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domingo, 26 de mayo de 2024

Pánico en el Reino Unido... and everywhere

En el Reino Unido de la Gran Bretaña, el gobierno recomienda a sus ciudadanos que se preparen ante eventuales emergencias de posibles escenarios catastróficos.
 
El que avisa, según dice el refrán, no es traidor, aunque sea él precisamente quien vaya a perpetrar la traición de la fechoría de la que quiere prevenirnos.
 
El gobierno británico, ante la eventualidad catastrófica de una nueva pandemia -por ejemplo la de la Enfermedad Equis, que aún no existe pero que podría
 
ser más mortal que la del virus coronado, como sostiene la peligrosa Organización Mundial de la Salud, o una catástrofe natural como una volcánica erupción,
 
o inundaciones debidas al calentamiento global, un ciberataque que provoque un gran apagón digital, un corte en el suministro de energía eléctrica o del agua,
 
o la guerra en Europa con despliegue de armamento nuclear, entre otros peligros indefinidos como una improbable ofensiva zombi o una invasión extraterrestre-,
 
 recomienda abastecerse de alimentos no perecederos que no necesiten cocción previa, como carnes, pescados, fruta y verdura enlatados así como agua embotellada,
 
botiquín de primeros auxilios. fármacos suficientes de uso común, desinfectante de manos y, en ausencia de agua corriente, toallitas húmedas para la higiene,
 
mascarillas higiénicas, a las que ya estamos acostumbrados, suficiente papel higiénico, un aparato de radio para recibir información si hay corte de energía,
 
una linterna de batería o de cuerda, que funcione como la dinamo de una bicicleta al agitarla, varias baterías o pilas de repuesto para la radio y la linterna, 
 
y un powerbank externo portátil, mejor, si es posible, solar para cargar nuestro artilugio más íntimo y personal, el móvil o teléfono supuestamente inteligente.
 
 
Tal sería el kit básico de supervivencia de tres días, que cubre situaciones en las que no hay suministro eléctrico, no hay agua potable y no se puede cocinar.
 
Cada individuo o unidad familiar deberá adaptar estos consejos a sus propias necesidades para estar preparados ante la emergencia, dada su situación particular.
 
Por eso el viceprimer ministro británico, que ya dijo el año pasado que había que abastecerse de linternas y de radios para aumentar la ¡resiliencia personal!,
 
e introdujo el primer sistema de "alerta de emergencia", que permite al gobierno activar una alarma en millones de teléfonos móviles ante una crisis potencial,
 
aconsejó la semana pasada aliviar la presión a los servicios de emergencia en caso de posible crisis, sugiriendo el abastecimiento de comida y agua suficiente
 
al menos para tres días consecutivos, recomendando hacer las compras con calma y antelación para evitar que vuelva a suceder lo mismo que en el confinamiento
 
cuando los ciudadanos, cagados del miedo infundido, dejaron en los supermercados los estantes vacíos de artículos esenciales como el papel higiénico y la pasta.
 

Si cada ciudadano responsable prepara su propio kit de emergencia ahora, ayudará a descongestionar, llegado el momento, los hospitales y centros comerciales.

miércoles, 2 de noviembre de 2022

Miedo cerval (1)

    Dice el diccionario de la docta Academia que el adjetivo “cerval” significa “perteneciente o relativo al ciervo, o de características propias a él”, y da como segunda acepción que, dicho del miedo, quiere decir “muy grande o excesivo”, es decir, el adjetivo  intensifica aquí una cualidad, si no es  un defecto, del sustantivo. Esta segunda acepción se basa en que los ciervos son muy asustadizos, y ante cualquier indicio que suponga un mínimo riesgo de peligro huyen despavoridos de estampía.



     El principal transmisor actual del miedo son los medios de (in)formación masivos, pero, en todo caso, se precisa de la credulidad de la sociedad para que el pánico estalle y cunda entre las masas de individuos. Hemos vivido este fenómeno recientemente durante dos años y medio que todavía colean, con la ficción de una pandemia que iba a arrebatar millones de vidas humanas por todo el mundo, y que estaba causando estragos de hecho, lo que dio pie a que la gente se encerrara entre las cuatro paredes de sus domicilios y no saliera de casa si no era estrictamente necesario y extremando todas las medidas de precaución, evitando el contacto humano -guardando la distancia de seguridad, se decía entonces- y desconfiando de todo el mundo, portando una ridícula mascarilla a modo de protección como si fuera un escapulario de la Virgen del Carmen o un gorro de papel de aluminio, y evitando tocar cualquier objeto sin lavarse antes y después compulsivamente las manos no ya con agua y jabón sino con gel hidroalcohólico, y encomendándose finalmente al suero de una inoculación salvífica que iba a poner fin a los contagios y a las muertes, y que dicen que ha salvado 'millones' de vidas. 

