Leo
en uno de esos periódicos gratuitos que pululan en lugares públicos
de paso como estaciones de trenes y autobuses un anuncio publicitario
de las Fuerzas Armadas patrocinado por el Ministerio de Defensa
(entiéndase el eufemismo: de la Guerra, como se decía antes cuando se llamaba a
las cosas por su nombre) del Gobierno de las Españas, un derroche gráfico
a toda página, en color, con seis fotografías donde se ve
claramente a soldados españoles con el pendón rojigualdo en el
brazalete, sonrientes en diversos escenarios internacionales:
Centroamérica (1990), Bosnia-Herzegovina (1994), Haití (2004),
Líbano (2006), Chad y Afganistán (2008): 20 años, que no son nada
según la copla. En la enumeración se oculta cuidadosamente la
misión de Iraq, como si no hubiera existido nunca, como si no hubieran
estado también allí las huestes carpetovetónicas.
Bella matribus detestata, Jiri Anderle (1936-...)
Son
las “misiones internacionales” (sic) de estos nuevos misioneros
que ya no van con la Cruz a cuestas sino con la Espada a defender la
paz y los derechos humanos, la democracia y la libertad, mercenarios a sueldo del Estado
dispuestos a violar sistemáticamente esas cosas para defenderlas,
provocando conflictos –ellos nunca dicen “guerras”, sino
conflictos, que suena más light y
políticamente correcto como la tolerancia-cero que practican- para desfazer entuertos, porque el
ejército, cualquier ejército en particular y el ejército en
general, es más peligroso que un mono neurótico con dos pistolas
al cinto rebosantes de munición en el cargador. Y máxime si se presenta como
una hermanita de la caridad de abnegado espíritu de servicio,
cristiano sentimiento del deber y entrega a los demás, amante de la vida aventurera y del
lado arriesgado y peligroso de la vida. Más cifras para la reflexión
y el escalofrío: 100.000 soldados hispánicos repartidos por 4
continentes del universo mundo en 50 misiones humanitarias (eufemismo
políticamente corregido que disfraza los conflictos). Y todo esto
bajo el lema de “el valor de servir”.
Preguntémonos:
¿Para qué o a quién tienen el coraje de servir esos soldaditos españoles de
plomo, soldaditos valientes? Sirven en primera instancia a las armas que portan. Las armas,
lejos de ser un instrumento del que las empuña, convierten al
soldado que las lleva en una herramienta a su servicio: el soldado
servirá para apretar el gatillo. También sirven a los Señores de
la Guerra que las fabrican y que se frotan las manos vendiéndoselas
a países democráticos y genocidas como, por ejemplo, Israel, por no hablar de otras rancias teocracias como Arabia Saudí.
Bella matribus detestata, Georges Rouault (1871-1958)
¡Tienen
el valor de
aprovecharse de la crisis económica para atraer a incautos jóvenes
sedientos de novedades con el señuelo de la aventura, con el anzuelo
de la estabilidad mercenaria de un sueldo fijo para toda la vida y
con el trampantojo del servilismo a ultranza como si se tratara de una
inocente ONG! ¡Señora Ministro de
la Guerra, y digo bien Ministro porque me resisto a decir Ministra,
puesto que la Guerra siempre ha sido cosa de hombres, y si ahora,
desgraciadamente, también es asunto de mujeres, es porque se igualan
en lo peor a los varones! Señora Ministro, usted que ha sido madre de cuatro hijos, no conoce seguramente el verso de Horacio “bella
matribus detestata” que expresó de una vez por todas lo que
sienten las madres, a poco que se dejen llevar por los sentimientos de
su corazón,
por las guerras: aborrecimiento, las aborrecen, deberían aborrecerlas con toda su
alma porque las guerras les arrancan a sus hijos de sus entrañas -y
ahora podemos también decir a sus hijas- en la flor de
la vida.
