Cuando
muchos destinos turísticos se preguntan cómo frenar un alud de
visitantes que son incapaces de digerir, aquí seguimos haciendo
reverencias a los turistas, ahora veraneantes, tanto nacionales como extranjeros que llegan
por tierra, mar y aire y que vienen, en realidad, a colonizarnos. Hasta
ahora se ha vendido como la salvación de nuestra precaria economía, pero
lo que persiguen las autoridades que lo fomentan no es más que su lucro
personal: pan para hoy, como dice la gente, y hambre para mañana. Contra la idea de que el
turismo crea riqueza, hay que decir que no es verdad, la riqueza no se
crea de la nada, se concentra en otras y cada vez más pocas manos.
Pero
la aversión que siente la gente normal y corriente contra la
turistificación del territorio no se limita a eso, sino que se extiende a
la mayoría de los ámbitos de nuestra vida y a todo un sistema que nos
explota y aliena convirtiéndonos en consumidores.
El turismo convierte en mercancía todo lo que toca, incluso las cosas
que todavía no lo eran, como los paisajes, los olores, los sabores, el
ambiente, la naturaleza, las relaciones sociales... hasta endosarles una
etiqueta y ponerles un precio a todas esas cosas. La expansión del
turismo está íntimamente relacionada con el colonialismo, y en
definitiva con el consumismo y el capitalismo, que capitaliza todas las
cosas y personas, convertidas en recursos (human resources).
Veranear en casa, Gabriel Pérez-Juana (2024)
Pero
no hay que perder de vista que no todo el mundo viaja por ocio y
vacaciones, sino que también hay mucha gente que, emigrando de sus
países, acaba inmigrando a otros para trabajar en sectores generalmente
mal pagados que, qué casualidad, suelen estar ligados al turismo.
No hay adjetivos que valgan para salvar el turismo: no hay turismo de
calidad -en realidad 'de alto poder adquisitivo'-, ni turismo
sostenible. Porque lo que no se sostiene es el propio turismo masificado
como está, ese moverse masivamente para cambiar de lugar, como si así
cambiásemos nosotros también. Por eso es preciso dejar de ser turistas,
y, lo que es lo mismo, dejar de ser mercancías y rebelarse contra la
explotación del trabajo y el consumo, y reivindicar, como proponíamos en
otra ocasión, contra la diversión que nos venden, el bendito
aburrimiento.
Decía el anuncio publicitario de una agencia de viajes o mejor dicho, de destinos turísticos, dado que ya no hay viajes: “Quedarse en casa no es divertido. Escápate”.
Y yo me pregunto: ¿Quién nos manda divertirnos? ¿Por qué tenemos que escapar? ¿Vamos a escapar, trasladándonos, de nosotros mismos? ¿Qué hay de malo no ya en aburrirse sino en negarse a divertirse como un idiota?
¿Acaso el que vaya a escaparse va a evadirse de sí mismo y de sus
problemas? ¿No se escapará sólo de su casa? Está claro que la aludida
agencia mercantil quiere que nos escapemos so pretexto de divertirnos
porque, si nos quedamos en casa, ella no hace negocio a costa de nuestro
aburrimiento, bendito sea. José Bergamín nos ha regalado este precioso
aforismo: "El aburrimiento de la ostra produce perlas".