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miércoles, 16 de octubre de 2024

La indignidad del trabajo asalariado

    Ha llovido mucho, pese al calentamiento global (o por eso mismo), desde que en 1983, el gobierno del Reino de las Españas impuso a los currantes el límite legal de 40 horas de trabajo semanales. Pocos años después, durante los noventa, tuvimos los primeros accesos a interné y a las muchas facilidades que ofrecía el entramado para automatizar, digitalizar y facilitar servicios complicándonos por demás enormemente la vida a los usuarios, lo que no se ha traducido todavía en una reducción de las horas de trabajo semanales sin llevar aparejada una reducción de los salarios. Por eso ahora los políticos progresistas proponen una pequeña reducción horaria sin merma de emolumentos. Se trata, dicen, con un lenguaje ampuloso que no quiere decir nada de "una redistribución de la riqueza, entendiendo que el tiempo es la mayor de las riquezas". Y en esto último tienen razón, porque el tiempo es la forma más abstracta del dinero, que abre un vacío, que es el futuro, que es preciso llenar con los ocios o negocios que sean, un vacío que pre-okupamos y que no nos deja vivir. 
 
     Durante mi infancia siempre oía aquello de que el trabajo dignificaba al hombre, y que todos los trabajos eran dignos a los ojos del Señor. Creo que lo dijo un tal Marx. Por eso los socialistas y comunistas gritaban "¡Viva la clase obrera!  ¡Muera el paro! ¡Vivan el trabajo y el pleno empleo!", porque el proletariado estaba llamado a dejar de serlo algún día y para eso debía pervivir. Pero yo no entendía cómo no decían, mejor y por lo tanto: "¡Muera la clase obrera! y ¡Abajo el trabajo asalariado que nos convierte a todos, dentro del sistema capitalista de producción, en prostitutas, y a las prostitutas en trabajadoras!". 
 
     Por eso los que mandan plantean ahora la reducción de la semana laboral a 37 horas y media que negocian gobierno, sindicatos y patronal, con miras a reducirla en un futuro no muy lejano, pero futuro a fin de cuentas, a 32, lo que apoyan mayoritariamente los currantes en todas las franjas de edad, sobre todo los trabajadores más jóvenes. Esta reducción tendrá, al aparecer, distintos ritmos de aplicación en función de los distintos sectores y tipologías de empresas, proceso que irá acompañado de los complementarios procedimientos de digitalización y automatización necesarios para poder reducir la jornada, y blablablá. Se da por hecho, aunque no se sabe, cuándo va a tardar en suceder. 
 
     Desde el gobierno se pretende ayudar a las pequeñas empresas a implantar reducciones de jornada sin reducción de salario, y hasta los sectores más conservadores se abren ahora a la negociación, porque no pueden ignorar que es necesario trabajar menos para vivir mejor, y que la gente no quiere trabajar tanto cuando no hace tanta falta. Por eso es fundamental que la reivindicación no se detenga en la reducción a 37 horas y media que ahora se negocia. Porque, aunque va a suponer una mejora en las vidas de muchísimas personas, es más una regularización de las desiguales jornadas que ahora conviven que un avance en sí mismo. 
 
    Solo es el inicio del camino hacia la semana de 32 horas repartidas en cuatro días, que se presenta como el verdadero triunfo de la clase trabajadora de nuestro tiempo y uno de los avances sociales con mayor potencial transformador de esta época (sic por el lenguaje).
 
    Pero la semana laboral judeocristiana, una división del tiempo completamente arbitraria y sin sentido alguno, no peligra en absoluto, sino todo  lo contrario, se refuerza considerablemente: el fin de semana de tres días no pone en peligro que el lunes siga siendo lunes. Y el trabajo no deja de ser la maldición bíblica de Jehová (Génesis, VI, 19): "Mediante el sudor de tu rostro comerás el pan, hasta que vuelvas a confundirte con la tierra de que fuiste formado: puesto que polvo eres, y a ser polvo tornarás."  
     El trabajo no dignifica a nadie, como dejó escrito en algún sitio que  aún no he podido localizar el helenista y especialista en Homero Gabriel Germain (1903-1978): “La glorificación del trabajo es una mentira. El hombre no está hecho para trabajar. Ha nacido para prodigarse en actividades libres, para crear si es capaz de ello, aunque no creara más que un nuevo modelo de pajarita de papel... Que se ahorren el panegírico, capitalista o comunista, del Trabajo y de la Producción. Falsos dioses para falsos hombres -y hombres falsos”. Recordemos al viejo hidalgo de Buñuel, que vive con un huevo al día y dice orgulloso al morir: Al menos no he trabajado nunca.

jueves, 26 de septiembre de 2024

Aquí lo que queremos es... "trebaju"

    Escribía Raúl Molleda, uno de nuestros activistas lingüísticos más prolíficos, un artículo en una jerga farragosa y casi incomprensible que publicaba el diario digital eldiariocantabria.es, donde puede escucharse también dando click al reproductor,  titulado “Intigrismu ocidental, deidais, curucas y devotos”, donde dice, se supone y es mucho suponer que en cántabru (?), cosas de este jaez: “Querer pan es cosa de genti ajambráu, genti del Tercer Mundu, y n'ocidenti estamos por cima. Aquí lo que queremos es Trebaju”.


 


    El comienzo se entiende muy bien. Se diría a simple vista que es castellano sin retoques: Querer pan es cosa de... Lo de “genti ajambráu” ya no se entiende tanto: barrunto que quiere decir gente hambrienta. Nunca había oído hablar de la “genti”. Habría que admitir, y no es poca petición de principio, que una de las señas de identidad del cántabru que diseñan el señor Molleda y otros activistas lingüísticos afines es, según parece, sustituir la “e” final latina de “gente(m)” por “i” y decir cosas como “ocidenti” en vez de occidente y “juenti” en vez de fuente... A lo que parece la otra seña identitaria de nuestro genoma lingüístico cántabru sería restituir la u final latina, que en castellano se abrió en -o salvo en los consabidos cultismos espíritu, tribu e ímpetu,  y en cántabru se habría conservado milagrosamente en todas las ocasiones, y así tenemos palabros como los del susodicho artículo: “intigrismu”, “mundu” o el dichoso “trebaju”.

