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viernes, 27 de septiembre de 2024

Pero ¿quién habla cántabru?

    El hecho de que en lo que hoy se llama Cantabria haya palabras que se consideren propias, en el sentido de peculiares, no significa que sean exclusivas, lo primero de todo, de ese territorio, y, si lo son, no conforman por sí solas una lengua distinta del español que se habla hoy, como da a entender la denominación “cántabru”, que pretende ser el nombre de una lengua propia y distinta de aquella. Ese léxico peculiar, en principio, no es significativo sino mínimo, está restringido a la vida rural en vías de extinción o prácticamente extinta ya, y no es exclusivo tampoco de Cantabria. 

    A parte de los diminutivos en -uco, que nos son tan queridos, y de palabras como pindio (= empinado), dalle (= guadaña), albarcas (= especie de zuecos de madera), cajiga (=roble),  catiuscas (= botas de plástico), chon (= cerdo), montar a cuchos (= montar a hombros, sobre la espalda), bocarte (= anchoa fresca), rabas (= calamares fritos) y algunas más,  no tenemos nada que justifique dentro de la sintaxis y la fonología la categoría de lengua diversa. 
 

 

    Resulta que muchos hablantes del castellano actual, utilizan esas mismas palabras con el mismo significado, por lo que habría que concluir que en Cantabria se habla castellano con algunas peculiaridades léxicas y con un acento peculiar, como en todas partes donde se habla el español, por cierto, pero no una lengua propia, que para eso necesitaría tener características no sólo superficiales y de vocabulario sino gramaticales más profundas, morfológicas, fonéticas y fonológicas a más de sintácticas. 

  
    Los defensores del cántabru, como Alcuentru, asociación pa la decensa y promoción del cántabru,  generalizan los masculinos singulares en -u, lo que yo, que llevo viviendo casi sesenta y cinco años en Cantabria, donde nací, no he oído nunca, y no vivo en la ciudad precisamente, sino en el campo. Los masculinos en -u son una herencia latina de la que en español no queda prácticamente nada ya, dado que esa -u al final de la palabra se acabó abriendo y pronunciándose -o, y sólo se conservaron muy pocas palabras donde no se hubiera cumplido este fenómeno fonético, casi todas ellas por influjo culto de la lengua escrita como espíritu, tribu o ímpetu. El resto, ya fueran de la segunda o de la cuarta declinación, pasaron todas a -o. Promover ahora que, so pretexto de recuperar el cántabru, nos propongamos los que vivimos en esta tierra decir el “campu” y el “pueblu” además de ser una imposición académica -es decir de unos presuntos eruditos que saben cómo era esa lengua y que quieren enseñárnosla a los demás, para que no se pierda lo que se perdió-, es una ridiculez poco menos que folclórica en el peor sentido de la palabra.


    El cántabru que los que sueñan con la creación de una Real Academia de la Lengua Cántabra pretenden resucitar, que no conservar porque no existe,  no es una lengua diversa del castellano actual, sino un estadio primitivo que ya nadie habla y que según algunos estudios nació en estas tierras del norte de la península como lengua derivada del latín.
 
     El masculino plural acabaría en -os en el cántabru occidental, que conservaría la desinencia del acusativo plural latino de la segunda declinación populu(m)/populos por lo que el plural de pueblu sería pueblos, y en -us en el oriental, donde "sentidos", por ejemplo, se diría "sentíus", por ejemplo en Ampuero (nunca lo oí por allí) y "sentíos" en el oeste, por ejemplo en Unquera, (donde sólo se lo he oído a un gaditano, que decía que algunos habían "perdío" todos los "sentíos", supongo que por aquello de que el común es el menos común de los sentidos).

    Algunas características sintácticas como el uso del condicional simple o pospretérito en la prótasis del período hipotético (cosas como Si tendría dinero, me compraría un coche), que llevo oyendo toda mi vida en Cantabria,  ni siquiera son peculiares nuestras, sino que las compartimos con los hablantes españoles del País Vasco, Navarra, Burgos, la Rioja e incluso algunas zonas de América. Supongo que los amigos de Alcuentru en su reconstrucción fantástica del cántabru dirían así: Si tendría dineru, me compraría un cochi, o quizá a la asturiana y a la antigua con el pronombre personal pospuesto, enclítico en lugar de proclítico: Si tendría dineru, compraríame un cochi).
 

