domingo, 10 de octubre de 2021

Catecismo y virus

    Saco aquí a colación unos dibujos del artista Francisco Javier Velasco (Oviedo 1973), alias Fano. Fano se define a sí mismo no como un dibujante cristiano sino como un cristiano que dibuja. También dice que el dibujo le permite hacer visible lo invisible, y a eso se dedica este profesor de Religión que daba clases en un colegio de un barrio marginal de Málaga, llamado María de la O, del que ahora es director, con una población semianalfabeta, donde necesitaba dibujar para transmitir de esta manera las enseñanzas evangélicas a sus catecúmenos.

    No olvidemos que la catequesis, que es la enseñanza del catecismo, es pedagogía. Y eso es lo que nos enseñan los dibujos de Fano, una pedagogía en primer lugar al servicio de la iglesia católica, apostólica y romana, y en segundo y no menos importante lugar, como veremos, una pedagogía al servicio de la dictadura sanitaria que impone a todos los niños y adolescentes unas medidas profilácticas sin ningún fundamento racional, como el uso de la mascarilla quirúrgica, que no impide el contagio y que se ha convertido en un símbolo de sumisión, el lavado compulsivo de manos y la distancia con los otros niños.

    Analicemos alguno de sus dibujos, como este de resonancias bíblicas veterotestamentarias, en el que un Moisés sanitario conduce a niños y ancianos abriéndose paso después de haber hecho que se retiren las aguas del Mar Rojo para que el pueblo elegido pueda huir de Egipto, que es la peste, y dirigirse a la tierra prometida, que es la Nueva Normalidad, ilustración en la que aparecen ya las mascarillas y los guantes. Sólo le ha faltado un optimista: "Todo va a salir bien".

 


    O este otro dibujo, dedicado a un colegio religioso, donde se representan las omnipresentes mascarillas quirúrgicas,  la distancia de seguridad de 2 metros, y el Espíritu Santo en forma de blanca paloma con un gel desinfectante para que los niños se laven las manos como Poncio Pilatos. Una mascarilla gigante enarbolada por un clérigo y por la Virgen María como si fuera un paraguas protege a todos del chaparrón vírico.


     Pero la imagen que ya es el colmo de los colmos y supera a todas las anteriores es la siguiente, utilizada por la Conferencia Episcopal para promover la campaña de catequesis 2021-2022 dirigida a niños y adolescentes. 


    Tres personajes con mascarillas los tres. ¿Quiénes son? ¿Son niños y adolescentes? Eso parece a primera vista. Pero no, los personajes no son niños, pese a sus rasgos infantiloides. Sólo hay un niño, que es la figura central, y es, no puede ser otro, el Niño Jesús, porque estamos ante la Sagrada Familia: a la izquierda san José barbudo, en el centro el Niño, y a la derecha la Virgen María, que tiene en sus manos el agua bendita para que el Niño se lave las manos. Una paloma blanca, que representa, supongo, al Espíritu Santo sostiene una cinta métrica que delimita la distancia de seguridad que hay que guardar de un metro y medio para evitar el contagio personal. Se ha reducido en medio metro la distancia de la imagen anterior, que predicaba los dos metros. Al fondo se ve la Iglesia con su campanario y su cruz,  todo ello orlado por unas misteriosas flechas rojas de derecha a izquierda, donde se convierten en verdes hasta señalar la puerta del templo, lo que parece que quiere decir que sin esas medidas (mascarilla, gel hidroalcohólico y distancia de seguridad) no se puede entrar a la casa de Dios. 


    En esta versión del cartel anterior, se añade la regla de las 3 M, para que se les queden grabadas a los niños y adolescentes las normas que deben cumplir: M de Mascarilla siempre, M de Manos limpias, y M de Metro y medio de distancia. Sencillamente repugnante.

    La Iglesia que fue la madre nodriza espiritual de la humanidad durante la Edad Media, la Alma Mater antes que la Universidad ostentara este título, ha renunciado a muchas de sus enseñanzas durante la pandemiocracia. Los templos estuvieron cerrados a cal y canto. Dejaron de sonar las campanas y de celebrarse misas presenciales. Cuando se reabrieron, los feligreses debían sentarse separados, y dejaron de darse fraternalmente la paz unos a otros como hacían antes durante la ceremonia. 

    Hay que recordar que en otras épocas pasadas no se cerraron los templos. Los sacerdotes sacaban a los santos en procesión para rogarles el cese de la peste. Y los papas no hacían propaganda de la industria farmacéutica, como ha llegado a hacer Su Santidad el Papa actual, bendiciendo, como si de la mismísima hostia consagrada se tratara, la vacuna a la que se refirió como “un acto de amor”, un amor a los demás, y a uno mismo, con un oximoro flagrante: un amor altruista que a la vez es egoísta, y viceversa. ¿Cómo se entiende eso?

    ¿Quién se imagina a san Francisco de Asís en lugar de abrazar y besar a los leprosos manteniéndose alejado de ellos para no contagiarse? ¿Se imagina alguien a Jesucristo lavándoles los pies a sus discípulos con guantes antivirales y mascarilla?

    Me quedo, sin embargo, con esta imagen de Fano que puede decir más de lo que parece a simple vista que pretende. Ignoro si es anterior a la pandemiocracia o no, pero representa a un Cristo crucificado a modo de paciente doliente en una cama de hospital, probablemente en una Unidad de Cuidados Intensivos, que puede evocar más que a una víctima del virus coronado, a una de la yatrogenia.

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