La
educación es un
proceso que se padece desde la cuna hasta la sepultura y que persigue la
formación de un individuo personal capaz de vivir en armonía con el
entorno natural y social, lo
que conlleva su adaptación al medio y consiguiente aceptación, pero,
como advertía Jiddu Krishnamurti a este respecto lúcidamente: No es saludable estar
adaptado a una sociedad profundamente enferma.
La enseñanza en nuestro país comenzó siendo obligatoria hasta los diez
años, luego hasta los catorce, ahora lo es hasta los dieciséis. Algunos
illuminati quieren imponerla hasta la mayoría de edad de los
dieciocho; obligatoria, por imperativo
legal, desde los seis años, pero en la práctica ya hay parvulario –lo
llaman "educación
infantil" o "preescolar"- desde los tres años; y quieren lograr la
escolarización por abajo
desde los “cero” años, con lo cual se convierten la escuela y su hermano
mayor, el instituto, si no lo son ya, que ya lo son, en Kindergärten o
guarderías tuteladas
de menores donde los padres, trabajadores ambos en el mejor de los casos
con un
salario mileurista y precario de miseria, es decir, esclavos
mercenarios, acuartelan, estabulan o depositan a sus hijos bajo
custodia del Estado o de instituciones penitenciarias afines privadas o
concertadas y sostenidas con fondos públicos, porque no pueden ocuparse
de ellos, para que les proporcione
la educación que la familia no puede darles.
¿Y qué hemos sacado en limpio? Aumento cuantitativo de
los estudiantes, descenso cualitativo de las enseñanzas, grandes rebajas de los
programas y las exigencias mínimas, con lo que la incultura y la práctica
analfabetización tanto en ciencias como en letras de las nuevas generaciones
españolas es, salvo rarísimas excepciones y pese al propio sistema que las genera, mayúscula. Querían
conseguir, y lo están consiguiendo, unos ciudadanos acríticos, sumisos,
visceralmente incultos, fieles contribuyentes a Hacienda, que dicen que somos todos, unos
demócratas que pueden votar a los unos o a los otros, a diestro y siniestro, da
igual, o sea, unos idiotas de tomo y lomo en el sentido etimológico de la palabra,
que creen que saben lo que quieren y lo que hacen cuando lo único que hacen es lo
que está mandado.
Hagamos
un poco de historia: El modelo de
escolarización pública, gratuita y obligatoria surge en Europa,
concretamente en Prusia -el antecedente remoto del sistema prusiano es
el espartano en la Grecia clásica-, a finales del siglo XVIII y
comienzos del XIX, y hoy
se ha impuesto prácticamente a todo (y en todo) el mundo. Se encierra a
tiempo
parcial a los menores de edad en aulas que imitan a cuarteles,
fábricas y cárceles. La libertad condicional de fines de semana y
períodos vacacionales sirve para hacer más llevadera la reclusión
consiguiente, igual que las excursiones extraescolares.
Se separa a los niños por generaciones en grados escolares o
cursos, que son carreras competitivas; y, si en un principio había
división por sexos, ha acabado por imponerse la coeducación o
educación mixta, salvo en algunos colegios del Opus Dei. Se han
inventado una categoría, que es la “minoría
de edad” legal, para justificar la necesidad del enclaustramiento
escolar
en las guarderías y en las aulas. Esta escolarización obligatoria
no es cuestionada por casi nadie, y algunos consideran incluso, en el
colmo del sarcasmo, que es un progreso y logro social de
la humanidad. Habría que matizar en todo caso: es un avance en la
historia, sí, pero de la historia de la dominación del hombre por el
hombre, no de la libertad.
La educación, que no enseñanza, que
pretende impartirse hoy a la ciudadanía tiene la escrupulosa y en
principio muy loable pretensión de atender a la diversidad del
alumnado, pero se atiende a su diversidad para uniformarla bajo un
modelo común y nivelarla con el mismo rasero igualitario que si se
tratase de un nuevo servicio militar obligatorio impuesto a ambos
sexos.
