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martes, 27 de septiembre de 2022

¿Eso es lo que te enseñan en la escuela?

    En un libro de texto de tercero de la ESO (Educación Secundaria Obligatoria) destinado a alumnos preadolescentes que cumplen los catorce años durante el curso, se les explica el negacionismo del siguiente modo: Negacionismo: A pesar de los avances humanos, algunas personas niegan los datos, las evidencias y los hechos demostrados. Aunque nos parezca increíble, hay quienes creen que la Tierra es plana, que el ser humano no ha llegado a pisar la Luna o que las vacunas son ineficaces y peligrosas. A estas ideas se las denomina negacionistas
 
 
    Ni siquiera se les explica el origen del término según la docta Academia: Actitud que consiste en la negación de determinadas realidades y hechos históricos o naturales relevantes, especialmente el holocausto. La voz “negacionismo”, efectivamente, se hizo conocida en los años cincuenta del siglo pasado por los nazis, pronazis o neonazis que negaban el holocausto. Derivado de 'negación' (latín negationem), con el sufijo grecolatino -ismo. La explicación adecuada sería 'interpretación deformada de la historia, que contradice la realidad y las pruebas del exterminio de la población judía de Europa por los nazis, y que niega más particularmente la existencia de las cámaras de gas en los campos de exterminio, mal llamados de concentración'. 
 
    El término puede emplearse por extensión a propósito de otras masacres a gran escala, como el genocidio armenio de 1915, pero nació específicamente para aplicarse a la shoá, que es palabra hebrea que significa 'catástrofe' o 'devastación' y es la denominación que utilizan los judíos para referirse al holocausto. 
 
    Se incluye a veces también, por extensión, entre los negacionistas a los revisionistas, que son aquellos que, si bien no niegan directamente el hecho histórico de la shoá, minimizan la amplitud de su alcance. Pero en este último caso es preferible el término 'revisionismo'). 
 
Los inútiles para el trabajo, David Olère, 1952
 
     Los terraplanistas y los que niegan el alunizaje de la NASA no se pueden comparar con los que creen que las vacunas son ineficaces y peligrosas. En primer lugar, porque no se puede generalizar, y porque habría qué especificar antes qué es una vacuna, a qué llamamos “vacuna”, y de qué vacunas estamos hablando. Porque si metemos en el saco de las vacunas las inoculaciones de adenovirus y de ARN mensajero contra la enfermedad del virus coronado del 2019, yo también creo que son ineficaces y que son peligrosas, y no me considero por ello yo negacionista, porque no niego el alunizaje de la NASA ni la redondez de la Tierra, aunque redonda como una pelota no es exactamente, sino achatada por los polos, como me enseñaron en la escuela. 
 
    En cuanto a la llegada del Apolo XI y de Neil Amstrong a la Luna, siempre recordaré que lo vi por televisión, en blanco y negro y en directo. ¿Cómo no iba a creer lo que veía con mis propios ojos y echaban por la tele?
 
 
    Yo tenía 9 años, y mi padre me despertó para ver aquel acontecimiento histórico a las cuatro de la mañana, diciéndome que no lo olvidaría nunca, como así ha sido. 
 
    Muchos profesionales de la medicina, que no tienen conflicto de intereses con los laboratorios farmacéuticos, consideran que tanto la vacuna contra el covid-19 como la de la gripe son vacunas fallidas. 
 
    Hay algunos que consideran que todos los medicamentos tienen efectos secundarios adversos, y probablemente es verdad, y hay quien llega a decir que muchas personas han muerto por tomar una simple aspirina. Pero quien considere que las vacunas de adenovirus y de ARN mensajero son medicamentos, se equivoca porque no curan ninguna enfermedad ni previenen el contagio. Quien diga que son medicamentos está justificando los efectos adversos en el proceso de inoculación, que, por cierto, en nuestro país no ha sido obligatorio. 
 