    Pero lo de “genti ajambráu” en vez de “genti ajambrá”, como cabría esperar habida cuenta del género gramatical femenino de la palabra “gente”, ya me llega al alma, porque se trata, ni más ni menos, que de un neutro de materia, del tipo “la lechi está caru”, donde parece que asistimos a una neutralización o cosificación del femenino en sustantivos abstractos incontables, como si dijéramos la lechi (=esu) está caru, reminiscencia tal vez del género neutro latino en general y del de la palabra “leche” en particular. El problema es que gente era de género femenino en la lengua del Lacio, pero da igual: la genti (=esu) está ajambráu... Se trata de una compleja mistificación difícilmente comprensible y tolerable a los ojos y a los oídos de cualquier cántabro del siglo XXI. 



    En cuanto a la frase “Aquí lo que queremos es... Trebaju”, salta a la vista que las cinco primeras palabras son castellano corriente y moliente, tal cual. La última, que sería, supongo yo, la palabra cántabra, me chirría muchísimo en los oídos no sólo por la mayúscula honorífica, que hace daño a la vista y que no entiendo muy bien a qué se debe, sino porque no se la he oído nunca en Cantabria decir ni a jóvenes ni a viejos, ni tampoco la he visto nunca escrita hasta ahora mismo. Dudo yo que haya algún cántabro aparte quizá del autor susodicho que así la escribe que diga “trebajar” en vez de “trabajar”, por eso al leerlo le entra a uno sin querer la risa floja.

    Vamos a ver, la palabra “trabajo”, como se sabe y no es ningún secreto, procede del latín “tripalium” o ya en latín mismo "trepalium", que era una especie de cepo o instrumento de tortura consistente en tres palos, es decir, tres estacas o maderos cruzados a los que se ataba al reo que era la víctima del suplicio para atormentarlo. ¿Cómo se explica este origen etimológico? Trabajar, en la lengua de Cervantes, significaba en primer lugar “sufrir, padecer,  esforzarse por conseguir algo”,  de donde más tarde derivaría su sentido actual de “laborar, obrar, hacer algo a cambio de un salario, actividad remunerada”. 


    Hay derivados en francés (travail), inglés (travel, con desplazamiento semántico, tal vez por el tormento y la fatiga que suponen algunos desplazamientos y viajes organizados), italiano (travagliare, con el sentido de “apenar”), portugués (trabalho), gallego (traballo), y por supuesto castellano (trabajo), en los que la palabra cambió el timbre vocálico de su sílaba inicial , ya fuera “i” o ya hubiera evolucionado a “e” en latín mismo, por “a” desde muy pronto por apofonía debida a la asimilación al sonido vocálico “a” de la sílaba contigua siguiente.

    En algunas áreas dialectales romances alejadas de la nuestra, la palabra comienza por la sílaba tre-. Según Corominas, esto sucedió en el alto Aragón (treballo), en catalán (treball) y en occitano o lengua de Oc (trebalhar), que era la lengua de los trovadores provenzales del amor cortés y de las hablas populares modernas del sur de Francia, pero al parecer también, según el citado autor, en cántabru, mira tú por dónde, aunque no en los vecinos bables asturianos, a los que tanto se parece a veces el cántabru que se pretende resucitar, donde se dice “trabayu” y nunca *trebayu, por lo que a mí se me alcanza. Pero sin duda es esta una buena noticia filológica que le da prestigio a nuestra incipiente lengua cántabra, que ha conservado esta reliquia del “trebaju”, que, por cierto, aunque  parezca no venir a cuento, el trabajo a fecha de hoy mismo no deja de matar, y no sólo porque la gente se mate a trabajar, que se mata, y mucho, sino por los preocupantes índices de siniestralidad laboral en las Españas: 435 personas han fallecido a causa de accidentes de trabajo en los siete primeros meses del año en curso, casi nada...
 

lunes, 23 de septiembre de 2024

De-Formación Profesional

   La visita de la Reina a Cantabria el pasado 18 de septiembre para inaugurar el curso escolar 2024-2025 de Formación Profesional en un IES de la comunidad, acompañada de la presidenta de la taifa cántabra y de la ministra de Educación, Formación Profesional y Deportes, Pilar Alegría, me trajo a la memoria el artículo que publicó su ilustre predecesora Isabel Celaá el 29 de agosto de 2019 en el BOE que es el Periódico Global, alias El País, titulado "Una FP contemporánea del futuro". 


    Lo primero que me llamó la atención y que hasta entonces me había pasado desapercibido, era el nombre del Ministerio que  ya no era de Educación y Ciencia, como antaño, o Educación y Descanso como recuerdo que se llamó alguna vez en la oprobiosa dictadura, sino Educación y Formación Profesional (y Deportes), como si la categoría de la efepé no estuviera incluida, como antes, en la de Educación y fuera algo completamente distinto y ajeno, como parece que es también la Cultura, desgajada en otro ministerio. ¿No debería depender la efepé en todo caso del Ministerio de Trabajo y de las propias empresas?

    Citaba Isabel Celaá al arquitecto futurista César Manrique que se consideró a sí mismo un “contemporáneo del futuro”, sea esto lo que sea y signifique lo que signifique, que yo no lo sé ni quiero saberlo, para, acto seguido, afirmar solemnemente: “Ese futuro es nuestro presente”. 

    Después de elogiar lo mucho que había avanzado la ciencia, que era una barbaridad, y la irrupción disruptiva de las nuevas tecnologías en nuestras vidas, anunciaba, visionaria ella como la sibila de Cumas, “transformaciones organizativas y pedagógicas en todas las etapas y enseñanzas, desde la educación infantil hasta la Formación Profesional (las mayúsculas honoríficas son suyas, así como la minúscula siguiente) o el bachillerato”. 

