Escribía Raúl Molleda, uno de nuestros activistas lingüísticos más prolíficos, un artículo en una jerga farragosa y casi
incomprensible que publicaba el diario digital eldiariocantabria.es, donde puede escucharse también dando click al reproductor, titulado “Intigrismu ocidental, deidais, curucas y devotos”, donde dice, se
supone y es mucho suponer que en cántabru (?), cosas de este jaez: “Querer pan es cosa de genti
ajambráu, genti del Tercer Mundu, y n'ocidenti estamos por cima. Aquí lo que
queremos es Trebaju”.
El comienzo se entiende muy bien. Se diría a simple vista que es castellano sin retoques:
Querer pan es cosa de... Lo de “genti ajambráu” ya no se entiende tanto:
barrunto que quiere decir gente hambrienta. Nunca había
oído hablar de la “genti”. Habría que admitir, y no es poca petición de
principio, que una de las señas de identidad del cántabru que diseñan el señor
Molleda y otros activistas lingüísticos afines es, según parece, sustituir la “e” final latina de “gente(m)” por “i” y
decir cosas como “ocidenti” en vez de occidente y “juenti” en vez de fuente...
A lo que parece la otra seña identitaria de nuestro genoma lingüístico cántabru sería
restituir la u final latina, que en castellano se abrió en -o salvo en los
consabidos cultismos espíritu, tribu e ímpetu, y en cántabru
se habría conservado milagrosamente en todas las ocasiones, y así tenemos
palabros como los del susodicho artículo: “intigrismu”, “mundu” o el dichoso “trebaju”.
Pero lo de “genti ajambráu” en vez de “genti ajambrá”, como cabría
esperar habida cuenta del género gramatical femenino de la palabra “gente”, ya
me llega al alma, porque se trata, ni más ni menos, que de un neutro de
materia, del tipo “la lechi está caru”, donde parece que asistimos a una
neutralización o cosificación del femenino en sustantivos abstractos incontables, como si dijéramos la lechi (=esu)
está caru, reminiscencia tal vez del género neutro latino en general y del de la palabra “leche” en particular. El
problema es que gente era de género femenino en la lengua del Lacio, pero da igual: la genti (=esu) está
ajambráu... Se trata de una compleja mistificación difícilmente comprensible y tolerable a los ojos y a
los oídos de cualquier cántabro del siglo XXI.
En cuanto a la frase “Aquí lo que queremos es... Trebaju”, salta a la vista
que las cinco primeras palabras son castellano corriente y moliente, tal
cual.
La última, que sería, supongo yo, la palabra cántabra, me chirría
muchísimo en
los oídos no sólo por la mayúscula honorífica, que hace daño a la vista y
que no entiendo muy bien a qué se debe, sino porque no se la he oído
nunca en Cantabria decir ni a
jóvenes ni a viejos, ni tampoco la he visto nunca escrita hasta ahora mismo. Dudo yo que
haya
algún cántabro aparte quizá del autor susodicho que así la escribe que
diga
“trebajar” en vez de “trabajar”, por eso al leerlo le entra a uno sin
querer la
risa floja.
Vamos a ver, la palabra “trabajo”, como se sabe y no es ningún secreto,
procede del latín “tripalium” o ya en latín mismo "trepalium", que era una especie de cepo o instrumento de
tortura consistente en tres palos, es decir, tres estacas o
maderos cruzados a los que se ataba al reo que era la víctima del suplicio para
atormentarlo. ¿Cómo se explica este origen etimológico? Trabajar, en la lengua
de Cervantes, significaba en primer lugar “sufrir, padecer, esforzarse
por conseguir algo”, de donde más tarde derivaría su sentido actual
de “laborar, obrar, hacer algo a cambio de un salario, actividad
remunerada”.
Hay derivados en francés (travail), inglés (travel, con desplazamiento semántico, tal vez por el
tormento y la fatiga que suponen algunos desplazamientos y viajes organizados),
italiano (travagliare, con el sentido de “apenar”), portugués (trabalho),
gallego (traballo), y por supuesto castellano (trabajo), en los que la palabra
cambió el timbre vocálico de su sílaba inicial , ya fuera “i” o ya hubiera
evolucionado a “e” en latín mismo, por “a” desde muy pronto por apofonía debida a la asimilación
al sonido vocálico “a” de la sílaba contigua siguiente.
En algunas áreas dialectales romances alejadas de la nuestra, la
palabra comienza por la sílaba tre-. Según Corominas, esto sucedió en el alto
Aragón (treballo), en catalán (treball) y en occitano o lengua de Oc
(trebalhar), que era la lengua de los trovadores provenzales del amor cortés y
de las hablas populares modernas del sur de Francia, pero al parecer también,
según el citado autor, en cántabru, mira tú por dónde, aunque no en los vecinos
bables asturianos, a los que tanto se parece a veces el cántabru que se pretende resucitar, donde se dice “trabayu” y nunca *trebayu, por lo que a mí se me
alcanza. Pero sin duda es esta una buena noticia filológica que le da prestigio a nuestra
incipiente lengua cántabra, que ha conservado esta reliquia del “trebaju”, que, por cierto, aunque parezca no venir a cuento, el trabajo a fecha de hoy mismo no deja de matar, y no sólo porque la gente se mate a trabajar, que se mata, y mucho, sino por los preocupantes índices de siniestralidad laboral en las Españas: 435 personas han fallecido a causa de accidentes de trabajo en los siete primeros meses del año en curso, casi nada...