    
     Es cierto que no nos han obligado por la fuerza, poniéndonos la pistola en el pecho, a que nos vacunásemos, pero sí nos han constreñido y estigmatizado de mil maneras, desde considerarnos insolidarios (hazlo por ti y por los demás, para protegerte tú y proteger a tus seres queridos, nos decían), egoístas, magufos -magos que creen en los UFOS u OVNIS- que no creíamos en la Iglesia de la Santa Ciencia hasta criminales que queríamos matar a nuestra abuela, nos han exigido el carné de vacunación para entrar a los restaurantes y bares y para viajar, y a muchos hasta para trabajar so pena de despido. 
 
    Eso no es, desde luego,  ponerte una pistola en el pecho, cosa que hoy está muy mal vista, pero poco falta. Hoy no se estila obligar a nadie por la fuerza: se prefiere que sea uno mismo quien, voluntariamente, cumpla con las obligaciones que le mandan.

domingo, 26 de diciembre de 2021

Afirmacionismo corrupto

    La comparación con la persecución de los judíos bajo el nacionalsocialismo alemán con la segregación que imponen  a los no vacunados las actuales políticas sanitarias de la Unión Europea (que son de índole policial y por lo tanto política más que sanitaria) le parece al editorialista de El País ('Negacionismo corrompido', 22/12/2021) 'una intolerable mezquindad y sin justificación alguna' aunque añade, como si quisiera de alguna manera intentar encontrar alguna explicación a dicha vinculación, 'a pesar del prolongado cansancio y el malestar acumulados'. 
 
Montaje fotográfico: La vacuna libera.
 
     Según el citado editorial: “organizaciones de ultraderecha buscan aprovechar el malestar social después de casi dos años de pandemia para agitar, radicalizar. Son una pequeña minoría, pero es preciso tener en cuenta que el agotamiento tras 21 meses de vida bajo presión pandémica es alto, y que hay terrenos propicios para propagar incendios, sobre todo ahora que la variante ómicron vuelve a poner en dificultad a los sistemas sanitarios y requerir sacrificios.” Dejando de lado la susodicha y virulenta variante, no entiende el editorialista de El País que si para algo están los sistemas sanitarios y los hospitales es para afrontar retos y dificultades, y para que se colapsen cuando por alguna razón es menester que lo hagan, como por ejemplo cuando hay epidemias, y no para exigir el sacrificio a los pacientes de quedarse en casa para 'salvar vidas'. El problema es que los sistemas sanitarios europeos han sido previamente desmantelados, y no pueden encarar ahora ni siquiera una triste epidemia de gripe catarral. 
 
 
 
    No resulta muy descabellado, desde mi punto de vista, comparar el afán totalitario de la política sanitaria de la Unión Europea, que persigue el cien por cien la inoculación de todos sus ciudadanos, con el de la Alemania nazi que pretendía el cien por cien de sangre aria de todos y cada uno de sus súbditos, algo materialmente imposible, porque en ambos casos se trata de una obsesión absolutista de conjunto cerrado donde todos sus elementos deben ser equiparables e intercambiables. 
 
   Hay quien dice que no pueden compararse 'judíos' y 'no-vacunados' porque siendo tanto los unos como los otros seres humanos, los judíos pertenecen a un grupo étnico determinado -no podemos decir 'raza', que es palabra mayor- mientras que los no-vacunados están diseminados entre todos los grupos y no pueden adscribirse a ninguno en particular. De hecho hay muchos judíos que se han inoculado y algunos que han rechazado la vacunación. 
 
