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miércoles, 4 de septiembre de 2024

Píldoras contraconceptivas (I)

Propaganda atea: "Tú SABES que es un Mito" -o quizá deberíamos traducir "un cuento", rezaba una tarjeta navideña con portal de Belén y reyes magos incluidos del grupo de «Ateos Americanos», que concluía: "Esta temporada, ¡¡celebra la RAZÓN!!" (y no la religión, se sobreentiende). Acusados de irrespetuosos, se defendían argumentando que no atacaban a los creyentes, sino sus creencias, pero estos interpretaban sus críticas como ataques personales que atentaban contra lo que ellos llamaban su libertad religiosa.  «Los adultos con amigos imaginarios son estúpidos», rezaba otro eslogan que se acompañaba con una señal de prohibición de la cruz, la estrella de David y la media luna: los tres símbolos de los monoteísmos modernos basados en la existencia de un Libro Sagrado, que de sagrado sólo tiene la pretensión de serlo. Los American Atheists niegan con esta campaña una fe ya anticuada, no enfrentándose a la más moderna epifanía de Dios y a la nueva religión del Dinero, cada vez más inmaterial, con sus templos que son los bancos, cajeros automáticos y tarjetas de crédito y débito. Esa es la nueva religión que no tiene ateos todavía. 
 

Enseñar y aprender: Una profesora agotada, a punto de jubilarse   después de treinta años consecutivos de docencia, reconoce: «Estoy cansada de sentir que el objetivo que tienen mis alumnos no es aprender sino aprobar con el esfuerzo mínimo posible». He aquí lo que le dirían los alumnos: Nosotros no tenemos la culpa. El sistema educativo no está para que aprendamos, sino para enseñarnos, que no es lo mismo. Y la enseñanza subliminal consiste en que hay que conseguir el éxito educativo, y eso significa que hay que aprobar a toda costa como sea. Aprender, si se aprende algo, que eso está por ver, es lo de menos. 


Levitar y gravitar: Dice un poeta que no conoce una sola pareja que sea feliz. Literalmente: “Se casan y dejan de levitar”. Pero no hace falta que se casen para dejar de flotar: las parejas de hecho, que no están bendecidas ni por la iglesia ni por el estado, y ni falta que les hace, tampoco flotan. La pareja que desde el noviazgo se reconoce como tal, sea de hecho o de derecho, cae en seguida como la manzana de Newton por su propio peso, siguiendo la ley de la gravitación universal, y deja de levitar. ¿Sólo las parejas heterosexuales? No, también vale lo mismo para las homosexuales. Después de todo ¿qué más da el sexo? Parejas son al fin y al cabo las unas y las otras. Los cónyuges que soportan el mismo yugo que los aparea, sean del mismo o de distinto sexo, empiezan a preocuparse por la hipoteca, y dejan de hacerse el amor.  El origen de la maldición es el enamoramiento: la psicosis colectiva de un engaño. Cuando alguien se enamora deja de querer a los demás y se convierte en un Narciso enamorado de su media naranja, es decir, de sí mismo.  En conclusión, el encuentro entre un ser humano y otro es imposible, sólo hay desencuentro en el mejor de los casos o encontronazo: dos desconocidos se conocen, hacen el amor, con el tiempo dejan de hacerlo y de reconocerse. Siguen siendo dos desconocidos. Su unión, entre tanto, ha servido para que el globo terráqueo siga dando vueltas en torno a su eje verdadero que es el dinero, único dios verdadero que crea y destruye el mundo en cada momento, porque en cada acto litúrgico de compraventa estamos asistiendo a la génesis y al fin, a la vez, del universo mundo. La economía de mercado, que es la única religión viva y verdadera del siglo XXI, nos exige fe en el individuo que encuentra su perfección cabal en la pareja, sostén de todo el sistema capitalista: fe en Adán y Eva, nuestros primeros y últimos padres que dejan de levitar, comienzan  a gravitar, y se ven expulsados así  del paraíso.

viernes, 28 de junio de 2024

¿Calidad docente?