Los objetivos -y repárese
se en el origen militar del término- son servir al sistema social,
económico y político en el que pretende integrarse a niños y niñas; contribuir a
su reproducción; acrecentar sus valores como el fomento del espíritu
emprendedor, frente a las humanidades -hay fundaciones privadas que
se dedican a impartir talleres de emprendeduría (sic, por el terminacho) en colegios e
institutos-; formar al alumnado en la ideología del individualismo,
el consumismo, el pensamiento positivo y acrítico, el militarismo, la sumisión a la
autoridad, al poder, a la jerarquía, la aceptación de la
estratificación social y, en suma y definitiva, de la realidad en general.
La
transmisión
tradicional de conocimientos se ha sustituido por un adoctrinamiento
político-económico (y por lo tanto religioso en el más amplio y laico
sentido de la palabra; la economía es el nuevo culto, y la ciencia
la nueva religión en la que el hombre moderno cree ciegamente a pie
juntillas)
tendente a hacer de los niños futuros ciudadanos democráticos y
sumisos, votantes y contribuyentes políticamente corregidos,
modernos esclavos, lo que justifica que ya no se hable de enseñanza,
que es algo neutro, sino de educación, expresión que está cargada
de ideología y adoctrinamiento. Se los educa para el mercado y la
política. Y además se hace con recochineo y majaderías del tipo de
dedicar, dentro del curso académico una semana, por ejemplo, consagrada a
los buenos modales de la buena educación, un día del curso escolar a
practicar la sonrisa, otro la cortesía y otro los saludos...
El modelo actual de
escuela “sostenida con fondos públicos”, que incluye bajo esta
denominación a la pública y la concertada, sin hacer ningún distingo
entre ambas, es el “emprendedor”, eufemismo de empresarial, y
economicista, un modelo de resultados y no de análisis de los
procesos, que no fomenta el pensamiento libre y crítico, sino la subordinación a las
necesidades del mercado y los criterios de la más estricta
rentabilidad y rendimiento.
El curriculum vitae
es un camino de obstáculos competitivos y selectivos que hay que
superar para, una vez que el educando pase por el aro como fierecilla
domada, convertirlo en una persona integrada y controlada por el
sistema. En la escuela se aprende a amoldarse a los patrones
establecidos, a adoptar un pensamiento convergente en lugar de
divergente, a decir lo que ya está dicho y a saber lo sabido y
consabido, para lo que se inventaron los exámenes y las continuas
evaluaciones, destruyendo la creatividad.
Abundan en la jerga
pedagógica expresiones como "éxito -otros prefieren logro, que es la palabra patrimonial del cultismo lucro; algo tendrá que ver el ánimo de lo uno y el afán de lo otro- o
fracaso educativo", pero tanto el éxito como el fracaso son
categorías económicas que tienen más que ver con el déficit y el
superávit de una empresa capitalista que con el proceso pedagógico de enseñanza
y aprendizaje.
Abundan también los
“planes de mejora”, inspirados por la idea cristiana pecaminosa de que se
hace siempre algo mal y que hay que mejorarlo en el futuro. Es como
el propósito católico de enmienda después de haber confesado el
pecado y de haber realizado el acto de contrición y la consiguiente
penitencia, una herencia de una educación de
colegio de curas o monjas y de pago.
Hay
también mucho
papanatismo que contrapone las “nuevas formas de enseñar” y el
uso de las “nuevas tecnologías” a la enseñanza tradicional. Las
novedades son veneradas por el mero hecho de serlo, sin pararnos a
pensar que hay cosas que se siguen haciendo igual de bien ahora que hace
cinco mil años, y no está mal que así sea porque no están mal
hechas, por lo que no necesitan ninguna mejora, pero, cargando como
cargan algunos con el complejo judeo-cristiano de culpabilidad, se
empeñan en el plan de mejoría permanente.
En
fin, parece que poco
se puede hacer. Pero frente a la educación y adoctrinamiento que se
imparte en las aulas en la obediencia debida que van a recibir niños y
niñas,
cabe siempre la posibilidad de educar en la desobediencia: enseñarles
por ejemplo algo tan sencillo y tan seno como es decir que NO a
cualquier obligación que se les imponga, venga de donde
venga, ahora que la censura ha cambiado y que, como cantaba Isabel
Escudero, ha sustituido "el no de lo prohibido por el sí de lo mandado".