sábado, 15 de junio de 2024
Aria di frocciagine
sábado, 30 de marzo de 2024
EXTRA ECCLESIAM NVLLA SALVS
Fuera
de
la Iglesia (se sobreentiende que de la católica, apostólica y romana,
por supuesto, que es la verdadera, aunque no creamos mucho en ella, que
es la que se apropió de la palabra griega "iglesia", que quería decir
"asamblea") no hay ninguna salvación. Lo dejó dicho
en latín Cipriano de Cartago, san Cipriano, en el siglo III de nuestra
era: EXTRA ECCLESIAM NVLLA SALVS. Esta
afirmación no se refería en principio a los que no habían recibido la fe de Cristo con las aguas del
bautismo, sino a los herejes, cismáticos y apóstatas que decidieron abandonarla
y que según se afirmó en el concilio de Letrán se condenarían
yendo “al fuego eterno”.
Al parecer fue san Pablo el primero que utilizó este vocablo tomado del ámbito de la política para referirse a la congregación de los fieles cristianos que se reunían no ya para discutir y deliberar y, llegado el caso, tomar alguna decisión democráticamente, sino para rezar y celebrar periódicamente el sacramento de la eucaristía, formando una comunidad reglamentada bajo una férrea jerarquía (masculina, por supuesto).
Esta misma raíz *sol, en grado cero y con el sufijo –wo, origina el adjetivo saluos, -a –um, con el significado de entero, sano y salvo. También el verbo salueo que en principio significaba tener salud, estar sano, y que por eso se utilizaba en formas de saludo en imperativo salue/saluete, y en latín cristiano el verbo saluo, con el significado de salvar y curar, que es el origen de nuestro salvar, salvación y salvador, nunca utilizado por los clásicos con ese sentido. De hecho la palabra saluatio sólo aparece en la Vulgata, que es la traducción al latín de la Biblia, y en autores cristianos como redención para la vida eterna operada por Cristo.
lunes, 2 de mayo de 2022
Lealtad a la Bandera
Se lamentaba Jordan Henderson en el artículo que publicaba en Off-Guardian de que la Iglesia y el Estado hubieran eclipsado, dice él, el verdadero valor del cristianismo.
Relaciona el artista en su último trabajo, que se llama precisamente Eclipsado, el Juramento de Lealtad a la Bandera, que es un ritual de sumisión al Estado y una declaración ceremonial de creencia y fe en sus autoridades, extremadamente común en los Estados Unidos, especialmente en las escuelas y en reuniones gubernamentales y comunitarias, con la sumisión de las iglesias cristianas a las mismas autoridades sanitarias del gobierno en su lucha contra la supuesta pandemia de virus coronado, por lo que el personaje que hace el juramento con la mano en el pecho lleva una mascarilla con las barras y estrellas del pendón americano, que aparece por su parte en primer plano con una calavera y dos espadas entrecruzadas.
El texto del juramento es el siguiente: I pledge allegiance to the Flag of the United States of America, and to the Republic for which it stands, one Nation under God, indivisible, with liberty and justice for all: Juro lealtad a la Bandera de los Estados Unidos de América y a la República que representa, una Nación bajo Dios, indivisible, con libertad y justicia para todos.
Con este juramento los norteamericanos prometen lealtad a la bandera, que es el símbolo del Estado, un Estado que es gobernado por el Dios de su billete de dólar: in God we trust. El Juramento de Lealtad es un acto de fe, como la Jura de Bandera de los reclutas españoles tras el período de instrucción cuando cumplían el ominoso servicio militar. Ese dios que preside su nación no puede ser otro que el viejo Mammón, que es el de la principal religión monoteísta del mundo, cuyo templo más importante se halla hoy por hoy en la ciudad santa de Nueva York, y en las Bolsas, sus principales sucursales. Mammón es, al parecer, una palabra aramea que significa ‘dios de la avaricia’, representado como un demonio que personifica uno de los siete pecados capitales, la avaricia precisamente o el deseo insaciable de más dinero (auaritia en latín, πλεονεξία, pleonexía en griego).
Pero este Mammón, o Don Dinero, que diría Quevedo, no es sólo un poderoso caballero, sino que es el más poderoso de todos los caballeros, el único dios verdadero: Herr Kapital.
