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lunes, 27 de octubre de 2025

En una palabra: No.

    Antes de bañarme en el río Leteo, que es el río de Lete o del Olvido, y beber en sus benditas aguas la desmemoria de todos mis recuerdos,  o, dicho a la moderna, antes de que me afecte la enfermedad que descubrió ese señor alemán de cuyo nombre no quiero acordarme, apoderándose de mí la amnesia, y me olvide definitivamente de todo y de todos, de mi familia, de mi trabajo, de mi domicilio, de mis amigos y hasta de mi edad, sexo y nombre propio y apellidos, y en definitiva, de mí mismo y de mi sombra;
 
Las aguas del Lete junto a las llanuras del ElisioJ. R. Spencer Stanhope (1880)

     y antes de que las olas del mar borren mis pisadas en la arena de la playa al atardecer, que son la huella del rastro de mi leve paso sobre la faz de la Tierra; antes de que se apodere de mí la afasia y sea incapaz de articular palabras, quisiera recordar que vine al mundo a vocear una, que es la palabra más pura y contundente, la que nos hace a todos más humanos, porque hace que nos rebelemos contra la opresión y lo que nos oprime, contra la realidad, falsa como es. 
 
    Esa palabra que se esgrime con alegría como un arma contra la tristeza de la existencia que nos imponen y nos imponemos como única realidad posible, es la primera palabra del lenguaje humano;  al principio sólo un gesto, luego una palabra articulada que convirtió al homo erectus en un homo sapiens nesciens, es decir en un hombre que es consciente de su vasta ignorancia.
 
    Es una palabra, y mucho más que una mera palabra, transmitida de padres a hijos de generación en generación, común a todas las lenguas del mundo, es la negación de la realidad que nos ha tocado vivir, la negación de que la realidad sea todo lo que hay, la negación de que la realidad sea la verdad y nada más que la verdad, cuando es mentira. 
    Esa palabra es, aunque parezca mentira, la más positiva de todas, la única manera de decir sí a la vida. Esa palabra es: ¡No! No a todas las ideologías, a todos los –ismos, que sólo sirven para dividirnos y enfrentarnos, a todas las imposiciones constitutivas.

viernes, 4 de noviembre de 2022

Re-negaciones.

 No al confinamiento, en realidad arresto domiciliario, que duró 99 días y 99 noches.

No a las cuarentenas.

No al Estado en general y al de Alarma en particular, declarado anticonstitucional. 

No al cierre de los espacios públicos.

No a la intoxicación informativa.


No al metro y medio de distancia de seguridad con el prójimo, -el próximo cada vez más lejano.

No al toque de queda, ridículamente denominado entre nosotros para que no nos resonara a la guerra civil  “restricción de movilidad nocturna”.

No a la claque de aplausos, la cita del día, a las ocho desde ventana o balcón, al ritmo del himno “Resistiré”.

No al “Quédate en casa, salva vidas”.

No a la policía parapolicial de los balcones y los visillos, y no a la policía policial.

Que biene (sic) el Coco, Goya (1799)

 No al terrorismo del lobo, del coco, del virus siempre futuro que viene.

No a las máscar(ill)as.

No al pasaporte falsamente sanitario o certificado covid.

No a las inoculaciones experimentales, que no han salvado ninguna vida, cuyos efectos perniciosos están comenzando a salir a la luz.

No al terrorismo de Estado alimentado por todos los medios dedicados al amasado de individuos. 

No a la ley del silencio.

No a la etiqueta #ViajaCalladoEvitaContagios impuesta a los usuarios del transporte público.

No a la digitalización.

No al dinero digital y no al dinero físico.

 
(Al "cita" de Forges sólo le falta el adjetivo "previa" para estar de plenísima actualidad).
 

lunes, 7 de septiembre de 2020

No, renó y recontranó

La primera forma de expresión de un niño recién nacido es el llanto. A los pocos meses comenzará a ensayar gorgoritos y vocales, y poco después a balbucear mezclando consonantes y vocales, repitiendo muchas veces la misma sílaba gugu, tata, mama, papa hasta que comience a alternar sílabas diferentes. 

Una de las primeras palabras que aprende a decir un niño es “no”. Leo que el cincuenta por ciento de los niños dicen “no” a los diecisiete meses, el setenta y cinco por ciento a los veinte meses y el 95 por ciento a los dos años. Es verdad que antes ya dicen cosas como “mamá” y “papá”, pero no son palabras que tengan significado propiamente hablando todavía, sino que son llamadas. 

A partir de los dos años comenzarán a reconocer cosas como “gato, tren, coche, casa” y a hacerse ideas o representaciones visuales de esas cosas. Más o menos a los veinticuatro meses los niños entran de lleno en una fase negativista, donde a todo contestan «no, no quiero». Una etapa donde niegan prácticamente todo, sin más. Dicha etapa negativa, como la del "por qué", la pregunta que se hacen siempre los niños cuando van entrando en uso de razón y lengua, es una fase de autoafirmación, según los psicólogos infantiles.

A raíz de ahí, también la negación es lo que dice el pueblo y la gente a lo que se le impone desde arriba y está mandado desde las altas instancias, y lo que dice nuestro corazón, que tiene algo de niño y de pueblo y de gente que se rebela contra lo establecido.

Ahora bien, la negación, que viene de fuera del lenguaje, que viene de abajo, puede incorporarse y acabar asimilada, como de hecho sucede enseguida, y entrar a formar parte de las palabras que tienen significado, es decir, de las ideas que constituyen la realidad, y, por lo tanto, de la realidad misma. 

Cuando alguien dice que es “ateo”, por ejemplo, no está negando la idea de “Dios” -theós- en griego, sino que al meter la negación, que es el prefijo negativo a(n)- en griego dentro de esa palabra e idea refuerza la idea, la reafirma, desactivando la fuerza negativa, afirmando la idea de "Dios", reafirmándola. 


Cuando decimos que no hay fin, no estamos diciendo que hay infinito, sino que no hay fin. Cuando negamos el principio de realidad, no queremos llegar a ninguna otra realidad una vez que hemos renegado de esta, lo que estamos diciendo y haciendo es una acción, una acción interminable, la de decir “no” y seguir diciendo “no”, “no es esto”, intentando desconcebir lo que se nos da concebido, mal concebido, engañosamente concebido.

La rebeldía del niño, del pueblo, de la gente sólo puede consistir en decir que “no”, un no que está vivo, que no se deja positivizar, que no pasa de decir que no una y otra vez. Cuando incorporamos el no, el in- de infinito, el an- de anarquía o el a- de ateo, ya no hacemos nada, ya no negamos, estamos afirmando. 

La negación tampoco puede convertirse en negacionismo o negativismo, es decir, en un -ismo, en una ideología, porque entonces se positiviza. Frente a eso sólo cabe seguir negando y renegando una y otra vez sin afirmar nada positivo. Como dicen en Aragón: no, renó y recontranó.