    Un caso bien conocido, pero olvidado enseguida, fue el pánico colectivo desatado por la retransmisión radiofónica de La guerra de los mundos por Orson Güels en 1938, cuando una ficción radiada sobre un supuesto ataque alienígena a la Tierra desató la alarma entre los estadounidenses, dado que el ejército del país más poderoso del mundo sucumbía ante una invasión extraterrestre. 

    Hay un precedente menos conocido de este hecho, que fue la radiación de la BBC realizada por Ronald Knox en 1926, que provocó idénticos resultados de miedo colectivo en el Reino Unido. El sacerdote católico Ronald Knox, que hacía de locutor, interrumpía la programación radiofónica informando de que en ese mismo momento se estaban produciendo graves incidentes en Londres. Una multitud de desempleados se había concentrado en Trafalgar Square. Acto seguido, saqueaban la National Gallery destruyendo las obras de arte y dispersándolas por las calles de Londres. La masa iracunda se dirigía a Whitehall y arrasaba las oficinas gubernamentales. Era una rebelión anarquista que ponía en peligro el Imperio Británico. El pánico cundió cuando el locutor informó de que el parlamento estaba siendo atacado con morteros y explosivos por los rebeldes. La torre del reloj que albergaba el famoso Big Ben, todo un símbolo, había sido reducida a escombros tras una estruendosa explosión... La revuelta finalizaba con el asalto al famoso hotel Savoy y a las propias instalaciones de la BBC, cuya centralita se vio enseguida colapsada de llamadas telefónicas. La gente huía despavorida de Londres... Y todo era mentira.

  

viernes, 5 de agosto de 2022

Nos amenazan

    Nos amenazan los periodistas/terroristas, si son humanos y no son una horda de bots o robots humanoides de los medios masivos de des-información, con un invierno ruso, o sea gélido como el que derrotó a la Grande Armée de Napoleón o a los alemanes en Estalingrado, es decir un invierno con temperaturas bajo cero, sin el gas calefactor ruso, que nos va a dejar helados, literalmente congelados. 
 
    Nos amenazan con una crisis alimentaria global que va a hacer que nos muramos de hambre. y que, si nadie lo remedia, volvamos al canibalismo de comernos los unos a los otros ante la falta de alimentos. 

     Nos amenazan con el rebrote silencioso, pero imparable, de las enfermedades infecciosas, pese a los innegables avances de la Iglesia de la Ciencia. Ahí está, por ejemplo, la viruela del mono, como prueba, de que los víruses pueden volver y saltar del mundo animal al humano y contagiarnos, por lo que la Organización -corrupta- Mundial de (las enfermedades que afectan a la) Salud la ha proclamado emergencia sanitaria internacional basándose en la declaración de su Sumo Pontífice, que a su vez se basa en las sagradas escrituras de las revistas científicas y en la fe en la Iglesia de la Ciencia que preside y que excomulgará, al servicio como está de la Gran Farmacopea, a todos los que no apliquen sus protocolos sanitarios, y su consigna de que Hay que seguir la Ciencia, o sea, el Dinero, que es la fe y la religión dogmática incuestionable que mueve el mundo. 
 
    Nos amenazan con la escalada imparable de los precios y de los tipos de interés del Capital. 
 
    Nos amenazan con las predicciones meteorológicas catastróficas provocadas por el calentamiento global producido por el cambio climático del que todos somos responsables mientras no reduzcamos nuesta huella personal de CO2: futuras inundaciones, sequías, incendios forestales y en definitiva las diez plagas del Egipto faraónico.
 
 
    Y sobre todo nos amenazan, otra vez, con el colapso de los hospitales para fomentar la medicina preventiva y profiláctica en detrimento de la curativa. La curación de patologías crónicas puede esperar, y, por lo tanto, se retrasa... porque ante el cataclismo que se avecina en todos los órdenes es más conveniente no saturar los hospitales, así que es preferible quedarse en casa y dejar que la gente se vaya muriendo lentamente. 
 