Vd.,
señora Ministro, como madre debería detestarlas también si se dejara
llevar por sus sentimientos. Claro que las aborrece, dirá, y se
declarará pacifista. Y llegará a decir, en el colmo de los
colmos, que el Ministerio que Vd. regenta no es el de la Guerra sino
el de la Paz. Y es que hemos llegado a la confusión orgüeliana de
llamar a la guerra paz, y a la mentira verdad: el mundo al revés.
Seguramente, además,
sus hijos no tendrán nunca necesidad de ser carne de cañón, y
alistarse en el ejército profesional y mercenario
para sobrevivir en la jungla…
Un
grupo feminista alemán denominado WBF 'Wer
braucht Feminismus?'
(¿Quién necesita feminismo?) ha propuesto el diseño de un cohete
espacial con forma de vulva que compita con los diseños
tradicionales de cohetes fálicos y androcéntricos de la ingenieria
aeroespacial. Pretenden con esta iniciativa llevar la «igualdad de
género» al espacio.
En lugar
de denunciar la política de la NASA de colonización del espacio y los vuelos al espacio de
los multimillonarios como el señor Elon Musk, los feministas proponen que se haga en cohetes
con formas vulvares en lugar de fálicas.
Nave espacial con forma de vulva
La
directora del proyecto afirma en el vídeo promocional de su campaña:
«Estamos viviendo en una época de pandemia mundial, los precios del
petróleo y la electricidad están disparados y la crisis climática
amenaza nuestra propia existencia. Mientras tanto, los
multimillonarios vuelan al espacio en cohetes con forma de genitales
masculinos. Para nosotros esto planteó algunas preguntas muy
importantes. ¿No debería ser el espacio para todos? ¿Y es un
cohete con forma fálica realmente la mejor manera de llegar allí?
Queremos restaurar la igualdad de género en el cosmos, por lo que
hemos decidido revolucionar los viajes espaciales para siempre».
Su
prototipo con forma de vulva es, según ellos, más aerodinámico que
el diseño con «forma de pene», por lo que su menor resistencia al
aire hará que consuma menos combustible a la hora de salir de la
atmósfera, así que será más ecológico. Este diseño ‘feminista
y ecologista’, es más seguro para los viajeros espaciales. Pero ¿quién necesita naves espaciales?
Buceando un poco en el subconsciente colectivo, deberíamos reconocer que, así como el simbolismo masculino e itifálico del cohete es indudable, el simbolismo femenino, sin embargo, no se representa tanto por la vulva, constituida propiamente por las partes que rodean la abertura externa de la vagina, como por la vagina misma. El simbolismo femenino, por lo tanto, viene representado por los pozos, las grutas, los agujeros y orificios, que son metáforas de la vagina. Y en ese sentido quizá lo más parecido a la propia vagina sería el hondo pozo sin fondo de la bóveda celeste, y no el artilugio que propone WBF que se parece más a un supositorio, por lo que no deja de ser un símbolo también fálico a su modo.
Deberían
los feministas de
Wer braucht Feminismus?, siguiendo la lógica que los empuja a denunciar el simbolismo de la falocracia, cuestionar también las formas fálicas (propiamente itifálicas) de las jeringuillas que hemos
sufrido durante los años de la pandemia para inoculación de las sustancias experimentales y de los misiles igualmente fálicos y las
bombas que lanzan los países en guerra, que no son solo Rusia y
Ucrania, por cierto. Quizá encuentren la forma perfecta de llevar la
“igualdad de género” que proponen para el espacio, que a nadie en su sano juicio le interesa demasiado, al campo de la sanidad y de la guerra.
El Gobierno, a través sobre todo del Ministerio de Igualdad, suscita debates estériles para justificar así
su existencia, disimulando tras una cortina de humo la radical
impotencia de todos los poderes y poderosos de este mundo y del otro. En este sentido, le pidió a la Real
Academia Española de la Lengua, los cancerberos del idioma, que revisase el
lenguaje de la Carta Magna para adecuarlo al lenguaje inclusivo de las nuevas exigencias de la
sociedad en aras de la corrección política y la no discriminación de las mujeres.