    Y tras su apuesta decidida por la efepé se despachaba con la siguiente afirmación: “Estimaciones de la OCDE nos indican que la robotización podría llegar a afectar al 52% del empleo en España.” ¿Cómo interpretar esto? Entiendo que el verbo “afectar” es aquí sinónimo de “hacer desaparecer”. Si los robots pueden realizar la mitad de los trabajos que hacemos las personas, bienvenidos sean, que trabajen ellos. Así lo entiendo yo. ¿Por qué no celebramos esta liberación del yugo del trabajo, esta conquista del ocio y el tiempo libre, y en suma de la libertad? Si se pierden un 52% de los empleos en España, ¿por qué no repartimos el 48% restante entre quienes quieran desempeñar algún trabajillo, acortando la jornada laboral de todos los trabajadores a un par, como mucho, de horas diarias por ejemplo? Esa sería una óptima reforma laboral que ni aquella ministra en funciones ni esta otra a la que acompañaba ahora la Reina y embajadora de la moda española cual maniquí florero por el ancho mundo iban a emprender. El problema no es el fin del trabajo, sino el trabajo mismo.
 
 
    Su Señoría, sin embargo, apostaba por fomentar la (de)formación profesional, y celebraba que ya atraía más ofertas de trabajo que la universidad, por eso se empeñaba en la “detección de necesidades del mercado laboral, el diseño de nuevas titulaciones de FP y la actualización de las existentes”, y anunciaba -¡toma ya!- quince “nuevas ofertas formativas asociadas a la economía digital”.
 
    Siguiendo con su talante visionario de astróloga trasnochada quería crear “en cinco años, de entre 250.000 y 300.000 nuevas plazas de una FP moderna y dinámica, capaz de adaptarse a los cambios productivos y tecnológicos”, que suena como aquella vieja cantilena de los ochocientos  (o) mil nuevos puestos de trabajo... bajo las farolas de las esquinas. La razón sigue siendo el maldito futuro: en 2025, y ya falta poco,  “la mitad de los empleos ofertados en España corresponderán a cualificaciones que requerirán un título de FP media o superior y, a día de hoy, solo tenemos un 25% de profesionales con estos niveles de cualificación”. 
  
    Acababa aquel artículo, que ahora desempolvo porque de aquellos polvos vinieron estos lodos, haciendo las siguientes afirmaciones gratuitas y harto discutibles: 
-“Hoy, la FP compite con éxito y dibuja un futuro de prestigio”. ¿Con quién compite, señora ministra, si no es con el no mencionado bachillerato y con la universidad, como si el objetivo de estos competidores fuera el mercado laboral y no la formación intelectual, artística, creativa, crítica y humana? Aunque no lo reconozca explícitamente, Su Señoría es una seguidora incondicional de Bryan Caplan y de impartir “habilidades laborales específicas” para el desempeño de una profesión. Su silencio sobre el bachillerato y la formación universitaria de índole humanística es muy elocuente y significativo de su desprecio, por la misma razón, porque no preparan para la inserción en el mercado del trabajo y sus demandas de futuro. Lo que quiere su gobierno -todos los gobiernos-, reconózcalo ya y deje de vendernos la burra de la efepé, es trabajadores especializados y sumisos, por eso fomentan la efepé en cualquiera de sus modalidades y en detrimento de las llamadas humanidades. 

-Las altísimas tasas de empleabilidad e inserción laboral atestiguan que es una formación de primera calidad”.
La empleabilidad e inserción laboral no son testimonio de que la formación que se imparte sea de primera calidad, porque puede ser pésima -no voy a decir que lo sea, voy a ser generoso, sino que puede serlo... en el futuro- y tener unas “altísimas tasas de empleabilidad e inserción laboral” porque es lo único que hay. A Su Señoría sólo le interesa la inserción en el mundo del trabajo o mejor y más propiamente dicho en el mercado laboral. 

-“Y es un derecho de ciudadanía al que ni empresas ni trabajadores pueden renunciar y que como país debemos colocar como la piedra de clave de un sistema educativo moderno”.
Aquí se ve claramente que Su Señoría considera la efepé, que ella escribe siempre FP con mayúsculas honoríficas como corresponde a los acrónimos,  como la “piedra de clave”, que, como se sabe, es el elemento constructivo que remata el arco o la bóveda en su centro, pieza clave sin la que se desmoronaría la estructura toda “de un sistema educativo moderno”. Resulta ahora que la efepé es la piedra angular de la educación y por lo tanto de su ministerio: es decir que el Estado nos educa para emplearnos, es decir, para utilizarnos e insertarnos en el mercado laboral única y exclusivamente, es decir, para convertirnos en modernos esclavos asalariados, dóciles contribuyentes y votantes. 

 -Por eso, estamos todos convocados a impulsarla, porque el futuro solo será gobernable si convertimos los grandes desafíos del presente en oportunidades de construir un futuro más justo”.
¿A quién apunta lo de “impulsarla”? Lógicamente, a la efepé. Lo mejor de la frase es la convocatoria a todos y la repetición de la palabra futuro que hace la señora ministra, no poco futuróloga ella: el futuro sólo será gobernable -¿qué querrá decir esto?- si convertimos los grandes desafíos del presente... en oportunidades de construir un futuro más justo. En resumidas cuentas: gobernaremos en el futuro si ajustamos el presente a las necesidades del futuro, es decir, si seguimos gobernando ahora mismo nosotros que somos “contemporáneos del futuro”, es decir, contemporizamos no con el día de hoy, que es el único que hay, sino con el incierto día de un mañana que está siempre por venir y no acaba nunca de llegar. Mañana es siempre pasado mañana.

viernes, 24 de mayo de 2024

Noticias del mundo y variedades (y II)

Que no, que no nos representaban entonces aquellos, ni estos ahora tampoco representan al pueblo no necesitado de representantes, sino al Estado y los mercados.
 
La Constitución española establece que los españoles tienen el derecho y el deber de defender, con armas o sin ellas, a España, idea real y falsa como todas.
 
No hay que denunciar los crímenes de guerra sino el crimen que suponen todas y cada una de las guerras; no hay unas buenas y otras malas: son todas criminales.
 
