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lunes, 10 de marzo de 2025

El turista impertinente ( Y ¿para qué?)

Un pueblecito blanco y azul de una minúscula isla griega. Un entrometido turista norteamericano o nipón o germánico –vaya usted a saber su procedencia, en todo caso extranjero y de mentalidad anglosajona, japonesa o alemana, uno de esos que sólo se preocupa de trabajar y descansar para recargar las pilas y volver a trabajar-, se acerca a un paisano adormecido. Podría haber sido, en otras versiones, un mexicano, o un andaluz o un italiano del sur, quizá un siciliano, alguien de mentalidad latina. En todo caso duerme en la playa, oyendo el oleaje junto al mar. El turista le despierta de su siesta, y entabla la siguiente conversación: 
 
—Oiga, usted, ¿a qué se dedica, si puede saberse? 
—Soy pescador. –Responde el griego frotándose los ojos. 
—¡Vaya, pues debe ser un trabajo muy duro y muy esclavo el suyo! Trabajará usted muchas horas. 
—Sí, muchas horas, -replica el paisano de Homero. 
—¿Cuántas horas, si no es indiscreción? –Pregunta el curioso turista impertinente que ni siquiera estando de vacaciones como está puede olvidarse del laburo embrutecedor. 
—Bueno, trabajo unas tres o cuatro horitas al día. 
—Pues no me parece a mí que sean muchas. ¿Y qué hace el resto del tiempo, si no le parece mal que le siga preguntando? 
—Bueno, me levanto tarde. Voy a pescar un rato, ya le digo, juego con mis hijos, duermo la siesta con mi mujer y luego, al atardecer, salgo a tomar unas cervezas y a tocar el buzuqui con los amigos en la taberna.
El turista extranjero reacciona inmediatamente de forma airada y le reprocha: 
—Pero hombre, ¿cómo puede vivir usted así? 
—¿¡Qué quiere decir!? 
—¿Por qué no trabaja usted más horas? 
—¿Y por qué iba a trabajar más?, ¿qué necesidad tengo yo de hacer una cosa así?, responde preguntando el griego. 
—Porque así al cabo de unos años podría comprar un barco más grande que esa barcucha que tiene. 
—¿Y para qué? 
—Para aumentar sus capturas y, si lo hace, podría contratar a algún empleado y llegar a abrir su propio negocio de pescadería en este pueblecito. 
—¿Y para qué? 
—Para luego poder abrir una pescadería en la capital. 
—¿Y para qué? 
—Para más adelante montar una industria de pescado en conserva y abrir delegaciones en Estados Unidos y en Europa, por ejemplo.
—¿Y para qué? 
—Para exportar conserva de pescado griego y que las acciones de su empresa coticen en bolsa y hacerse usted inmensamente millonario. 
—¿Y para qué todo eso? –Preguntó el griego un poco molesto ya por tanto interrogatorio. 
Pues para poder jubilarse tranquilamente el día de mañana, levantarse tarde sin tener que madrugar, jugar un rato con sus nietos, venir aquí a echar la siesta a la vera del mar, salir al atardecer a tomarse unas cañas de cerveza y a tocar el buzuqui con los amigos en la taberna... 
¿Y no se da usted cuenta de que eso es lo que hago yo ya precisamente sin trabajar tantas horas y sin esperar al día de mañana para poder disfrutar de ello? 
 
 
 oOo
 
(El diálogo anterior está basado en el encuentro de un turista millonario gringo con un pescador mexicano, tomado de los traperos de la Red al husmear aquí y allá en busca de los escasos tesoros perdidos que puedan encontrarse en el fondo de sus procelosas y abisales aguas. Lo he modificado, más a mi gusto, por el encuentro entre un turista de un pescador de un pueblecito de una isla griega. He dado noticia en Lo flamenco de una anécdota muy parecida que recogió el escritor John dos Passos en su "Rocinante vuelve al camino", su relato de viajes por España, en que narra el encuentro con unos arrieros que van con sus mulos por la provincia de Granada).

viernes, 19 de marzo de 2021

"Lo flamenco"

    “Rocinante vuelve al camino”  es una novela, si puede llamarse así, -y así, en efecto, puede llamarse porque se vende bajo la etiqueta comercial de “novela”-  publicada por John dos Passos en 1922, quien pasó una temporada en la España de los años veinte del siglo pasado, que recoge estampas periodísticas e impresiones de viaje a modo de ensayo en las que trata de captar la realidad ideal del país.

    Su protagonista Telémaco, nombre de resonancias homéricas, tras el que se esconde el autor, estaba buscando a su padre pero se había alejado tanto en su búsqueda, como dice al principio, que ya no recordaba lo que andaba buscando. Encontrará, sin embargo, en su recorrido por España lo que no esperaba y que él cree que es la esencia de lo “español”. 