    No es de extrañar que algunos miembros de Alcuentru, como Paulu Lobete, que aparece en el vídeo de los cursos de cántabru, hayan fundado Cantabristas, que se autodefinen como una fuerza política, aún sin representación parlamentaria, "cántabra, soberanista, feminista, ecologista y popular, que apuesta por una Cantabria más justa, libre e igualitaria”. En su Programa Electoral Autonómico, dentro de las quinientas medidas que proponen,  destaca, en el apartado de “Defender lo nuestro” lo relativo al patrimonio linguïstico.  Allí se dice que Cantabria posee una modalidad lingüística propia evolucionada desde el latín y emparentada con el tronco astur-leonés, denominada tradicionalmente montañés y de manera más moderna cántabru, que varias asociaciones culturales están intentando revitalizar advirtiendo del peligro de desaparición en que se encuentra. La medida número 439 propone la elaboración de una ley de protección del cántabru -como si fuera una especie en vías de extinción- y la 440  la inclusión en la reforma del Estatuto de Autonomía de Cantabria de una mención al cántabru en la que se especifique que gozará de protección institucional. 

    La ilusión de tener una lengua propia garantiza una sólida identidad autonómica, regional y nacional. Por algo el todavía presidente del Partido Regionalista Cántabro, que regentó hasta hace poco la taifa autonómica, declaró en su día como lamentándose por ello: Si yo tuviese una lengua en Cantabria, la defendería con uñas y dientes, una lengua que algunos cántabros como Diegu San Gabriel, que se autodefine en X como “hestoriaor con concencia culugista (sic), de géneru, pueblu y clas” afirma que tenemos pero que se nos está yendo “cumu agua en cestu”.   

martes, 13 de agosto de 2024

Pareceres LV

266.- Lumpemproletariado. Los proletarios eran en la antigua Roma aquellos ciudadanos que no tenían ninguna riqueza más que su prole, es decir, sus hijos. Prolíficos proletarios, creadores de la única riqueza de su prole.  El reverendo Carlos Marx trajo a cuento lo que llamó el Lumpenproletariat, es decir el proletariado harapiento, eso es lo que quiere decir la palabra alemana “Lumpen” no poco despectiva, porque los andrajosos no tienen finos y caros paños cortados por sastres burgueses a la medida con los que revestir la desnudez primigenia de sus carnes obreras ni tampoco, lo que más les reprochaba Marx, conciencia de clase.  A Marx no le gustaba nada ese proletariado mal vestido y precario, incapaz siquiera de hacer algo tan inútil como una revolución seria, como el materialismo histórico manda, como la rusa, la china o la cubana, para que todo cambie a fin de seguir exactamente igual que antes del cambio. Carlos Marx, ese marxista que no era tan marxista como han sido después de él algunos de sus muchos seguidores y secuaces, sólo tenía buenos ojos para el proletariado concienciado y no para los parásitos de los lumpen. Sólo veía bien al proletariado "comm´il faut", que guiado por el Partido Comunista haría girar la rueda de la historia universal para que el mundo siguiera rulando, para que todo cambiara a fin de poder seguir igual. 
 
267.- Dinero físico y dinero digital. Al Fondo Monetario Internacional (en la lengua del Imperio al revés International Monetary Fund) le interesa por alguna razón acelerar la desaparición del dinero físico y la creación de una moneda digital emitida por un Banco Central por sus numerosas ventajas: mayor control de los gobiernos sobre en qué gasta su dinero la gente común y corriente, mayor 'resiliencia' de las economías desarrolladas, banca transfronteriza más conveniente. Esto está lejos todavía de ser un hecho consumado, aunque la mayoría de los países están contemplando esa posibilidad. Hay quien esgrime el argumento de que si se elimina el dinero físico estaremos en manos de bancos y del gobierno, como si no lo estuviéramos ya, que podrán quitarnos nuestro dinero y bloquear nuestras cuentas cuando quieran, aparte de cobrarnos las comisiones que quieran por cada operación, cosas que ya hacen de hecho, por lo que defender el dinero físico frente a su conversión en número no es una cuestión de libertad. Podrán conocer y vigilar todas nuestras operaciones y elecciones, así como expropiarnos a gusto a través de impuestos, cosas que ya hacen. Los defensores del dinero físico dicen que con la digitalización el dinero dejará de ser lo que nunca ha sido: un medio de libertad.  No ven que oponerse a la digitalización del dinero es absurdo porque el dinero físico ya es numérico o digital de por sí desde el momento en que no necesita un soporte físico para su existencia. La oposición al dinero digital pasa por la oposición primaria al dinero físico y al dinero en general, cochino y podrido dinero en cualquiera de sus formas, tanto materiales como inmateriales y más sofisticadas.
 
