Se ha llamado al cuadro “El viajero que contempla un mar de nubes”, y como definición descriptiva de lo que se ve no está mal, pero el título que le dio a su obra su autor, el romántico alemán Caspar David Friedrich (1774-1840), fue Der wanderer über dem Nebelmeer, que viene a ser “El caminante sobre el mar de nubes”.
El caminante sobre el mar de nubes, Caspar David Friedrich (1818)
Que el caminante se encuentre dando la espalda al espectador del cuadro es bastante significativo: Al no poder vérsele la cara, el personaje central que atrae nuestra mirada enseguida resulta anónimo, podría ser cualquiera, un individuo cualquiera, que como tal está solo. Los rasgos de su fisonomía personal se disuelven en la contemplación del paisaje velado en parte por el mar de nubes.
El título original del cuadro me trae al recuerdo una palabra griega compuesta que es “nefelíbata”, que el diccionario de la Academia recoge sin tilde esdrújula nefelibata, pronunciado a la pata la llana (a diferencia de acróbata, por ejemplo) y explica su etimología: Formación culta del gr. νεφέλη nephélē 'nube' y -βάτης -bátēs 'que anda', y este der. de βαίνειν baínein 'andar', y lo define como adjetivo referente a una persona: Soñadora, que no se apercibe de la realidad.
No reconoce, sin embargo la Academia la legitimidad del sustantivo “nefelibacia”, formado a imagen y semejanza de acrobacia, y que podríamos definir a la manera de aquella como "profesión o actividad del nefelíbata".
Nefelibacia es lo que normalmente se llama “andar entre las nubes”, como dice Aristófanes de Sócrates en su comedia “Las nubes”.
Bien quisiera encandilar a mis escasos lectores con esta palabra mágica, culterana, esdrújula y no llana como la acentúa la Academia, e inaudita o, por lo menos, poco o casi nada oída: “nefelíbata”.
Nefelíbatas son los seres leves y no graves que levitan y no gravitan y que, por lo tanto, practican nefelibacias, como Sócrates, y como Tales, que por mirar a las estrellas del universo metió la pata en un pozo inadvertido que había a sus pies, provocando la carcajada de la muchacha tracia, que se reía del sabio despistado.
Las nefelibacias son acrobacias en las nubes, piruetas y volteretas en los aires que hacen burla de la ley de gravitación universal que decretara Isaac Newton.
No sé si he inventado yo la palabra "nefelibacia"; es posible que otros la hayan inventado antes, a imagen y semejanza de acrobacia, pero las palabras son del común y, por eso mismo, de ningún, de ninguno, son de todos y de nadie: aquí la dejo, por si alguien quiere adoptarla.
Es una palabra griega, mejor dicho, dos palabras griegas soldadas en una sola y compuesta, como explica la docta Academia, porque seguimos hablando la vieja lengua helénica del viejo Homero sin darnos ya cuenta.
Los nefelíbatas son acróbatas de los cielos, peregrinos de las nubes etéreas, los espacios siderales, los astros y las estrellas, son ángeles soñadores empedernidos que no pisan la realidad, la tierra, mensajeros de otro mundo que todos llevamos dentro, como Sócrates, aquel hombre que, lejos de albergar sólidas creencias como hacemos de ordinario los demás, tontos de nosotros, ni siquiera sabía que no sabía nada, como de ordinario se nos dice y se nos repite hasta la saciedad. "No soy sabio en modo alguno, ni he logrado ningún descubrimiento que haya sido engendrado por mi propia alma" dice Sócrates en el Teeteto (150d) de Platón (μὲν οὐ πάνυ τι σοφός,
οὐδέ τί μοι ἔστιν εὕρημα τοιοῦτον
γεγονὸς τῆς ἐμῆς ψυχῆς ἔκγονον). Lo que Sócrates llegó a decir es simplemente que no sabiendo, no cree tampoco saber lo que no sabe.
Por lo demás, tampoco caminaba tanto entre las nubes como le hubiera gustado y como pretendía Aristófanes: también él tenía que aterrizar y pisar el suelo, sometiéndose a un juicio injusto como todos que le acarreó la muerte.
Para huir del redil, cuando nos están marcando a hierro incandescente con la COVID-19, nada mejor que la búsqueda de esa nefelibacia ("estar en las nubes" es una liberación de esta necedad que nos aprisiona y encierra aún más, por la amenaza, en la máscara previa de la identidad)
ResponderEliminarLo del redil y la marca a hierro incandescente son metáforas bien traídas que sugieren que ya somos ganado, aunque no hayamos alcanzado todavía, según dicen, la inmunidad del rebaño.
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