Conviene recordar la advertencia que hacía Calino de Éfeso a sus contemporáneos porque sigue vigente ya que 'hoy es siempre todavía' allá por el siglo VII antes de la era cristiana: en paz creéis / estar pero la guerra domina toda la Tierra. Él lo decía para insuflar a los jóvenes ardor guerrero y ánimo de lucha, pero, aparte de su intención, no dejaba de formular una verdad o, por lo menos, algo que no era una falsedad. Aunque nosotros vivimos bajo el reinado de la paz, la guerra, como cantaba el poeta, que es el padre de todas las cosas, como dijo el efesio, es lo que está mandado y lo que manda por doquier.
¿No vemos todas las guerras y guerrillas en el sentido tradicional que se desarrollan ahora en Ucrania, en Gaza y en tantos otros puntos lejanos del planeta? Tienen su utilidad, sirven, además de para disparar la inversión de dinero en armas, para que creamos que nosotros, por contraposición, disfrutamos de presunta paz, como el hecho de que haya cárceles y prisioneros sirve para que creamos que nosotros, que estamos fuera de esos recintos, somos libres... por ahora. La creencia de que estamos en paz se ve enturbiada por la amenaza apocalíptica, perturbadora y constante de una nueva guerra mundial, la tercera y última porque a la tercera va la vencida, o sea, la definitiva, que se cierne sobre todos nosotros como espada de Damoclés, que sería nuclear.
Pero la guerra tiene numerosas epifanías y metáforas. Una sucesión de guerras conforma nuestra realidad que a veces se ha denominado neonormalidad (new normal, en la lengua del Imperio que se nos impone).
La cosa, por lo que concierne a este siglo XXI, debió de comenzar en 2001 con la declaración de guerra al terrorismo (war against terrorism, global war on terror), a raíz de la destrucción de los rascacielos iguales neoyorquinos que todavía colea en los controles aeroportuarios en los que todos somos considerados terroristas potenciales, mientras no se demuestre lo contrario, por lo que se nos controla aleatoriamente.
La cosa siguió en 2016 con la guerra al populismo (war against populism), una guerra que se hizo “global”. El Washington Post calificó aquel año como el año en que la ola de populismo revolucionó el mundo -Brexit, auge populista europeo y Donald Trump en los EE. UU-. Se apellida a veces esta guerra añadiéndole la coletilla "de extrema derecha", hasta el punto de que algunos gobiernos justifican su gobernanza diciendo que acceden al gobierno para impedir que lo haga la ultraderecha, olvidando que ellos mismos son el monstruo que dicen combatir.
La cosa siguió en 2020 con la guerra al virus coronado, que duró hasta 2023 (war against virus), con la declaración de estado de emergencia, que nos obligaba a enmascarillarnos, guardar las distancias y observar cuarentenas y toques de queda porque todos podíamos ser portadores del virus. El presidente francés lo dijo claramente: “Nous sommes en guerre”. Y el presidente español, que no iba a ser menos y quedarse a la zaga, lo corroboró afirmando que estábamos “librando una guerra” contra el virus Covid-19, un “enemigo que nos golpea a todos” y “no entiende de fronteras, colores, ni idiomas”, por lo que es “el momento de la coordinación, de la cooperación y de la solidaridad”.
Una nueva forma de guerra se declaraba simultáneamente: la guerra contra la desinformación o contra los bulos, que por ejemplo enarboló la Unión Europea (war against misinformation and disinformation). Esto es, por ejemplo, lo que dice nuestro Ministerio de Asuntos Exteriores, Unión Europea y Cooperación, que prefiere el término “lucha” en vez de “guerra”: La desinformación constituye una de las mayores preocupaciones de los países democráticos. Detrás de las noticias falsas o fake news se articulan, en numerosas ocasiones, estrategias para manipular la opinión pública y erosionar la estabilidad de los Estados y de sus instituciones. Los bulos y la desinformación representan desde hace tiempo una amenaza global para la libertad y para la democracia. Sin embargo, es en la actualidad, dada la velocidad de propagación de las campañas debido a los medios digitales, cuando más acuciante resulta. En los últimos años se ha acelerado tanto el flujo de información como el de desinformación, como lo demuestra la infodemia producida en las redes en el contexto de la pandemia de la COVID-19. Una guerra que ha sido llevada a cabo por los fact checkers o verificadores de datos y promovida por los gobiernos, que ven así en peligro el monopolio informativo de sus 'verdades oficiales' o mentiras.
Pero habría que retrotraerse a la segunda mitad del siglo XX para datar una guerra que todavía colea, la declarada contra el cambio climático (war against climate change), que se renueve con continuas campañas contra el calentamiento global, contra el dióxido de carbono o CO2, contra las emisiones GEI de Gases de Efecto Invernadero con renovados eslóganes como: Controla tu huella, Net Zero Coalition, Emisiones Cero... El origen de esta guerra podría datarse en el año 1972, cuando se celebró en Estocolmo la Primera Cumbre para la Tierra.
Estas son las nuevas guerras que junto a las tradicionales y convencionales conforman la realidad que padecemos, guerras que el capitalismo nos declara en su afán totalitario a todos y cada uno de nosotros porque a) somos terroristas en potencia, b) somos populistas o partidarios del pueblo y, por lo tanto, enemigos del gobierno, c) somos portadores de virus, d) somos divulgadores de bulos e informaciones falsas y malintencionadas y d) somos responsables del deterioro del medio ambiente y del planeta; en definitiva, somos pecadores, como decía la vieja religión.
Las burocracias leoninas, el liderazgo estúpido y la autosatisfecha imbecilidad que se concentra en el estamento político con sus hinchadas 'deportivas' son los baluartes principales de lo que llaman democracias occidentales con su propagandística industria mediática, sumidas en una guerra rentabilizada y permanente para conquistar y articular la imaginería boba en el expectante público, y que necesitan para que puedan desarrollarse libres de trabas los negocios que planifican los poderosos y antojadizos 'inversores' que a través de fundaciones y las instituciones globales y globalistas disponen del mundo y sus gentes para sostener sus ambiciones recurrentes y mortíferas.
ResponderEliminarPor no hablar de otra guerra, la guerra que libran contra el cuerpo que la naturaleza les dio los transexuales, que, como no se sienten a gusto con el sexo que se les asignó al nacer, no se identifican con él y hacen todo lo posible para cambiarlo artificialmente.
ResponderEliminarGracias por la sugerencia, sí, es la vieja guerra del alma, que ahora se llama 'género', contra el cuerpo.
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