martes, 27 de septiembre de 2022
¿Eso es lo que te enseñan en la escuela?
domingo, 26 de diciembre de 2021
Afirmacionismo corrupto
martes, 9 de marzo de 2021
Negacionistas
En tiempos antiguos, serían denominados sin duda alguna herejes, apóstatas, blasfemos, negadores de Dios. Hoy son llamados negacionistas, que es una mala traducción de deniers en la lengua del Imperio.
Analicemos un poco el término anglosajón. El diccionario de Cambridge define así el término denier: “Una persona que dice que algo no ha sucedido o que una situación no existe, especialmente algo que la mayoría de la gente está de acuerdo en que ha sucedido o que existe” (a person who says that something did not happen or that a situation does not exist, especially something that most people agree did happen or does exist). Los ejemplos más habituales conciernen a la negación de la existencia del cambio climático y del holocausto judío y, más recientemente, la pandemia del virus coronado.
El término es un derivado lejano del latín DENEGARE, compuesto a su vez del prefijo intensivo DE- y del verbo NEGARE (it. dinegare, fr. dénier, esp. y port. denegar), que entró en la lengua de Shakespeare a través del francés, y que da origen al verbo to deny, de donde surge con el sufijo de agente -er. Es por lo tanto un pariente lejano de DENEGATOR, aquel que niega y que reniega, y también, tomando la activa por pasiva, el renegado.
Suele traducirse al castellano por “negacionista”, que nuestro venerable diccionario define como “perteneciente o relativo y también partidario del negacionismo”, que, a su vez, define como “Actitud que consiste en la negación de determinadas realidades y hechos históricos o naturales relevantes, especialmente el holocausto.”
Sería, sin embargo, más propio traducirlo al castellano por “negador”, sin más, sin el sufijo -ista. Según esto los negacionistas serían los negadores de la Ciencia, los que saben más que la Ciencia, sea quien sea esa señora a la que no le cabe ninguna duda, los que reniegan del Virus Coronado, y, en último extremo, de la Realidad. (Las mayúsculas honoríficas quieren sugerir la divinización de esos conceptos que vienen a ocupar el lugar de Dios como artículos de fe).
La negación de la Realidad nos lleva por los caminos del psicoanálisis freudiano a relacionar este fenómeno con lo que el doctor de Viena denominaba el principio de placer, que, según él, en los primeros estadios de la evolución del ser humano era enseguida relevado por el principio de realidad, la “dura Realidad” que decimos a veces, que nos hace que, sin renunciar a un placer final, pospongamos la satisfacción, renunciando a varias posibilidades de lograrla y llegando incluso a tolerar lo que podríamos llamar el displacer en su largo y sin duda erróneo rodeo hacia el placer, cuyo principio reina sin restricciones en el Ello, pese a los intentos del Yo que se esfuerza una y otra vez por transmitirle al Ello el principio de realidad.
Los negacionistas odian la Realidad, no la aceptan, padecen un desorden psiquiátrico que no consiste en su distorsión o percepción errónea, sino en su negación sin más, por lo que deben ser tratados como enfermos mentales hasta que, una vez reeducados, la acepten.
Pero hay una negación, sin más, sin ideología o -ismo que la ampare, que consiste en afirmar que la realidad, igual que el dinero, que es su máxima expresión, siendo reales como son (por lo que no puede negarse su existencia), son sin embargo falsedades.
lunes, 7 de septiembre de 2020
No, renó y recontranó
La primera forma de expresión de un niño recién nacido es el llanto. A los pocos meses comenzará a ensayar gorgoritos y vocales, y poco después a balbucear mezclando consonantes y vocales, repitiendo muchas veces la misma sílaba gugu, tata, mama, papa hasta que comience a alternar sílabas diferentes.
Una de las primeras palabras que aprende a decir un niño es “no”. Leo que el cincuenta por ciento de los niños dicen “no” a los diecisiete meses, el setenta y cinco por ciento a los veinte meses y el 95 por ciento a los dos años. Es verdad que antes ya dicen cosas como “mamá” y “papá”, pero no son palabras que tengan significado propiamente hablando todavía, sino que son llamadas.
A partir de
los dos años comenzarán a reconocer cosas como “gato, tren,
coche, casa” y a hacerse ideas o representaciones visuales de esas
cosas. Más o menos a los veinticuatro meses los
niños entran de lleno en una fase negativista, donde a todo
contestan «no, no quiero». Una etapa donde niegan prácticamente
todo, sin más. Dicha etapa negativa, como la del "por qué", la pregunta que se hacen siempre los niños cuando van entrando en uso de razón y lengua, es una fase de autoafirmación, según los psicólogos infantiles.
