lunes, 29 de marzo de 2021

Jefe o jefa ¿qué importa?

    “Que un jefe sea hombre o mujer no es algo que sea relevante”. Esto lo ha declarado la primera fémina que alcanza el grado de Teniente Coronel (“¿Tenienta Coronela?”) en el Ejército de España y que lucirá, por lo tanto, las dos estrellas de ocho puntas en las hombreras de su guerrera, recibiendo el tratamiento correspondiente, si todavía se estila, de Usía, abreviatura de Vuestra Señoría.

    Y tiene razón la mujer (no menciono su nombre propio, porque no viene al caso: lo que dice ella lo podría decir cualquiera, y, por usar su misma expresión, "no es relevante"): ya no importa el sexo biológico de quien ejerce el mando. Lo mismo da que da lo mismo que la jefatura la ejerza el macho o la hembra. Como dijo el rey católico de Aragón fascinado por la anécdota de Alejandro Magno y el nudo gordiano “Tanto monta, monta tanto”. Contaba la leyenda que quien desatara el nudo que se hallaba en el templo de Gordio dominaría Asia. Impaciente Alejandro, no lo desanudó sino que lo cortó de un tajo de su espada, como si diera lo mismo la manera de hacerlo con tal de lograr el objetivo. Se adelantó a Maquiavelo: el fin justificaría los medios. El caso es que el lema fernandino era algo así como "Tanto monta cortar como desatar", abreviado "Tanto monta" a lo que luego se añadió la coletilla popular "... monta tanto / Isabel como Fernando",  creando un pareado de octosílabos con rima asonante. 
 

    Algunos feministas consideran esto un progreso. Y tienen razón en parte: es un progreso en la historia de la dominación del hombre (incluida la mujer en el mismo saco) por el hombre. Pero no se puede hablar de un progreso en el sentido contrario de la liberación de ese dominio, en el de la lucha del pueblo contra el yugo que le impone el poder, el yugo que cantó Miguel Hernández (“Yugos os quieren poner, / gentes de la tierra mala, / yugos que habéis de dejar, / rotos sobre sus espaldas”).

    Efectivamente. Ya no es relevante que el jefe de la manada humana sea macho o hembra. Lo que sigue siendo bastante relevante es que haya jefes, tengan o no tengas testículos, y que haya ejércitos profesionales, porque lo que no se cuestiona, pese al feminismo, es la jerarquía y la propia existencia de las fuerzas armadas, sino la participación de las mujeres en dichas fuerzas y jerarquía, que comenzaron a integrarse voluntariamente en el ejército español a partir de 1988, haciendo realidad así el mito de las amazonas.
 

 (Heraclés luchando contra las amazonas)

    La palabra jefe entró en castellano según Corominas a mediados del siglo XVII como préstamo del francés chef, que a su vez deriva del latín CAPVT CAPITIS cabeza de donde ya teníamos en castellano "cabo" y "capitán" y "capataz", y en italiano "capo". A partir de 1843 está documentado en nuestra lengua su femenino "jefa".

    Fuera del ámbito militar, tener un jefe o una jefa es algo que comienza a estar mal visto, cuando es una característica de todas las personas que trabajan por cuenta ajena, o propia, si son sus propios jefes o jefas. Últimamente se habla mucho de que el jefe (boss en la lengua del Imperio) debe tratar de ser un líder (leader, que es anglicismo). ¿En qué consiste eso? Se supone que en ser empático, comunicador, en no mandar, sino en conseguir que sus subordinados hagan las cosas sin necesidad de que se les ordene cómo y cuándo hay que hacerlas, tan motivados que se identifiquen con la empresa y sean capaces de sacarla adelante, en un estado de total felicidad. 

    Hay que huir del jefe a la vieja usanza, autoritario, que sólo sabe dar órdenes. El moderno jefe ha de procurar ser uno más, un compañero y amigo, agradable, que no dice una palabra más alta que otra, un líder carismático que ejerce una jefatura trasformadora o liderazgo transformacional (vil traducción de transformational leadership en la lengua del Imperio), el nuevo estilo que tiene como objetivo influir positivamente en las forma de ser o actuar de las personas subordinadas -“personas subordinadas” es término inclusivo y políticamente correcto en lugar de “subordinados”-, logrando que el equipo -idem- trabaje con entusiasmo hacia el logro de sus metas. Esta tendencia, no poco patética, no deja de ser el viejo cuento del lobo que aclara la voz y enseña por la puerta la patita enharinada a los cabritos para hacerse pasar por mamá cabra...

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