Los tres monos sabios tradicionales japoneses de la talla de madera del siglo XVII de Hidari Jingoro, situada sobre los establos sagrados del santuario de Toshogu en Nikko, al norte de Tokio forman una especie de Santísima Trinidad.
Los tres monos sabios de Nikko Toshogu, Hindari Jingoro (s. XVII)
En realidad no son tres monos, sino uno solo, tres en uno o uno en tres: Uno que no oye, que no habla, que no ve. Pero no lo hace porque sea sordo, mudo y ciego, sino porque teniendo oídos no quiere oír, teniendo boca no quiere decir ni mu y teniendo ojos no quiere ver, por lo que cierra oídos, boca y ojos.
El mono no quiere ver ni oír ni decir lo que resulta inconveniente, siguiendo la doctrina moral confuciana, que aconseja una pauta de comportamiento muy similar a la paremia que dice en la lengua de Chéspir: «See no evil, hear no evil, speak no evil», que viene a significar no veas maldades, no oigas maldades, no digas maldades.
Y es algo parecido a nuestro refrán «oír, ver y callar (recias cosas son de obrar)» que aconseja discreción sobre todo a la hora de hablar y de contar lo que, por otro lado, nuestra paremia no nos prohíbe oír ni ver, pero sí divulgar, como norma de conducta.
Pero cabe otra lectura de la simbología de la célebre talla de madera japonesa: el mono, nuestro común antepasado, se niega a ver, oír y decir en general, independientemente de la valoración moral que hagamos de las cosas en los términos de buenas y malas, por lo que cierra ojos, oídos y boca y se vuelve ciego, sordo y mudo... ante lo bueno y lo malo, ante todo, es decir, ante la falsedad de la realidad del mundo que nos rodea.
Si nos remontamos a la Biblia, tenemos en el Nuevo Testamento (Marcos
8, 18) las palabras de Jesús a sus incrédulos discípulos: ¿Teniendo ojos no veis y teniendo oídos no oís? Y en el Viejo Testamento (Jeremías 5, 21): Oíd esto, pueblo necio e insensato, que tiene ojos y no ve, tiene oídos y no oye. Lo que nos lleva indirectamente a uno de nuestros refranes castellanos más repetidos: No hay peor ciego que el que no quiere ver; y su variante, que cambia la ceguera por la sordera: No hay peor sordo que el que no quiere oír.
Pero, instalados ya en el tercer milenio, hay una imagen que por sí sola puede resumir las otras tres de los monos sabios añadiendo un detalle no poco significativo: el chimpancé actual que es el ser humano, que somos todos y cada uno de nosotros, deja de hacer esas tres cosas -oír, ver y hablar- cuando utiliza su esmarfon o teléfono supuestamente inteligente, pero en realidad es utilizado por la inteligencia artificial del cachivache, un móvil conectado a la Red al que se aferra, al que nos aferramos, como si fuera un chaleco salvavidas, nuestra salvación, que nos abstrae de la realidad creando un simulacro virtual de ella y que, por lo tanto, nos ensordece, nos enmudece y enceguece.
El homotontolculus es el último eslabón de la evolución del pithecanthropus erectus en la genial viñeta del llorado Forges, el último homínido de la era virtual y tecnológicamente emprendedora (que no aprendedora), que camina hacia atrás, móvil en ristre como su único instrumento prensil. Dicen que en España hay ya más celulares que españoles, y es que «cada día que amanece, la grey de los tontos crece».