¿En
qué consisten estas nuevas exigencias? Básicamente en que las féminas, tradicionalmente ausentes de los centros de poder, rompan los
“glass ceiling barriers” o techos de cristal que las excluyen de las
altas esferas
y cuadros de mando de la política económica y de la economía política y
puedan acceder a los puestos jerárquicos en igualdad de condiciones que
los varones. ¿Eso es,
realmente, lo que quieren las mujeres de verdad? Dejo la pregunta
suspensa en el aire
para recogerla e intentar responderla más adelante.
No
pretende el Gobierno, entiéndase bien, derogar la Constitución ni modificarla
sustancialmente, nada más lejos de su intención, sino maquillarla con algunos cambios retóricos y en
definitiva cosméticos referentes a lo que se ha dado en llamar lenguaje
inclusivo, es decir, que incluya a las mujeres, a las que se equipara
erróneamente con el género gramatical femenino, cuando se utiliza el género gramatical masculino
como no marcado, es decir como genérico o válido para ambos géneros
gramaticales, lo que no deja de ser un mecanismo de economía de la lengua.
Se
trata, en definitiva, de imitar la constitución bolivariana de Venezuela, que
ha incorporado dicho lenguaje inclusivo y políticamente correcto y dice cosas tan redundantes y
campanudas como estas: Para ejercer los cargos de diputado o diputada
a la Asamblea Nacional, Ministro o Ministra, Gobernadores o
Gobernadoras y Alcaldes o Alcaldesas de Estados y Municipios no
fronterizos, los venezolanos y venezolanas por naturalización deben
tener domicilio con residencia ininterrumpida en Venezuela no menor de quince
años y cumplir los requisitos de aptitud previstos en la ley. (Artículo 41)
¿Qué
sucederá, me pregunto yo, cuando la reforma de la Carta Magna española llegue
al escollo del artículo 56 “De la Corona”. ¿Se mantendrá el punto 1, que dice actualmente:
“El Rey es el Jefe del Estado...” o se modificará de la siguiente forma: “El
Rey o la Reina es el Jefe o la Jefe (¿quizá Jefa?) del Estado...?"
El
feminismo que persigue el empoderamiento de la mujer -no estoy hablando,
por lo
tanto, del anarcofeminismo- refuerza el machismo y el
patriarcado, lejos de oponerse a ellos: la pretensión igualitaria
pretende que la diferencia sexual sea indiferente a la hora de
desempeñar el poder. Los feministas fomentan que la mujer desempeñe el
papel de reina en igualdad de
condiciones que el varón, lo que al fin y a la postre resulta poco
republicano
y viene a reforzar a la vieja monarquía, y lo que de aplicarse aquí y
ahora destronaría a Felipe VI en favor de su hermana mayor la infanta
Elena, proclamándola reina de todas las Españas, así como príncipe
heredero, supongo, a su hijo el infante don Felipe Juan Froilán de
Marichalar y Borbón. Con la equiparación de la mujer y el varón a la hora
de ascender al trono, no se acaba el poder
monárquico, se consolida. Ya lo dice el refrán: Tanto monta, monta tanto, Isabel
como Fernando. Igual da que la voz de mando sea masculina que femenina.
La
diferencia, por cierto, entre una y otra voz radica, al parecer, en el grosor y
la longitud de las cuerdas vocales: cuanto más finas y cortas son éstas, más
femenina resulta la voz, y cuanto más gruesas y largas, más grave y masculina.
Hasta la pubertad, voces de varones y mujeres no se diferencian, y las voces
infantiles se caracterizan por ser muy agudas. Sin embargo, a partir de los 11,
12 y 13 años de edad se produce la mutación vocal, debida a los niveles más
altos de estrógenos y progesterona en las mujeres y testosterona en los
varones. Este hecho fisiológico podría hacernos pensar ingenuamente a primera
vista que una voz de mando femenina, al ser más aguda, algo más nítida y más
musical en su entonación, resultaría menos imperativa que la masculina. La
experiencia de algunas mujeres en los primeros puestos de mando
desmiente este hecho: una vez en el poder, las mujeres hacen lo mismo que los
varones: mandar; y, al hacerlo, demuestran que ellas también saben ser unas mandadas.