A raíz de ahí, también la negación es lo que dice el pueblo y la gente a lo que se le impone desde arriba y está mandado desde las altas instancias, y lo que dice nuestro corazón, que tiene algo de niño y de pueblo y de gente que se rebela contra lo establecido.
Ahora bien, la negación, que viene de fuera del lenguaje, que viene de abajo, puede incorporarse y acabar asimilada, como de hecho sucede enseguida, y entrar a formar parte de las palabras que tienen significado, es decir, de las ideas que constituyen la realidad, y, por lo tanto, de la realidad misma.
Cuando alguien dice que es “ateo”, por ejemplo, no está negando la idea de “Dios” -theós- en griego, sino que al meter la negación, que es el prefijo negativo a(n)- en griego dentro de esa palabra e idea refuerza la idea, la reafirma, desactivando la fuerza negativa, afirmando la idea de "Dios", reafirmándola.
La rebeldía del niño, del pueblo, de la gente sólo puede consistir en decir que “no”, un no que está vivo, que no se deja positivizar, que no pasa de decir que no una y otra vez. Cuando incorporamos el no, el in- de infinito, el an- de anarquía o el a- de ateo, ya no hacemos nada, ya no negamos, estamos afirmando.
La negación tampoco puede convertirse en negacionismo o negativismo, es decir, en un -ismo, en una ideología, porque entonces se positiviza. Frente a eso sólo cabe seguir negando y renegando una y otra vez sin afirmar nada positivo. Como dicen en Aragón: no, renó y recontranó.
martes, 1 de septiembre de 2020
Diez mil o más negacionistas en Londres
Una multitud sin mascarilla y sin guardar la distancia reglamentaria de seguridad, entre la que se ven pancartas como “MEDIA is the VIRUS”, que podemos glosar como Los medios de comunicación y manipulación de las masas son el auténtico virus, se reunió en Trafalgar Square en la capital británica par protestar contra las medidas decretadas contra la epidemia del virus coronado.
Piers Corbyn, de 73 años, hermano del exlíder laborista Jeremy Corbyn, fue arrestado tras negarse a ser identificado por la policía y multado con 10.000 libras esterlinas por la organización de la manifestación de Trafalgar Square bajo el lema “Unite for Freedom” el sábado 29 de agosto de 2020, quien, megáfono en mano, aseguró que la pandemia no era más que un montón de mentiras para lavarnos el cerebro y mantenernos controlados, por lo que la futura vacunación que quieren vendernos para volver a la normalidad no era necesaria.
Otro discurso, esta vez el de David Icke, negacionista y teórico de la conspiración según la prensa inglesa del Régimen, se convirtió en arenga incendiaria. Comienza regocijándose el orador de hallarse en una isla de cordura dentro de un mundo de locura, para acto seguido decir que las medidas tomadas frente al virus coronado eran puro fascismo, un fascismo justificado sanitariamente. Lamenta que haya que alejarse seis pies, entre uno y medio y dos metros, de otras personas para protegerse del virus y que no se pueda estar fuera de la propia burbuja más de quince minutos. “Tenemos un virus tan inteligente que solo infecta a los que participan en las protestas que el gobierno quiere detener”.
Recordó a Aldous Huxley y a George Orwell, que profetizaron esto que está sucediendo ahora, y citó a Percy B. Shelley, su poema “The Mask of Anarchy”, escrito en 1819, concretamente unos versos que hacían que la multitud irrumpiera en aplausos: 'Rise like Lions after slumber / In unvanquishable number, / Shake your chains to earth like dew / Which in sleep had fallen on you - / Ye are many - they are few.’ (Alzáos cual leones tras el sueño / en un número invencible / echad vuestras cadenas a tierra cual rocío / que mientras dormíais os cayó -Vosotros sois muchos, ellos pocos). “Toda la historia humana es unos pocos controlando a muchos, porque los muchos se lo consienten a esos pocos”. El orador y la multitud comienzan a gritar ¡Libertad! ¡Libertad!
Lo más relevante, desde mi punto de vista, de su discurso es la constatación de que las autoridades tienen el poder que nosotros les hemos conferido. Es la vieja distinción que hacían los romanos entre “auctoritas” (authoirity) y “potestas” (power). La autoridad sanitaria, por ejemplo, es en principio quien tiene legitimidad, prestigio y crédito conferido por su competencia en una materia, pero el poder para gobernar o ejercer el mando se lo da el pueblo, que en este caso desautoriza a las autoridades. La manifestación se convierte así en una expresión antiautoritaria, contraria a las decisiones injustificadas que toman las autoridades. “Quieren que creamos que la autoridad tiene poder, dijo, el poder de las autoridades en todo el mundo es sólo el poder nuestro que nosotros les damos”.