miércoles, 4 de septiembre de 2024

Píldoras contraconceptivas (I)

Propaganda atea: "Tú SABES que es un Mito" -o quizá deberíamos traducir "un cuento", rezaba una tarjeta navideña con portal de Belén y reyes magos incluidos del grupo de «Ateos Americanos», que concluía: "Esta temporada, ¡¡celebra la RAZÓN!!" (y no la religión, se sobreentiende). Acusados de irrespetuosos, se defendían argumentando que no atacaban a los creyentes, sino sus creencias, pero estos interpretaban sus críticas como ataques personales que atentaban contra lo que ellos llamaban su libertad religiosa.  «Los adultos con amigos imaginarios son estúpidos», rezaba otro eslogan que se acompañaba con una señal de prohibición de la cruz, la estrella de David y la media luna: los tres símbolos de los monoteísmos modernos basados en la existencia de un Libro Sagrado, que de sagrado sólo tiene la pretensión de serlo. Los American Atheists niegan con esta campaña una fe ya anticuada, no enfrentándose a la más moderna epifanía de Dios y a la nueva religión del Dinero, cada vez más inmaterial, con sus templos que son los bancos, cajeros automáticos y tarjetas de crédito y débito. Esa es la nueva religión que no tiene ateos todavía. 
 

Enseñar y aprender: Una profesora agotada, a punto de jubilarse   después de treinta años consecutivos de docencia, reconoce: «Estoy cansada de sentir que el objetivo que tienen mis alumnos no es aprender sino aprobar con el esfuerzo mínimo posible». He aquí lo que le dirían los alumnos: Nosotros no tenemos la culpa. El sistema educativo no está para que aprendamos, sino para enseñarnos, que no es lo mismo. Y la enseñanza subliminal consiste en que hay que conseguir el éxito educativo, y eso significa que hay que aprobar a toda costa como sea. Aprender, si se aprende algo, que eso está por ver, es lo de menos. 


Levitar y gravitar: Dice un poeta que no conoce una sola pareja que sea feliz. Literalmente: “Se casan y dejan de levitar”. Pero no hace falta que se casen para dejar de flotar: las parejas de hecho, que no están bendecidas ni por la iglesia ni por el estado, y ni falta que les hace, tampoco flotan. La pareja que desde el noviazgo se reconoce como tal, sea de hecho o de derecho, cae en seguida como la manzana de Newton por su propio peso, siguiendo la ley de la gravitación universal, y deja de levitar. ¿Sólo las parejas heterosexuales? No, también vale lo mismo para las homosexuales. Después de todo ¿qué más da el sexo? Parejas son al fin y al cabo las unas y las otras. Los cónyuges que soportan el mismo yugo que los aparea, sean del mismo o de distinto sexo, empiezan a preocuparse por la hipoteca, y dejan de hacerse el amor.  El origen de la maldición es el enamoramiento: la psicosis colectiva de un engaño. Cuando alguien se enamora deja de querer a los demás y se convierte en un Narciso enamorado de su media naranja, es decir, de sí mismo.  En conclusión, el encuentro entre un ser humano y otro es imposible, sólo hay desencuentro en el mejor de los casos o encontronazo: dos desconocidos se conocen, hacen el amor, con el tiempo dejan de hacerlo y de reconocerse. Siguen siendo dos desconocidos. Su unión, entre tanto, ha servido para que el globo terráqueo siga dando vueltas en torno a su eje verdadero que es el dinero, único dios verdadero que crea y destruye el mundo en cada momento, porque en cada acto litúrgico de compraventa estamos asistiendo a la génesis y al fin, a la vez, del universo mundo. La economía de mercado, que es la única religión viva y verdadera del siglo XXI, nos exige fe en el individuo que encuentra su perfección cabal en la pareja, sostén de todo el sistema capitalista: fe en Adán y Eva, nuestros primeros y últimos padres que dejan de levitar, comienzan  a gravitar, y se ven expulsados así  del paraíso.

1 comentario:

  1. El círculo optimizado: fábrica-supermercado-casino-basura, con el Dinero moviendo y agitando todo lo que existe y los medios (divinos) publicitan, es la gran rueda dentada que vacía el espacio y el tiempo acumulando basura y detritus, dejando sin sentido la existencia de cualquier individuo reducido a, e identificado con, esa condición social de mera mercancia, publicitable y publicitada, consumible y consumida, desechable y desechada, en la que la más progresada epifanía de Dios se manifiesta y realiza. Esa divina providencia encarnada en la ciencia y la tecnología.

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