Habrá que recordarles acaso a ministras y ministros la vieja etimología latina de esta palabra: tanto el masculino minister como su femenino ministra -de donde viene también el nombre del potaje de verduras que se suministra en la mesa, la menestra- son sinónimos de esclavo, sirviente, empleado, y proceden del adverbio minus, que significa "menos", porque son los de menos valer, y son lo contrario de magister y magistra -¿quién iba a decirlo?-, que están formados sobre el adverbio magis que quiere decir "más" y eran los de más valer, por lo que se contraponen el magisterio de maestros y maestras y el ministerio de ministras y ministros, que son los menesterososministriles que nos administran desde losdespachos ministeriales y que, como es menester, son los primeros administrados como la sugerencia etimológica de la palabra suministra.
Estos
debates suscitados por los decretos y declaraciones del consejo de ministros y ministras son una
cortina de humo para distraernos de lo esencial: que el gabinete del gobierno
no gobierna porque no puede gobernar, porque los gobernantes y las gobernantas, los que mandan,
son los más mandados. La medida obedece a un intento de distraer a la población de los problemas
reales de la gente, que son los que importan, suscitando el debate de
cuestiones en las que todo el mundo entra al trapo a opinar visceralmente,
mientras la realidad, esencialmente falsa, permanece estanca.
Es
hora de retomar la pregunta que hemos dejado pendiente: ¿Es el poder lo
que
quieren de verdad las mujeres? Algunas, sí, desde luego, no cabe la
menor duda, a juzgar por sus declaraciones, pero no todas. Siempre habrá
algunas otras, que son la sal de la tierra, y que, lo mismo que algunos
varones, no
aspiran a romper los techos de cristal para asaltar ningunos cielos y
así empoderarse,
sino todo lo contrario: desprecian la jerarquía y se levantan contra el
poder,
tradicionalmente masculino, haciéndole la higa. Y esa lucha no reside en
un enfrentamiento político
entre la izquierda y la derecha: la auténtica pelea está entre arriba y
abajo.
Y quienes estamos más o menos por aquí abajo sabemos que de arriba nunca
puede
venirnos nada bueno.
Rosie la remachadora, J. Howard Miller (1942)
Hace tiempo que hemos caído en la cuenta de que la
diferencia entre lo que dice y hace un partido político en el gobierno y otro
contrapuesto ideológicamente a él, sean sus respectivos líderes lideresos que lideresas -igual da que
da lo mismo-, se reduce a cambiar las posaderas que se
asientan en las poltronas de los ministerios, de las cortes, de los despachos y de la mismísima
Moncloa, sin que la acción de gobierno -la gobernanza- cambie ni un ápice la
realidad. El cacareado cambio es sólo nominal o, si se prefiere, gramatical.
“Que un jefe sea hombre o mujer no es algo que sea
relevante”. Esto lo ha declarado la primera fémina que alcanza el grado de
Teniente Coronel (“¿Tenienta Coronela?”) en el Ejército de España y que lucirá,
por lo tanto, las dos estrellas de ocho puntas en las hombreras de su guerrera,
recibiendo el tratamiento correspondiente, si todavía se estila, de Usía, abreviatura de Vuestra Señoría.
Y tiene razón la mujer (no menciono su nombre propio,
porque no viene al caso: lo que dice ella lo podría decir cualquiera, y,
por
usar su misma expresión, "no es relevante"): ya no importa el sexo
biológico de quien ejerce el mando. Lo mismo da que da lo mismo que la
jefatura
la ejerza el macho o la hembra. Como dijo el rey católico de Aragón
fascinado por la anécdota de Alejandro Magno y el nudo gordiano “Tanto
monta,
monta tanto”. Contaba la leyenda que quien desatara
el nudo que se hallaba en el templo de Gordio dominaría Asia.