No es extraño ver la bandera del gobierno federal de los Estados Unidos ondeando en las iglesias evangélicas, por lo que no le sorprende al pintor que cuando el gobierno ordenó a los templos que cerraran sus puertas en cumplimiento de los preceptos sanitarios, la mayoría lo hiciera al fin sin rechistar.
Los cristianos, como se sabe, fueron perseguidos en la antigüedad por negarse a participar en el culto del Imperio Romano a sus emperadores divinizados. Sin embargo, hoy en día muchos cristianos no ven ningún conflicto de intereses en ofrecer su lealtad a la bandera del Imperio de los Estados Unidos. Las iglesias se han plegado a los dictados sanitarios, tapando las pilas de agua bendita a la entrada de los templos, advirtiendo a los fieles de que no asistieran a misa, que la vieran televisada, como aconsejó Su Santidad el Papa en la celebración de la Misa de Pascua, poniéndose todos los sacerdotes mascarilla, cerrándose los templos a cal y canto y dejando de sonar las campanas que llamaban a los feligreses; y, cuando se abrieron, se rogaba que los que asistían no se sentaran juntos, no fueran a contagiarse, o, simplemente, que no se dieran la paz como hacían antes.
Los primeros cristianos se daban un beso, el beso de la paz (osculum pacis). Era una práctica común de las primitivas comunidades cristianas que llegó a convertirse en un rito litúrgico. El apóstol Pablo habla del "beso santo" en varias ocasiones: un beso casto en la mejilla entre varones o entre mujeres. Salutate fratres omnes in osculo sancto: Saludad a todos los hermanos con un beso santo. Nada impedía, por otra parte, que el beso se diera en los labios. En la misa católica, los fieles se dan la mano y de ese modo se dan la paz. Sin embargo, a causa de la contingencia del virus coronado se desaconsejaron las interacciones personales físicas (sic) en la vida cotidiana por razones sanitarias: ni abrazos, ni besos ni apretones de manos.
En el nombre de la Ciencia es ahora mejor pretexto que “En el nombre de Dios”, pero los cristianos siguen siendo importantes apologistas de los poderosos. La ciencia ha superado claramente al cristianismo por lo que las élites la utilizan para hacer 'razonable' su dominio.
La Iglesia, por boca del Papa, bendijo a la industria farmacéutica afirmando que la vacuna era un acto de amor, y, para colmo, ahora que ha desaparecido la misteriosa pandemia gripalizándose, o ha pasado a un segundo plano, vemos al mismo vicario de Cristo besando la bandera de Ucrania. ¿Bendecirá también Su Santidad las armas de destrucción masiva, las famosas weapons of mass destruction, que envía la Unión Europea a ese país para defender esa sacrosantísima bandera?
domingo, 10 de octubre de 2021
Catecismo y virus
Saco aquí a colación unos dibujos del artista Francisco Javier Velasco (Oviedo 1973), alias Fano. Fano se define a sí mismo no como un dibujante cristiano sino como un cristiano que dibuja. También dice que el dibujo le permite hacer visible lo invisible, y a eso se dedica este profesor de Religión que daba clases en un colegio de un barrio marginal de Málaga, llamado María de la O, del que ahora es director, con una población semianalfabeta, donde necesitaba dibujar para transmitir de esta manera las enseñanzas evangélicas a sus catecúmenos.
No olvidemos que la
catequesis, que es la enseñanza del catecismo, es pedagogía. Y eso
es lo que nos enseñan los dibujos de Fano, una pedagogía en primer lugar al servicio de la iglesia católica, apostólica y romana, y en segundo y no menos importante lugar, como veremos, una pedagogía al servicio de la dictadura sanitaria que impone a todos los niños y adolescentes unas medidas profilácticas sin ningún fundamento racional, como el uso de la mascarilla quirúrgica, que no impide el contagio y que se ha convertido en un símbolo de sumisión, el lavado compulsivo de manos y la distancia con los otros niños.
