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viernes, 4 de noviembre de 2022

Re-negaciones.

 No al confinamiento, en realidad arresto domiciliario, que duró 99 días y 99 noches.

No a las cuarentenas.

No al Estado en general y al de Alarma en particular, declarado anticonstitucional. 

No al cierre de los espacios públicos.

No a la intoxicación informativa.


No al metro y medio de distancia de seguridad con el prójimo, -el próximo cada vez más lejano.

No al toque de queda, ridículamente denominado entre nosotros para que no nos resonara a la guerra civil  “restricción de movilidad nocturna”.

No a la claque de aplausos, la cita del día, a las ocho desde ventana o balcón, al ritmo del himno “Resistiré”.

No al “Quédate en casa, salva vidas”.

No a la policía parapolicial de los balcones y los visillos, y no a la policía policial.

Que biene (sic) el Coco, Goya (1799)

 No al terrorismo del lobo, del coco, del virus siempre futuro que viene.

No a las máscar(ill)as.

No al pasaporte falsamente sanitario o certificado covid.

No a las inoculaciones experimentales, que no han salvado ninguna vida, cuyos efectos perniciosos están comenzando a salir a la luz.

No al terrorismo de Estado alimentado por todos los medios dedicados al amasado de individuos. 

No a la ley del silencio.

No a la etiqueta #ViajaCalladoEvitaContagios impuesta a los usuarios del transporte público.

No a la digitalización.

No al dinero digital y no al dinero físico.

 
(Al "cita" de Forges sólo le falta el adjetivo "previa" para estar de plenísima actualidad).
 

miércoles, 24 de agosto de 2022

Los tres monos sabios

    Los tres monos sabios tradicionales japoneses de la talla de madera del siglo XVII de Hidari Jingoro, situada sobre los establos sagrados del santuario de Toshogu en Nikko, al norte de Tokio forman una especie de Santísima Trinidad. 
 
Los tres monos sabios de Nikko Toshogu, Hindari Jingoro (s. XVII)
 
      En realidad no son tres monos, sino uno solo, tres en uno o uno en tres: Uno que no oye, que no habla, que no ve. Pero no lo hace porque sea sordo, mudo y ciego, sino porque teniendo oídos no quiere oír, teniendo boca no quiere decir ni mu y teniendo ojos no quiere ver, por lo que cierra oídos, boca y ojos. 
 
    El mono no quiere ver ni oír ni decir lo que resulta inconveniente, siguiendo la doctrina moral confuciana, que aconseja una pauta de comportamiento muy similar a la paremia que dice en la lengua de Chéspir: «See no evil, hear no evil, speak no evil», que viene a significar no veas maldades, no oigas maldades, no digas maldades.
 
     Y es algo parecido a nuestro refrán «oír, ver y callar (recias cosas son de obrar)» que aconseja discreción sobre todo a la hora de hablar y de contar lo que, por otro lado, nuestra paremia no nos prohíbe oír ni ver, pero sí divulgar, como norma de conducta. 
 
    Pero cabe otra lectura de la simbología de la célebre talla de madera japonesa: el mono, nuestro común antepasado, se niega a ver, oír y decir en general, independientemente de la valoración moral que hagamos de las cosas en los términos de buenas y malas, por lo que cierra ojos, oídos y boca y se vuelve ciego, sordo y mudo... ante lo bueno y lo malo, ante todo, es decir, ante la falsedad de la realidad del mundo que nos rodea.
 
    Si nos remontamos a la Biblia, tenemos en el Nuevo Testamento (Marcos 8, 18) las palabras de Jesús a sus incrédulos discípulos: ¿Teniendo ojos no veis y teniendo oídos no oís? Y en el Viejo Testamento (Jeremías 5, 21): Oíd esto, pueblo necio e insensato, que tiene ojos y no ve, tiene oídos y no oye. Lo que nos lleva indirectamente a uno de nuestros refranes castellanos más repetidos: No hay peor ciego que el que no quiere ver; y su variante, que cambia la ceguera por la sordera: No hay peor sordo que el que no quiere oír.
     
