El año pasado por estas fechas salieron algunas muñecas al mercado, las famosas Barbies entre otras, si no recuerdo mal, que llevaban mascarillas de diversos diseños y colores, para que las niñas fueran acostumbrándose a esta nueva prenda de su vestuario que la dictadura sanitaria que padecemos nos había impuesto como lo más natural del mundo de la noche a la mañana. No dejaba de ser un método de adoctrinamiento sutil para las futuras generaciones que, desde muy pequeñas, se iban así acostumbrando a estos ridículos embozos que sólo sirven para taparnos la boca.
Habrá a quienes les parezcan educativos y responsables estos juguetes políticamente correctos, sobre todo si a las Barbies enmascarilladas les acompañan los Kens, sus novios, igualmente enmascarillados, cosa que ignoro, porque a fin de cuentas lo que se considera bueno de las obligaciones no es que sean constricciones que nos fuerzan a hacer algo que no queremos, sino que no discriminen por razón de sexo a nadie.
Recuerdo -porque uno tiene su particular memoria histórica- cómo algunas feministas abogaban por la imposición del servicio militar obligatorio, la vieja mili, también a las féminas, porque era discriminatorio que estuvieran excluidas de ella, en vez de oponerse sin más a la conscripción obligatoria de los mozos y luchar por la desaparición del alistamiento militar y del Ejército. Lo único “bueno” del embozo, en este caso, es la igualdad de su imposición sexual a todo titirimundi, no como el nicab islámico, que sólo lo llevan las mujeres.
Pues tienen algo de razón los que piensan que estas muñecas son educativas. Son educativas en el sentido de adoctrinamiento que tiene hoy la palabra educación. A los niños y a las niñas, ojo, se los forma hoy precisamente como soldados, desde que desapareció el servicio militar obligatorio y se sustituyó por la educación secundaria igualmente obligatoria, con una duración más larga que la antigua mili y sin discriminación sexual, y desde que los colegios e institutos dejaron de ser lugares de enseñanza para convertirse en focos de ideologización, adoctrinamiento e imposición de lo que llaman protocolos. Este adiestramiento de los pequeños, aunque siempre lo hubo, ya es declaradamente descarado.
En España, según datos oficiales, han muerto "oficialmente" de covid-19, sin entrar en si ha sido 'de' coronavirus o 'con' coronavirus, que eso es otro cantar, desde marzo del año pasado hasta ahora, es decir, durante la pandemia, a lo largo ya de dieciocho meses, 36 niños y adolescentes menores de edad. Se pretende ahora inocular a algo más de nueve millones de españolitos que hay en esa franja de edad cuando el riesgo que corren de contraer la enfermedad -si la contraen es en forma tan leve que ni se enteran, como el muñeco de Nenuco- y de morir a consecuencia de ella es prácticamente nulo, y cuando se sabe que no son contagiosos y se sabe, además, porque ya hay bastantes estudios científicos que lo corroboran, que la vacuna no evita el contagio y que los efectos adversos o daños colaterales que están produciendo las inoculaciones en toda la población a corto plazo -no sabemos a medio y largo- son bastante ya preocupantes.
No sé si debería, en fin, preocuparnos más la mente retorcida que ideó este anuncio de pésimo y repugnante gusto o los enfermos mentales que puedan llegar a adquirirlo, que no dejará de haber algunos, para que Papá Noel o los Reyes Magos se lo regalen a sus vástagos.
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