268.- Poesía hodierna. Escribía el inmenso poeta italiano Giacomo Leopardi (1798-1837), que perdonaba al poeta moderno que escribe a la antigua usanza, adoptando el lenguaje y el estilo de los antiguos, imprimiendo a su poesía un carácter de otro siglo. Perdonaba que el poeta y la poesía modernos no se muestren contemporáneos con su siglo, porque ser contemporáneo en este siglo -él se refería al XIX, que era el suyo, pero nosotros podemos hacerlo extensivo al XXI, que es el nuestro, por aquello de Machado de que “hoy es siempre todavía”-, ser contemporáneo en nuestro siglo es, o supone esencialmente, no ser poeta, no ser poesía. Una reflexión que podríamos hacer extensiva también al arte en general y a todas las artes particulares como la música o la pintura contemporáneas. 
 
Leopardi en su lecho de muerte.
 
269.- Llega la cuarta ola de calor. ¿Por qué hay tantas olas de calor en las Españas este verano? Es muy sencilla la respuesta. No se trata, como podría parecer a primera vista, de que haya aumentado su número porque esté recalentándose el planeta por efecto del calentamiento global producido por el cambio climático de origen antropogénico y demás chácharas, sino de algo mucho más sencillo todavía. Han cambiado nuestros parámetros para definir lo que es una ola de calor. La definición tradicional que hace suya la Organización Meteorológica Mundial (WMO) era “cuando durante más de cinco días consecutivos la temperatura máxima diaria excede en 5ºC de la temperatura máxima media”. La Agencia Estatal de Meteorología española, por su parte, ha redefinido la ola de calor como “un episodio de al menos tres días consecutivos en el que al menos el 10% de las estaciones meteorológicas registran valores por encima de la temperatura umbral”. Observamos que el criterio de duración se ha reducido de cinco a tres días, por lo que ahora hay más olas de calor que antes. ¿Qué decir del éxito de esta metáfora que tanto se aplicaba durante la pandemia a las olas de virus coronado como se ha aplicado también al feminismo, de cuya tercera oleada parece ser artífice Judith Butler, como a esta cuarta ola de calor terrorífica que hará, según la prensa más encanallada y alarmante, que la subida de la temperatura desborde los límites humanos y haga inhabitables amplias regiones del planeta achicharrándonos vivos?
 
 
270.- Día de las instituciones. Cantabria celebra el Día de las Instituciones Cántabras con llamadas a la unidad y la igualdad. La presidenta de la taifa (=Comunidad Autónoma con parlamento propio aunque todavía carece, por ahora, de Academia de la Lengua Cántabra, porque quién habla cántabru hoy en Cantabria a parte de los cantabristas que quieren resucitarlo y reinventarlo), de cuyo nombre propio no quiero acordarme, hizo un llamamiento al "patriotismo regional", interesante concepto que viene a resucitar aquel otro de la "patria chica", que no por pequeña deja de ser patria, y la unidad durante el acto del Día de las Instituciones celebrado el 28 de julio en Puente San Miguel, festividad que celebran las instituciones, es decir los organismos y establecimientos oficiales y las personas que los regentan ocupando cargos públicos, santificada en el calendario desde su declaración de forma unánime por parte de la Asamblea Regional de Cantabria —actual Parlamento de Cantabria— en octubre de 1993. Aparte de eso, el domingo 11 de agosto, cuando Cantabria registraba la temperatura más alta de España superando los 43 grados, se celebró en Cabezón de la Sal el quincuagésimo octavo Día de Cantabria, un festejo folclórico "típicamente cántabro" que tuvo lugar por primera vez en 1967 y que nació como un homenaje a las tradiciones populares y a la entidad histórica de la región, que comenzó llamándose "Día de la Montaña", ya que así se conocía popularmente a la que por entonces era la provincia de Santander, que formaba parte de Castilla la Vieja, como nos enseñaron en la escuela (Santander, Burgos, Logroño, Soria, Segovia y Ávila, todavía recuerda uno la retahíla), por lo que se decía que Santander era "el puerto de Castilla", es decir, su salida al mar... La presidenta de la hoy Comunidad Autónoma de Cantabria ha declarado: "Estamos orgullosos de ser cántabros". Estamos orgullosos de nuestra identidad autonómica, como si hubiéramos hecho algo para merecer esa identidad y ese orgullo.