 ¡Gloria a los objetores, desertores e insumisos que son llamados a filas y no van porque saben que  nunca va a haber, mediando Marte, paz de veras ni armisticio!
 
El mercado no es libertad, como se demuestra enseguida por el hecho de que no puede haber comercio ni libertad si uno es pobre y no tiene dinero en el bolsillo.
 
 Las elecciones democráticas al Parlamento Europeo solo sirven para sostener parlamentando la realidad ideal y, por tanto, falsa de Europa, ese viejo continente.
 
 
 
 Llaman mi atención los cascos y auriculares inalámbricos que taponan los oídos de modo que solo dejan oír lo que queremos, que es lo que manda nuestra voluntad.
 
Esos auriculares inalámbricos casi imperceptibles que lleva la gente para no escuchar lo que hay que oír, sino sólo lo que su voluntad les dicta y les ordena.
 
Hay que tener sumo cuidado con las palabras que empleamos porque la mayor parte de las veces no valen para expresar lo que queremos decir, sino para ocultarlo.
 
El paraíso está más cerca de lo que crees, rezaba el eslogan de una agencia de viajes, mintiendo y al mismo tiempo, aunque parezca mentira, diciendo la verdad.
 
Al oír que un poeta jubilado había disparado a un primer ministro, pensé que cómo podía haber, no siendo la poesía trabajo sino juego, algún poeta jubilado.
 
El Ministerio de Sanidad activa el Plan Nacional de Actuaciones Preventivas ante el calentamiento global: ropa ligera para afrontar las sucesivas olas de calor.
 
 Los consumidores bien informados toman las decisiones responsables, capaces de conducir el capitalismo hacia su destino grandioso y progresista, que les mandan.
 

'Greenwashing' es término de la lengua imperial que alude a la crítica instrumentalizada para lavar la cara al capitalismo y teñirlo de color verde-esperanza.

 
En la sofisticada sociedad del espectáculo donde lo blanco es negro y lo negro blanco, lo verdadero se vuelve falso, escribió Guy Debord, y lo falso verdadero.
 
La posesión de la verdad mata la verdad por el hecho de poseerla en la realidad, ya sea por su inexistencia o sea ya por nuestra incapacidad de concebirla.
 
El calentamiento del planeta Tierra ha provocado en nuestro país una caída en picado de las temperaturas de ayer a hoy bastante considerable y significativa.
 
En el Foro de Davos de 2013 el presidente de Estados Unidos lanzó al mercado de la lengua la palabra 'resiliencia', sinónimo, que no lo parece, de resignación.
 
 
La utilización de anglicismos innecesarios para expresarnos en nuestra lengua revela la subyugación cultural y social del Imperio a la que estamos sometidos.
 
La izquierda y la derecha son hoy las dos manos de la ilusión democrática del capitalismo que, maniego, puede ser diestro o zurdo o usar ambas dos extremidades.
 
Más de un centenar de trabajadores muertos en España en los dos primeros meses del año; lo llaman 'siniestralidad laboral', cuando es el trabajo lo siniestro.
 
El miedo a delincuentes y criminales que infunden día y noche los medios es la condición necesaria para que la gente acepte la vigilancia del estado policial.

jueves, 2 de mayo de 2024

Día internacional del trabajo

    En el cartel institucional del Ministerio de Trabajo y Economía Social del Gobierno de España se lee: "Día internacional del trabajo". La efeméride se festeja con un diseño gráfico bastante ilustrativo de la realidad laboral: En primer término se ve una futbolista, habida cuenta de su larga coleta, que es un guiño feminista a la campeona del mundo y máxima goleadora de la selección española, pisando un balón que en realidad es un reloj que marca las tres y que a la vez parece un sol resplandeciente. Lo más sorprendente de todo es la figura central y lo que significa y conlleva: que el balompié se considere un trabajo y que sea el centro de la composición. 

    Tras ella a la derecha una camarera con una bandeja en alto que va a servir tres vasos de trago largo, o quizá jarras de cerveza; una limpiadora con su fregona y su caldero respectivos, y un albañil colocando ladrillos en un muro tras una hormigonera; a la izquierda, una química con bata blanca, gafas y una probeta de laboratorio; un jardinero con un rastrillo, visera y traje verde con franjas reflectantes amarillas, y un ciclistas que, a primera vista parecería que está practicando deporte, pero que en realidad es un ráider o repartidor de comida rápida a domicilio en bicicleta, que carga a sus espaldas con la mercancía. 

 

    Gráficamente queda así reflejado el mundo del trabajo que se festeja internacionalmente el primer día de mayo, y que en esta ocasión ha sido alentado por el Gobierno de España que reivindica -¿a quién, a los empresarios, al dinero mismo?- "reducir la jornada laboral para vivir mejor", con un eslogan ambiguo donde los haya porque reducir la jornada laboral no significa eliminarla ni muchísimo menos, como podría parecer a simple vista, sino todo lo contrario: reducirla es una forma sutil de fortalecerla, e incluso de aumentarla o intensificarla si se pretende hacer el mismo trabajo en menos tiempo. 

     Como el trabajo no puede ocupar todo el tiempo del que disponemos porque sería insufrible, hay que dosificarlo, hacer que alterne con el ocio, para eso se creó la semana laboral con su fin de semana, lo mismo que las vacaciones, que sirven para recargar las pilas y volver al tajo con renovadas fuerzas y energías. El trabajo justifica así la imposición del calendario laboral con sus días de trabajo y sus festivos, y sus puentes y vacaciones. Sin el trabajo, el calendario no tendría ningún sentido, como tampoco el reloj que cuenta las horas.

 

     Se habla ahora incluso de ampliar el fin de semana a tres días: viernes, sábado y domingo, y reducirla efectivamente a cuatro días, lo que lejos también de acabar con el concepto de "semana laboral", como parece a simple y primera vista, lo que hace es robustecerlo todavía más. 