  Ahora que se acaba el curso académico con la llegada de las oleadas de calor extremo, o sea, el verano al hemisferio norte -aestate pueri si ualent satis discunt 'en verano los niños estando bien bastante aprenden'-, que escribió nuestro Marcial-, saco a relucir un viejo editorial de El Periódico Global, alias El País, que conservo del sábado 14 de septiembre de 2019 y que no tiene desperdicio pedodemagógicamente hablando por su tremenda actualidad pese a lo llovido desde entonces. Llevaba por título “calidad docente”, y como subtítulo “Más tiempo en el aula no es garantía de mejor educación”, a lo que se añadía más adelante la coletilla especificativa “ni en el caso de los profesores ni en el de los alumnos”. 

    El editorial mencionaba el siguiente dato: Los escolares españoles de secundaria (…) tienen 1.054 horas lectivas al año, 246 más que los finlandeses y, en cambio, estos figuran desde hace años en los primeros puestos en los resultados de las pruebas de PISA, mientras que los españoles, pese a las mejoras de los últimos años, siguen en los puestos medios de la tabla. El hecho, sin entrar a juzgar la idoneidad de dichas pruebas, es incontrovertible: los escolares españoles tienen 246 horas lectivas al año más que los finlandeses, lo que a razón de 30 horas semanales supone ocho semanas y media o, lo que viene a ser lo mismo, dos meses al año más de clase, y no por ello obtienen mejores resultados que los nórdicos, sino, diría yo, peores precisamente por lo mismo. 



    En el citado párrafo hay un mensaje subliminal capcioso muy importante que no quiero que pase desapercibido. Se dice que los finlandeses figuran en los primeros puestos mientras que los españoles siguen en los puestos medios, pese a las mejoras de los últimos años. ¿A qué mejoras se refiere el periódico si los resultados siguen igual? ¿Qué mejoras son esas que no se ven por ninguna parte no sólo a juzgar por los rendimientos sino porque ni siquiera se mencionan para que podamos conocerlas? Se supone que los resultados de los españoles eran peores años atrás, pero se afirma que "siguen en los puestos medios", es decir, siguen siendo mediocres, pero se oculta que ni siquiera eran ni son los mismos ni muy parecidos en unas comunidades autónomas que en otras, observándose grandes diferencias y desigualdades entre ellas, como sigue habiendo todavía. El editorialista se ha sacado de la chistera, como vulgar taumaturgo ilusionista, el conejo inexistente de “las mejoras de los últimos años” para consuelo de los malos resultados. 

    Si es verdad que “más tiempo en el aula no es garantía de mejor educación”, como parece, quizá deberíamos cortar por lo sano y decir sin más: el tiempo de reclusión en las aulas o barracones no supone ninguna calidad docente per se, sino sólo más cantidad de tiempo invertido en el encierro forzoso -no se olvide la O de obligatorio, en el acrónimo de la ESO española-. Y deberíamos concluir: la educación no se imparte en las aulas o barracones, sino en casa, en la calle y en cualesquiera otros espacios ajenos a la enseñanza reglada. 
 

    Lo que sucede es que las aulas, que no dejan de ser jaulas -sólo hace falta ver los modernos recintos de los centros educativos españoles de primaria y secundaria, vallados como campos de concentración, conventos o cuarteles y vigilados por maestros y profesores que montan guardia de patios de recreo, y es que, como en la vieja mili española, los profesores y maestros hacen guardias, para quien no lo sepa- sirven para que los niños no estén tanto en casa y en la calle, sino para que pasen más tiempo entretenidos y aburridos en las jaulas y aprendan en consecuencia menos, cosa que no se debe, como insinúa el mentado editorial, al “envejecimiento acelerado” de la plantilla de docentes del sistema educativo español “que hace que en estos momentos dos de cada tres profesores tengan más de 40 años”, ya que, como se afirma más adelante, “la edad no es ningún impedimento para una excelente labor docente”, sino en muchos casos, digo yo, todo lo contrario, ya que, como dice el refrán popular, “más sabe el diablo por viejo que por diablo”. 

    Y si bien es verdad que “la entrada de profesores jóvenes bien preparados es un elemento especialmente importante” para conectar mejor e interactuar con las nuevas generaciones, como dice el editorial, es bastante discutible que los profesores españoles menores de 30 años, víctimas todos ellos a su pesar de la LOGSE y sucesivas actualizaciones y apepés prácticas como la LOCE, LOE, LOMCE, y LOMLOE estén en su mayoría y salvo honrosísimas y muy contadas  excepciones bien preparados.  