sábado, 10 de agosto de 2024

Maldito vacacionismo (I)

    En este país en el mes de agosto no está en su sitio ni Dios: todo el mundo se va de vacaciones, hasta el gobierno -lo que no significa que estemos desgobernados, ¡qué más quisiéramos!, sino que el ejecutivo no es imprescindible a la hora de mantenernos estabulados. Todo el mundo se va de veraneo al mar, a la montaña, al pueblo, a donde sea, huyendo de sus obligaciones, sin darse cuenta de que huir es también una obligación. 
 
   No es una huida irresponsable, sino todo lo contrario, es un derecho profesional: es una fuga programada y favorecida desde arriba por el Estado y el Mercado -tanto monta- para someternos, como siempre, a los que andamos por aquí abajo y a veces nos dejamos engañar con el espejismo vacacional, ese perverso invento del gobierno, al igual que el trampantojo del fin de semana, mero pretexto para que la semana, que no se acaba nunca de verdad vuelva a empezar una y otra vez.   Su rueda de hámster, en efecto, gira sin fin desde la creación del mundo, e incluso antes, ya que la semana ya existía antes de que Dios, nuestro Señor, creara el mundo en siete días. Por eso la expresión 'fin de semana', finde o week-end es un engaño que pretende ocultar el uróboro o serpiente-que-se-muerde-la-cola, es decir el hecho de que la semana, propiamente hablando, nunca finaliza.
 
    
    La ministra de Sanidad, cuyo nombre propio no merece la pena mencionarse, del sedicente gobierno progresista con el que las Españas avanzan no se sabe ni por qué camino ni a dónde, declara que todos los profesionales -sanitarios- tienen derecho a veranear, se supone que todos juntos y a la vez, lo que parece que justifica el cierre de hospitales -camas, dice la ministra, que ya no vuelven a abrirse hasta que empiece el curso en septiembre. Como se hace todos los veranos y como lo hacen todos los reinos de taifas, pues se sigue haciendo, así que vale más no enfermar en verano ni necesitar atención médica y cuidados sanitarios: "Todos los veranos se cierran camas. Esto no es ninguna novedad. Todas las comunidades cierran camas, cierran quirófanos y cierran lugares (?),  porque los profesionales tienen derecho a disfrutar de sus vacaciones". 
 
    “Spain is different” se convirtió en 1950 en el eslogan más cacareado que señalaba el despegue de la España franquista como gran destino turístico para los guiris. Se vendía nuestro país al turista “un millón”, que venía a dejarnos la limosna de sus divisas, blanqueando así de paso la oprobiosa dictadura. 
 
 
     Pronto empezaron a llegar las plagas de vacacionistas, y a invadirnos y colonizarnos. De aquel España es diferente hemos pasado al España es diversa, con sus diecisiete reinos democráticos de taifas o autonomías “asimétricas”,  en algunas de las cuales, como la nuestra, hemos patentado el lema publicitario Cantabria infinita.
 
    Con el tiempo se ha visto que el exceso de visitantes puede deteriorar gravemente el patrimonio cultural. En 2002, por ejemplo, se prohibió el acceso a la cueva de Altamira, a consecuencia de los daños que el flujo de gente ocasionaba en su interior. Permanecieron cerradas al público doce años, reabriéndose en 2014 con controles muy estrictos sobre el número de personas que podían adentrarse en la gruta: creo que cinco por semana. Entrar en la cueva original supone inscribirse en una lista de espera que a fecha de hoy parece que está cerrada definitivamente. 
 