 
    El problema de la persecución étnica de los judíos lo plantea la propia definición de 'judío', que ya se les presentó a los jerarcas nazis. ¿Qué es un judío? ¿Quién es judío? Y se trata de hacer de algo que es cuestión de más o menos, una cuestión ontológica de sí o no: se es o no se es judío, y no hay término medio: en eso radica el absolutismo totalitario. Ser o no ser, he ahí la cuestión, como diría Hamlet. Parece a simple vista que es judío el que es hijo de padres judíos, pero uno puede ser hijo de un padre judío y de una madre no-judía, o viceversa -da igual para el caso-, por lo que no sería un 'judío entero' al cien por cien, sino un 'medio judío', o, remontándose incluso a sus abuelos, uno podría ser un 'cuarto de judío', por así decirlo, si sólo tiene entre sus ancestros un abuelo de sangre judía. Parece que hasta ahí llegó la definición del régimen hitleriano: bastaba que uno tuviera un abuelo judío para ser catalogado ya como tal y ser considerado un elemento étnicamente indeseable o impuro. Algo parecido está pasando con la definición de vacunado con la pauta completa. Cuando uno llevaba una dosis le decían que necesitaba la segunda para tener la pauta completa. Cuando ya lleva las dos dosis reglamentadas inyectadas en el cuerpo le dicen ahora que necesita una tercera para que se le considere 'completamente vacunado' (fully vaccinated, en la lengua del Imperio, que es la de la Unión Europea) y pueda gozar de los privilegios que su status conlleva. Cuando uno ya lleve las tres dosis... 
 
    La pureza racial no existe como tal. En inglés se utiliza el término full-blooded para referirse a alguien que es de pura cepa, como decimos a veces en castellano, o de pura sangre, esto es, de sangre no mestiza o exogámica sino endogámica, de antepasados no contaminados con sangre foránea. Pero purasangre, en castellano, escrito junto, es un término que hace referencia al pedigrí de un caballo más que de una persona, y que alude curiosamente a una raza que es producto del cruce -y por lo tanto, del mestizaje- de la árabe con las del norte de Europa. Es decir, que ni siquiera los purasangres en su origen son de sangre “pura” o no contaminada, sino mestiza, lo que debería darnos mucho en que pensar. 
 
Quema de judios acusados de propagar la Peste Negra (1348-1351)
 
    Lo que persigue la U.E. no es un grupo étnico, sino el rechazo de las políticas sanitarias (políticas) de la propia U.E. por algunos de sus ciudadanos, “una pequeña minoría”, según el editorial de El País, pero que encuentra un terreno abonado “para propagar incendios”. En ese sentido me parece más acertada la comparación de la exclusión de los no vacunados de la vida social con la expulsión de los judíos por los Reyes Católicos de España si no se convertían al catolicismo, porque no era una persecución étnica sino religiosa (y política). Sus católicas majestades en el Decreto de Granada de 1492 decían: «acordamos de mandar salir todos los judíos y judías de nuestros reinos y que jamás tornen ni vuelvan a ellos ni alguno de ellos». Aunque la expulsión era definitiva, en el edicto estaba implícita la alternativa de la conversión: disponían de cuatro meses para abandonar su fe y bautizarse convirtiéndose al catolicismo si querían seguir en España. Si persistían en sus creencias, rechazando el agua bendita del bautismo y la gracia de Dios, equiparables al mágico suero de la industria farmacéutica, sólo les quedaba el exilio, como a los no vacunados sólo les queda la exclusión de la vida social.
 
    Lo mismo sucedió con los mudéjares o musulmanes que vivían en territorios cristianos en 1501. Se les puso en el brete de recibir el bautismo o ser expulsados de las Españas. La mayor parte de ellos aceptó el agua bendita del bautismo que los convertía ipso facto en cristianos nuevos (frente a los cristianos viejos o de toda la vida) y se les denominó moriscos. En 1609, poco más de un siglo después del edicto de sus católicas majestades, Felipe III firmaba el decreto de expulsión de los moriscos porque mantenían sus costumbres y formas de vida diferentes de los cristianos viejos y porque muchos practicaban a escondidas el islam, pese al cristianismo obligatorio que se les había impuesto al bautizarlos a la fuerza.   
 
    Del mismo modo a los que rechazamos la vacuna se nos da la posibilidad de inocularnos si queremos reanudar nuestra vida social, convirtiéndonos a la religión impuesta por la Gran Farmacia, o refugiarnos en nuestro exilio interior como si fuésemos anacoretas.

martes, 9 de marzo de 2021

Negacionistas

En tiempos antiguos, serían denominados sin duda alguna herejes, apóstatas, blasfemos, negadores de Dios. Hoy son llamados negacionistas, que es una mala traducción de deniers en la lengua del Imperio.

