El
hecho
de que en lo que hoy se llama Cantabria haya palabras que se consideren
propias, en el sentido de peculiares, no significa que sean exclusivas,
lo
primero de todo, de ese territorio, y, si lo son, no conforman por sí
solas una
lengua distinta del español que se habla hoy, como da a entender la
denominación “cántabru”, que pretende ser el nombre de una lengua propia
y distinta de aquella. Ese léxico peculiar, en principio, no es
significativo sino
mínimo, está restringido a la vida rural en vías de extinción o
prácticamente
extinta ya, y no es exclusivo tampoco de Cantabria.
A parte
de los diminutivos en -uco, que nos son tan queridos, y de palabras como pindio
(= empinado), dalle (= guadaña), albarcas (= especie de zuecos de madera), cajiga
(=roble), catiuscas (= botas de
plástico), chon (= cerdo), montar a cuchos (= montar a hombros, sobre la espalda),
bocarte (= anchoa fresca), rabas (= calamares fritos) y algunas más, no tenemos nada que
justifique dentro de la sintaxis y la fonología la categoría de lengua diversa.
Resulta que muchos hablantes del castellano
actual, utilizan esas mismas palabras con el mismo significado, por lo que
habría que concluir que en Cantabria se habla castellano con algunas
peculiaridades léxicas y con un acento peculiar, como en todas partes donde se
habla el español, por cierto, pero no una lengua propia, que para eso necesitaría
tener características no sólo superficiales y de vocabulario sino gramaticales más profundas, morfológicas,
fonéticas y fonológicas a más de sintácticas.
Los
defensores del cántabru, como Alcuentru, asociación pa la decensa y promoción del cántabru, generalizan los masculinos singulares en -u, lo que yo,
que llevo viviendo casi sesenta y cinco años en Cantabria, donde nací, no he oído
nunca, y no vivo en la ciudad precisamente, sino en el campo. Los masculinos en
-u son una herencia latina de la que en español no queda prácticamente nada
ya, dado que esa -u al final de la palabra se acabó abriendo y pronunciándose
-o, y sólo se conservaron muy pocas palabras donde no se hubiera cumplido este
fenómeno fonético, casi todas ellas por influjo culto de la lengua escrita como
espíritu, tribu o ímpetu. El resto,
ya fueran de la segunda o de la cuarta declinación, pasaron todas a -o.
Promover ahora que, so pretexto de recuperar el cántabru, nos propongamos los
que vivimos en esta tierra decir el “campu” y el “pueblu” además de ser una
imposición académica -es decir de unos presuntos eruditos que saben cómo era
esa lengua y que quieren enseñárnosla a los demás, para que no se pierda lo que
se perdió-, es una ridiculez poco menos que folclórica en el peor
sentido de la palabra.
El cántabru
que los que sueñan con la creación de una Real Academia de la Lengua Cántabra pretenden
resucitar, que no conservar porque no existe, no es una lengua diversa del
castellano actual, sino un estadio primitivo que ya nadie habla y que
según algunos estudios nació en estas tierras del norte de la península como
lengua derivada del latín.
El masculino plural acabaría en -os en el cántabru occidental, que conservaría la desinencia del acusativo plural latino de la segunda declinación populu(m)/populos por lo queel plural de pueblu sería pueblos, y en -us
en el oriental, donde "sentidos", por ejemplo, se diría "sentíus", por ejemplo en Ampuero (nunca lo oí por allí) y "sentíos" en
el oeste, por ejemplo en Unquera, (donde sólo se lo he oído a
un gaditano, que decía que algunos habían "perdío" todos los "sentíos", supongo
que por aquello de que el común es el menos común de lossentidos).
Algunas
características sintácticas como el uso del condicional simple o pospretérito
en la prótasis del período hipotético (cosas como Si
tendría dinero, me compraría un
coche), que llevo oyendo toda mi vida en Cantabria,ni siquiera son peculiares nuestras, sino que
las compartimos con los hablantes españoles del País Vasco, Navarra, Burgos, la
Rioja e incluso algunas zonas de América. Supongo que los amigos de Alcuentru en su reconstrucción fantástica del cántabru dirían así: Si tendría dineru, me compraría un cochi, o quizá a la asturiana y a la antigua con el pronombre personal pospuesto, enclítico en lugar de proclítico: Si tendría dineru, compraríame un cochi).