    La LOGSE, en efecto, estableció la escolaridad obligatoria hasta los 16 años, reduciendo el bachillerato de cuatro a dos años y permitiendo constitucionalmente a los reinos de democráticas taifas que eran las diversas comunidades autónomas construir sus propios currículos educativos, algunos en su lengua vernácula, lo que genera grandes y graves desigualdades, hasta el punto no ya de que no tengan el mismo nivel dentro de una misma asignatura unas y otras comunidades, sino de que ni siquiera se impartan las mismas materias. 
 


    Por poner un solo ejemplo que me resulta conocido de lo que estoy diciendo, en Castilla-León todos los alumnos (y alumnas, como añadiría innecesariamente por postureo feminista políticamente correcto la responsable de igualdad del centro, innecesariamente, digo, porque el género masculino, gramaticalmente hablando, es el no marcado, general o genérico de la oposición binaria) de 2º de Educación Secundaria Obligatoria cursan tres horas semanales de Cultura Clásica, que allí es una materia troncal, mientras que en Cantabria, y en el instituto donde yo trabajaba, sin ir más lejos, no la cursa a lo largo de toda la ESO nadie, y no estoy hablando de un centro pequeño. ¿Por qué? Porque aquí es una materia de las que llaman optativas de oferta obligatoria, sí, pero que nadie elige, porque prefieren otras de nombres y contenidos más atractivos, o que eligen muy pocos, como una alumna de Bachillerato de Humanidades que me contó, contrariada, que le dijeron que como sólo la había elegido ella en 3º de ESO, no podía cursarla dado que con un alumno no se formaba grupo: un grano no hace granero. 
 
We dont need no education, Gerald Scarfe


    El caso es que aquella alumna llegó al Bachillerato de Letras (o de Humanidades, como se llama ahora) sin haber cursado una materia fundamental para su formación cultural y para esos estudios como Cultura Clásica, cosa que no les importaba mucho a nuestros gestores, es más, que no les importaba en absoluto lo más mínimo, porque lo que pretendía el Ministerio de Educación y Formación Profesional y Deportes, como se llama ahora, según declaró la ministra que entonces lo regentaba, ignoro si sigue siendo la misma, es fomentar la efepé y, como decíamos el otro día, la educación física, para que nuestros futuros currantes estén sanos y saludables a fin de poder votar las veces que haga falta hasta que se les ocurra formar gobierno, y contribuir religiosamente al fisco con el diezmo de lo poco que ganen en el mercado de trabajo.  

lunes, 27 de noviembre de 2023

Educar en la desobediencia

    La educación es un proceso que se padece desde la cuna hasta la sepultura y que persigue la formación de un individuo personal capaz de vivir en armonía con el entorno natural y social, lo que conlleva su adaptación al medio y consiguiente aceptación, pero, como advertía Jiddu Krishnamurti a este respecto lúcidamente: No es saludable estar adaptado a una sociedad profundamente enferma.

    La enseñanza en nuestro país comenzó siendo obligatoria hasta los diez años, luego hasta los catorce, ahora lo es hasta los dieciséis. Algunos illuminati quieren imponerla hasta la mayoría de edad de los dieciocho; obligatoria, por imperativo legal, desde los seis años, pero en la práctica ya hay parvulario –lo llaman "educación infantil" o "preescolar"- desde los tres años; y quieren lograr la escolarización por abajo desde los “cero” años, con lo cual se convierten la escuela y su hermano mayor, el instituto, si no lo son ya, que ya lo son, en Kindergärten o guarderías tuteladas de menores donde los padres, trabajadores ambos en el mejor de los casos con un salario mileurista y precario de miseria, es decir, esclavos mercenarios, acuartelan, estabulan o depositan a sus hijos bajo custodia del Estado o de instituciones penitenciarias afines privadas o concertadas y sostenidas con fondos públicos,  porque no pueden ocuparse de ellos,  para que les proporcione la educación que la familia no puede darles.

