bienhechor. / Mas ¿de qué sirve afearlo? / ¡Quién no se lastimará / de que hasta los solitarios / dulces y sombríos bosques / experimenten tal pago! / ¡Ah! Por más que yo predique / y me haga incómodo, es llano / que la ingratitud y abusos / no serán menos usados!

    Rebuscando en el repertorio de fábulas literarias castellanas, encuentro esta de Samaniego, más breve, titulada “La hacha y el mango”, que es la número 12 de su libro IV, inspirada en La Fontaine y lejanamente en Esopo, compuesta por hendecasílabos (salvo un heptasílabo) con rimas pareadas. Está incluida en su Fábulas en verso castellano para el uso del Real Seminario Bascongado, publicado en 1784.

Un hombre que en el bosque se miraba / con una hacha sin mango suplicaba / a los árboles diesen la madera / que más sólida fuera / para hacerle uno fuerte y muy durable. / Al punto la arboleda innumerable / le cedió el acebuche; y él, contento, / perfeccionando luego su instrumento, / de rama en rama va cortando a gusto / del alto roble el brazo más robusto. / Ya los árboles todos recorría, / y mientras los mejores elegía / dijo la triste encina al fresno: “Amigo: / infeliz del que ayude a su enemigo”.

domingo, 24 de octubre de 2021

La ponzoña del embuste

    Ya una vieja fábula de Esopo, conocida como Hermes y los artesanos, la número 103 en la edición de Perry y la 111 en la de Chambry, nos habla de cómo Zeus, el dios supremo que era en un panteón politeísta jerárquico que prefigura ya el futuro monoteísmo triunfante judeocristiano y musulmán, ordena a Hermes, el Mercurio de los romanos, dios de los comerciantes y príncipe de los ladrones, a los que de alguna forma equipara bajo su patrocinio, que infunda a todos los artesanos (τεχνῖται techníitai dice en griego, o sea, los que aplican la τέχνη téchnee la técnica o el arte a la fabricación de cosas) la ponzoña del embuste, lo que en griego se dice ψεύδους φάρμακον (pseúdous fármakon, es decir el fármaco de lo pseudo- o falso, o el virus de lo fake, en la lengua del Imperio).

    Hermes, hijo de Zeus y de la ninfa Maya, es un dios en principio ajeno al Olimpo, que nació en una cueva del monte Cileno, de donde le viene el sobrenombre de Cilenio.

 

Mercurio alado con caduceo y bolsa de dinero ¿Iacopo Zucchi/Lodovico Buti?, ca. 1572
 

    Hermes niño robó a su hermano Apolo, que guardaba como pastor el ganado de Admeto, parte de su rebaño aprovechando el descuido de este, que estaba más atento a sus amores que al ganado. La propiedad es un robo, como sentenció Proudhon. Hermes no la destruye robándola sino que se apropia de ella. Lleva las reses a través de toda Grecia sin dejar huellas de su paso. Astuto como era, se las había ingeniado amarrando una rama a la cola de cada animal para borrar su rastro. Cuando estuvo seguro, sacrificó dos de los animales robados, dividiéndolos en doce partes: una para cada uno de los doce dioses inmortales, a fin de congraciárselos. 

    Apolo buscaba furioso su rebaño extraviado por todas partes. Zeus ordenó a Hermes que le devolviese el rebaño a Apolo.  Hermes, entre tanto, había fabricado con el caparazón de una tortuga y los intestinos tesados de los bueyes sacrificados el primer instrumento musical de cuerda: la lira de Hermes.   La lira es, por lo tanto, un objeto técnico que convierte a su fabricante en τεχνίτης (techníitees), es decir, en artesano. Sumaba así Hermes a su incipiente condición de ladrón la de artesano.  

    La furia de Apolo, que había visto la lira de Hermes y oído su melodía, desapareció por completo como por arte de encantamiento. Seducido por las notas musicales, como los marineros cuando escuchaban los cánticos de las Sirenas, ofreció a su hermano cambiar su ganado por la lira, a lo que Hermes accedió gustoso, estableciéndose así la primitiva forma de intercambio comercial y transacción de propiedades que es el trueque, no mediada todavía por la aparición del dinero.