    El eslogan gubernamental dice "para vivir mejor", porque de alguna manera está reconociendo que el trabajo no es vida propiamente dicha, sino que esta comienza cuando uno sale de trabajar y olvida el sufrimiento acumulado. El eslogan gubernamental parece liberador porque es como si dijera lo que verdaderamente todo el mundo quiere en su fuero interno: Eliminar la jornada laboral para vivir. Pero no dice "eliminar" sino reducir un poco, unas minutos, unas horas, para poder no vivir simplemente, sino sobrevivir un poco mejor. 

 

    Estos buenos propósitos gubernamentales del Ministerio de Trabajo y Economía Social -¿quién ha inventado el sintagma "economía social"?-  no pueden ir acompañados de una reducción de salario y consiguiente merma en los haberes de los trabajadores, sino, paradójicamente, de todo lo contrario: un aumento de sueldo, por eso los trabajadores que han festejado el día internacional del trabajo no trabajando y saliendo a manifestarse a la calle en procesiones organizadas por los sindicatos mayoritarios reivindican "menos trabajo y más salario", lo que lejos de suponer una amenaza para el mercado laboral es su apoteosis. Así los trabajadores pueden ir tirando un poco más, aguantando hasta el día jubiloso de la jubilación en el que dejen de trabajar definitivamente y sigan cobrando por haber dedicado los mejores años de su vida a la servidumbre laboral hasta que mueran.

domingo, 17 de diciembre de 2023

Presentación de "El derecho a la pereza" de Paul Lafargue

     Paul Lafargue (1842-1911) fue uno de los introductores de las primeras ideas marxistas en España, donde ya casi nadie se acuerda de Carlos Marx una vez que el Partido Socialista Obrero Español que fundara Pablo Iglesias abandonó su doctrina en el congreso extraordinario que se celebró en Madrid en 1979, en el que se abogó por el socialismo democrático o socialdemocracia.

      
     Escribe en el breve panfleto El Derecho a la pereza, cuya traducción presentamos y ofrecemos en página adjunta que puede leerse y descargarse pulsando sobre su susodicho título,  que constituye ya todo un clásico dentro de la literatura francesa, que la clase obrera no debe reivindicar el derecho al trabajo por ser esta una imposición capitalista y un dogma burgués consagrado como uno de los derechos humanos, contra el que formula el derecho fundamental a la pereza, es decir el derecho a no trabajar y a liberarse así del yugo del trabajo asalariado, reduciendo la jornada laboral como máximo a tres horas diarias, lo que constituía una reivindicación excesiva para una época en que se trabajaba todos los días de la semana -aún no se había establecido la institución del fin de semana- en jornadas de hasta 14 horas, ni se había logrado todavía la tripartición de las veinticuatro horas del día en ocho de trabajo, ocho de recreo y ocho de descanso.

    Asistimos en la actualidad, por ejemplo en nuestro país, a un intento más de reducción de la semana laboral, desde las cuarenta horas semanales actuales, vigentes desde 1983 que suponen trabajar ocho horas diarias de lunes a viernes, a treinta y siete horas y media como máximo sin reducción de salario, proceso que culminará, según está previsto, en el año 2025, pasando el año que viene por la reducción a treinta y ocho horas y media semanales. 

    En este sentido se propone también la reducción de la semana laboral a cuatro días, y el aumento del fin de semana a tres. Son intentos muy timoratos de hacer más llevadera la servidumbre que conlleva el trabajo asalariado para la producción y consumo de inutilidades.

    Pero ¿qué decir de todos estos bienintencionados intentos de humanización del trabajo? Pues lo más evidente: que lejos de liberarnos del yugo del trabajo, y de la reducción de la vida a tiempo cronometrado y, por lo tanto, a dinero también, lo que pretenden es hacerlo más llevadero, algo parecido a la actitud hipócrita de la iglesia católica respecto a la esclavitud que, lejos de condenarla radicalmente, proponía humanizarla dando un trato lo más benévolo posible a los esclavos.

    No es extraño, pues, que el libro que presento fuera mejor acogido por los libertarios que por los marxistas propiamente dichos en aquellos años de escisión entre ambos movimientos, pues en el propio marxismo se halla la paradoja de que la clase obrera, que está llamada a protagonizar la revolución social que superará el capitalismo,  lejos de luchar por su extinción, proclama orgullosamente siempre su existencia gritando "¡Viva la clase obrera!", lo que viene a ser lo mismo que "¡Viva el trabajo!", y eso ya se sabe lo malo que es para el que proclama como Lafargue que la pereza no es un pecado capital, sino, usando el lenguaje de la doctrina católica, una de las más preciosas virtudes que tenemos.  

miércoles, 13 de diciembre de 2023

"Dejad de moler, molineras"

    Incluye Paul Lafargue en El derecho a la pereza un epigrama griego de Antípatro de Salónica sobre el regreso de la mítica Edad de Oro, cuyo rasgo más característico era que los árboles y las cosechas daban su fruto sin intervención del hombre, que se alimentaba sin trabajo, saludando la llegada de la máquina que iba a liberar supuestamente a la humanidad de la esclavitud del trabajo, epigrama que citaba también su suegro Carlos Marx en El Capital. Está tomado de la Antología Griega (IX, 418), y el texto, compuesto por cuatro dísticos elegíacos de hexámetro y pentámetro dactílicos, exhortaba a las molineras a dormir la mañana, es decir, a no madrugar ya que el molino -la tecnología- iba a liberarlas del trabajo de la molienda.  Dice más o menos lo siguiente en versión rítmica:  

Muela dejad de mover, molineras; dormid la mañana,
    aunque anuncien ya   cantos de gallo el albor;
 ya que a las linfas Deméter mandó esas manualidades;
    y ellas, que van en tropel    sobre la rueda a caer,
mueven el eje; y aquél, con sus curvos radios rodantes,
    hace la mole girar    -rocas nisirias* que son-.
Vida gozamos antigua de nuevo, si es que aprendemos
    sin trabajar a tomar   cuanto Deméter nos da.
 
    *Las aludidas rocas nisirias son piedras volcánicas de la pequeña isla de Nisiro, al sur de la isla de Cos, que eran apreciadas precisamente por su utilidad como ruedas de molino. 
 