    ¿Y qué hemos sacado en limpio? Aumento cuantitativo de los estudiantes, descenso cualitativo de las enseñanzas, grandes rebajas de los programas y las exigencias mínimas, con lo que la incultura y la práctica analfabetización tanto en ciencias como en letras de las nuevas generaciones españolas es, salvo rarísimas excepciones y pese al propio sistema que las genera, mayúscula. Querían conseguir, y lo están consiguiendo, unos ciudadanos acríticos, sumisos, visceralmente incultos, fieles contribuyentes a Hacienda, que dicen que somos todos, unos demócratas que pueden votar a los unos o a los otros, a diestro y siniestro, da igual, o sea, unos idiotas de tomo y lomo en el sentido etimológico de la palabra, que creen que saben lo que quieren y lo que hacen cuando lo único que hacen es lo que está mandado.


    Hagamos un poco de historia: El modelo de escolarización pública, gratuita y obligatoria surge en Europa, concretamente en Prusia -el antecedente remoto del sistema prusiano es el espartano en la Grecia clásica-, a finales del siglo XVIII y comienzos del XIX, y hoy se ha impuesto prácticamente a todo (y en todo) el mundo. Se encierra a tiempo parcial a los menores de edad en aulas que imitan a cuarteles, fábricas y cárceles. La libertad condicional de fines de semana y períodos vacacionales sirve para hacer más llevadera la reclusión consiguiente, igual que las excursiones extraescolares. Se separa a los niños por generaciones en grados escolares o cursos, que son carreras competitivas; y, si en un principio había división por sexos, ha acabado por imponerse la coeducación o educación mixta, salvo en algunos colegios del Opus Dei. Se han inventado una categoría, que es la “minoría de edad” legal, para justificar la necesidad del enclaustramiento escolar en las guarderías y en las aulas. Esta escolarización obligatoria no es cuestionada por casi nadie, y algunos consideran incluso, en el colmo del sarcasmo, que es un progreso y logro social de la humanidad. Habría que matizar en todo caso: es un avance en la historia, sí, pero de la historia de la dominación del hombre por el hombre, no de la libertad.

    La educación,  que no enseñanza, que pretende impartirse hoy a la ciudadanía tiene la escrupulosa y en principio muy loable pretensión de atender a la diversidad del alumnado, pero se atiende a su diversidad para uniformarla bajo un modelo común y nivelarla con el mismo rasero igualitario que si se tratase de un nuevo servicio militar obligatorio impuesto a ambos sexos.

    Los objetivos -y repárese se en el origen militar del término- son servir al sistema social, económico y político en el que pretende integrarse a niños y niñas; contribuir a su reproducción; acrecentar sus valores como el fomento del espíritu emprendedor, frente a las humanidades -hay fundaciones privadas que se dedican a impartir talleres de emprendeduría (sic, por el terminacho) en colegios e institutos-; formar al alumnado en la ideología del individualismo, el consumismo, el pensamiento positivo y acrítico, el militarismo, la sumisión a la autoridad, al poder, a la jerarquía, la aceptación de la estratificación social y, en suma y definitiva, de la realidad en general.

 

    La transmisión tradicional de conocimientos se ha sustituido por un adoctrinamiento político-económico (y por lo tanto religioso en el más amplio y laico sentido de la palabra; la economía es el nuevo culto, y la ciencia la nueva religión en la que el hombre moderno cree ciegamente a pie juntillas) tendente a hacer de los niños futuros ciudadanos democráticos y sumisos, votantes y contribuyentes políticamente corregidos, modernos esclavos, lo que justifica que ya no se hable de enseñanza, que es algo neutro, sino de educación, expresión que está cargada de ideología y adoctrinamiento. Se los educa para el mercado y la política. Y además se hace con recochineo y majaderías del tipo de dedicar, dentro del curso académico una semana, por ejemplo, consagrada a los buenos modales de la buena educación,  un día del curso escolar a practicar la sonrisa, otro la cortesía y otro los saludos... 

    El modelo actual de escuela “sostenida con fondos públicos”, que incluye bajo esta denominación a la pública y la concertada, sin hacer ningún distingo entre ambas, es el “emprendedor”, eufemismo de empresarial, y economicista, un modelo de resultados y no de análisis de los procesos, que no fomenta el pensamiento libre y crítico, sino la subordinación a las necesidades del mercado y los criterios de la más estricta rentabilidad y rendimiento.

