martes, 9 de marzo de 2021

Negacionistas

En tiempos antiguos, serían denominados sin duda alguna herejes, apóstatas, blasfemos, negadores de Dios. Hoy son llamados negacionistas, que es una mala traducción de deniers en la lengua del Imperio.

Analicemos un poco el término anglosajón. El diccionario de Cambridge define así el término denier: “Una persona que dice que algo no ha sucedido o que una situación no existe, especialmente algo que la mayoría de la gente está de acuerdo en que ha sucedido o que existe” (a person who says that something did not happen or that a situation does not exist, especially something that most people agree did happen or does exist). Los ejemplos más habituales conciernen a la negación de la existencia del cambio climático y del holocausto judío y, más recientemente, la pandemia del virus coronado.

El término es un derivado lejano del latín DENEGARE, compuesto a su vez del prefijo intensivo DE- y del verbo NEGARE (it. dinegare, fr. dénier, esp. y port. denegar), que entró en la lengua de Shakespeare a través del francés, y que da origen al verbo to deny, de donde surge con el sufijo de agente -er. Es por lo tanto un pariente lejano de DENEGATOR, aquel que niega y que reniega, y también, tomando la activa por pasiva, el renegado.

Suele traducirse al castellano por “negacionista”, que nuestro venerable diccionario define como “perteneciente o relativo y también partidario del negacionismo”, que, a su vez, define como “Actitud que consiste en la negación de determinadas realidades y hechos históricos o naturales relevantes, especialmente el holocausto.” 

Sería, sin embargo, más propio traducirlo al castellano por “negador”, sin más, sin el sufijo -ista. Según esto los negacionistas serían los negadores de la Ciencia, los que saben más que la Ciencia, sea quien sea esa señora a la que no le cabe ninguna duda, los que reniegan del Virus Coronado, y, en último extremo, de la Realidad. (Las mayúsculas honoríficas quieren sugerir la divinización de esos conceptos que vienen a ocupar el lugar de Dios como artículos de fe).

La negación de la Realidad nos lleva por los caminos del psicoanálisis freudiano a relacionar este fenómeno con lo que el doctor de Viena denominaba el principio de placer, que, según él, en los primeros estadios de la evolución del ser humano era enseguida relevado por el principio de realidad, la “dura Realidad” que decimos a veces, que nos hace que, sin renunciar a un placer final, pospongamos la satisfacción, renunciando a varias posibilidades de lograrla y llegando incluso a tolerar lo que podríamos llamar el displacer en su largo y sin duda erróneo rodeo hacia el placer, cuyo principio reina sin restricciones en el Ello, pese a los intentos del Yo que se esfuerza una y otra vez por transmitirle al Ello el principio de realidad.

Los negacionistas odian la Realidad, no la aceptan, padecen un desorden psiquiátrico que no consiste en su distorsión o percepción errónea, sino en su negación sin más, por lo que deben ser tratados como enfermos mentales hasta que, una vez reeducados, la acepten.

Pero hay una negación, sin más, sin ideología o -ismo que la ampare, que consiste en afirmar que la realidad, igual que el dinero, que es su máxima expresión, siendo reales como son (por lo que no puede negarse su existencia), son sin embargo falsedades.

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