El Gobierno, a través sobre todo del Ministerio de Igualdad, suscita debates estériles para justificar así
su existencia, disimulando tras una cortina de humo la radical
impotencia de todos los poderes y poderosos de este mundo y del otro. En este sentido, le pidió a la Real
Academia Española de la Lengua, los cancerberos del idioma, que revisase el
lenguaje de la Carta Magna para adecuarlo al lenguaje inclusivo de las nuevas exigencias de la
sociedad en aras de la corrección política y la no discriminación de las mujeres.
¿En
qué consisten estas nuevas exigencias? Básicamente en que las féminas, tradicionalmente ausentes de los centros de poder, rompan los
“glass ceiling barriers” o techos de cristal que las excluyen de las
altas esferas
y cuadros de mando de la política económica y de la economía política y
puedan acceder a los puestos jerárquicos en igualdad de condiciones que
los varones. ¿Eso es,
realmente, lo que quieren las mujeres de verdad? Dejo la pregunta
suspensa en el aire
para recogerla e intentar responderla más adelante.
No
pretende el Gobierno, entiéndase bien, derogar la Constitución ni modificarla
sustancialmente, nada más lejos de su intención, sino maquillarla con algunos cambios retóricos y en
definitiva cosméticos referentes a lo que se ha dado en llamar lenguaje
inclusivo, es decir, que incluya a las mujeres, a las que se equipara
erróneamente con el género gramatical femenino, cuando se utiliza el género gramatical masculino
como no marcado, es decir como genérico o válido para ambos géneros
gramaticales, lo que no deja de ser un mecanismo de economía de la lengua.
Se
trata, en definitiva, de imitar la constitución bolivariana de Venezuela, que
ha incorporado dicho lenguaje inclusivo y políticamente correcto y dice cosas tan redundantes y
campanudas como estas: Para ejercer los cargos de diputado o diputada
a la Asamblea Nacional, Ministro o Ministra, Gobernadores o
Gobernadoras y Alcaldes o Alcaldesas de Estados y Municipios no
fronterizos, los venezolanos y venezolanas por naturalización deben
tener domicilio con residencia ininterrumpida en Venezuela no menor de quince
años y cumplir los requisitos de aptitud previstos en la ley. (Artículo 41)
¿Qué
sucederá, me pregunto yo, cuando la reforma de la Carta Magna española llegue
al escollo del artículo 56 “De la Corona”. ¿Se mantendrá el punto 1, que dice actualmente:
“El Rey es el Jefe del Estado...” o se modificará de la siguiente forma: “El
Rey o la Reina es el Jefe o la Jefe (¿quizá Jefa?) del Estado...?"
El
feminismo que persigue el empoderamiento de la mujer -no estoy hablando,
por lo
tanto, del anarcofeminismo- refuerza el machismo y el
patriarcado, lejos de oponerse a ellos: la pretensión igualitaria
pretende que la diferencia sexual sea indiferente a la hora de
desempeñar el poder. Los feministas fomentan que la mujer desempeñe el
papel de reina en igualdad de
condiciones que el varón, lo que al fin y a la postre resulta poco
republicano
y viene a reforzar a la vieja monarquía, y lo que de aplicarse aquí y
ahora destronaría a Felipe VI en favor de su hermana mayor la infanta
Elena, proclamándola reina de todas las Españas, así como príncipe
heredero, supongo, a su hijo el infante don Felipe Juan Froilán de
Marichalar y Borbón. Con la equiparación de la mujer y el varón a la hora
de ascender al trono, no se acaba el poder
monárquico, se consolida. Ya lo dice el refrán: Tanto monta, monta tanto, Isabel
como Fernando. Igual da que la voz de mando sea masculina que femenina.
La
diferencia, por cierto, entre una y otra voz radica, al parecer, en el grosor y
la longitud de las cuerdas vocales: cuanto más finas y cortas son éstas, más
femenina resulta la voz, y cuanto más gruesas y largas, más grave y masculina.