    El curriculum vitae es un camino de obstáculos competitivos y selectivos que hay que superar para, una vez que el educando pase por el aro como fierecilla domada, convertirlo en una persona integrada y controlada por el sistema. En la escuela se aprende a amoldarse a los patrones establecidos, a adoptar un pensamiento convergente en lugar de divergente, a decir lo que ya está dicho y a saber lo sabido y consabido, para lo que se inventaron los exámenes y las continuas evaluaciones, destruyendo la creatividad. 

 

    Abundan en la jerga pedagógica expresiones como "éxito -otros prefieren logro, que es la palabra patrimonial del cultismo lucro; algo tendrá que ver el ánimo de lo uno y el afán de lo otro- o fracaso educativo", pero tanto el éxito como el fracaso son categorías económicas que tienen más que ver con el déficit y el superávit de una empresa capitalista que con el proceso pedagógico de enseñanza y aprendizaje.

    Abundan también los “planes de mejora”, inspirados por la idea cristiana pecaminosa de que se hace siempre algo mal y que hay que mejorarlo en el futuro. Es como el propósito católico de enmienda después de haber confesado el pecado y de haber realizado el acto de contrición y la consiguiente penitencia, una herencia de una educación de colegio de curas o monjas y de pago.

    Hay también mucho papanatismo que contrapone las “nuevas formas de enseñar” y el uso de las “nuevas tecnologías” a la enseñanza tradicional. Las novedades son veneradas por el mero hecho de serlo, sin pararnos a pensar que hay cosas que se siguen haciendo igual de bien ahora que hace cinco mil años, y no está mal que así sea porque no están mal hechas, por lo que no necesitan ninguna mejora, pero, cargando como cargan algunos con el complejo judeo-cristiano de culpabilidad, se empeñan en el plan de mejoría permanente.


    En fin, parece que poco se puede hacer. Pero frente a la educación y adoctrinamiento que se imparte en las aulas en la obediencia debida que van a recibir niños y niñas, cabe siempre la posibilidad de educar en la desobediencia: enseñarles por ejemplo algo tan sencillo y tan seno como es decir que NO a cualquier obligación que se les imponga, venga de donde venga, ahora que la censura  ha cambiado y que, como cantaba Isabel Escudero, ha sustituido "el no de lo prohibido por el sí de lo mandado".

sábado, 19 de febrero de 2022

Contra los profesores (y II)

     Amós Comenio, en efecto, fue un obispo, teólogo y pedagogo del siglo XVII, uno de los fundadores y responsables de la moderna educación y su cacareado sistema educativo. Versado en el arte de la alquimia, aplicó el concepto de esta al proceso de la ilustración, hasta el punto de que la naturaleza religiosa de la educación y la fe que políticos y economistas depositan en ella, dedicándole enormes sumas de dinero público, es tan evidente que su carácter de piedra filosofal de nuestro sistema político, económico y social corre el peligro de pasar inadvertido. Su dogma fundamental, su idolatría, es que el proceso educativo aumenta el valor del ser humano, capitalizándolo y conduciéndolo hacia una vida mejor y un horizonte constante de progreso. No estamos hablando de la educación religiosa, sino de la naturaleza religiosa inherente a toda educación por muy laica que como ahora se pretenda. 


 
Magister: Veni, puer, disce sapere. (Ven, niño, aprende a saber)
Puer: Quid hoc est sapere? (¿Qué es eso de saber?)
Magister: Omnia, quae necessaria, recte intellegere, recte agere, recte eloqui. (Entender correctamente, obrar correctamente y decir correctamente todo lo que es necesario)
Puer: Quis me hoc docebit? (¿Quién me lo enseñará?)
Magister: Ego, cum Deo. (Yo, con Dios)
Puer: Quomodo? (¿Cómo?)
Magister: Te per omnia ducam, tibi omnia ostendam, tibi omnia nominabo. (Voy a conducirte por todo, a enseñarte todo, a nombrarte todo).
Puer: En! Adsum! Duc me, in nomine Dei. (¡Venga! ¡Aquí estoy! Condúceme, en el nombre de Dios).