Ἴσχετε χεῖρα μυλαῖον, ἀλετρίδες· εὕδετε μακρά,
    κἢν ὄρθρον προλέγῃ     γῆρυς ἀλεκτρυόνων·
Δηὼ γὰρ Νύμφαισι χερῶν ἐπετείλατο μόχθους·
    αἱ δὲ κατ’ἀκροτάτην     ἁλλόμεναι τροχιήν,
ἄξονα δινεύουσιν· ὁ δ’ἀκτίνεσσιν ἑλικταῖς
    στρωφᾷ Νισυρίων     κοῖλα βάρη μυλάκων.
γευόμεθ’ ἀρχαίου βιότου πάλιν, εἰ δίχα μόχθου
    δαίνυσθαι Δηοῦς     ἔργα διδασκόμεθα.

 
    Los optimistas llegaron a pensar que llegaría un día en que el trabajo quedaría relegado a la máquina, y el hombre podría liberarse de la maldición bíblica de su condena. 
 
    ¡Qué equivocado, en efecto, estaba entre los antiguos el optimista de Antípatro de Salónica, poeta griego contemporáneo de Cicerón, cuando saludó la invención del molino hidráulico de viento que trituraba el grano, como liberación del trabajo de las esclavas y restaurador de la mítica edad de oro paradisíaca donde resplandecería la libertad! 
 
 
    Les decía, en efecto, Antípatro a las molineras que dejaran de moler y que siguieran durmiendo plácidamente cuando el gallo anunciara el nuevo día, cuando sonara el despertador, diríamos hoy, o el toque cuartelero de diana de los soldados. Y es que al hacer las ninfas, es decir, las linfas, o sea las aguas, el trabajo que antes realizaban las jóvenes ahora podrían las molineras vivir libres de la esclavitud del trabajo y gozar gratuitamente de los frutos que la diosa madre Tierra les concedía, es decir, el pan de trigo. 
 
 
 
    Sin duda, no entendió Antípatro que la máquina, es decir la tecnología, en lugar de liberar al hombre del trabajo, vino a alargar su jornada laboral y a crearle una nueva dependencia: la cadena tecnológica. Y es que la tecnología no es neutral como pretenden algunos ni su maldad depende del mal uso que se haga de ella: no sólo no ha liberado la vida humana, sino que la ha complicado más todavía, por lo que aún estamos esperando que alguien o algo, no sabemos muy bien quién o qué, venga a liberarnos de la servidumbre de la tecnología y del trabajo, y sobre todo de las nuevas tecnologías y sus viejas servidumbres.

martes, 11 de abril de 2023

Trabajo

    En el país vecino algunos trabajadores se han suicidado sin causa exterior aparente. El Gobierno galo buscó una razón para los suicidios y los atribuyó a problemas psicológicos personales. No es así. En realidad los suicidios son un grito de revuelta ante una situación que nos desborda y de la que no podemos escapar. Un trabajador en medio de una reunión se clavó un cuchillo en el abdomen. En realidad nos estaba dando una puñalada a todos, a la opinión pública, al mundo. Quería que viéramos lo que no queremos ver: que él es nosotros mismos, que nosotros mismos somos él. 
 
    Los sindicatos obreros han luchado por reducir el número de horas y aumentar los salarios y, en menor medida, controlar las condiciones de trabajo, y últimamente en Francia para que no se suba la edad jubilosa de la liberación del trabajo de los 62 años actuales a los 64, pero no han tocado el problema esencial, que es la existencia del trabajo mismo. Se diría que han colaborado en la mejora humanitaria de las condiciones laborales, pero no en la destrucción de lo que nos hace infelices: el trabajo. Es como si hubieran servido, paradójicamente, para lo contrario de lo que querían, para perpetuar la esclavitud humanizándola, en lugar de liberarnos de ella. 
 
 
    El trabajador y el patrón eran antaño dos personas distintas, ahora se da el caso de que en muchos casos son la misma persona. Si yo trabajo para mí mismo, podría decir que soy autónomo, pero también puedo decir que no soy tan independiente, porque no soy uno: me he dividido esquizofrénicamente en dos y yo soy a la vez mi jefe y mi empleado, por lo que estoy trasladando el escenario de lo que los marxistas llamaban la lucha de clases al interior de mí mismo. 
 
    El trabajador ha sido transformado en una especie de empleador de sí mismo. Ya no hay lucha de clases fuera de uno mismo. Pero el capital -ahora en forma financiera- y el trabajo siguen estando ahí, y el conflicto se ha trasladado al alma del individuo, y este conflicto -irresoluble, esquizofrénico- es el que lleva a explotar, al no puedo más del suicidio. 
 
    Frente a esto sólo nos queda reivindicar la figura intelectual de Paul Lafargue, y gritar con él: VIVA EL DERECHO A LA PEREZA, que trabajen las máquinas. Ni trabajar para vivir, ni vivir para trabajar, sino todo lo contrario. El trabajo mata: No te mates trabajando, no te mates a trabajar.

jueves, 26 de enero de 2023

Pareceres (XIII)

61.- Odiseo, o sea Ulises, arriba náufrago y desnudo, después de haber perdido barco y tripulación, a la costa de la isla de Esqueria, donde viven los feacios, y donde la princesa Nausícaa, que se hallaba en la playa bañándose con sus esclavas, lo encuentra y lo lleva hasta el palacio de su padre, el rey Alcínoo. De camino le habla de cómo su pueblo ha levantado un hermoso templo al dios Posidón, el señor de los mares, que se alza en mitad del ágora pavimentada con lajas labradas hundidas en tierra. No es un pueblo guerrero, pues, como dice el poeta, no se preocupa de otras armas que no sean las del mar: Cuidan de los aparejos allí de sus negros navíos, / de las amarras y velas, y dan pulidez a los remos, / pues a feacios no preocupan ni arco ni flechas, / sino los mástiles, remos y naves bien equipadas / con los que cruzan ufanos el mar plateado de espumas. Gracias a los feacios y solo a ellos Ulises, o sea Odiseo, podrá surcar el mar  y regresar de la guerra a Ítaca, su reino. 
 