No
es de extrañar que algunos miembros de Alcuentru, como Paulu Lobete,
que aparece en el vídeo de los cursos de cántabru, hayan fundado
Cantabristas, que se autodefinen
como una fuerza política, aún sin representación parlamentaria, "cántabra, soberanista, feminista,
ecologista y popular, que apuesta por una Cantabria más justa,
libre e igualitaria”. En su Programa Electoral Autonómico, dentro de las quinientas medidas que proponen, destaca, en el apartado de “Defender lo nuestro” lo relativo al patrimonio linguïstico. Allí se dice que Cantabria posee una
modalidad lingüística propia evolucionada desde el latín y
emparentada con el tronco astur-leonés, denominada tradicionalmente
montañés y de manera más moderna cántabru, que varias
asociaciones culturales están intentando revitalizar advirtiendo
del peligro de desaparición en que se encuentra. La medida número 439 propone la elaboración de una ley de protección del cántabru
-como si fuera una especie en vías de extinción- y la 440 la inclusión en la reforma del Estatuto
de Autonomía de Cantabria de una mención al cántabru en la
que se especifique que gozará de protección institucional.
La
ilusión de tener una lengua propia garantiza una sólida identidad autonómica, regional y
nacional. Por algo el todavía presidente del Partido Regionalista
Cántabro, que regentó hasta hace poco la taifa autonómica, declaró
en su día como lamentándose por ello: Si yo tuviese una lengua en Cantabria, la defendería
con uñas y dientes, una lengua que algunos cántabros como Diegu San Gabriel, que se autodefine en X como “hestoriaor con concencia
culugista (sic), de géneru, pueblu y clas” afirma que tenemos pero
que se nos está yendo “cumu agua en cestu”.
Desde que Klaus Schaub anunció la desaparición de la propiedad (para la mayoría) con aquel "no poseerás nada y serás feliz" se ha desatado en el mercado ideológico un activismo desquiciante, democrático y teológico por sustitutos de esa pérdida para configurar la felicidad en la nueva era, ya sea con la identidad de género propia, la lengua propia o propiamente la estupidez representada y escenificada para facilitar que la única lengua común disponible para la mayoría social sea la de los dispositivos con su sintaxis brutal y semántica simplificada.
La existencia de lenguas propias y diversas -y todos tenemos una, la nuestra- no hace más que conformar realidades peculiares, idiomáticas, que ocultan una verdad que el sentido común puede descubrir en todas y cada una de ellas: que no han servido la mayoría de las veces más que para trazar fronteras entre los pueblos, construyendo patrias, naciones y nacionalismos, y Estados, que solo sirven para declararse guerras unos a otros, olvidando que, como dijo Diógenes de Sinope, el Perro, somos cosmopolitas, es decir, ciudadanos del mundo, lo que hay que entender en sentido negativo, de ninguna patria en particular, porque la gente, el pueblo común y corriente, no tiene patria ninguna, ni siquiera su lengua materna propia.
Desde que Klaus Schaub anunció la desaparición de la propiedad (para la mayoría) con aquel "no poseerás nada y serás feliz" se ha desatado en el mercado ideológico un activismo desquiciante, democrático y teológico por sustitutos de esa pérdida para configurar la felicidad en la nueva era, ya sea con la identidad de género propia, la lengua propia o propiamente la estupidez representada y escenificada para facilitar que la única lengua común disponible para la mayoría social sea la de los dispositivos con su sintaxis brutal y semántica simplificada.
ResponderEliminarLo de «la lengua que parlan las tus raicis» me hace evocar las escenas del huerto en "Amanece que no es poco"
ResponderEliminarLa existencia de lenguas propias y diversas -y todos tenemos una, la nuestra- no hace más que conformar realidades peculiares, idiomáticas, que ocultan una verdad que el sentido común puede descubrir en todas y cada una de ellas: que no han servido la mayoría de las veces más que para trazar fronteras entre los pueblos, construyendo patrias, naciones y nacionalismos, y Estados, que solo sirven para declararse guerras unos a otros, olvidando que, como dijo Diógenes de Sinope, el Perro, somos cosmopolitas, es decir, ciudadanos del mundo, lo que hay que entender en sentido negativo, de ninguna patria en particular, porque la gente, el pueblo común y corriente, no tiene patria ninguna, ni siquiera su lengua materna propia.
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