En las calendas de mayo los sindicatos prosistémicos y subvencionados por el binomio Estado/Capital del Régimen celebran, meras gestorías laborales que son, la fiesta que llaman del trabajo, como si esto del trabajo fuera algo bueno, algo que hubiera que festejar saliendo a las calles a reclamar incremento salarial, menos paro y mejores condiciones laborales, pero nunca el fin de la explotación laboral misma y del trabajo asalariado, nuestra moderna esclavitud.
La palabra “trabajo” procede, como se sabe, del latín “tripalium”, nombre de un instrumento de tortura, consistente en tres palos o estacas cruzadas, a las que se sujetaba la víctima del suplicio: de ahí proceden también “travail”, en francés, “trabalho” en portugués y “treball” en catalán, pero también en inglés, vía normanda, “travel”, tal vez por la fatiga que conllevan los viajes organizados y el descubrimiento de que ya no existe el viaje propiamente dicho, sino el turismo de masas, y que el viajero de verdad, a diferencia del moderno turista, es el que no sabe a dónde va.
Trabajar, en la lengua de Cervantes, significa en primer lugar “sufrir, padecer, esforzarse por conseguir algo”, de donde más tarde derivaría su significado actual de “laborar, obrar, hacer algo a cambio de un salario, actividad remunerada”.
Ese primer significado, lo
hallamos en plural en el título del Persiles cervantino: Los trabajos
de Persiles y Sigismunda, o también cuando hablamos de los doce
trabajos de Hércules, aunque el Diccionario de la Academia lo ha
relegado a su novena acepción: «Penalidad, molestia, tormento o suceso
infeliz».
Había en latín también otra palabra “labor”, que es la que
ha conservado el italiano “lavoro”, de donde salió el “laburo” argentino, y el cultismo
castellano, la labor. De ahí procede el verbo “laborare” y de él nuestro
cultismo “laborar” (como en aquella divisa de ora et labora -reza y trabaja-, de san Benito y sus monjes benedictinos) y la
palabra patrimonial “labrar”, que se especializó en el trabajo agrícola de la labranza.
Sucede que el trabajo en su origen era
‘sufrimiento’. Y es que desde que abrimos la Biblia por el Génesis sabemos que, lejos de ser una bendición, como pontificó un papa, el trabajo era un
castigo divino, una maldición bíblica. Dios, con
la expulsión del paraíso, condena a nuestros primeros padres, a Eva a parir con
dolor y a Adán a ganar el pan -la vida, que no es un don gratuito- con el sudor de su frente.
Resulta también significativa por lo sarcástica que es a este respecto la inscripción que figuraba a la entrada de los campos de exterminio nazis Arbeit macht frei: el trabajo libera. Pero ¿qué o quién nos libera del trabajo? No parece que la tecnología vaya a hacerlo. En todo caso, ¿quién nos libera de la tecnología?
Resulta también significativa por lo sarcástica que es a este respecto la inscripción que figuraba a la entrada de los campos de exterminio nazis Arbeit macht frei: el trabajo libera. Pero ¿qué o quién nos libera del trabajo? No parece que la tecnología vaya a hacerlo. En todo caso, ¿quién nos libera de la tecnología?
¡Y cuánta razón tenían los ludditas, que destruían las máquinas, siguiendo el ejemplo del joven Ned Ludd, que rompió el telar del taller de confección a martillazos!
Y cuantísima razón el entrañable Quino que ante la constatación, manda güebos, de que había que trabajar para ganarse la vida se preguntaba: "¿Pero por qué esa vida que uno se gana tiene que desperdiciarla en trabajar para ganarse la vida?".
No estaría mal que un día como hoy se hiciera un profundo silencio, un silencio de verdad en el que dejaran de oírse las vuvuzelas sindicales en los mítines y procesiones al efecto y los cacareados gritos de "¡viva la clase obrera!" que nos ensordecen. Si un grito debiera oírse hoy, primero de mayo, en conmemoración de los mártires anarquistas de Chicago de 1886, sería este otro: "¡Muera el trabajo asalariado! ¡Abajo el trabajo!", y esta oportuna canción de Chicho Sánchez Ferlosio, por ejemplo, que viene más a cuento que nunca: "Hoy no me levanto yo".
No estaría mal que un día como hoy se hiciera un profundo silencio, un silencio de verdad en el que dejaran de oírse las vuvuzelas sindicales en los mítines y procesiones al efecto y los cacareados gritos de "¡viva la clase obrera!" que nos ensordecen. Si un grito debiera oírse hoy, primero de mayo, en conmemoración de los mártires anarquistas de Chicago de 1886, sería este otro: "¡Muera el trabajo asalariado! ¡Abajo el trabajo!", y esta oportuna canción de Chicho Sánchez Ferlosio, por ejemplo, que viene más a cuento que nunca: "Hoy no me levanto yo".
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