   Volviendo a la fábula esópica, Hermes hizo lo que Zeus le mandó, preparó la poción y la distribuyó en partes iguales entre todos los gremios, aunque la parte que le sobraba al final, que no era poca, se la echó toda a los zapateros, que serían según la fábula los más embusteros de todos los comerciantes, sin que sepamos muy bien a qué se debe esta tirria en particular a ese gremio. ¿Será por la dificultad de que el calzado se ahorme al pie y sea el pie el que deba ahormarse al calzado? Algunos refranes castellanos aluden también a la condición embustera de los zapateros, que eran poco de fiar: Un sastre, un barbero y un zapatero, tres personas distintas y ninguno es verdadero; y Cazadores, sastres y zapateros los más embusteros. Desde entonces, concluye la moraleja de la fábula, todos los artesanos, y en esta denominación hay que incluir a los comerciantes,  son falsarios, lo que en griego se dice “pseudólogos”. 

      Hemos visto, pues, cómo Hermes suma, a la condición de astuto ladrón que robó el ganado que cuidaba su hermano y a la de ingenioso artesano que inventó la lira, la de comerciante, que trocó el instrumento que había fabricado por el ganado que había robado, legitimando así la propiedad, es decir, el robo. Nadie, pues, más indicado que él para distribuir el fármaco de la falsedad entre los fabricantes y los mercaderes, y convertirse en el moderno dios y símbolo del comercio.   

miércoles, 6 de octubre de 2021

Efectos secundarios, reacciones adversas, daños colaterales.

    No sé si los estudiantes de segundo curso de Bachillerato de Griego, si queda alguno por ahí a estas alturas de la reforma educativa, traducirán directamente (o leerán al menos en castellano) la fábula núm. 170 de Esopo (Hsr. 180, Ch. 250), conocida como “El enfermo y el médico”. No está desde luego entre las más celebradas del autor, pero sí sin duda entre las más interesantes, recomendables e instructivas en el sentido de que nos aporta instrumentos para la crítica y demolición de las ideas dominantes sobre los fármacos que los médicos suministran a sus pacientes y sus efectos secundarios o reacciones adversas, que pueden compararse con lo que modernamente se ha dado en llamar “daños colaterales” en polemología, más devastadores que el propio mal que pretenden combatir, por aquello que reconoce la gente desengañada de que suele ser las más de las veces peor el remedio que la enfermedad. 

 

    Un enfermo al que el médico le preguntó cómo se encontraba le dijo que sudaba más de lo normal. El médico sentenció: «Eso es bueno». Al preguntarle por segunda vez cómo estaba, dijo que, aquejado por los escalofríos, estaba destrozado. El médico sentenció: «Eso es bueno también». Cuando le visitó por tercera vez y le preguntó sobre su enfermedad, dijo que tenía diarrea. Y aquél, después de sentenciar «también eso es bueno», se despidió. Cuando fue a visitarlo uno de sus familiares y le preguntó cómo estaba, le dijo: «Me muero a fuerza de lo bien que estoy».

 Νοσῶν καὶ ἰατρός.

    Νοσῶν τις καὶ ἐπερωτώμενος ὑπὸ τοῦ ἰατροῦ πῶς διετέθη, ἔλεγε πλέον τοῦ δέοντος ἱδρωκέναι. Ὁ δὲ ἔφη· Ἀγαθὸν τοῦτο. Ἐκ δευτέρου δὲ ἐρωτώμενος πῶς ἔχοι, ἔφη φρίκῃ συνεχόμενος διατετινάχθαι. Ὁ δέ· «Καὶ τοῦτο, ἔφη, ἀγαθόν.» Τὸ δὲ τρίτον ὡς παρεγένετο καὶ ἐπηρώτα αὐτὸν περὶ τῆς νόσου, διαρροίᾳ περιπεπτωκέναι ἔφασκε. Κἀκεῖνος ἀγαθὸν καὶ τοῦτο φήσας ἀπηλλάγη. Τῶν δὲ οἰκείων τινὸς παραγενομένου πρὸς αὐτὸν καὶ πυνθανομένου πῶς ἔχοι, ἔφη πρὸς αὐτόν· «Ἐγώ σοι ὑπὸ τῶν ἀγαθῶν ἀπόλωλα.»

