viernes, 8 de octubre de 2021

El Nenuco está malito

    El año pasado por estas fechas salieron algunas muñecas al mercado, las famosas Barbies entre otras, si no recuerdo mal, que llevaban mascarillas de diversos diseños y colores, para que las niñas fueran acostumbrándose a esta nueva prenda de su vestuario que la dictadura sanitaria que padecemos nos había impuesto como lo más natural del mundo de la noche a la mañana. No dejaba de ser un método de adoctrinamiento sutil para las futuras generaciones que, desde muy pequeñas, se iban así acostumbrando a estos ridículos embozos que sólo sirven para taparnos la boca.


    Habrá a quienes les parezcan educativos y responsables estos juguetes políticamente correctos, sobre todo si a las Barbies enmascarilladas les acompañan los Kens, sus novios, igualmente enmascarillados, cosa que ignoro, porque a fin de cuentas lo que se considera bueno de las obligaciones no es que sean constricciones que nos fuerzan a hacer algo que no queremos, sino que no discriminen por razón de sexo a nadie.

    Recuerdo -porque uno tiene su particular memoria histórica- cómo algunas feministas abogaban por la imposición del servicio militar obligatorio, la vieja mili, también a las féminas, porque era discriminatorio que estuvieran excluidas de ella, en vez de oponerse sin más a la conscripción obligatoria de los mozos y luchar por la desaparición del alistamiento militar y del Ejército. Lo único “bueno” del embozo, en este caso, es la igualdad de su imposición sexual a todo titirimundi, no como el nicab islámico, que sólo lo llevan las mujeres. 

     Pues tienen algo de razón los que piensan que estas muñecas son educativas. Son educativas en el sentido de adoctrinamiento que tiene hoy la palabra educación. A los niños y a las niñas, ojo, se los forma hoy precisamente como soldados, desde que desapareció el servicio militar obligatorio y se sustituyó por la educación secundaria igualmente obligatoria, con una duración más larga que la antigua mili y sin discriminación sexual, y desde que los colegios e institutos dejaron de ser lugares de enseñanza para convertirse en focos de ideologización, adoctrinamiento e imposición de lo que llaman protocolos. Este adiestramiento de los pequeños, aunque siempre lo hubo, ya es declaradamente descarado.

    
     El caso es que ahora sale al mercado de cara a las futuras navidades un anuncio del muñeco de Nenuco, que está malito, el pobre, y que explota el estereotipo femenino y sexista, por lo tanto, de la niña como futura enfermera, y de las mujeres como cuidadoras en general. No es lo grave sólo eso, que sea un muñeco para niñas, como si los niños no pudieran jugar igualmente con muñecas, lo grave es que quieran hacerse pasar por lo más natural del mundo cosas como la toma compulsiva de temperatura con un termómetro luminoso, la aplicación de un test -se supone que de esos que venden en las farmacias-  y, aparte de la tirita y el jarabe de toda la vida, lo más sorprendente de todo: la poción mágica de la vacuna que la niña/enfermera le pone al muñeco "para curarlo", como si la función de las inoculaciones fuera curar enfermedades y no prevenirlas (cuando no anticiparlas, como está sucediendo ahora mismo con las que se están inyectando a toda la población). Y ya está “¡vacunado!” y puede figurar como tal en el carné de vacunación o certificado covid. Finalmente se le hace otro test de confirmación, y el bebé que estaba malito y no lo sabía, el pobre, porque no tenía síntomas, ya está curadito. 
 
 
 
    Lo más falso y pernicioso de este anuncio publicitario es hacernos creer que si el bebé está malito, como demuestra la toma de temperatura y el test positivo, el remedio es la vacunación infantil que, por definición, no es curativa, y por lo tanto no puede utilizarse como tratamiento de una enfermedad porque lo que haría sería todo lo contrario, agravarla, sino que es preventiva en el mejor de los casos. Pero lo que hace el anuncio capciosamente es vendernos la vacunación infantil que se impondrá inevitablemente si no hacemos algo para impedirlo.

    En España, según datos oficiales, han muerto "oficialmente" de covid-19, sin entrar en si ha sido 'de' coronavirus o 'con' coronavirus, que eso es otro cantar, desde marzo del año pasado hasta ahora, es decir, durante la pandemia, a lo largo ya de dieciocho meses, 36 niños y adolescentes menores de edad. Se pretende ahora inocular a algo más de nueve millones de españolitos que hay en esa franja de edad cuando el riesgo que corren de contraer la enfermedad -si la contraen es en forma tan leve que ni se enteran, como el muñeco de Nenuco- y de morir a consecuencia de ella es prácticamente nulo, y cuando se sabe que no son contagiosos y se sabe, además, porque ya hay bastantes estudios científicos que lo corroboran, que la vacuna no evita el contagio y que los efectos adversos o daños colaterales que están produciendo las inoculaciones en toda la población a corto plazo -no sabemos a medio y largo- son bastante ya preocupantes.

    No sé si debería, en fin, preocuparnos más la mente retorcida que ideó este anuncio de pésimo y repugnante gusto o los enfermos mentales que puedan llegar a adquirirlo, que no dejará de haber algunos, para que Papá Noel o los Reyes Magos se lo regalen a sus vástagos.

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