Analicemos un poco el término anglosajón. El diccionario de Cambridge define así el término denier: “Una persona que dice que algo no ha sucedido o que una situación no existe, especialmente algo que la mayoría de la gente está de acuerdo en que ha sucedido o que existe” (a person who says that something did not happen or that a situation does not exist, especially something that most people agree did happen or does exist). Los ejemplos más habituales conciernen a la negación de la existencia del cambio climático y del holocausto judío y, más recientemente, la pandemia del virus coronado.

El término es un derivado lejano del latín DENEGARE, compuesto a su vez del prefijo intensivo DE- y del verbo NEGARE (it. dinegare, fr. dénier, esp. y port. denegar), que entró en la lengua de Shakespeare a través del francés, y que da origen al verbo to deny, de donde surge con el sufijo de agente -er. Es por lo tanto un pariente lejano de DENEGATOR, aquel que niega y que reniega, y también, tomando la activa por pasiva, el renegado.

Suele traducirse al castellano por “negacionista”, que nuestro venerable diccionario define como “perteneciente o relativo y también partidario del negacionismo”, que, a su vez, define como “Actitud que consiste en la negación de determinadas realidades y hechos históricos o naturales relevantes, especialmente el holocausto.” 

Sería, sin embargo, más propio traducirlo al castellano por “negador”, sin más, sin el sufijo -ista. Según esto los negacionistas serían los negadores de la Ciencia, los que saben más que la Ciencia, sea quien sea esa señora a la que no le cabe ninguna duda, los que reniegan del Virus Coronado, y, en último extremo, de la Realidad. (Las mayúsculas honoríficas quieren sugerir la divinización de esos conceptos que vienen a ocupar el lugar de Dios como artículos de fe).

La negación de la Realidad nos lleva por los caminos del psicoanálisis freudiano a relacionar este fenómeno con lo que el doctor de Viena denominaba el principio de placer, que, según él, en los primeros estadios de la evolución del ser humano era enseguida relevado por el principio de realidad, la “dura Realidad” que decimos a veces, que nos hace que, sin renunciar a un placer final, pospongamos la satisfacción, renunciando a varias posibilidades de lograrla y llegando incluso a tolerar lo que podríamos llamar el displacer en su largo y sin duda erróneo rodeo hacia el placer, cuyo principio reina sin restricciones en el Ello, pese a los intentos del Yo que se esfuerza una y otra vez por transmitirle al Ello el principio de realidad.

Los negacionistas odian la Realidad, no la aceptan, padecen un desorden psiquiátrico que no consiste en su distorsión o percepción errónea, sino en su negación sin más, por lo que deben ser tratados como enfermos mentales hasta que, una vez reeducados, la acepten.

Pero hay una negación, sin más, sin ideología o -ismo que la ampare, que consiste en afirmar que la realidad, igual que el dinero, que es su máxima expresión, siendo reales como son (por lo que no puede negarse su existencia), son sin embargo falsedades.

lunes, 7 de septiembre de 2020

No, renó y recontranó

La primera forma de expresión de un niño recién nacido es el llanto. A los pocos meses comenzará a ensayar gorgoritos y vocales, y poco después a balbucear mezclando consonantes y vocales, repitiendo muchas veces la misma sílaba gugu, tata, mama, papa hasta que comience a alternar sílabas diferentes. 

Una de las primeras palabras que aprende a decir un niño es “no”. Leo que el cincuenta por ciento de los niños dicen “no” a los diecisiete meses, el setenta y cinco por ciento a los veinte meses y el 95 por ciento a los dos años. Es verdad que antes ya dicen cosas como “mamá” y “papá”, pero no son palabras que tengan significado propiamente hablando todavía, sino que son llamadas. 

A partir de los dos años comenzarán a reconocer cosas como “gato, tren, coche, casa” y a hacerse ideas o representaciones visuales de esas cosas. Más o menos a los veinticuatro meses los niños entran de lleno en una fase negativista, donde a todo contestan «no, no quiero». Una etapa donde niegan prácticamente todo, sin más. Dicha etapa negativa, como la del "por qué", la pregunta que se hacen siempre los niños cuando van entrando en uso de razón y lengua, es una fase de autoafirmación, según los psicólogos infantiles.