Impaciente Alejandro, no lo desanudó sino que lo cortó de un tajo de su
espada, como si diera lo mismo la manera de hacerlo con tal de lograr el
objetivo. Se adelantó a Maquiavelo: el fin justificaría los medios. El caso
es que el lema fernandino era algo así como "Tanto monta cortar como
desatar", abreviado "Tanto monta" a lo que luego se añadió la coletilla popular "... monta tanto / Isabel como Fernando", creando un pareado de octosílabos con rima asonante.
Algunos feministas consideran esto un
progreso. Y tienen razón en parte: es un progreso en la historia de la
dominación del hombre (incluida la mujer en el mismo saco) por el
hombre. Pero
no se puede hablar de un progreso en el sentido contrario de la
liberación de ese dominio, en el de la lucha
del pueblo contra el yugo que le impone el poder, el yugo que cantó
Miguel Hernández (“Yugos os quieren poner, / gentes de la tierra mala, /
yugos que habéis de
dejar, / rotos sobre sus espaldas”).
Efectivamente. Ya no es relevante que el jefe de la manada humana sea macho o hembra. Lo que
sigue siendo bastante relevante es que haya
jefes, tengan o no tengas testículos, y que haya ejércitos
profesionales, porque lo que no se cuestiona, pese al feminismo, es la
jerarquía y la propia existencia de las fuerzas armadas, sino la
participación de las mujeres en dichas fuerzas y jerarquía, que comenzaron a integrarse voluntariamente en el
ejército español a partir de 1988, haciendo realidad así el mito de las
amazonas.
(Heraclés luchando contra las amazonas)
La palabra jefe entró en castellano según Corominas a mediados del siglo XVII como préstamo del francés chef, que a su vez deriva del latín CAPVT CAPITIS cabezade
donde ya teníamos en castellano "cabo" y "capitán" y "capataz", y en
italiano "capo". A partir de 1843 está documentado en nuestra lengua su
femenino "jefa".
Fuera del ámbito militar, tener un jefe o una jefa
es algo que comienza a estar mal visto, cuando es una característica
de todas las personas que trabajan por cuenta ajena, o propia, si son
sus propios jefes o jefas. Últimamente se habla mucho de que el jefe
(boss en la lengua del Imperio) debe tratar de ser un líder
(leader, que es anglicismo). ¿En qué consiste eso? Se
supone que en ser empático, comunicador, en no mandar, sino en
conseguir que sus subordinados hagan las cosas sin necesidad de que
se les ordene cómo y cuándo hay que hacerlas, tan motivados que se
identifiquen con la empresa y sean capaces de sacarla adelante, en un
estado de total felicidad.
Hay que huir del jefe a la vieja usanza,
autoritario, que sólo sabe dar órdenes. El moderno jefe ha de
procurar ser uno más, un compañero y amigo, agradable, que no dice
una palabra más alta que otra, un líder carismático que ejerce una jefatura trasformadora o
liderazgo transformacional (vil traducción de transformational
leadership en la lengua del
Imperio), el nuevo estilo que tiene como objetivo influir
positivamente en las forma de ser o actuar de las personas
subordinadas -“personas subordinadas” es término inclusivo y
políticamente correcto en lugar de “subordinados”-,
logrando que el equipo -idem-
trabaje con entusiasmo hacia el logro de sus metas. Esta
tendencia, no poco patética, no deja de ser el viejo cuento
del lobo que aclara la voz y enseña por la puerta la patita
enharinada a los cabritos para hacerse pasar por mamá cabra...
«Tanto
monta» fue el emblema personal del rey Fernando de Aragón, que es
abreviación de “Tanto monta cortar como desatar”, que hace referencia al encuentro de Alejandro Magno con el nudo gordiano. Según la leyenda, cuando Alejandro tomó la ciudad de Gordio, en la Frigia, actual Turquía, se dirigió al templo de Júpiter, donde pudo contemplar el carro del rey Gordio y el yugo que estaba amarrado al carro por un complicadísimo nudo inextricable.
