lunes, 25 de octubre de 2021

Crisantemos para los muertos

El crisantemo simboliza la luz solar en el Extremo Oriente. Vino del país del Sol naciente a Europa, donde fue bautizado, no sin razón, con el nombre griego de χρυσός (chrysós, oro) y ἄνθεμον (ánthemon, flor), la flor dorada a causa del oro de sus pétalos.

El poeta Píndaro, muchos siglos antes de que llegara el crisantemo a la vieja Europa, ya cosechó el nombre:   ἄνθεμα χρυσοῦ (ánthema chrusoú, flores de oro) en uno de sus epinicios olímpicos. Leemos así en la traducción de Gredos de Alfonso Ortega de la Olímpica segunda: "...Allí con sus soplos / las brisas oceánicas envuelven la Isla / de los Bienaventurados; y flores de oro relucen, / unas de la tierra, nacidas de fúlgidos árboles, / y otras el agua las cría, / con cuyas guirnaldas enlazan sus manos y trenzan coronas".

Hay, por supuesto, crisantemos de otros colores, también bellísimos, blancos como la nieve, o rojos como la sangre, pero el crisantemo por excelencia es el amarillo,  que evoca la luz del sol: ex Oriente lux


La efímera floración del crisantemo coincide con el final de octubre y el comienzo de noviembre, cuando se conmemora la festividad cristiana de Todos los Santos y, al día siguiente, de los Fieles Difuntos. El cristianismo santifica la muerte, que abre la paradójica puerta de la vida verdadera y eterna, lo que no deja de ser un insulto para esta nuestra efímera y falsa vida terrenal.

Curiosa paradoja, lo que era una flor de vida en oriente se convierte en el occidente cristiano en la flor que honra la memoria de los muertos. Pero la muerte no existe aquí y ahora; la muerte real es siempre futura. Ya lo dijo el divino Epicuro, que nos libra de su temor con el consuelo de la razón, así como su paladín latino Lucrecio: Nil igitur mors est ad nos neque pertinet hilum: Nada es pués a nosotros la muerte y nada nos toca, como tradujo el célebre hexámetro García Calvo. 

Diógenes Laercio, en sus Vidas y opiniones de los filósofos ilustres (X, 125-126), obra a la que tanto debemos, nos ha transmitido esta preciosa carta de Epicuro a Meneceo. Merece la pena leerla en el original griego: 

τὸ φρικωδέστατον οὖν τῶν κακῶν ὁ θάνατος οὐθὲν πρὸς ἡμᾶς, ἐπειδή περ ὅταν μὲν ἡμεῖς ὦμεν, ὁ θάνατος οὐ πάρεστιν· ὅταν δ᾽ ὁ θάνατος παρῇ, τόθ᾽ ἡμεῖς οὐκ ἐσμέν. οὔτε οὖν πρὸς τοὺς ζῶντάς ἐστιν οὔτε πρὸς τοὺς τετελευτηκότας, ἐπειδήπερ περὶ οὓς μὲν οὐκ ἔστιν, οἱ δ᾽ οὐκέτι εἰσίν. 

El más aterrador por tanto de los males, la muerte, nada es para nosotros, por cuanto mientras nosotros estamos, la muerte no está presente; y cuando la muerte esté presente, entonces nosotros no estaremos. Por tanto, ni para los que están vivos es, ni para los que han muerto, por cuanto para unos no está, y los otros ya no están ellos. 

ἀλλ᾽ οἱ πολλοὶ τὸν θάνατον ὁτὲ μὲν ὡς μέγιστον τῶν κακῶν φεύγουσιν, ὁτὲ δὲ ὡς ἀνάπαυσιν τῶν ἐν τῷ ζῆν [κακῶν αἱροῦνται. ὁ δὲ σοφὸς οὔτε παραιτεῖται τὸ ζῆν] οὔτε φοβεῖται τὸ μὴ ζῆν· οὔτε γὰρ αὐτῷ προσίσταται τὸ ζῆν οὔτε δοξάζεται κακὸν εἶναι τὸ μὴ ζῆν. ὥσπερ δὲ τὸ σιτίον οὐ τὸ πλεῖον πάντως ἀλλὰ τὸ ἥδιστον αἱρεῖται, οὕτω καὶ χρόνον οὐ τὸν μήκιστον ἀλλὰ τὸν ἥδιστον καρπίζεται. 

Pero la muchedumbre ora huye a la muerte como el peor de los males, ora como cese de cuanto hay en el vivir [de malo la elige. El sabio en cambio, ni repudia el vivir] ni teme el no vivir; pues ni lo hastía el vivir ni cree que sea un mal el no vivir; y así como no elige la comida más abundante, sino la más sabrosa, así tampoco disfruta el tiempo más largo, sino el más placentero. 


Incompatibilidad, pues, de caracteres entre la muerte y nosotros. Los muertos tampoco existen. O mejor dicho: los únicos muertos que existen somos nosotros mismos, los seres supuestamente vivientes aquí y ahora. El día de Todos los Santos es el día de todos nosotros, nuestro día. Crisantemos, pues, para nosotros, para todos.

Una referencia literaria española: Mariano José de Larra escribe en "Día de Difuntos de 1836. Fígaro en el cementerio": ¿Dónde está el cementerio? ¿Fuera o dentro? Un vértigo espantoso se apoderó de mí, y comencé a ver claro. El cementerio está dentro de Madrid. Madrid es el cementerio. Pero vasto cementerio donde cada casa es el nicho de una familia, cada calle el sepulcro de un acontecimiento, cada corazón la urna cineraria de una esperanza o de un deseo.   

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