    Nos amenazan con que cualquier resfriado que tengamos es Cóviz, o sea una amenaza contra la salud pública que obliga a Caperucita a quedarse en casa y no visitar a la abuelita, no vaya a ser que sea ella y no el lobo quien se lleve por delante al otro barrio a la dulce ancianita, hasta que al menos la nieta demuestre que no está contagiada con unas pruebas pseudodiagnósticas de laboratorio que fallan más que las escopetas de feria arrojando falsos positivos que no hacen más que engrosar las cifras de las estadísticas, haya recibido las vacunas experimentales reglamentarias y lleve el bozal como Dios manda tapándole la boca y la nariz.

miércoles, 27 de julio de 2022

Los expertos nos meten miedo

    Los expertos especialistas en todo y, por lo tanto, en nada- quieren panicarnos o paniquearnos, términos estos que se entienden aunque no estén recogidos todavía por la docta academia en el diccionario de la lengua española, que no tardará en hacerlo, habida cuenta de que sus precedentes ya están en la lengua del Imperio to panic desde 1827 y en la del antiguo régimen, el francés paniquer, desde 1936 con el significado de “llenarnos de pánico, angustiarnos, enloquecernos, meternos un susto de muerte”.

    En español tenemos desde mediados del siglo XVII el nombre 'pánico' como miedo grande. Es un préstamo griego de δεῖμα πανικóν (deîma panikón) 'terror o espanto causado por Pan', divinidad silvestre a quien se atribuían los ruidos de causa desconocida oídos por montes y valles, es decir, se trata de un adjetivo que en principio sólo significa 'relativo o concerniente al dios Pan', y que de tanto usarse acompañando a sustantivos como 'miedo, terror', acabó sustantivándose él mismo.

    Esto sucedió en francés, donde el adjetivo se sustantiva y adquiere género gramatical femenino, dado que los nombres terreur -terror- y peur -miedo- son femeninos en la lengua de Molière, por lo que se dice: la panique. Como tal nombre está atestiguado en 1835 con la connotación de terror extremo y repentino, a menudo colectivo, ante un peligro real o solamente imaginado. Cien años después, en 1937, se registra el verbo 'paniquer' con el sentido transitivo de infligir pánico a alguien pero también intransitivo de ser presa de pánico.

 El dios Pan

     Este fenómeno se ha visto también en inglés, donde el adjetivo 'panic', tomado del francés panique (c. 1600), y aplicado a sustantivos como panic (fear, terror), acabó también sustantivándose y convirtiéndose en nombre hacia 1708. No acabó ahí el proceso, ya que hacia 1827 el primitivo adjetivo sustantivado se convierte en verbo en la lengua de Chéspir con una doble valencia, como en francés: transitivo (infundir miedo a alguien) e intransitivo (entrarle el pánico a uno).

    Quieren panicarnos o paniquearnos, pues, con la venia de la docta Academia, como decía al principio, panicatacándonos, es decir, provocándonos un ataque de pánico como ya hicieron con el virus coronado de la cosecha 2019, y como hacen ahora con el cambio climático y la ola de calor infernal, para lo que meten mucho ruido. 

    No quieren que sepamos que los coronavirus mutan siempre y con las mutaciones se vuelven más contagiosos pero más inofensivos y menos peligroso. Tampoco quieren que sepamos que no hay vacunas que puedan erradicar estos virus, como el de la gripe, porque siempre están cambiando y nunca, como se dice vulgarmente, se paran quietos, y cuando llega la vacuna, si llega, ya es demasiado tarde porque el virus como Proteo, el Viejo del Mar, no se deja atrapar y ya ha mutado:  posee el poder de metamorfosearse para escapar de sus adversarios, adoptando diversas y numerosas formas, simbolizando de este modo la fluidez del agua. 


     Su plan es agregar, suma y sigue, más amenazas como la viruela del mono, recientemente incluida entre las alarmas internacionales, la Polio, la guerra de Ucrania, el desabastecimiento, el apagón, la crisis alimentaria y un interminable etcétera que la prensa orgánica del sistema renueva cada dos por tres para mantenernos temerosos y fácilmente manipulables, metiéndonos el miedo en el alma, que es la conciencia del cuerpo, que es el pánico fundamental a la muerte, y así nos dicen que podemos morirnos por el calor extremo en verano y por los víruses coronados o no en el gélido invierno ruso que se avecina por el horizonte, según las estadísticas falaces. Lo importante es que podemos morir, y la única forma de salvar nuestras vidas es permaneciendo dóciles a las pantallas: obedeciendo los dictados autoritarios de los expertos -especialistas en todo y, por lo tanto en nada-, encargados de secuestrarnos con sus datos la razón y el libre pensamiento.

    Si queremos ser racionales (es decir, no movernos ​​por una ideología), debemos sentarnos sin miedo y ver pasar a los ideólogos, cuyo objetivo parece ser implementar, como ellos dicen, un Estado Policial Global instalando un gobierno o gobernanza mundial que reemplace a los viejos estados nacionales, diciéndoles adiós mientras cabalgan hacia el atardecer en sus monturas deslumbrantes.