Nausícaa, William McGregor (1937)
 
62.- Mucho se habla de la violencia machista en nuestro país, que se ceba en los malos tratos y llega hasta el asesinato de las mujeres por parte de sus parejas masculinas. Cada vez que aparece un caso de estos en los medios de comunicación se publicita hasta la saciedad dando pábulo a los medios de (in)formación de masas. Se dice por ejemplo en la prensa que diciembre de 2022 ha sido el mes más trágico en los últimos veinte años en lo que respecta a violencia de género en España: 13 mujeres han sido asesinadas en 28 días. Y así como se da bombo y platillo a esta lacra, se pasa por alto otra mucho más clamorosa: el índice de suicidios en nuestro país: suele haber 11 cada día. En el caso del suicidio es muy difícil echar la culpa a alguien, pero, en el fondo, es la misma violencia la que se ejerce contra los demás que contra uno mismo. Eso explica que el cristianismo haya condenado la muerte voluntaria igual que el asesinato: No matarás es un mandamiento de la ley de Dios que se refiere tanto a las vidas ajenas, incluidos los animales, como también la propia de uno mismo, porque no somos dueños ni de las unas ni de la nuestra tampoco. Precisamente es una violencia posesiva la que se ejerce en uno y otro caso: La maté porque era mía. Yo también soy mío, por eso tengo derecho a matarme. Es la misma violencia, se mire como se mire. 
 
63.- No deberíamos ofendernos demasiado porque alguien nos llame en un arrebato de ira “¡hijo de puta!”, o más bien hijoputa, o joputa, o hijueputa, como en algunos países sudamericanos. No es tanto una invectiva contra la figura sacrosanta de nuestra madre, cuya sublimación es Nuestra Señora la Virgen María, como la constatación de que todos, incluida la madre que nos parió, somos, como la prostituta, a la vez vendedores y mercancías: nos vendemos a nosotros mismos bajo el pretexto de que hay que trabajar para vivir, por lo que acabamos viviendo, si a esto se puede llamar vida y no subsistencia, para trabajar.
 
Mujer contando monedas, alegoría de la avaricia, Mathias Stom (c. 1635)
 
 
64.- ¿A qué huelen los billetes nuevos cuando, recién salidos del horno bancario, empiezan a circular tan impolutos y flamantes, sin las muchas huellas de mugre, sangre, sudor y lágrimas todavía que el uso imprime al vil metal? No nos llamemos a engaño, no digamos que no huelen a nada todavía. Esos billetes van a servir para hacerse virales como los virus y sobornar a alguien que se creía insobornable, para mostrarnos todas las vilezas que somos capaces de cometer, y para demostrarnos también que todo en la vida tiene un precio. Como cantó el poeta romántico, una oda no vale nada si no está escrita al dorso de un billete de banco... Los billetes nuevos parecen asépticos. Parece que no tienen historia detrás. No han adquirido la pátina de roña que hace que parezca que son lo que son en realidad. Parece que no están envilecidos por el uso. Démosles tiempo, que eso es lo que piden: el dinero requiere tiempo para crecer y multiplicarse, sólo eso. Démosle tiempo al tiempo, démosle tiempo al dinero. Por muy blanqueado que esté, el dinero es siempre dinero negro. Por muy limpio que esté, el dinero es siempre dinero sucio. Por muy virtual y digital que sea, el dinero es siempre real y, por lo tanto, falso. 
 
 
 
65.- En el tercer milenio de la era cristiana los trabajadores de todo el mundo deberíamos unirnos y rebelarnos contra las cadenas que nos atan todavía a la vieja servidumbre del trabajo asalariado, supervivencia vergonzosa del sistema esclavista de producción, gritando al unísono: “¡Basta ya!”. Resulta irónico, si no fuera un sarcasmo sangrante, que en las calendas de mayo se festeje el día del trabajo en conmemoración de los mártires anarquistas de Chicago al grito decimonónico de “¡Viva la clase obrera!”, cuando debería oírse un sordo y desgarrado “¡Abajo el trabajo!”. Ahora que las dictaduras han desaparecido de la rugosa faz de la vieja Europa, nos han dejado sin embargo estos cadáveres putrefactos que hieden pero no mueren, inequívoco caldo de cultivo de explotación, frustración y subordinación a jefes y jefecillos, empresarios, que, a diferencia de los políticos democráticos no admiten elección ni revocación. Enroquémonos, desprestigiando el supuesto carisma liberador del trabajo, en las barricadas del dolce far niente, y entreguémonos a la holganza de la pereza, bendita sea la vagancia, saboteando todas las entidades tanto públicas como privadas, modernas maquinarias que nos devoran, forzándonos a obedecer ciegamente a una rutina cronometrada y jerárquica. La revolución todavía pendiente pasa por trabajar lo menos posible, por convertirnos en parásitos del sistema, acelerando así la vertiginosa caída del capitalismo –no lo verán tal vez estos ojos que comerá la tierra-, último acto heroico que nos queda acaso a los náufragos postreros de la Historia Universal. 
  

domingo, 8 de agosto de 2021

Carrera con salida... a la pista de baile


     Un ex ministro español de Educación cuyo nombre propio  no merece la pena recordar -¡así se pudra en la fosa común del anonimato del olvido!- animaba no hace mucho tiempo a los estudiantes a estudiar carreras universitarias con "salidas". Salidas ¿a dónde? Obviamente, se refería al mercado o mundo, como se dice a veces, laboral, como si hubiera otro mundo que no fuera ese.

    En este vídeo que os propongo, titulado "¿Bailamos?",  una niña, a la que le gusta bailar, desmonta poco a poco los argumentos que le plantea su padre, los mismos que el susodicho ministro y que van cayendo por su propio peso, con unas cómicas risas en off como las de las comedias americanas televisivas que subrayan su ridícula falta de consistencia. 
 
