Antes de bañarme en el río Leteo, que es el río de Lete o del Olvido, y beber en sus benditas aguas la desmemoria de todos mis recuerdos, o, dicho a la moderna, antes de que me afecte la enfermedad que descubrió ese señor alemán de cuyo nombre no quiero acordarme, apoderándose de mí la amnesia, y me olvide definitivamente de todo y de todos, de mi familia, de mi trabajo, de mi domicilio, de mis amigos y hasta de mi edad, sexo y nombre propio y apellidos, y en definitiva, de mí mismo y de mi sombra;
y antes de que las olas del mar borren mis pisadas en la arena de la playa al atardecer, que son la huella del rastro de mi leve paso sobre la faz de la Tierra; antes de que se apodere de mí la afasia y sea incapaz de articular palabras, quisiera recordar que vine al mundo a vocear una, que es la palabra más pura y contundente, la que nos hace a todos más humanos, porque hace que nos rebelemos contra la opresión y lo que nos oprime, contra la realidad, falsa como es.
Esa palabra que se esgrime con alegría como un arma contra la tristeza de la existencia que nos imponen y nos imponemos como única realidad posible, es la primera palabra del lenguaje humano; al principio sólo un gesto, luego una palabra articulada que convirtió al homo erectus en un homo sapiens nesciens, es decir en un hombre que es consciente de su vasta ignorancia.
Es una palabra, y mucho más que una mera palabra, transmitida de padres a hijos de generación en generación, común a todas las lenguas del mundo, es la negación de la realidad que nos ha tocado vivir, la negación de que la realidad sea todo lo que hay, la negación de que la realidad sea la verdad y nada más que la verdad, cuando es mentira.



No hay comentarios:
Publicar un comentario