A raíz de ahí, también la negación es lo que dice el pueblo y la gente a lo que se le impone desde arriba y está mandado desde las altas instancias, y lo que dice nuestro corazón, que tiene algo de niño y de pueblo y de gente que se rebela contra lo establecido.

Ahora bien, la negación, que viene de fuera del lenguaje, que viene de abajo, puede incorporarse y acabar asimilada, como de hecho sucede enseguida, y entrar a formar parte de las palabras que tienen significado, es decir, de las ideas que constituyen la realidad, y, por lo tanto, de la realidad misma. 

Cuando alguien dice que es “ateo”, por ejemplo, no está negando la idea de “Dios” -theós- en griego, sino que al meter la negación, que es el prefijo negativo a(n)- en griego dentro de esa palabra e idea refuerza la idea, la reafirma, desactivando la fuerza negativa, afirmando la idea de "Dios", reafirmándola. 


Cuando decimos que no hay fin, no estamos diciendo que hay infinito, sino que no hay fin. Cuando negamos el principio de realidad, no queremos llegar a ninguna otra realidad una vez que hemos renegado de esta, lo que estamos diciendo y haciendo es una acción, una acción interminable, la de decir “no” y seguir diciendo “no”, “no es esto”, intentando desconcebir lo que se nos da concebido, mal concebido, engañosamente concebido.

La rebeldía del niño, del pueblo, de la gente sólo puede consistir en decir que “no”, un no que está vivo, que no se deja positivizar, que no pasa de decir que no una y otra vez. Cuando incorporamos el no, el in- de infinito, el an- de anarquía o el a- de ateo, ya no hacemos nada, ya no negamos, estamos afirmando. 

La negación tampoco puede convertirse en negacionismo o negativismo, es decir, en un -ismo, en una ideología, porque entonces se positiviza. Frente a eso sólo cabe seguir negando y renegando una y otra vez sin afirmar nada positivo. Como dicen en Aragón: no, renó y recontranó. 

martes, 1 de septiembre de 2020

Diez mil o más negacionistas en Londres

Una multitud sin mascarilla y sin guardar la distancia reglamentaria de seguridad, entre la que se ven pancartas como “MEDIA is the VIRUS”, que podemos glosar como Los medios de comunicación y manipulación de las masas son el auténtico virus, se reunió en Trafalgar Square en la capital británica par protestar contra las medidas decretadas contra la epidemia del virus coronado.

Piers Corbyn, de 73 años, hermano del exlíder laborista Jeremy Corbyn, fue arrestado tras negarse a ser identificado por la policía y multado con 10.000 libras esterlinas por la organización de la manifestación de Trafalgar Square bajo el lema “Unite for Freedom” el sábado 29 de agosto de 2020, quien, megáfono en mano, aseguró que la pandemia no era más que un montón de mentiras para lavarnos el cerebro y mantenernos controlados, por lo que la futura vacunación que quieren vendernos para volver a la normalidad no era necesaria. 


Piers Corbyn arrestado

Otro discurso, esta vez el de David Icke, negacionista y teórico de la conspiración según la prensa inglesa del Régimen, se convirtió en arenga incendiaria. Comienza regocijándose el orador de hallarse en una isla de cordura dentro de un mundo de locura, para acto seguido decir que las medidas tomadas frente al virus coronado eran puro fascismo, un fascismo justificado sanitariamente. Lamenta que haya que alejarse seis pies, entre uno y medio y dos metros, de otras personas para protegerse del virus y que no se pueda estar fuera de la propia burbuja más de quince minutos. “Tenemos un virus tan inteligente que solo infecta a los que participan en las protestas que el gobierno quiere detener”.