 

    A lo largo de sus páginas junto a celebridades como Pastora Imperio, Giner de los Ríos, Antonio Machado, Blasco Ibáñez, Joan Maragall, Unamuno y Benavente entre otros,  y eventos como el entierro de Pérez Galdós o una conferencia de Valle-Inclán, aparecen también taberneros, viajantes de comercio y un arriero, que no sólo dice "arre" al borrico para que camine, sino muchas cosas al autor y al lector.

    El interés de dos Passos por España no se limita, sin embargo, al del turista norteamericano fascinado por nuestra lengua y cultura. Él es un viajero que quiere impregnarse del espíritu nacional acudiendo a los teatros y museos, evoca los lienzos de El Greco y de Velázquez, lee a nuestros clásicos -ya el título es un guiño al Quijote cervantino, así como el personaje de don Alonso-,  a los que cita constantemente, y conversa con la gente anónima que encuentra a su paso. Aquí es donde radica desde mi punto de vista su mejor hallazgo. En su intento de definir lo español llega a decir: "España es la patria clásica del anarquista". 

    Precisamente, lo que más me ha interesado de este Rocinante vuelve al camino es cómo suena y resuena la voz de la gente del pueblo, lo que dos Passos llama, “lo flamenco”, palabra con la que se denominó a los naturales de Flandes por su tez encarnada, a las aves palmípedas sonrosadas -flamingos/flamingoes en la lengua del Imperio-, las mejillas coloradas de las mozas gallardas y de buena presencia, y finalmente el aire agitanado y andaluz que se expresa en el rostro y en el canto encendido como la llama del fuego, dado que al fin y al cabo la palabra latina que parece que está detrás del vocablo y en su origen es "flamma". 

    "Lo flamenco" habla principalmente por la boca del arriero cuando,  al vadear una corriente montado en su borrico bajando de las Alpujarras, le dice criticando lo que nosotros denominamos el American way of life


- Ca. En América no se hase na má que trabahá y de'cansá pa podé trabahá otra vé. No es vida pa un hombre. Ayí la hente no se divierte. Me lo dijo un marinero de Málaga que pesca esponjas. Y él lo sabía. No es plata lo que el pueblo nesesita, sino vino y pan y… vida. Ayí no hasen má que trabahá y de'cansá pa podé trabahá otra vé…

(…)

Todo el mundo se burlaba del arriero pero él seguía en sus trece, sacudiendo la cabeza y murmurando: «Ésa no es vida pa un hombre».

(…)

- Lo que usted quiere decir es que ésta sí que es vida para un hombre -dije yo al arriero, que echó atrás la cabeza, en una carcajada de aprobación-. Algo que no es ni trabajar ni prepararse a trabajar.

- Eso es -contestó, y gritó «¡Arre!» al burro... 

(…)

- En estas tierras, señor inglés, no trabajamos mucho, somos sucios e ignorantes; pero vivimos. ¿A que no sabe usted lo que hace la gente pobre de los pueblos por el verano? Alquilan una higuera y se van a vivir bajo ella con sus perros, sus gatos y sus críos; comen los higos según van madurando, beben el agua fría de la sierra y tan felices. No temen a nadie, ni dependen de nadie; cuando son jóvenes, hacen el amor y cantan al son de la guitarra, y cuando no, cuentan historias y crían a sus hijos. Usted ha viajado mucho; yo he viajado poco, no he pasado de Madrid; pero le juro que no hay en ninguna parte del mundo mujeres más bonitas, ni tierra más fértil, ni cocina mejor que en esta vega de Almuñécar… Si el vino no fuera tan espeso…


Aquí se contrapone el mundo moderno, el American way of life, a "lo flamenco". El modo de vida americano no es vida para un hombre, dice el arriero, porque la gente en América no goza de la vida pese al dinero que tenga y lo rica que sea, y porque la vida no consiste ni en trabajar ni en descansar para recargar las pilas y volver al tajo y al trabajo. Pero América no sólo es geográficamente América, sino universalmente ya el mundo entero, salvo aquel rincón "atrasado" de España donde la voz del pueblo está despotricando contra el progreso moderno y contra el mundo.

 Resuena el sentido común en la voz del arriero cuando dice: “No es plata -o sea dinero- lo que el pueblo nesesita, sino vino y pan y… vida.” 

 "Lo flamenco" se define negativamente por contraposición a lo americano y lo moderno como "lo que  no es ni trabajar ni prepararse a trabajar". Lo flamenco nos enseña que lo esencial del camino es que uno no necesita destino. Por eso Telémaco al principio de la novela se olvida de su padre Ulises u Odiseo, al que estaba buscando, para encontrar lo inesperado, que es este regalo: la gente pobre que alquila una higuera en el verano “y se van a vivir bajo ella con sus perros, sus gatos y sus críos; comen los higos según van madurando, beben el agua fría de la sierra y tan felices.” No necesitan más, tampoco menos. Son libres. “No temen a nadie, ni dependen de nadie; cuando son jóvenes, hacen el amor y cantan al son de la guitarra, y cuando no, cuentan historias y crían a sus hijos.”