Consultado el oráculo de Apolo por los frigios a quién
eligirían rey, pues había quedado el trono vacante al morir el monarca sin dejar
descendencia, el oráculo respondió que al primero que entrase en el
templo. Sucedió que un tal Gordio, un labrador, entró en él con
las coyundas de sus bueyes en la mano, y fue enseguida coronado para
dar cumplimiento a la voluntad del oráculo. En agradecimiento dejó en el templo colgadas las coyundas, dándoles un nudo
indisoluble, el famoso e inextricable nudo gordiano.
Cedo en este punto la palabra al verso de Sebastián de Horozco que glosa así en su cancionero el lema «Tanto monta cortar como desatar»: Alejandro cuando había / ganado aquella ciudad / que de
Gordio se decía, / vio que en el templo había / un carro de
majestad, / cuyo yugo estaba atado / con tan ciegas ataduras, / que
a ningún hombre crïado / era posible ni dado / desatar sus
ligaduras. / Y un oráculo decía / que el que aquéllas desatase / el
Asia dominaría, / y señor de ella sería / cuando esto así pasase. /
Teniendo por imposible / Alejandro desatarlas, / con su ánimo invencible / hizo la cosa posible / con echar mano y cortarlas. / Y
como quien pretendía / el Asia y mundo ganar, / él cumplió la
profecía, / que tanto monta, decía, / cortar como desatar. / Y así
los antecesores / de nuestros reyes, que hoy son, / por ser tan
conquistadores / con hazañas no menores / lo tomaron por blasón.
Había, en efecto, una profecía que decía que quien desatara ese nudo sería dueño de Asia. Alejandro no pudo resistir la tentación. Se puso manos a la obra. Después de luchar en vano contra el nudo y comprobar que no
era capaz de desanudarlo pacientemente, lo cortó de un tajo con su
espada, y debió de decirse a sí mismo algo así como: “Tanto
monta, o lo que es lo mismo, igual da, cortar que desatar”. Poco importa la manera de hacerlo, lo importante es hacerlo como sea, y quizá anticipó un poco a Maquiavelo por aquello de que el fin justifica los medios.
Se cuenta que fue
el maestro Antonio de Nebrija quien sugirió al rey Fernando el nudo
gordiano como símbolo en forma de yugo con una cuerda suelta con el mote
«tanto monta», que junto con el haz de flechas atado por una cuerda de la divisa heráldica de Isabel de Castilla se convertiría en el símbolo de los católicos monarcas. El yugo de la divisa de Fernando comienza con la letra Y del nombre de la reina, escrito Ysabel, y las flechas de la reina empiezan por F, que es la inicial de su esposo Fernando.
Detalle de la Iglesia de Santiago Apóstol, Orihuela (Alicante)
El sentido del mote de los reyes católicos «tanto
monta...» ha sido
desvirtuado por la interpretación popular, fomentada desde el poder
durante la dictadura franquista en pleno siglo XX, al añadirle a la
expresión primitiva y original la coletilla «…monta tanto,
Isabel como Fernando» por el carácter dual de aquella monarquía, ya que el régimen del
dictador idealizó e idolatró el reinado de los Reyes Católicos,
que con el descubrimiento de América y la expulsión de los moros habían llevado a España por
los caminos del Imperio hacia Dios.
Hoy,
en el día de la mujer, podemos reivindicar ese lema como consigna
igualitaria, si Fernando e Isabel fueran dos nombres propios
cualesquiera sin referencia a los reyes católicos, y dijéramos "tanto monta Juan como Juana". El problema es que Isabel y Fernando fueron dos
reyes, y en ese sentido se da a entender que para desempeñar la
monarquía vale lo mismo un rey que una reina, es decir que el poder
no es exclusivamente masculino, sino que puede ser desempeñado igualmente por
una mujer, y que como dice la copla que a propósito hemos fabricado: «Tanto montan Isabel / como Fernando: tanto mandan, mandan / tanto: se ha logrado ya / que igual dé el timbre de la voz de mando».
Reyes Católicos, fachada de la Universidad de Salamanca.