Recordó a Aldous Huxley y a George Orwell, que profetizaron esto que está sucediendo ahora, y citó a Percy B. Shelley, su poema “The Mask of Anarchy”, escrito en 1819, concretamente unos versos que hacían que la multitud irrumpiera en aplausos: 'Rise like Lions after slumber / In unvanquishable number, / Shake your chains to earth like dew / Which in sleep had fallen on you - / Ye are many - they are few.’ (Alzáos cual leones tras el sueño / en un número invencible / echad vuestras cadenas a tierra cual rocío / que mientras dormíais os cayó -Vosotros sois muchos, ellos pocos). “Toda la historia humana es unos pocos controlando a muchos, porque los muchos se lo consienten a esos pocos”. El orador y la multitud comienzan a gritar ¡Libertad! ¡Libertad!

Lo más relevante, desde mi punto de vista, de su discurso es la constatación de que las autoridades tienen el poder que nosotros les hemos conferido. Es la vieja distinción que hacían los romanos entre “auctoritas” (authoirity) y “potestas” (power). La autoridad sanitaria, por ejemplo, es en principio quien tiene legitimidad, prestigio y crédito conferido por su competencia en una materia, pero el poder para gobernar o ejercer el mando se lo da el pueblo, que en este caso desautoriza a las autoridades. La manifestación se convierte así en una expresión antiautoritaria, contraria a las decisiones injustificadas que toman las autoridades. “Quieren que creamos que la autoridad tiene poder, dijo, el poder de las autoridades en todo el mundo es sólo el poder nuestro que nosotros les damos”. 

 
 
 
¡Lástima que haya una señora que a modo de porrista o cheer-lideresa anima al público a aplaudir y a corear al orador, y que tanto nos recuerda a los presentadores de los deplorables shows televisivos! Pero la lamentable actuación de la rubia animadora no le quita mérito al discurso antifascista de David Icke, que acaba, siguiendo la estela de Shelley, animando al león a despertar. 

lunes, 31 de agosto de 2020

Al menos treintamil negacionistas en Berlín

Se ha hecho viral, como suele decirse ahora, en las redes sociales de la Red Informática Universal una fotografía de la multitudinaria protesta -no vamos a entrar aquí en la guerra cuantitativa de cifras que va desde los treinta mil manifestantes del Periódico Global del Régimen, léase El País, a los varios cientos de miles según otras fuentes, ya que la razón no se cuantifica numéricamente ni depende del mayor o menor número de votos-   que tuvo lugar en Berlín el pasado sábado 29 de agosto de 2020, sin que los participantes portaran  bozal ni guardaran las distancias interpersonales,  contra las imposiciones gubernamentales precisamente de distanciamiento social y uso de mascarillas decretadas contra el virus por las desautorizadas científicamente autoridades sanitarias de casi todo el universo mundo. 
 
 
La imagen que se ha hecho viral representa, según la prensa del Régimen, a un joven negacionista del virus y de extrema derecha, probablemente neonazi, cosa que no cuadra mucho con su aspecto un tanto jipi y pacifista desaliñado que va a pecho descubierto por la vida, pero ya se sabe que no hay que fiarse de las apariencias pues a veces el lobo se disfraza con la piel del cordero para engañarnos, además de teórico paranoico de la conspiración y terraplanista, al que se le inculcó en la escuela que la tierra no era exactamente redonda sino achatada por los polos, de donde dedujo alegremente que era plana,  y contrario a las vacunas que según sus defensores a ultranza van a salvar a la humanidad del virus coronado, que ofrece un ramillete de flores a los fornidos y acorazados policías parapetados frente a él para impedirle el paso.
 

 

Robert Kennedy Jr. se subió en Berlín al escenario para pronunciar este memorable discurso en la lengua del Imperio, traducido simultáneamente al alemán por un intérprete, y que podemos leer subtitulado en español mientras no se censure el vídeo en la Red, cosa no improbable. En el discurso dice cosas razonables como ésta: "Los gobiernos adoran las pandemias. Y adoran las pandemias por el mismo motivo por el que adoran las guerras: porque les da la posibilidad de imponer un control sobre las poblaciones que de otra manera las poblaciones no aceptarían". O esta otra: "Lo único que necesita el gobierno para convertir en esclavos a la gente es EL MIEDO".