    Paralelamente al cierre de la cueva, se realizó una fiel reproducción de las pinturas, inaugurándose la conocida como NeoCueva de Altamira, lo que permitió disfrutar a todo el mundo del simulacro de la maravilla pictórica de su Gran Sala, sin riesgo alguno para los trazos milenarios. Hoy en día, ya hay incluso quien, siguiendo el ejemplo de Altamira, propone construir réplicas de centros históricos hiperturistificados, con el fin de descongestionarlos y preservarlos para las futuras generaciones. 
 
 
    De todas formas, el patrimonio más amenazado por el turismo no son los monumentos históricos, sino la posibilidad misma de unas ciudades, unos pueblos y una naturaleza habitables y no masificadas. A pesar de las evidencias del impacto negativo que el turismo masivo tiene sobre la economía, el patrimonio y el bienestar, cuestionarlo sigue siendo tabú en nuestro país y en nuestra infinita comunidad autónoma, Cantabria, abierta por vacaciones, que “vive, si a esto puede llamarse 'vida', del turismo”. 

lunes, 22 de julio de 2024

La virulencia del ferrocarril (Contra el Tren de Alta Velocidad)

    Una copla popular montañesa, repleta de ironía, lamentaba la lenta velocidad que alcanzaba el ferrocarril, que tanto tardaba en llegar de una a otra estación o apeadero en el siglo pasado. Decía así: «Es tanta la virulencia / que lleva el ferrocarril / que se planta en hora y media / de Molledo a Portolín». Portolín, para entendimiento de la copla, es un barrio de Molledo, municipio cántabro sito en la cueca alta del Besaya, en el valle de Iguña. De hecho la estación del tren se llama Molledo-Portolín, de ahí que los iguñeses ironicen con la tardanza en llegar del tren, que ya no es tren, sino otra cosa que, como la tierra prometida, nunca acaba de llegar. 
 
 
 
    Para que esto no suceda, el Ministro de Transporte y de Movilidad Sostenible del Gobierno de las Españas promete, ojalá que la promesa se quede en agua de borrajas, que el AVE, que debería haber llegado a Reinosa en el año de gracia de 2015, llegará por fin hasta Cantabria, no solo hasta Alar del Rey en Palencia, si los hados no lo impiden, en 2033. Y los cántabros decimos que maldita la falta que nos hacía alcanzar esas velocidades diseñadas en teoría para llegar a los 350 km/h, muy lejos de las reales, que apenas llegan a doscientos.
 
    Ya nos decantamos aquí contra el Tren de Alta Velocidad en la entrada ¿Por qué corres Ulises?. Lo hacíamos en nombre de la lentitud y de evitar las innecesarias prisas, abogando por la demora, y volvemos a hacerlo ahora en defensa del territorio y de la gente que vive en él, porque oponerse al TAV y demás trenes de altas prestaciones significa mejorar el ferrocarril actual, que daría un mayor beneficio social y supondría un menor coste económico, social y ambiental. 
 

    Oponerse al TAV, que era la adaptación francesa del TGV (Train à Grande Vitesse)  era fácil. Resulta algo más difícil oponerse al AVE, que es como se llama ahora el mismo engendro, porque el acrónimo AVE (Alta Velocidad Española), que sustituyó en 1990 a TAV (Tren de Alta Velocidad), que es como se llamaba hasta entonces, disimula muy bien lo que es y hace que nos olvidemos enseguida de la agresividad y lo mucho que implica la consecución de su significado ("alta velocidad"), y parece que uno se opone, por el significado del nombre común que oculta al acrónimo, al reino animal volador. El éxito del nuevo acrónimo se debe a la mayor facilidad de su pronunciación (una palabra bisílaba y llana, al fin y al cabo, compuesta por dos sílabas abiertas) en lugar de un monosílabo agudo que es además una sílaba trabada y difícil de pronunciar y reconocer para nuestro oído castellano, que, además, suena como una onomatopeya del tipo: plaf. Pero otra ventaja es la sugerencia del nombre común, que sugiere que este falso tren no corre como los de antes, sino que vuela, y deja volar la imaginación añadiendo a la connotación de velocidad que late bajo el acrónimo el sentido ecológico de las aves que conjugan ligereza y rapidez. El logotipo pretende, además, convirtiendo la letra uve en un par de alas de un ave, integrarse en el medio natural y rural, al que desprecia, porque pasa de largo arrasándolo, a gran velocidad.