Y eso es verdad, como vemos a lo largo de la Historia: ha habido y hay reinas y presidentas del gobierno y hasta jefas
de Estado y ministras y ejecutivas y banqueras, poquísimas todavía en comparación con sus congéneres masculinos, sin que por eso se
desmorone ningún cimiento del entero tinglado del sistema, sino todo
lo contrario.
Ahora bien, lo que deberíamos plantearnos es si esa igualdad que persigue el movimiento feminista más domesticado y asimilado por el Poder de equiparar al hombre y a la mujer en los puestos de mando es un logro que debe perseguirse a toda costa. Dicho movimiento reivindica el empoderamiento de la mujer. Uno de sus logros fue la inclusión de la mujer en todas y cada uno de los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado, incluido el ejército, si aplicamos el rasero igualitario de la «cuota de poder». Sin duda es un logro en el camino hacia la igualdad bajo el mismo rasero. La lástima es que no lo es en el camino de la liberación. El movimiento igualitario ha esclavizado a la mujer al mismo yugo que el varón. ¿Es eso lo que estamos celebrando una jornada como hoy, Día Internacional de la Mujer? Pregunto.
¿Es posible
que bajo la expresión “liberación de la mujer” se esconda una
forma sutil de esclavitud y de dominación camuflada y que, por lo
tanto, estemos denominando “liberación” a lo que no deja de ser
una forma de servidumbre voluntaria? Es cierto que la mujer ha estado
sometida al régimen patriarcal durante siglos, pero pretender que
ahora que se ha incorporado mayormente a eso que se llama el “mundo del
trabajo”, ahora que se ha cumplido en parte su inserción en el
mercado laboral, se ha emancipado de las viejas ataduras e
independizado sin ninguna contrapartida es mucho suponer.
"Esa niña tan desmadrada, hasta que no se despadre, como si nada"
Algunos
feministas creen que así es, y que lo único que queda por hacer es
la igualación salarial en aquellas profesiones donde las mujeres
cobran menos que los hombres, luchando contra lo que llaman la brecha
salarial, usando una metáfora que no sé muy bien de dónde viene,
pero que me imagino que sea una traducción de la lengua del Imperio
(salary gap, wage gap o gender pay gap), y alcanzar cotas más altas
hasta sobrepasar y romper el "techo de cristal", otra metáfora que alude
a la promoción jerárquica de la mujer en el ascenso laboral. A nadie le
parece mal que “a
igual trabajo, igual salario” y que esto sea independiente del sexo
del trabajador. Sin embargo, la lucha, justa como ninguna otra,
contra la discriminación salarial y por la misma retribución no
cuestiona para nada la existencia misma del trabajo asalariado ni la
esencia del capitalismo, por lo que, quizá a su pesar, acaba
justificándolo. A nadie le parece mal tampoco que haya jefas... Y eso,
desde una óptica libertaria, es lo grave porque no se trata de que la
mujer llegue a la jefatura del Estado, por ejemplo, sino de que no haya
Estado, que no hace falta que lo haya, ni jefes ni jefas por lo tanto
tampoco.
Me explico:
no estoy tratando de defender el
actual estado de cosas, sino todo lo contrario. Por eso afirmo que
todas las reivindicaciones, huelgas o reclamaciones que se le hacen
al Sistema, aunque sean justas como sin duda lo es esta, sólo sirven
para fortalecerlo y para que la maquinaria de este funcione mejor, por lo que acaban
reforzándolo a corto, medio y largo plazo. Si le pedimos al Señor que
pague igual -a igual trabajo, igual salario como es de justicia- a
trabajadores y trabajadoras.... estamos legitimándolo en primer
lugar al señor como interlocutor y le estamos confiriendo la
dignidad de Señor, y legitimando en segunda y no menos importante
instancia la esclavitud que supone el trabajo asalariado y, por lo
tanto, el capitalismo.
