lunes, 23 de septiembre de 2024

De-Formación Profesional

   La visita de la Reina a Cantabria el pasado 18 de septiembre para inaugurar el curso escolar 2024-2025 de Formación Profesional en un IES de la comunidad, acompañada de la presidenta de la taifa cántabra y de la ministra de Educación, Formación Profesional y Deportes, Pilar Alegría, me trajo a la memoria el artículo que publicó su ilustre predecesora Isabel Celaá el 29 de agosto de 2019 en el BOE que es el Periódico Global, alias El País, titulado "Una FP contemporánea del futuro". 


    Lo primero que me llamó la atención y que hasta entonces me había pasado desapercibido, era el nombre del Ministerio que  ya no era de Educación y Ciencia, como antaño, o Educación y Descanso como recuerdo que se llamó alguna vez en la oprobiosa dictadura, sino Educación y Formación Profesional (y Deportes), como si la categoría de la efepé no estuviera incluida, como antes, en la de Educación y fuera algo completamente distinto y ajeno, como parece que es también la Cultura, desgajada en otro ministerio. ¿No debería depender la efepé en todo caso del Ministerio de Trabajo y de las propias empresas?

    Citaba Isabel Celaá al arquitecto futurista César Manrique que se consideró a sí mismo un “contemporáneo del futuro”, sea esto lo que sea y signifique lo que signifique, que yo no lo sé ni quiero saberlo, para, acto seguido, afirmar solemnemente: “Ese futuro es nuestro presente”. 

    Después de elogiar lo mucho que había avanzado la ciencia, que era una barbaridad, y la irrupción disruptiva de las nuevas tecnologías en nuestras vidas, anunciaba, visionaria ella como la sibila de Cumas, “transformaciones organizativas y pedagógicas en todas las etapas y enseñanzas, desde la educación infantil hasta la Formación Profesional (las mayúsculas honoríficas son suyas, así como la minúscula siguiente) o el bachillerato”. 

    Y tras su apuesta decidida por la efepé se despachaba con la siguiente afirmación: “Estimaciones de la OCDE nos indican que la robotización podría llegar a afectar al 52% del empleo en España.” ¿Cómo interpretar esto? Entiendo que el verbo “afectar” es aquí sinónimo de “hacer desaparecer”. Si los robots pueden realizar la mitad de los trabajos que hacemos las personas, bienvenidos sean, que trabajen ellos. Así lo entiendo yo. ¿Por qué no celebramos esta liberación del yugo del trabajo, esta conquista del ocio y el tiempo libre, y en suma de la libertad? Si se pierden un 52% de los empleos en España, ¿por qué no repartimos el 48% restante entre quienes quieran desempeñar algún trabajillo, acortando la jornada laboral de todos los trabajadores a un par, como mucho, de horas diarias por ejemplo? Esa sería una óptima reforma laboral que ni aquella ministra en funciones ni esta otra a la que acompañaba ahora la Reina y embajadora de la moda española cual maniquí florero por el ancho mundo iban a emprender. El problema no es el fin del trabajo, sino el trabajo mismo.
 
 
    Su Señoría, sin embargo, apostaba por fomentar la (de)formación profesional, y celebraba que ya atraía más ofertas de trabajo que la universidad, por eso se empeñaba en la “detección de necesidades del mercado laboral, el diseño de nuevas titulaciones de FP y la actualización de las existentes”, y anunciaba -¡toma ya!- quince “nuevas ofertas formativas asociadas a la economía digital”.
 
    Siguiendo con su talante visionario de astróloga trasnochada quería crear “en cinco años, de entre 250.000 y 300.000 nuevas plazas de una FP moderna y dinámica, capaz de adaptarse a los cambios productivos y tecnológicos”, que suena como aquella vieja cantilena de los ochocientos  (o) mil nuevos puestos de trabajo... bajo las farolas de las esquinas. La razón sigue siendo el maldito futuro: en 2025, y ya falta poco,  “la mitad de los empleos ofertados en España corresponderán a cualificaciones que requerirán un título de FP media o superior y, a día de hoy, solo tenemos un 25% de profesionales con estos niveles de cualificación”. 
  
    Acababa aquel artículo, que ahora desempolvo porque de aquellos polvos vinieron estos lodos, haciendo las siguientes afirmaciones gratuitas y harto discutibles: 
-“Hoy, la FP compite con éxito y dibuja un futuro de prestigio”. ¿Con quién compite, señora ministra, si no es con el no mencionado bachillerato y con la universidad, como si el objetivo de estos competidores fuera el mercado laboral y no la formación intelectual, artística, creativa, crítica y humana? Aunque no lo reconozca explícitamente, Su Señoría es una seguidora incondicional de Bryan Caplan y de impartir “habilidades laborales específicas” para el desempeño de una profesión. Su silencio sobre el bachillerato y la formación universitaria de índole humanística es muy elocuente y significativo de su desprecio, por la misma razón, porque no preparan para la inserción en el mercado del trabajo y sus demandas de futuro. Lo que quiere su gobierno -todos los gobiernos-, reconózcalo ya y deje de vendernos la burra de la efepé, es trabajadores especializados y sumisos, por eso fomentan la efepé en cualquiera de sus modalidades y en detrimento de las llamadas humanidades. 

-Las altísimas tasas de empleabilidad e inserción laboral atestiguan que es una formación de primera calidad”.
La empleabilidad e inserción laboral no son testimonio de que la formación que se imparte sea de primera calidad, porque puede ser pésima -no voy a decir que lo sea, voy a ser generoso, sino que puede serlo... en el futuro- y tener unas “altísimas tasas de empleabilidad e inserción laboral” porque es lo único que hay. A Su Señoría sólo le interesa la inserción en el mundo del trabajo o mejor y más propiamente dicho en el mercado laboral. 

-“Y es un derecho de ciudadanía al que ni empresas ni trabajadores pueden renunciar y que como país debemos colocar como la piedra de clave de un sistema educativo moderno”.
Aquí se ve claramente que Su Señoría considera la efepé, que ella escribe siempre FP con mayúsculas honoríficas como corresponde a los acrónimos,  como la “piedra de clave”, que, como se sabe, es el elemento constructivo que remata el arco o la bóveda en su centro, pieza clave sin la que se desmoronaría la estructura toda “de un sistema educativo moderno”. Resulta ahora que la efepé es la piedra angular de la educación y por lo tanto de su ministerio: es decir que el Estado nos educa para emplearnos, es decir, para utilizarnos e insertarnos en el mercado laboral única y exclusivamente, es decir, para convertirnos en modernos esclavos asalariados, dóciles contribuyentes y votantes. 

 -Por eso, estamos todos convocados a impulsarla, porque el futuro solo será gobernable si convertimos los grandes desafíos del presente en oportunidades de construir un futuro más justo”.
¿A quién apunta lo de “impulsarla”? Lógicamente, a la efepé. Lo mejor de la frase es la convocatoria a todos y la repetición de la palabra futuro que hace la señora ministra, no poco futuróloga ella: el futuro sólo será gobernable -¿qué querrá decir esto?- si convertimos los grandes desafíos del presente... en oportunidades de construir un futuro más justo. En resumidas cuentas: gobernaremos en el futuro si ajustamos el presente a las necesidades del futuro, es decir, si seguimos gobernando ahora mismo nosotros que somos “contemporáneos del futuro”, es decir, contemporizamos no con el día de hoy, que es el único que hay, sino con el incierto día de un mañana que está siempre por venir y no acaba nunca de llegar. Mañana es siempre pasado mañana.

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