 
 
    Pero, instalados ya en el tercer milenio, hay una imagen que por sí sola puede resumir las otras tres de los monos sabios añadiendo un detalle no poco significativo: el chimpancé actual que es el ser humano, que somos todos y cada uno de nosotros, deja de hacer esas tres cosas -oír, ver y hablar- cuando utiliza su esmarfon o teléfono supuestamente inteligente, pero en realidad es utilizado por la inteligencia artificial del cachivache, un móvil conectado a la Red al que se aferra, al que nos aferramos, como si fuera un chaleco salvavidas, nuestra salvación, que nos abstrae de la realidad creando un simulacro virtual de ella y que, por lo tanto, nos ensordece, nos enmudece y enceguece. 
 
 
 
    El homotontolculus es el último eslabón de la evolución del pithecanthropus erectus en la genial viñeta del llorado Forges, el último homínido de la era virtual y tecnológicamente emprendedora (que no aprendedora), que camina hacia atrás, móvil en ristre como su único instrumento prensil. Dicen que en España hay ya más celulares que españoles, y es que «cada día que amanece, la grey de los tontos crece».

miércoles, 7 de julio de 2021

Derecho a elegir

    Reconozco que Forges no es uno de mis humoristas gráficos preferidos. Nunca me han gustado mucho los trazos gruesos de sus dibujos, en los que aprecio sin embargo un estilo inconfundible, que les da una impronta muy personal, lo mismo que su firma. Al parecer utilizaba “forges” como nombre artístico porque así se dice “fraguas” en catalán, y ese era el apellido paterno de Antonio Fraguas de Pablo (1942-2018).

    Se han reseñado de él muchos aspectos positivos y se ha destacado el costumbrismo de su crítica social, siempre amable, así como el fino oído que tenía para captar y reflejar el lenguaje popular contemporáneo repleto de anglicismos.
 


    Si tuviera que elegir una sola de sus viñetas, me quedaría sin duda con esta por la ironía gentil que desprende su texto y el hondo calado que refleja del ser humano contemporáneo que se siente libre en plena naturaleza ante un amanecer o una puesta de sol, y que insiste en que es libre porque puede elegir entre las diversas opciones que le brinda la sociedad de consumo y del espectáculo en la que vive.

    El texto no tiene desperdicio: podemos elegir banco, cadena de televisión, petrolera, comida, red telefónica, informador y opción política, pero cada una de estas opciones está adjetivada con una oración de relativo que la descalifica. Podemos elegir un "banco que me exprima", escribe Forges, en lugar de un contundente "que me robe" o, más sensacionalista aún, "que me atraque", más acordes con la realidad económica. Sin embargo la expresión elegida por el humorista es "que me exprima", como si fuéramos una naranja de la que se extrae el zumo.



    Una crítica en el mismo sentido, pero mucho más mordaz y radical, porque va a la raíz del problema, y sin contemplaciones es la que ofrece el Roto en esta viñeta, sobre el  mismo tema del derecho a elegir, en la que un hombre le dice a un cordero, que como en la vieja fábula grecolatina de Esopo o de Fedro representa a otro hombre, que puede elegir matadero, y le pregunta que qué le parece, como si pudiera resultar emocionante la elección, en el fondo trivial, de un matadero u otro, porque lo que está claro que no puede elegir es que no lo sacrifiquen: eso es indiscutible y no entra dentro de las posibilidades electorales.


 


    En los dos casos, ambos humoristas gráficos, intentan provocar nuestra reflexión a través de sus viñetas utilizando un humor que pretende hacernos reflexionar sobre nuestra condición humana y el engaño teórico y práctico en el que vivimos. Se nos vende como dogma de fe no sé si liberal o neoliberal el reconocimiento de nuestro derecho a elegir, que se considera un derecho humano fundamental. El problema reside en que las opciones que tiene nuestra elección están determinadas por la oferta previa que nos brinda el mercado de la economía entre una marca y otra marca comercial indiferentes, y el de la política entre los candidatos propuestos casi idénticos, sin que nosotros hayamos participado en la propuesta.  
 