    La Alta Velocidad no es una solución sino el auténtico problema para nuestros pueblos y pequeñas poblaciones de eso que llaman la España vacía o vaciada, ya que tiene gravísimos inconvenientes, además del impacto ambiental, tales como dejarlos fuera del mapa del transporte público y de la circulación.  La amenaza del AVE, con la pretensión de unir grandes ciudades como la capital del Reino de las España y la de Cantabria, aísla en realidad los pocos núcleos rurales que quedan en Castilla y La Montaña y hace que agonicen los trenes, mucho más útiles para la gente, de cercanías. 

 
    La filosofía del AVE, en efecto, es unir grandes ciudades dejando al margen el resto del territorio cuando, la inmensa mayoría de los usuarios que utilizan el transporte ferroviario se mueve en cercanías sobre todo. El proyecto de unir la capital de España con Santander llega en un momento propicio para avalar, además, el modelo turístico masivo y rápido que se impone y cobra cada vez más auge cuando los madrileños, que no pueden dormir en las calurosas noches estivales, buscan la frescura boreal. 
 
 

 
    Mejor que construir líneas de alta velocidad, sería, a todas luces, modernizar las infraestructuras ferroviarias que hay, adecuar y mejorar el trazado del ferrocarril existente, eliminar los puntos conflictivos como los pasos a nivel sin barreras, mantener las actuales estaciones y apeaderos, reabriendo los que se han cerrado, ampliar los servicios ferroviarios para mejorar la conexión de pueblos, ciudades y polígonos industriales y poder aumentar el transporte de mercancías por ferrocarril en vez de por carretera con vehículos más contaminantes.  España tiene el triste récord de ser el segundo país del mundo con más quilómetros de líneas de alta velocidad, solo superada por China, lo que da una idea de la desproporción de este empeño quijotesco. 
 
 
 
     Todos los trayectos en FEVE de cercanías suponen ahora más tiempo en los recorridos que hace años, sin olvidarnos de los problemas constantes en los trayectos de Santander a Oviedo o, peor aún, a Bilbao, y el ya casi imposible de Mataporquera a Bilbao o a León, en la línea conocida como La Robla. 
 
     Entendemos que oponerse al tren de alta velocidad en Cantabria y en cualquier sitio, pasa por una preocupación real por la naturaleza, la libertad de movimiento, la satisfacción de nuestras necesidades básicas y la libre decisión de permanecer en los pueblos y alimentar la vida fuera de los grandes núcleos urbanos. Oponerse al AVE supone optar por un tren público y social, enfrentándose al modelo energético y social que lo necesita y lo sostiene. 
 
    ¿Qué cantarán los iguñeses si algún día llegan a ver pasar el AVE, el Tren de Altas Prestaciones y Velocidades, como un suspiro, o mejor, como un tiro de bala -por algo se llamó a estos trenes en su origen trenes bala- sin parar en Molledo-Portolín?

viernes, 29 de julio de 2022

Bulimia en Zampalatraga

    Se ha celebrado en la pequeña localidad cántabra de Ambrosero (que a partir de ahora podría llamarse Zampalatraga) y en el marco de las fiestas locales de Santa Ana el pasado 26 de julio un insólito concurso: el I Campeonato Mundial (sic, pero quizá hubiera estado más in haber dicho 'global') de Comedores (mejor Devoradores, o Tragones) de Sobaos, que figurará ya, supongo yo, en el libro Guinness de los récords.

    El evento ha sido presidido, cómo no, no podía ser menos, por su majestad el mediático gerifalte de la taifa cántabra, entregado devotamente a la promoción de los productos de la tierruca, made in Cantabria (anchoas con las que obsequia a todos sus visitantes, quesadas artesanas y sobaos pasiegos básicamente), al que se le caía la baba contemplando la proeza gastronómica que exhibían los concursantes del evento.

    En este ridículo a más de patético campeonato inspirado en los concursos televisivos norteamericanos y japoneses se trataba de premiar al tragaldabas, o mejor dicho, zampabollos, que engullera más sobaos lo más rápido posible. Premiaba así la Junta Vecinal de dicha localidad, junto con una empresa fabricante de los bizcochos elaborados con harina azucarada amasada con huevos y mantequilla a la que se añade ralladura de limón y se cuece al horno, al concursante que mostrase mayores y más raudas tragaderas a la hora de engullir el producto.

