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jueves, 10 de abril de 2025

Pareceres LXXII

351.- Damoclés. La espada de Damoclés en dialecto dórico, Democlés en jónico, manteniendo en ambos casos la acentuación original aguda griega, es un nombre propio parlante que significa “gloria del pueblo”. Cuando este personaje, que envidiaba el poder del tirano Dioniso de Siracusa, y que era un cortesano adulador, se sentó en el trono por invitación del tirano "para ver lo que se sentía" y vio la espada que colgaba amenazante sobre su cabeza, comprendió enseguida que la gloria del pueblo que significa su nombre propio era el alejamiento del poder, del trono que había ocupado él, como representante democrático del pueblo inscrito en su nombre propio, en el puesto del tirano. Hizo realidad su sueño más querido: vivir como un rey emérito, sin que le faltara de nada. Pero en medio de tanta abundancia, no podía faltarle el miedo a la muerte. Porque la espada es la amenaza de la futura muerte que está siempre presente. Por aquello que cantaba Facundo Cabral: "Cosa extraña el hombre, nacer no pide, vivir no sabe, morir no quiere". El pueblo no acierta a vivir, no sabe o no puede hacerlo, pero sin embargo es lo que desea, por eso no quiere morir.   

352.- Armas de destrucción masiva. Hace veintidós años se argumentaba que Iraq disponía de armas de destrucción masiva ocultas en el desierto, lo que sirvió como pretexto para que una coalición de países entre los que se encontraba el Reyno de España, liderados por los Estados Unidos, invadiera el país y derrocara al sátrapa mesopotámico Sadán Juseín. Las supuestas armas de destrucción masiva no aparecieron nunca. Habían sido solo un pretexto para la invasión y para la guerra. Hoy dicen que el peligro es Rusia, que quiere invadir Europa como ha hecho en Ucrania, por lo que es nuestro enemigo: justifican así la guerra, se habla incluso de volver al reclutamiento obligatorio, la conocida en España como 'puta mili', y de enviar tropas y aumentar el gasto en la industria militar. La poca gente que quede no influida por los medios de masificación, ante esta coyuntura, solo sabe decir que no está ni con Ucrania, ni con Rusia, ni con los Estados Unidos, ni con los engendros de la Unión Europea o de la OTAN, que son nombres propios de Estados o de coaliciones estatales. La gente está con la gente, con los pueblos, y no con los gobiernos y los políticos y los medios de masificación a su servicio y su propaganda de guerra.
 
 
353.- Comités de expertos. Siempre que nos citan autoridades competentes tales como expertos, científicos, estudios revisados por pares, publicaciones especializadas, investigaciones universitarias, datos -ojo al dato-, modelos predictivos como sujetos de verbos tales como creen, consideran, opinan, predicen, sugieren, muestran, descubren... están diciéndonos que no hay ninguna evidencia de cuanto dicen, y que nosotros necesitamos autoridades en la materia para que nos digan lo que debemos pensar. 
 
 
354.- ¿Puede haber sociedad sin Estado? Me manda un antiguo alumno que estudia ahora ciencias políticas y sociología o algo así un ensayo, que es su trabajo de fin de máster, para que se lo corrija. Se pregunta si puede haber una sociedad sin estado, y cita la autoridad de Aristóteles que dijo que el hombre era un animal social o político, y eso quiere decir que vive en la polis, que es el Estado, donde se establecen relaciones sociales y políticas: el Estado nace como una asociación política que persigue el bien de sus asociados. Concluye que es necesario el Estado como regulador del orden y además como garante de los derechos para la sociedad moderna, de lo contrario considero se generaría el caos y muy seguramente imperaría la guerra desmedida y sin control del mas fuerte sobre el más débil. Por tanto no puede haber sociedad sin estado dado que para conservar una sociedad en orden, paz y seguridad, es decir para que la sociedad exista, es necesario que el Estado asuma el “monopolio de la fuerza y de la ley a fin de garantizar derechos y seguridad a la población, para lo cual también necesario contar con armas, leyes y gobierno” , tal como lo describe Max Webber. Después de la corrección que le he hecho de algunas erratas y ortografía y expresión, le comento que sociedad con Estado es lo que hay, y que por eso mismo no puede haberlo (porque es lo que hay), y porque el Estado es la muerte u organización de la sociedad. 
 
 355.- Animales de compañía: Según una ley del Reyno de las Españas que es la núm. 7/2023 de 28 de marzo sobre protección de los derechos y bienestar animal, se impone un sistema de identificación obligatoria para gatos. ¿Quién le pone el cascabel, en este caso el microchip, al gato? El veterinario. El microchip debe implantarse en los primeros meses de vida del animal para acreditar quién es su dueño y que él es una cosa, no un ser vivo libre. La ley establece que el plazo límite para realizar este procedimiento es de tres meses desde el nacimiento del gato, aunque podría extenderse en algunos casos hasta los seis meses. Si este periodo se supera sin que se haya colocado el microchip, el propietario podría enfrentarse a una sanción administrativa grave que podría alcanzar los doscientos mil euros (!?). Justifica el gobierno central la medida porque ve necesario que se unifiquen criterios que hasta ahora dependían de cada comunidad autónoma, reino de taifa o estatículo. ¿Quedará algún gato callejero? Tengo (si no son ellos los que me tienen a mí) dos, una gata tuerta, y uno que recogí, que llevé al veterinario, lo castraron y microchipearon, aplicándole la ley de seguridad animal. Viene el microchip a sustituir el lazo afectivo que podría establecerse entre el animal y su “dueño”. El animal no es libre ni salvaje. El microchip acredita quién es su dueño, es decir que no es un ser vivo y libre, sino una posesión, como las gallinas, que también van a ser censadas si Dios no lo remedia.
 