    El tíulo griego de la fábula Νοσῶν καὶ ἰατρός (nosôn kaì iatrós) nos sirve para aprender tres palabras de origen griego: nosocomial, hablando de infecciones nosocomiales o intrahospitalarias, porque nosocomio en griego es hospital, es decir, establecimiento destinado al tratamiento de enfermos; iatrogenia, preferible la forma yatrogenia ('Alteración, especialmente negativa, del estado del paciente producida por el médico'); y yatrocracia o iatrocracia, no admitida aún en el diccionario de la RAE, para referirse a la autoridad tiránica de la también llamada 'dictadura sanitaria' que los médicos, o quizá mejor dicho, las autoridades sanitarias usurpan en nombre de la Medicina sobre las almas hipocondríacas y abatidas por el temor y por el mal que padecen.



    Un comediógrafo como el gran Molière no podía dejar de aprovechar una gracia como esta  de hacernos creer que lo malo es bueno (y de rechazo que lo bueno es malo) para hacer reír y pensar al público en su diálogo entre Sganarelle y Géronte en la escena V del acto III de su Le médecin malgré lui, literalmente "El médico a su pesar" o "... a pesar suyo",  que nuestro Moratín tradujo como “El médico a palos”.

    Le pregunta Sganarelle, nombre que Moratín adapta como Bartolo, a Géronte (o Don Gerónimo), el padre de Lucinda: "¿Cómo está la enferma (Lucinda)?", a lo que Géronte le responde: “Bastante peor desde que se le aplicó su remedio”. Don Bartolo le contesta: “Mejor. Es señal de que funciona”. (Nótese que el remedio, poco importa que sea pan remojado en vino, como en Moratín, o las sedicentes 'vacunas' actuales de ARN mensajero o de ADN vectorizadas, cumple su función porque provoca efectos adversos -y eso es señal de que logra, como diría un político, su objetivo -bueno o malo, ese es otro cantar-, pero hace algo, en este caso un empeoramiento del estado de salud de la paciente desde que hizo uso del remedio). El padre de la muchacha, aceptando esa lógica ilógica, añade expresando su temor: “Sí, pero, funcionando como funciona, temo que la ahogue”.

SGANARELLE: Comment se porte la malade?

GÉRONTE: Un peu plus mal, depuis votre remède.

SGANARELLE: Tant mieux. C’est signe qu’il opère.

GÉRONTE: Oui, mais en opérant, je crains qu’il ne l’étouffe! 


     En la traducción y adaptación, de nuestro Moratín el diálogo se transforma así: D. GERÓNIMO: ¡Ay, amigo Don Bartolo! que aquella pobre muchacha no se alivia. No ha querido acostarse. Desde que ha tomado la sopa en vino está mucho peor. BARTOLO: ¡Bueno! eso es bueno. Señal de que el remedio va obrando. No hay que afligirse. Aunque la vea usted agonizando, no hay que afligirse, que aquí estoy yo...

    Todo lo cual me recuerda a no sé ya qué presidente norteamericano elegido democráticamente que propuso acabar con los incendios forestales talando los bosques. Desaparecidos estos, ya no hay peligro de que se incendien.

lunes, 22 de febrero de 2021

Una fábula de Samaniego

Cuenta Horacio una vieja fábula griega en la décima del libro primero de sus Epístolas (versos 34-41), en la que contrapone la libertad del animal salvaje con la servidumbre del doméstico. La historia se incluye en el contexto de ensalzamiento de la vida rural frente a la urbana abordando el tópico literario del menosprecio de corte y alabanza de aldea. Narra cómo el caballo se sometió al hombre al aceptar su domesticación motivada por una disputa por el pasto con el ciervo:

Ceruus equum pugna melior communibus herbis / pellebat, donec minor in certamine longo / implorauit opes hominis frenumque recepit; / sed postquam uictor uiolens discessit ab hoste, / non equitem dorso, non frenum depulit ore. / sic qui pauperiem ueritus potiore metallis / libertate caret, dominum uehet improbus atque / seruiet aeternum, quia paruo nesciet uti.

Un venado, mejor en la lid, alejaba a caballo / siempre del pasto,  hasta que este, menor en larga pelea, / fue a pedir la ayuda del hombre y sufrió su bocado; / mas después que libró de rival, venciendo fogoso, / no se quitó a su jinete de encima, ni brida del morro. / El que temiendo así la pobreza se priva, más cara / que oro, de su libertad, cargará, desgraciado, con su amo y / siempre esclavo será, porque no gozará de lo poco. 