    ...Y entonces el maestro comienza a enseñarle al niño el abecedario y empieza así su alfabetización, dentro de una liturgia escolar que agrupa a niños y niñas por edades, a veces también por sexos, en un recinto consagrado a ese fin, el aula, dentro de un centro penitenciario, donde son adoctrinados por personal cualificado... Y lo primero que el niño aprende es el curriculum oculto del sistema educativo, una mentira: extra scholam nulla salus: fuera del recinto escolar no hay salvación; que lo que no se enseña en la escuela carece de valor y lo que se aprende fuera de ella no vale la pena aprenderlo. Y también que hay dos mundos: el real al que está abocado y al que un día entrará, mal que le pese, y el sagrado, en el que se le encierra “para que aprenda”, en el que todo es “por su bien”, es decir, para que se prepare para el siempre incierto día de mañana y para pasar por el aro como domada fierecilla.

    Comenio diseñó el mapa educativo por el cual, hasta hoy, nuestras sociedades continúan orientándose y rigiéndose. La vida se configura como una escuela permanente en un constante proceso de enseñanza y aprendizaje, como dicen ahora los pedagogos; y el ser humano, como un homo educandus, un animal que ha de ser educado “para que aprenda... a aprender”.
 
      Cuando entré por primera vez en la sala donde se congregan los profesores antes de empezar las clases (denominadas hoy con 'corrección' lingüística 'Salas de Profesores y Profesoras'), comprobé que allí, en lo que yo creía en mi ingenuidad que era un templo de sabiduría, se decían las mismas tonterías que en la calle,  el nivel intelectual era paupérrimo, y su conversación giraba en torno a reivindicaciones salariales, siempre insuficientes para un trabajo tan ímprobo, y a los alumnos, que eran unos auténticos zoquetes. 
 
    Había básicamente dos modelos de profesores: el autoritario y conservador, de índole tradicional, enemigo de los medios audiovisuales y de las nuevas tecnologías, que dictaba sus lecciones magistrales ex cathedra y que estaba ya cuando yo empecé ya en franca decadencia, y el mayoritario o democrático y progresista, que pactaba con los alumnos todas las medidas y que se consideraba uno más, en el que yo milité, y que me parece tan execrable como el otro o más, que de entrada se presenta como 'profe guay'.
 
Profesores con faldas contra los estereotipos sexistas... ¡y con mascarilla!
 
     Los profesores más jóvenes que he conocido en estos últimos tiempos, procedentes todos ellos de las canteras de la ESO, eran en su mayoría, además de prepotentes y arrogantes como los viejos, extremadamente sumisos a las ideas dominantes y creídos. Los más creídos son, después de todos, los que más creen, en el sentido de que tienen fe en su misión profesional de apostolado laico. No son los profesores autoritarios de antaño ni tampoco los progres, sino los colegas de hoy, que resultan al fin y a la postre tan repelentes como aquellos porque disfrazan su condición de lobo bajo la piel del cordero. Consideran que ellos no tienen que enseñar los rudimentos de sus respectivas materias, sino que su principal tarea es formar a los alumnos integralmente para lo que es preciso adoctrinarlos. Están convencidos de ser educadores en lugar de enseñantes o docentes.
 
    El peor recuerdo, sin embargo, que conservo de mi dedicación a la enseñanza no es el trato con los alumnos curso tras curso ni tampoco con los colegas, sino la creciente burocracia que exige la administración a través de la inspección a los profesores, que ha ido aumentando según pasaban los años hasta extremos increíbles,  y los requisitos cada vez más imperiosos de las sucesivas reformas educativas,  una burocracia que se ha digitalizado con la entrada de las nuevas tecnologías en las aulas en los últimos años, lo que en lugar de resolver el problema lo ha complicado más todavía y agravado.

viernes, 18 de febrero de 2022

Contra los profesores (I)

    Le tomo prestado el título para esta entrada a Sexto Empírico: Contra los profesores. En latín Aduersus mathematicos. En el griego original: Πρὸς μαθηματικούς (pròs mathēmatikoús). Despotricaba Sexto Empírico, en efecto, contra los profesores o mathēmatikoí, que eran los depositarios del saber y encargados de enseñar las disciplinas que constituían en la antigüedad helenístico-romana la base de la formación cultural de las personas educadas, que la Edad Media heredó en sus célebres trivium (gramática, retórica y dialéctica) y quadrivium (aritmética, geometría, astronomía y música), llegando hasta nuestra educación -ya no enseñanza- primaria y secundaria. 
 
