“Que un jefe sea hombre o mujer no es algo que sea
relevante”. Esto lo ha declarado la primera fémina que alcanza el grado de
Teniente Coronel (“¿Tenienta Coronela?”) en el Ejército de España y que lucirá,
por lo tanto, las dos estrellas de ocho puntas en las hombreras de su guerrera,
recibiendo el tratamiento correspondiente, si todavía se estila, de Usía, abreviatura de Vuestra Señoría.
Y tiene razón la mujer (no menciono su nombre propio,
porque no viene al caso: lo que dice ella lo podría decir cualquiera, y,
por
usar su misma expresión, "no es relevante"): ya no importa el sexo
biológico de quien ejerce el mando. Lo mismo da que da lo mismo que la
jefatura
la ejerza el macho o la hembra. Como dijo el rey católico de Aragón
fascinado por la anécdota de Alejandro Magno y el nudo gordiano “Tanto
monta,
monta tanto”. Contaba la leyenda que quien desatara
el nudo que se hallaba en el templo de Gordio dominaría Asia.
Impaciente Alejandro, no lo desanudó sino que lo cortó de un tajo de su
espada, como si diera lo mismo la manera de hacerlo con tal de lograr el
objetivo. Se adelantó a Maquiavelo: el fin justificaría los medios. El caso
es que el lema fernandino era algo así como "Tanto monta cortar como
desatar", abreviado "Tanto monta" a lo que luego se añadió la coletilla popular "... monta tanto / Isabel como Fernando", creando un pareado de octosílabos con rima asonante.
Algunos feministas consideran esto un
progreso. Y tienen razón en parte: es un progreso en la historia de la
dominación del hombre (incluida la mujer en el mismo saco) por el
hombre. Pero
no se puede hablar de un progreso en el sentido contrario de la
liberación de ese dominio, en el de la lucha
del pueblo contra el yugo que le impone el poder, el yugo que cantó
Miguel Hernández (“Yugos os quieren poner, / gentes de la tierra mala, /
yugos que habéis de
dejar, / rotos sobre sus espaldas”).
Efectivamente. Ya no es relevante que el jefe de la manada humana sea macho o hembra. Lo que
sigue siendo bastante relevante es que haya
jefes, tengan o no tengas testículos, y que haya ejércitos
profesionales, porque lo que no se cuestiona, pese al feminismo, es la
jerarquía y la propia existencia de las fuerzas armadas, sino la
participación de las mujeres en dichas fuerzas y jerarquía, que comenzaron a integrarse voluntariamente en el
ejército español a partir de 1988, haciendo realidad así el mito de las
amazonas.
(Heraclés luchando contra las amazonas)
La palabra jefe entró en castellano según Corominas a mediados del siglo XVII como préstamo del francés chef, que a su vez deriva del latín CAPVT CAPITIS cabeza de
donde ya teníamos en castellano "cabo" y "capitán" y "capataz", y en
italiano "capo". A partir de 1843 está documentado en nuestra lengua su
femenino "jefa".
Fuera del ámbito militar, tener un jefe o una jefa
es algo que comienza a estar mal visto, cuando es una característica
de todas las personas que trabajan por cuenta ajena, o propia, si son
sus propios jefes o jefas. Últimamente se habla mucho de que el jefe
(boss en la lengua del Imperio) debe tratar de ser un líder
(leader, que es anglicismo). ¿En qué consiste eso? Se
supone que en ser empático, comunicador, en no mandar, sino en
conseguir que sus subordinados hagan las cosas sin necesidad de que
se les ordene cómo y cuándo hay que hacerlas, tan motivados que se
identifiquen con la empresa y sean capaces de sacarla adelante, en un
estado de total felicidad.
Hay que huir del jefe a la vieja usanza,
autoritario, que sólo sabe dar órdenes. El moderno jefe ha de
procurar ser uno más, un compañero y amigo, agradable, que no dice
una palabra más alta que otra, un líder carismático que ejerce una jefatura trasformadora o
liderazgo transformacional (vil traducción de transformational
leadership en la lengua del
Imperio), el nuevo estilo que tiene como objetivo influir
positivamente en las forma de ser o actuar de las personas
subordinadas -“personas subordinadas” es término inclusivo y
políticamente correcto en lugar de “subordinados”-,
logrando que el equipo -idem-
trabaje con entusiasmo hacia el logro de sus metas. Esta
tendencia, no poco patética, no deja de ser el viejo cuento
del lobo que aclara la voz y enseña por la puerta la patita
enharinada a los cabritos para hacerse pasar por mamá cabra...
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