  Los 30 zampasobaos participantes, 25 varones y 5 mujeres, podían engullir los típicos dulces pasiegos con la ingesta de agua a discreción para permitir la más fácil asimilación del bolo alimenticio, evitando el reflujo de desagradables eructos, atragantamientos y vómitos muy frecuentes en estas exhibiciones de bulímicas proezas. 

I campeonatu mundial de comedoris de sobaos de Ambroseru

    Sólo faltó en este concurso el traje regional y la ejecución de la ancestral baila de Ibio al son del tambor y la caracola, danza políticamente correcta si incluye a las mujeres, para exaltar el color y el sabor folclórico local, culminando con el tradicional ¡Viva la Montaña! o, el más actual y autonómico, ¡Viva Cantabria!

     Es una lástima que el ganador absoluto de esta primera edición y, por tanto, el primer campeón del mundo de esta nueva especialidad regional, que embuchó la decena de sobaos en tan solo 6 minutos, recibiendo un premio en metálico de 300 euros, haya sido un madrileño y no un cántabro. Quizá ha faltado la placa conmemorativa escrita en cántabru: Campeón nel primer cuncursu de tragonis y comilonis de sobaos pasiegos del mundu. Ha habido también un premio de 100 euros, no faltaba más, para la primera de las participantes femeninas.

martes, 30 de junio de 2020

Guerras cántabras

Sacaba Correos a comienzos del año en curso un sello conmemorativo de las guerras cántabras. Y un periódico digital, en su edición local y de campanario, se hacía eco de la noticia con este titular en cántabru, ese engendro regresivo que el señor Raúl Molleda, que escribe en dicho periódico, se sacó un buen día de la chistera: El sellu de Correos deicáu a las ‘Guerras Cántabras’ se apresenta esti juevis en Los Corrales. Se acompañaba, por si hiciera falta, la traducción al castellano para los legos: El sello de Correos dedicado a las ‘Guerras Cántabras’ se presenta este jueves en Los Corrales. 

La tirada era de 180.000 ejemplares.  Buena noticia para los aficionados a la filatelia, si todavía queda algún amante de los sellos, y si quedan coleccionistas de estos raros objetos que son los timbres estampados que se pegaban en los sobrescritos de las cartas. Y si queda gente que escriba cartas y las lea.


El sello presenta en primer plano una imagen del Monumento al Cántabro de Ramón Ruiz Lloreda de Santander, y, junto a él, dos de las famosas estelas cántabras, una de ellas, la de Zurita.

La página de Correos, además, publica al respecto una reseña sobre el sello y sobre los cántabros: Eran magníficos jinetes y al combatir, entonaban cantos de guerra siendo considerados hombres especialmente valientes y brutales, así como letales... Su valentía y dotes para la guerra impresionaron a los romanos y a otras culturas, existiendo vestigios de guerreros romanos (es errata, debería decir mercenarios cántabros) en lugares tan lejanos como Palestina, Britania o el Danubio. 

Hay una inexactitud histórica imperdonable, que aumenta la falsa leyenda de que los cántabros fueron invencibles, engordando el globo del mito que revienta fácilmente, cuando fueron vencidos y sojuzgados por la Loba romana: Los romanos tardaron diez años en hacerse con el control de las tierras cántabras, e incluso, no se puede decir que lo lograran por completo (sic, por la negrita que resalto yo). 

Correos quiere sin duda, como reconoce, "rememorar este hecho histórico que manifiesta el carácter de estas tierras cántabras", un carácter de resistencia heroica, si se quiere, a la dominación romana, pero una resistencia sometida al fin y a la postre no sin mucho esfuerzo por el Imperio, cosa que a menudo olvidan los que celebran estas efemérides.

Algún ingenuo se preguntará si acaso nos hemos vuelto todos los antaño llamados montañeses y hoy cántabros nacionalistas. No, claro que no. No nos hemos vuelto nacionalistas porque siempre lo hemos sido en una muy amplia y aplastante  mayoría: el que no es nacionalista periférico suele definirse como central: el que no es nacionalista catalán, vasco, gallego o cántabro, para el caso, es nacionalista español. Y viceversa. Muy pocos a la sazón nos declaramos antinacionalistas. No nos libramos fácilmente de la lacra pestilente de las banderas y naciones.