Ya una vieja fábula de Esopo, conocida como Hermes y los artesanos, la número 103 en la edición de Perry y la 111 en la de Chambry, nos habla de cómo Zeus, el dios supremo que era en un panteón politeísta jerárquico que prefigura ya el futuro monoteísmo triunfante judeocristiano y musulmán, ordena a Hermes, el Mercurio de los romanos, dios de los comerciantes y príncipe de los ladrones, a los que de alguna forma equipara bajo su patrocinio, que infunda a todos los artesanos (τεχνῖται techníitai dice en griego, o sea, los que aplican la τέχνη téchnee la técnica o el arte a la fabricación de cosas) la ponzoña del embuste, lo que en griego se dice ψεύδους φάρμακον (pseúdous fármakon, es decir el fármaco de lo pseudo- o falso, o el virus de lo fake, en la lengua del Imperio).
Hermes, hijo de Zeus y de la ninfa Maya, es un dios en principio ajeno al Olimpo, que nació en una cueva del monte Cileno, de donde le viene el sobrenombre de Cilenio.
Mercurio alado con caduceo y bolsa de dinero ¿Iacopo Zucchi/Lodovico Buti?, ca. 1572
Hermes niño robó a su hermano Apolo, que guardaba como pastor el ganado de Admeto, parte de su rebaño aprovechando el descuido de este, que estaba más atento a sus amores que al ganado. La propiedad es un robo, como sentenció Proudhon. Hermes no la destruye robándola sino que se apropia de ella. Lleva las reses a través de toda Grecia sin dejar huellas de su paso. Astuto como era, se las había ingeniado amarrando una rama a la cola de cada animal para borrar su rastro. Cuando estuvo seguro, sacrificó dos de los animales robados, dividiéndolos en doce partes: una para cada uno de los doce dioses inmortales, a fin de congraciárselos.
Apolo buscaba furioso su rebaño extraviado por todas partes. Zeus ordenó a Hermes que le devolviese el rebaño a Apolo. Hermes, entre tanto, había fabricado con el caparazón de una tortuga y los intestinos tesados de los bueyes sacrificados el primer instrumento musical de cuerda: la lira de Hermes. La lira es, por lo tanto, un objeto técnico que convierte a su fabricante en τεχνίτης (techníitees), es decir, en artesano. Sumaba así Hermes a su incipiente condición de ladrón la de artesano.
La furia de Apolo, que había visto la lira de Hermes y oído su melodía, desapareció por completo como por arte de encantamiento. Seducido por las notas musicales, como los marineros cuando escuchaban los cánticos de las Sirenas, ofreció a su hermano cambiar su ganado por la lira, a lo que Hermes accedió gustoso, estableciéndose así la primitiva forma de intercambio comercial y transacción de propiedades que es el trueque, no mediada todavía por la aparición del dinero.
Volviendo a la fábula esópica, Hermes hizo lo que Zeus le mandó, preparó la poción y la distribuyó en partes iguales entre todos los gremios, aunque la parte que le sobraba al final, que no era poca, se la echó toda a los zapateros, que serían según la fábula los más embusteros de todos los comerciantes, sin que sepamos muy bien a qué se debe esta tirria en particular a ese gremio. ¿Será por la dificultad de que el calzado se ahorme al pie y sea el pie el que deba ahormarse al calzado? Algunos refranes castellanos aluden también a la condición embustera de los zapateros, que eran poco de fiar: Un sastre, un barbero y un zapatero, tres personas distintas y ninguno es verdadero; y Cazadores, sastres y zapateros los más embusteros. Desde entonces, concluye la moraleja de la fábula, todos los artesanos, y en esta denominación hay que incluir a los comerciantes, son falsarios, lo que en griego se dice “pseudólogos”.
Hemos visto, pues, cómo Hermes suma, a la condición de astuto ladrón que robó el ganado que cuidaba su hermano y a la de ingenioso artesano que inventó la lira, la de comerciante, que trocó el instrumento que había fabricado por el ganado que había robado, legitimando así la propiedad, es decir, el robo. Nadie, pues, más indicado que él para distribuir el fármaco de la falsedad entre los fabricantes y los mercaderes, y convertirse en el moderno dios y símbolo del comercio.
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