Reconozco que
Forges no es uno de mis humoristas gráficos preferidos. Nunca me han
gustado mucho los trazos gruesos de sus dibujos, en los que aprecio sin embargo un estilo
inconfundible, que les da una impronta muy personal, lo mismo que su
firma. Al parecer utilizaba “forges” como nombre artístico
porque así se dice “fraguas” en catalán, y ese era el apellido
paterno de Antonio Fraguas de Pablo (1942-2018).
Se han reseñado de él muchos aspectos positivos y se ha destacado el costumbrismo de su crítica social, siempre amable, así como el fino oído que tenía para captar y reflejar el lenguaje popular contemporáneo repleto de anglicismos.
Se han reseñado de él muchos aspectos positivos y se ha destacado el costumbrismo de su crítica social, siempre amable, así como el fino oído que tenía para captar y reflejar el lenguaje popular contemporáneo repleto de anglicismos.
Si tuviera que elegir una sola de sus viñetas, me quedaría sin duda con esta por la ironía gentil que desprende su texto y el hondo calado que refleja del ser humano contemporáneo que se siente libre en plena naturaleza ante un amanecer o una puesta de sol, y que insiste en que es libre porque puede elegir entre las diversas opciones que le brinda la sociedad de consumo y del espectáculo en la que vive.
El texto no tiene desperdicio: podemos elegir banco, cadena de televisión, petrolera, comida, red telefónica, informador y opción política, pero cada una de estas opciones está adjetivada con una oración de relativo que la descalifica. Podemos elegir un "banco que me exprima", escribe Forges, en lugar de un contundente "que me robe" o, más sensacionalista aún, "que me atraque", más acordes con la realidad económica. Sin embargo la expresión elegida por el humorista es "que me exprima", como si fuéramos una naranja de la que se extrae el zumo.
Una crítica en el mismo
sentido, pero mucho más mordaz y radical, porque va a la raíz del
problema, y sin contemplaciones es la que ofrece el Roto en esta viñeta,
sobre el mismo tema del derecho
a elegir, en la que un hombre le dice a un cordero, que como en la vieja
fábula grecolatina de Esopo o de Fedro representa a otro hombre, que
puede elegir matadero, y le pregunta que qué le parece, como si pudiera
resultar emocionante la elección, en el fondo trivial, de un matadero u
otro, porque lo que está claro que no puede elegir es que no lo
sacrifiquen: eso es indiscutible y no entra dentro de las posibilidades
electorales.
En los dos casos, ambos
humoristas gráficos, intentan provocar nuestra reflexión a través
de sus viñetas utilizando un humor que pretende hacernos
reflexionar sobre nuestra condición humana y el engaño teórico y práctico en el que
vivimos. Se nos vende como dogma de fe no sé si liberal o neoliberal el reconocimiento de
nuestro derecho a elegir, que se considera un derecho humano fundamental.
El problema reside en que las opciones que tiene nuestra elección
están determinadas por la oferta previa que nos brinda el mercado de la economía
entre una marca y otra marca comercial indiferentes, y el de la
política entre los candidatos propuestos casi idénticos, sin que
nosotros hayamos participado en la propuesta.
En este sentido merece la pena
recordar el artículo que publicó en Le Figaro el 28 de noviembre de 1888 el escritor francés Octave Mirbeau (1848-1917), titulado "La huelga de los electores". Escribe allí sobre
el llamado silencio de los corderos, por utilizar el título de una
conocida película, en el que se rebela contra el llamado derecho a
elegir de los electores, esos animales irracionales, inorgánicos, alucinantes, que han votado ayer, seguirán votando hoy, cuando les manden, y votarán mañana y siempre: “Los corderos van al matadero. No dicen nada, no esperan
nada. Pero al menos no votan al carnicero que los sacrificará ni al
burgués que los comerá. Más necio que las bestias, más borrego
que los borregos, el elector nombra a su carnicero y elige a su
burgués. Ha hecho revoluciones para conquistar ese derecho”.