    Viene a decirnos esta encantadora criatura que lo que ella quiere hacer ahora con su vida, con esta vida, que es la única que tiene, es bailar, bailar sin preocuparse por el futuro, que no existe.  La niña, lo tiene muy claro: no quiere ser bailarina ni necesita ir a una escuela de baile, porque ya es bailarina, le gusta bailar, quiere bailar aquí y ahora sin esperar el porvenir del día de mañana que nunca llega. 
 

 
    Cada vez son más los padres y orientadores "educativos" y profesores en general que, como el nefasto ministro,  animan a sus hijos y alumnos a que estudien asignaturas útiles -¿para qué? me pregunto yo-, rimbombantes ciclos formativos, bachilleratos de ciencias y no de letras, que no sirven para nada y "cierran puertas" al mundo del trabajo del que hablábamos antes, y les aconsejan que busquen salidas al mercado laboral. 
 
    Hay que derribar ese mito, para que caiga víctima de la ley de la gravedad por su propio peso. Por mi parte, como esta niña y como el padre, desengañado al final del corto,  animo desde aquí a todo lo contrario. Si decidimos estudiar algo, ¡que sea por gusto, y no por las salidas laborales a esa moderna esclavitud que es el trabajo asalariado! Estudiemos por interés, pero no por el económico, sino por las propias gracias, por el placer de hacerlo y por amor de verdad: gratis et amore.
 
 

 
    Lo que es bueno para el mercado laboral porque tiene salidas -un módulo de prostitución profesional asistida en inglés y con nuevas tecnologías incorporadas, si lo hubiera, por ejemplo, u otro de mercenariado militar con máster en misiones humanitarias internacionales de "paz" podrían tener éxito comercial, salida al mundo laboral-, eso no es bueno para la vida; el baile, sin embargo, nos da alas, nos revive, hace que nos sintamos vivos. 
 
    Como dijo Emma Goldman (1869-1940), la anarquista lituana de origen judío conocida por sus escritos y sus manifiestos libertarios y feministas,  pionera en la lucha por la emancipación del hombre y de la mujer: "Si no puedo bailar en ella (la revolución), no es mi revolución". 


sábado, 1 de mayo de 2021

En el día del trabajo

    En las calendas de mayo los sindicatos prosistémicos  y subvencionados por el binomio Estado/Capital del Régimen celebran, meras gestorías laborales que son, la fiesta que llaman del trabajo, como si esto del trabajo fuera algo bueno, algo que hubiera que festejar saliendo a las calles a reclamar incremento salarial, menos paro y mejores condiciones laborales, pero nunca el fin de la explotación laboral misma y del trabajo asalariado, nuestra moderna esclavitud. 

    
    La palabra “trabajo” procede, como se sabe, del latín “tripalium”, nombre de un instrumento de tortura,  consistente en tres palos o estacas cruzadas, a las que se sujetaba la víctima del suplicio: de ahí proceden también “travail”, en francés, “trabalho” en portugués y “treball” en catalán, pero también en inglés, vía normanda, “travel”, tal vez por la fatiga que conllevan los viajes organizados y el descubrimiento de que ya no existe el viaje propiamente dicho, sino el turismo de masas, y que el viajero de verdad, a diferencia del moderno turista, es el que no sabe a dónde va.
 
    Trabajar, en la lengua de Cervantes, significa en primer lugar “sufrir, padecer,  esforzarse por conseguir algo”,  de donde más tarde derivaría su significado actual de “laborar, obrar, hacer algo a cambio de un salario, actividad remunerada”. 


Pintada etimológicamente didáctica, que ha sido borrada, en el muro de un colegio.

    Ese primer significado, lo hallamos en plural en el título del Persiles cervantino: Los trabajos de Persiles y Sigismunda, o también cuando hablamos de los doce trabajos de Hércules, aunque el Diccionario de la Academia lo ha relegado a su novena acepción:  «Penalidad, molestia, tormento o suceso infeliz». 

    Había en latín también otra palabra “labor”, que es la que ha conservado el italiano “lavoro”,  de donde salió el “laburo” argentino, y el cultismo castellano, la labor. De ahí procede el verbo “laborare” y de él nuestro cultismo “laborar” (como en aquella divisa de ora et labora -reza y trabaja-, de san Benito y sus monjes benedictinos) y la palabra patrimonial “labrar”, que se especializó en el trabajo agrícola de la labranza.



    Sucede que el trabajo en su origen era ‘sufrimiento’. Y es que desde que abrimos la Biblia por el Génesis sabemos que, lejos de ser una bendición, como pontificó un papa, el trabajo era un castigo divino, una maldición bíblica. Dios, con la expulsión del paraíso, condena a nuestros primeros padres, a Eva a parir con dolor y a Adán a ganar el pan -la vida, que no es un don gratuito- con el sudor de su frente. 

    Resulta también significativa por lo sarcástica que es a este respecto la inscripción que figuraba a la entrada de los campos de exterminio nazis Arbeit macht frei: el trabajo libera. Pero ¿qué o quién nos libera del trabajo? No parece que la tecnología vaya a hacerlo. En todo caso, ¿quién nos libera de la tecnología?

 

    ¡Y cuánta razón tenían los ludditas, que destruían las máquinas, siguiendo el ejemplo del joven Ned Ludd,  que rompió el telar del taller de confección a martillazos!
 
    Y cuantísima razón el entrañable Quino que ante la constatación, manda güebos, de que había que trabajar para ganarse la vida se preguntaba: "¿Pero por qué esa vida que uno se gana tiene que desperdiciarla en trabajar para ganarse la vida?".  

    No estaría mal que un día como hoy se hiciera un profundo silencio, un silencio de verdad en el que dejaran de oírse las vuvuzelas sindicales en los mítines y procesiones al efecto y los cacareados gritos de "¡viva la clase obrera!" que nos ensordecen. Si un grito debiera oírse hoy, primero de mayo, en conmemoración de los mártires anarquistas de Chicago de 1886, sería este otro: "¡Muera el trabajo asalariado! ¡Abajo el trabajo!", y esta oportuna canción de Chicho Sánchez Ferlosio, por ejemplo, que viene más a cuento que nunca: "Hoy no me levanto yo".