Afrodita, museo arqueológico de Paestum
La mujer,
cuando no se ha liberado de las viejas ataduras que conllevaba ser
“mujer” la maternidad y el ser objeto de belleza, se incorpora al
mundo laboral. Esa obligación de trabajar, que no estaba en la
Biblia, equipara efectivamente a mujeres y hombres pero los equipara
bajo el mismo rasero igualitario de la servidumbre y en la esclavitud
que supone el trabajo asalariado: "ganarás el pan con el sudor de tu frente".
¿Era
este
el Novus Ordo Saeclorum que anunciaba la sibila de Cumas? Sin duda,
no. Hay un movimiento feminista que reclama empoderamiento femenino:
es un error desde una óptica libertaria. Lo que hay que hacer es
luchar contra el Poder, que es, huelga decirlo, desde el origen de la
historia de la humanidad hasta nuestros días, esencialmente
masculino, no repartirnos el pastel del poder entre hombres y mujeres a
partes iguales. No se trata de cambiar la constitución para que la
infanta Leonor, valga el caso a modo de ejemplo, llegue a ser reina de
España, dado que es la primera en la línea de sucesión al trono, sino de
que no haya tronos ni reyes ni reinas que asienten sus regias posaderas
en ellos, ni monarquías ni repúblicas tampoco. Mas que propugnar el
empoderamiento de la mujer, habría
que propugnar un día como hoy y todos los días del año el
desempoderamiento, valga el palabro, del varón, y
la lucha de las mujeres debería enfocarse contra el Poder para
liberarse de sus garras tanto ellas como nosotros.
Antes el varón era el único que llevaba los pantalones: el cabeza de familia, el que ganaba el pan con el sudor de su frente prostituida al trabajo asalariado, el que iba a la guerra a morir por la patria y a pelear como macho por la propiedad y el usufructo del coño de la hembra, mientras que la mujer se ocupaba de “sus labores”, un cajón de sastre donde entraban las que se consideraban tareas propias de su sexo: cocinar, fregar platos, parir y criar a los niños, planchar y lavar los calzoncillos realmente sucios de su querido esposo y vástagos varones y un largo etcétera.
Con la llamada “liberación” femenina, las féminas se han puesto también los pantalones, convirtiéndose en hombres de hecho, pero los hombres no nos hemos puesto faldas, ojo, o sólo lo hemos hecho en carnavales, por lo que no dejan de ser un disfraz en nuestro caso. La igualdad sólo se ha dado en un sentido. La mujer se equipara al hombre pero no el hombre a la mujer. El hombre que se pone faldas si no es carnaval es por lo menos un travestido, si no un degenerado o un marica, mientras que la mujer que se pone pantalones es una mujer moderna, una chica de hoy día.
Actualmente los progres(istas), que se consideran paladines libertadores de las princesas, ven con buenos ojos que las féminas puedan mandar y adoptar cargos públicos, siendo copartícipes activas de la represión y del mantenimiento del orden establecido.
Bien mirado, no hemos avanzado mucho: lo único que ha progresado es la represión, por eso resulta un tanto sarcástico declararse progres(ista) en ese sentido de la palabra: porque lo que progresen son las formas de dominación. No menos sarcástico resultaría considerarse conservador, sin aclarar qué es lo que uno considera digno de conservación.
La realidad es que tanto varones como hembras pueden gobernarnos a los demás hombres y mujeres como quieran, lo que tiene que ver con el autoritarismo existente en la sociedad, que obedece a la voz de mando tanto de Isabel como de Fernando, igual da ya el timbre masculino o femenino de la voz.
Antes el autoritarismo era únicamente viril, militar, machista, patriarcal; ahora puede ser también feminista: es algo independiente del hecho de tener pene o vulva, lo que no deja de ser una falsa liberación. Sólo nos hemos librado del prejuicio de que la autoridad era masculina, porque ahora puede ser también femenina, pero no nos hemos liberado de lo que más importaba, que era de la propia autoridad.
No nos hemos librado del Poder, con mayúscula, que ha resultado a la postre así, con la incorporación y el llamado empoderamiento de la mujer, fortalecido.