Analicemos alguno de sus dibujos, como este de
resonancias bíblicas veterotestamentarias, en el que un Moisés sanitario conduce a
niños y ancianos abriéndose paso después de haber hecho que se retiren las aguas del Mar Rojo
para que el pueblo elegido pueda huir de Egipto, que es la peste, y
dirigirse a la tierra prometida, que es la Nueva Normalidad, ilustración en la que aparecen ya
las mascarillas y los guantes. Sólo le ha faltado un optimista: "Todo va a salir bien".
O este otro dibujo, dedicado a un colegio religioso, donde se representan las omnipresentes mascarillas quirúrgicas, la distancia de seguridad de 2 metros, y el Espíritu Santo en forma de blanca paloma con un gel desinfectante para que los niños se laven las manos como Poncio Pilatos. Una mascarilla gigante enarbolada por un clérigo y por la Virgen María como si fuera un paraguas protege a todos del chaparrón vírico.
Tres personajes con mascarillas los tres. ¿Quiénes son? ¿Son niños y adolescentes? Eso parece a primera vista. Pero no, los personajes no son niños, pese a sus rasgos infantiloides. Sólo hay un niño, que es la figura central, y es, no puede ser otro, el Niño Jesús, porque estamos ante la Sagrada Familia: a la izquierda san José barbudo, en el centro el Niño, y a la derecha la Virgen María, que tiene en sus manos el agua bendita para que el Niño se lave las manos. Una paloma blanca, que representa, supongo, al Espíritu Santo sostiene una cinta métrica que delimita la distancia de seguridad que hay que guardar de un metro y medio para evitar el contagio personal. Se ha reducido en medio metro la distancia de la imagen anterior, que predicaba los dos metros. Al fondo se ve la Iglesia con su campanario y su cruz, todo ello orlado por unas misteriosas flechas rojas de derecha a izquierda, donde se convierten en verdes hasta señalar la puerta del templo, lo que parece que quiere decir que sin esas medidas (mascarilla, gel hidroalcohólico y distancia de seguridad) no se puede entrar a la casa de Dios.
La Iglesia que fue la madre nodriza espiritual de la humanidad durante la Edad Media, la Alma Mater antes que la Universidad ostentara este título, ha renunciado a muchas de sus enseñanzas durante la pandemiocracia. Los templos estuvieron cerrados a cal y canto. Dejaron de sonar las campanas y de celebrarse misas presenciales. Cuando se reabrieron, los feligreses debían sentarse separados, y dejaron de darse fraternalmente la paz unos a otros como hacían antes durante la ceremonia.
Hay que recordar que en otras épocas pasadas no se cerraron los templos. Los sacerdotes sacaban a los santos en procesión para rogarles el cese de la peste. Y los papas no hacían propaganda de la industria farmacéutica, como ha llegado a hacer Su Santidad el Papa actual, bendiciendo, como si de la mismísima hostia consagrada se tratara, la vacuna a la que se refirió como “un acto de amor”, un amor a los demás, y a uno mismo, con un oximoro flagrante: un amor altruista que a la vez es egoísta, y viceversa. ¿Cómo se entiende eso?
¿Quién se imagina a san Francisco de Asís en lugar de abrazar y besar a los leprosos manteniéndose alejado de ellos para no contagiarse? ¿Se imagina alguien a Jesucristo lavándoles los pies a sus discípulos con guantes antivirales y mascarilla?
Me quedo, sin embargo, con esta imagen de Fano que puede decir más de lo que parece a simple vista que pretende. Ignoro si es anterior a la pandemiocracia o no, pero representa a un Cristo crucificado a modo de paciente doliente en una cama de hospital, probablemente en una Unidad de Cuidados Intensivos, que puede evocar más que a una víctima del virus coronado, a una de la yatrogenia.
martes, 21 de abril de 2020
Una pregunta de Giorgio Agamben
Otro celebérrimo oximoro fue, allá por el verano de 2002, el del por aquel entonces presidente de los Estados Unidos George W. Bush que propuso, a raíz de la ola devastadora de incendios veraniegos, la tala de árboles para acabar con los fuegos forestales (sic). Suena contradictorio, fuera de contexto. El presidente no sólo quería eliminar la maleza que arde enseguida, sino también árboles adultos, muy codiciados por la industria maderera, a fin de reducir así la masa forestal. Parece contradictorio. Y lo es. Dentro y fuera de contexto.