 

Podemos retrotraernos a Esopo que nos ofrece la misma fábula con un jabalí en lugar de un ciervo, introduciendo la figura humana de un cazador (Hsr. 238, Ch. 328), cuya historia dice así en traducción de P. Bádenas de la Peña: “Un jabalí y un caballo pacían en el mismo lugar. El jabalí constantemente estropeaba la yerba y removía el agua, el caballo quería vengarse de él y recurrió a la ayuda de un cazador. Pero éste le dijo que no le podía ayudar de otra manera sino aceptando el freno y con­sentir en ser montado; el caballo se sometió por completo. Entonces, el cazador se montó en él, acabó con el jabalí y luego se llevó al caballo y lo ató al pesebre. Así, muchos, por una cólera irracional, queriendo librarse de sus enemigos, se arrojan ellos mismos bajo el yugo de otros.”

Interesante la moraleja, por su carácter paradójico y político: muchos para librarse de un enemigo caen bajo el yugo de otro, como sucede en las democracias representativas modernas donde los electores no ven más salida para librarse de un mal gobierno que elegir otro que acabará haciendo bueno al precedente.   Y también  nos recuerda a su modo aquella paradoja de Lucrecio de los suicidas, a los que el miedo a la muerte los empuja precisamente a darse ellos la muerte que temían. 

Otra fábula esópica, la del asno salvaje y el doméstico (Hsr. 194, Ch. 264), nos presenta el mismo tema del animal libre frente a la esclavitud del doméstico, en la misma traducción:  Un asno salvaje, que vio a uno doméstico en un lugar bien soleado, se acercó para felicitarle por su cuerpo  tan lustroso y por el pasto de que gozaba. Pero al verlo más tarde llevando la carga y seguido detrás por el arriero, que le pegaba con el palo dijo ‘pues ya no le considero tan afortunado, porque veo que tu abundancia la tienes a base de males enormes’ (Así, no son envidiables las ventajas que van acompañadas de peligros y desgracias).

Fedro recogerá este mismo argumento en su repertorio de fábulas latinas cambiando los protagonistas, que serán el perro y el lobo.

 

El caballo que se vengó del ciervo, C. Vernet (s.XIX)

Nuestro Samaniego se hará eco en castellano de la fábula del ciervo y el caballo, inspirándose seguramente en los versos de Horacio que citábamos al principio, y versificándola magistralmente en cuartetos de hendecasílabos con rima consonante:

Perseguía un Caballo vengativo / a un Ciervo que le hizo leve ofensa; / mas hallaba segura la defensa / en veloz carrera el fugitivo.

El vengador, perdida la esperanza / de alcanzarlo, y lograr así su intento, / al hombre le pidió su valimiento / para tomar del ofensor venganza.

Consiente el hombre, y el Caballo airado / sale con su jinete a la campaña; / corre con dirección, sigue con maña, / y queda al fin del ofensor vengado. 

Muéstrase al bienhechor agradecido; / quiere marcharse libre de su peso; / mas desde entonces mismo quedó preso, / y eternamente al hombre sometido.

El Caballo que suelto y rozagante / en el frondoso bosque y prado ameno / su libertad gozaba tan de lleno, / padece sujeción desde ese instante.

Oprimido del yugo ara la tierra; / pasa tal vez la vida más amarga; / sufre la silla, freno, espuela, carga, / y aguanta los horrores de la guerra.

En fin perdió la libertad amable / por vengar una ofensa solamente. / Tales los frutos son que ciertamente / produce la venganza detestable.

Extraordinariamente narrada y versificada, la fábula de Samaniego se estropea con el epimitio o moraleja final a la que subordina la narración. Sobra, desde mi punto de vista, como sobra en la colección de fábulas atribuidas a Esopo la enseñanza moral o moralizante, mejor dicho, que se desprende de la fábula, en este caso cómo la venganza de una ofensa puede conllevar la pérdida de libertad, porque dicha pérdida no se debe sólo al deseo de vendetta del caballo sino, como se desprende del relato, a la domesticación humana.