    Sexto, en efecto, anula enseguida la condición del maestro y el discípulo: el maestro es aquel que no tiene nada que enseñar, y sin embargo enseña (lo que no sabe), y el discípulo, aquel que no tiene nada que aprender y, por lo tanto, no aprende nada una vez que ha entrado en uso de razón y lengua. Solo se salva quizá de la quema la enseñanza del arte de leer y escribir. Pero para aprender a leer y a escribir, como para hablar, no hacen falta profesores. El maestro, pues, es aquel que posee un título que acredita su ignorancia.
 
 
    Soy consciente de que metiéndome con los profesores tiro piedras contra mi propio tejado, contra el tejado al menos que a mí también me cobijó, como profesor que he sido. Pero creo que esa condición me autoriza precisamente a hablar en contra de lo que tan bien conozco. Me hago eco del refrán: “Pájaro mal nacido es el que ensucia su nido”. El nido al que me refiero es la educación, nombre actual de la enseñanza, que era denominación más honesta. Acepto ser un “pájaro mal nacido” como el del refrán, y me dispongo a defecar sobre mi propio nido. Considero que eso me da derecho a opinar sobre la educación y los problemas de esta que son responsabilidad del profesorado: el desinterés del gremio en primer lugar por la enseñanza de la materia que imparte, falta de formación adecuada y el peor de todos... el desprecio por los alumnos que son considerados seres inferiores, o, como dice un colega, infraseres. 
 
    Estos seres inferiores vienen de casa cada vez peor educados para que los eduquen los profesores creándolos a su deplorable imagen y lamentable semejanza porque sus padres no pueden hacerlo. Hay que conseguir que sean buenos, y buenos quiere decir, ante todo, obedientes. Son educandos, que no es un gerundio según la vieja gramática, sino un gerundivo latino, es decir un participio de futuro pasivo con la idea de que se va a sufrir como sujeto paciente una acción que se proyectará en el tiempo, y significa que han de ser educados, que serán adiestrados como fierecillas domadas para que pasen por el aro, según la metáfora circense en la que el domador fuerza al tigre o al león a pasar por el aro envuelto en llamas. 
 
Pasando por el aro  
 
    Ivan Illich en La sociedad desescolarizada relacionaba el desarrollo de la educación con la figura del obispo Jon Amos Komensky, más conocido con el nombre de Comenius o Amós Comenio, que pretendía “enseñar todo a todo el mundo”. No sólo es un precursor de la pedagogía moderna, sino también un experto alquimista. La alquimia, en palabras de Illich (op. cit.) “pretendía transmutar el plomo vil, los elementos vulgares, en oro, haciendo pasar sus espíritus destilados por las 12 etapas del enriquecimiento”. Los alumnos, según la impostura alquimista, serían el plomo vil, los seres inferiores que decíamos antes, que deben ser transmutados, gracias al proceso educativo, en oro puro, lo que no deja de ser una grosera superchería: la gran estafa de la educación.  El plomo vil es plomo vil y nunca podrá convertirse en oro. 
 
      Ya lo advertía Sexto Empírico cuando distinguía entre “inexpertos o legos” y “expertos”: el inexperto no puede convertirse en experto cuando es inexperto, ni tampoco cuando es experto, pues entonces no se convierte en experto sino que lo es. Lo que traducido a nuestro propósito significa que el plomo vil es plomo y no puede convertirse en oro. Y si es oro en lugar de plomo vil tampoco puede convertirse en lo que ya es de por sí, puesto que ya lo es. Y prosigue nuestro escéptico Sexto Empírico con su razonamiento:  Pues si es inexperto, es como un hombre ciego o sordo de nacimiento, y así como éste no podrá nunca formarse un concepto de los colores o de los sonidos, del mismo modo el inexperto, en tanto que inexperto, ciego y sordo como es en lo que concierne a los principios técnicos, tampoco será capaz de ver u oír nada de ellos; y si se ha convertido en experto ya no se le enseña, sino que está instruido.