Hasta la pubertad, voces de varones y mujeres no se diferencian, y las voces
infantiles se caracterizan por ser muy agudas. Sin embargo, a partir de los 11,
12 y 13 años de edad se produce la mutación vocal, debida a los niveles más
altos de estrógenos y progesterona en las mujeres y testosterona en los
varones. Este hecho fisiológico podría hacernos pensar ingenuamente a primera
vista que una voz de mando femenina, al ser más aguda, algo más nítida y más
musical en su entonación, resultaría menos imperativa que la masculina. La
experiencia de algunas mujeres en los primeros puestos de mando
desmiente este hecho: una vez en el poder, las mujeres hacen lo mismo que los
varones: mandar; y, al hacerlo, demuestran que ellas también saben ser unas mandadas.
Habrá que recordarles acaso a ministras y ministros la vieja etimología latina de esta palabra: tanto el masculino minister como su femenino ministra -de donde viene también el nombre del potaje de verduras que se suministra en la mesa, la menestra- son sinónimos de esclavo, sirviente, empleado, y proceden del adverbio minus, que significa "menos", porque son los de menos valer, y son lo contrario de magister y magistra -¿quién iba a decirlo?-, que están formados sobre el adverbio magis que quiere decir "más" y eran los de más valer, por lo que se contraponen el magisterio de maestros y maestras y el ministerio de ministras y ministros, que son los menesterosos ministriles que nos administran desde los despachos ministeriales y que, como es menester, son los primeros administrados como la sugerencia etimológica de la palabra suministra.
Habrá que recordarles acaso a ministras y ministros la vieja etimología latina de esta palabra: tanto el masculino minister como su femenino ministra -de donde viene también el nombre del potaje de verduras que se suministra en la mesa, la menestra- son sinónimos de esclavo, sirviente, empleado, y proceden del adverbio minus, que significa "menos", porque son los de menos valer, y son lo contrario de magister y magistra -¿quién iba a decirlo?-, que están formados sobre el adverbio magis que quiere decir "más" y eran los de más valer, por lo que se contraponen el magisterio de maestros y maestras y el ministerio de ministras y ministros, que son los menesterosos ministriles que nos administran desde los despachos ministeriales y que, como es menester, son los primeros administrados como la sugerencia etimológica de la palabra suministra.
Estos
debates suscitados por los decretos y declaraciones del consejo de ministros y ministras son una
cortina de humo para distraernos de lo esencial: que el gabinete del gobierno
no gobierna porque no puede gobernar, porque los gobernantes y las gobernantas, los que mandan,
son los más mandados. La medida obedece a un intento de distraer a la población de los problemas
reales de la gente, que son los que importan, suscitando el debate de
cuestiones en las que todo el mundo entra al trapo a opinar visceralmente,
mientras la realidad, esencialmente falsa, permanece estanca.
Es
hora de retomar la pregunta que hemos dejado pendiente: ¿Es el poder lo
que
quieren de verdad las mujeres? Algunas, sí, desde luego, no cabe la
menor duda, a juzgar por sus declaraciones, pero no todas. Siempre habrá
algunas otras, que son la sal de la tierra, y que, lo mismo que algunos
varones, no
aspiran a romper los techos de cristal para asaltar ningunos cielos y
así empoderarse,
sino todo lo contrario: desprecian la jerarquía y se levantan contra el
poder,
tradicionalmente masculino, haciéndole la higa. Y esa lucha no reside en
un enfrentamiento político
entre la izquierda y la derecha: la auténtica pelea está entre arriba y
abajo.
Y quienes estamos más o menos por aquí abajo sabemos que de arriba nunca
puede
venirnos nada bueno.
Hace tiempo que hemos caído en la cuenta de que la diferencia entre lo que dice y hace un partido político en el gobierno y otro contrapuesto ideológicamente a él, sean sus respectivos líderes lideresos que lideresas -igual da que da lo mismo-, se reduce a cambiar las posaderas que se asientan en las poltronas de los ministerios, de las cortes, de los despachos y de la mismísima Moncloa, sin que la acción de gobierno -la gobernanza- cambie ni un ápice la realidad. El cacareado cambio es sólo nominal o, si se prefiere, gramatical.
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