miércoles, 27 de julio de 2022

Los expertos nos meten miedo

    Los expertos especialistas en todo y, por lo tanto, en nada- quieren panicarnos o paniquearnos, términos estos que se entienden aunque no estén recogidos todavía por la docta academia en el diccionario de la lengua española, que no tardará en hacerlo, habida cuenta de que sus precedentes ya están en la lengua del Imperio to panic desde 1827 y en la del antiguo régimen, el francés paniquer, desde 1936 con el significado de “llenarnos de pánico, angustiarnos, enloquecernos, meternos un susto de muerte”.

    En español tenemos desde mediados del siglo XVII el nombre 'pánico' como miedo grande. Es un préstamo griego de δεῖμα πανικóν (deîma panikón) 'terror o espanto causado por Pan', divinidad silvestre a quien se atribuían los ruidos de causa desconocida oídos por montes y valles, es decir, se trata de un adjetivo que en principio sólo significa 'relativo o concerniente al dios Pan', y que de tanto usarse acompañando a sustantivos como 'miedo, terror', acabó sustantivándose él mismo.

    Esto sucedió en francés, donde el adjetivo se sustantiva y adquiere género gramatical femenino, dado que los nombres terreur -terror- y peur -miedo- son femeninos en la lengua de Molière, por lo que se dice: la panique. Como tal nombre está atestiguado en 1835 con la connotación de terror extremo y repentino, a menudo colectivo, ante un peligro real o solamente imaginado. Cien años después, en 1937, se registra el verbo 'paniquer' con el sentido transitivo de infligir pánico a alguien pero también intransitivo de ser presa de pánico.

 El dios Pan

     Este fenómeno se ha visto también en inglés, donde el adjetivo 'panic', tomado del francés panique (c. 1600), y aplicado a sustantivos como panic (fear, terror), acabó también sustantivándose y convirtiéndose en nombre hacia 1708. No acabó ahí el proceso, ya que hacia 1827 el primitivo adjetivo sustantivado se convierte en verbo en la lengua de Chéspir con una doble valencia, como en francés: transitivo (infundir miedo a alguien) e intransitivo (entrarle el pánico a uno).

    Quieren panicarnos o paniquearnos, pues, con la venia de la docta Academia, como decía al principio, panicatacándonos, es decir, provocándonos un ataque de pánico como ya hicieron con el virus coronado de la cosecha 2019, y como hacen ahora con el cambio climático y la ola de calor infernal, para lo que meten mucho ruido. 

    No quieren que sepamos que los coronavirus mutan siempre y con las mutaciones se vuelven más contagiosos pero más inofensivos y menos peligroso. Tampoco quieren que sepamos que no hay vacunas que puedan erradicar estos virus, como el de la gripe, porque siempre están cambiando y nunca, como se dice vulgarmente, se paran quietos, y cuando llega la vacuna, si llega, ya es demasiado tarde porque el virus como Proteo, el Viejo del Mar, no se deja atrapar y ya ha mutado:  posee el poder de metamorfosearse para escapar de sus adversarios, adoptando diversas y numerosas formas, simbolizando de este modo la fluidez del agua. 


     Su plan es agregar, suma y sigue, más amenazas como la viruela del mono, recientemente incluida entre las alarmas internacionales, la Polio, la guerra de Ucrania, el desabastecimiento, el apagón, la crisis alimentaria y un interminable etcétera que la prensa orgánica del sistema renueva cada dos por tres para mantenernos temerosos y fácilmente manipulables, metiéndonos el miedo en el alma, que es la conciencia del cuerpo, que es el pánico fundamental a la muerte, y así nos dicen que podemos morirnos por el calor extremo en verano y por los víruses coronados o no en el gélido invierno ruso que se avecina por el horizonte, según las estadísticas falaces. Lo importante es que podemos morir, y la única forma de salvar nuestras vidas es permaneciendo dóciles a las pantallas: obedeciendo los dictados autoritarios de los expertos -especialistas en todo y, por lo tanto en nada-, encargados de secuestrarnos con sus datos la razón y el libre pensamiento.

    Si queremos ser racionales (es decir, no movernos ​​por una ideología), debemos sentarnos sin miedo y ver pasar a los ideólogos, cuyo objetivo parece ser implementar, como ellos dicen, un Estado Policial Global instalando un gobierno o gobernanza mundial que reemplace a los viejos estados nacionales, diciéndoles adiós mientras cabalgan hacia el atardecer en sus monturas deslumbrantes.