    En este sentido merece la pena recordar el artículo que publicó en Le Figaro el 28 de noviembre de 1888 el escritor francés Octave Mirbeau (1848-1917), titulado "La huelga de los electores". Escribe allí sobre el llamado silencio de los corderos, por utilizar el título de una conocida película, en el que se rebela contra el llamado derecho a elegir de los electores, esos animales irracionales, inorgánicos, alucinantes, que han votado ayer, seguirán votando hoy, cuando les manden, y votarán mañana y siempre: “Los corderos van al matadero. No dicen nada, no esperan nada. Pero al menos no votan al carnicero que los sacrificará ni al burgués que los comerá. Más necio que las bestias, más borrego que los borregos, el elector nombra a su carnicero y elige a su burgués. Ha hecho revoluciones para conquistar ese derecho”.

domingo, 7 de marzo de 2021

Cogito, ergo sum

Cogito ergo sum es la versión latina de la frase de Descartes Je pense, donc je suis, que suele traducirse al castellano por “Pienso, luego existo”, pero ni en francés ni en latín se utiliza el verbo existir, por lo que es mejor traducción: “Pienso, luego (es decir, por lo tanto) soy”. Pero la frase queda coja entonces, porque soy... ¿qué? Necesito un predicado nominal, ser algo, por ejemplo “el que está pensando”: Estoy pensando luego soy el que está pensando, con lo cual incurro en una tautología, y no es eso lo que quería decir Descartes. 

La intención cartesiana iba más bien por la traducción española del “sum” por existo, es decir: Estoy pensando luego existo, que es un verbo que ya no es copulativo, sino que tiene un sentido pleno, viene a ser algo así como: soy real, soy alguien, soy el que soy, estoy dentro de la realidad.

Esta célebre frase es en el pensamiento cartesiano la primera indudable certeza racional. El pensamiento de Descartes, en el que la certidumbre del cogito y del sum surge de la duda metódica, está muy bien sintetizado en la variante: dubito ergo sum, uel quod item est, cogito ergo sum (dudo, luego soy, o lo que es lo mismo, pienso luego soy). 

Para Descartes la duda es el principio de la sabiduría. Como dice el refrán popular: “el que no duda no sabe cosa alguna”. Y es que Cartesio escribe: pendant que je voulais ainsi penser que tout était faux, il fallait nécessairement que moi qui le pensais fusse quelque chose (mientras que yo quería pensar así que todo era falso, era preciso necesariamente que yo que lo pensaba fuese algo). Y es entonces cuando formula su je pense donc je suis como el primer principio de la filosofía que buscaba.

Corrección: Sí: Me dejan existir. Es lo único que me dejan, lo que no me dejan es vivir.

Algo sin embargo nos dice que el sum, la existencia, el ser, no puede deducirse del hecho de pensar, del cogito, si no existe previamente antes de formular su certeza existencial. Detrás del cogito inicial hay un ego, explícito o no, es decir, una primera persona del singular, en términos gramaticales, que está diciendo “yo, que soy el que habla” digo que “yo -que soy el sujeto de la frase, es decir, el objeto de mi pensamiento, o sea, la idea que tengo de mí mismo- pienso, estoy pensando”. Da igual lo que predique de ese ego. Puedo decir dubito, ergo sum; credo, ergo sum... Cualquier predicación.

Se notaría mejor esto que trato de decir, si recurrimos a la tercera persona, a la no-persona, es decir, la que no es ni el hablante ni el oyente, sino el objeto de su discurso, y decimos COGITAT, ERGO EST. Que hay que interpretar así: Yo, que soy el hablante metalingüístico y que por lo tanto estoy fuera de la realidad, digo que alguien está pensando (o dudando, o creyendo o haciendo cualquier otra cosa que se le antoje), por lo tanto ese alguien existe, es alguien en la realidad, porque yo que, como hablante estoy fuera de ella, doy cuenta de ella, la configuro, la creo con el acto de hablar: soy su demiurgo, y he metido a ese alguien dentro de ella mencionándolo. 

Pero no digamos, como dice la pintada anónima en la pared: PIENSO... LUEGO NO ME DEJAN EXISTIR. Hay que corregirla: PIENSO... LUEGO ME DEJAN EXISTIR, DE HECHO ES LO ÚNICO QUE SE ME PERMITE COMO A TODO HIJO DE VECINO Y QUE YO MISMO ME PERMITO, LO QUE NO ME DEJAMOS ES... VIVIR.